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4. Capítulo

—La gente cambia —finalizó antes de marcharse. Nate reconocía que estaba molesto sin razón aparente, aunque en el fondo sabía lo que ocurría con sus sentimientos.

Katsiaryna ignoró eso, rodó los ojos, se acomodó el vestido rosa floreado y caminó a la puerta marcada con el número siete. Giró la perilla de la puerta y con el brazo derecho la empujó ocasionando un desagradable chillido en la habitación que pregonaba silencio y paz.

—Me alegra verte —susurró Hemmings en un intento deslucido por sonreír—. Me duele el cuerpo, la cabeza y las ganas de vivir.

—Eres un necio, ¿lo sabes no? —se cruzó de brazos.

—También te quiero, Abigail —escupió con ironía al volver a entrecerrar los ojos que habían perdido el brillo paradisíaco.

—Hablo en serio, Eric. Te dije que era peligroso surfear hacia los costados de Tamarama porque hay arrecifes y demasiadas rocas; pero rompiste la única regla que te impuse —la voz de Carmichael sonaba firme pese a ser un año meno, su experiencia en el surf la había ayudado a adquirir una madurez excepcional.

—Dije que lo sentía —se disculpó avergonzado—. Quería demostrarte que yo también podía surfear igual que Jack, Nate y todos...

—Nathaniel aprendió a surfear antes de aprender a caminar, además, casi mueres por el amor de Dios. Cuando te saqué del agua pensé que te desangrarías. ¡Nada más mírate Hemmings, estás horrible! —dejó fluir la rabia sentándose en la orilla libre de la cama, y con miedo, extendió la mano izquierda hacia la mejilla casi lila—. ¿Te duele verdad?

Él asintió con lentitud en un movimiento estropeado, no poseía ánimos de responder la pregunta. Su aspecto físico era cadavérico, llevaba una venda blanca que cubría su cabeza horizontalmente, la nariz le ardía por la hemorragia, su cuerpo estaba lleno de moretones y su labio tenía una pequeña grieta roja casi a la altura del diminuto lunar sobre el labio. Al inhalar aire puro sentía como se le desgarraban los huesos.

—Eres un tonto —repitió de nuevo—. No vuelvas a hacer algo así.

—Gracias por rescatarme sirenita —agradeció rendido, una media sonrisa se le marcó sobre los labios.

—No agradezcas Eric —se le suavizó la expresión del rostro—. Será mejor que descanses, tu familia está por ahí, de seguro vendrán en unos instantes.

—No te vayas todavía —pidió tragándose un quejido— no quiero quedarme solo. Me dan miedo los hospitales.

Ella guardó silencio observándolo por unos segundos, le sorprendía que no se quejara dado que las heridas hicieron que se le abultara la piel por la hinchazón a causa del impacto contra las rocas. Curvó los labios recordando que le había pasado algo parecido cuando ingresó a Pacific Bay.

—¿Sabes a que me recuerdan tus moretones? —acercó mas la silla al lado izquierdo de la cama que daba con la ventana.

—No… pero deduzco por tu cara que no es nada bueno. ¡Déjame adivinar! ¿clase de gimnasia? —lanzó esa conjetura quitándose el cabello de la frente. Tenía una aguja clavada en el dorso de la mano.

—Del día en que nos conocimos —confesó elevando las cejas apoyando el mentón en sus manos entrecruzadas—. Me dejaste un moretón feo y tuve que cortarme el fleco para ocultar el chichón.

Hemmings soltó una risita hecha trizas, lo recordaba bien. Recordaba que sin querer hizo volar dos pelotas de básquet que fueron directo a la cabeza y al estómago de Kats que recién estaba reincorporándose a Pacific Bay. La mueca de dolor en su rostro era una imagen que permanecía en su memoria.

—Cómo olvidarlo. Nunca te dije que siempre me culpé por no acompañarte a la enfermería ese día —intentó apoyarse con los codos para sentarse, pero Carmichael lo detuvo poniéndole una mano en el abdomen. Las mejillas se le coloraron al darse cuenta que solo una delgada sabana lo cubría de la cintura para abajo.

—Lo siento —susurró ella viendo los tulipanes en el jarrón transparente, del calor que sintió tuvo un lapsus de olvido.—. ¿De qué estábamos hablando? ¡Ah ya me acordé! Ese día no todo fue tan pésimo porque conocí a Jeremy.

Los dos guardaron silencio diciéndose todo a la mirada, habían compartido tantas cosas a lo largo de la secundaria que se negaban a creer que ya estaban a nada de la graduación. Luca hizo un esfuerzo y se movió un poco para poner su mano sobre la de ella, era cálida.

—¿Cómo estás con lo de tus padres? Perdón que cambie el tema, pero siento que últimamente no tenemos tiempo para nosotros —se aclaró la garganta—. ¿Ya regresó de Francia?

Negó con la cabeza trazando círculos la parte interna de la extremidad del rubio.

—Estable por el momento, mi madre apenas me habla, Jake me trata como… —suspiró—.  Hay días terribles, días malos y días peores, supongo que hoy es uno malo y aunque no creas… es bueno.

—Respóndeme, ¿ese infeliz te ha hecho daño? —preguntó tensándosele la barbilla, el electrocardiograma empezó a desestabilizarse.

—Es mi padre tranquilízate Luca, nunca lo haría —calmó sus ánimos con una dosis intensa de verde.

Enterró los zafiros en la sabana apretándola con la mano libre queriendo tener la misma perspectiva de ella, pero su padre a diferencia de Jake, no medía palabras y acciones. Lo agredía por no hacer cosas tan simples como enroscar una bombilla al techo o aspirar las alfombras en la mañana; pasaba tanto tiempo en el sótano que cuando salía parecía una bestia enjaulada.

—Promete que si un día algo se sale de control me vas a contar… yo descubrí algo que no debía —elevó la mirada sacando fuerzas para acercársele, se negaba a que viviese el mismo infierno que él.

Katsiaryna lo miró sin entender, buscaba maneras de descifrar a que se debía el interrogatorio.

—Pero ¿qué...?

De repente se oyó un ruido detrás de la puerta, un golpe a la superficie haciendo que se inquietaran; en el espacio de la puerta y el suelo vieron una sombra escurrirse. Tenían los nervios de punta porque la situación que vivían no se teñía de colores pasteles.

—Shhhh —llevó su dedo índice a los labios de ella— alguien nos escucha como en mi sueño.

Probablemente era un efecto secundario de la morfina para el dolor, alucinaciones o demencia. Se le dilataron las pupilas cubriéndole casi todo el azul del iris.

—Luca, debe descansar… —se levantó espabilando después de sentirse observada—. Oye, ¿a qué te referías hace un momento cuando dijiste que no teníamos tiempo? ¿Desde cuándo hay un “nosotros”?

—Desde que me…

Una enfermera interrumpió la conversación revisando las bolsas de los sueros de Hemmings, las cambio e inyectó más sedantes para hacerle el cambio de vendaje, al término de unos minutos ya estaba bobo del sueño. Quería quedarse a cuidarlo, pero muchas cosas habían cambiado entre ellos. Sin más, prosternó el torso y sus labios resecos le dejaron un beso sobre la mejilla, se quedó dormido, el cabello alborotado le combinaba a la perfección con la piel, y el vaivén de sus pesadas respiraciones; Katsiaryna admitía que lucía muy tierno y eso la llevó a mordisquearse el labio sin pensarlo.

—Sigues siendo el mismo tonto de siempre.

Carmichael abandonó la habitación cuándo entró la familia inmediata del rubio quienes le pusieron mala cara desde el primer momento sin disimular nada. Sabía que Elizabeth la odiaba y no entendía sus razones; salir de esa habitación fue como salir de las profundidades del mártir.

Dejó escapar un suspiro y se recargó en la pared más cercana, quería llegar a casa y tomar una siesta de ocho horas; pero no podía porque necesitaba entrenar para las competencias de primavera. Claire apareció con la botella de agua que Kats necesitaba horas antes.

—¡Ahí estás! ¿dónde te habías metido?

—La pregunta es, ¿Dónde te habías metido tú? —Kats le preguntó a Claire en defensa que observaba la pantalla del celular.

—Hablaba con Matt, me invitó al baile —la pelirroja soltó cabizbaja y ella asintió frunciendo el ceño—. Tiene que irse a Oxford pronto.

—¡Oh, eso es vivificante! Me conmueve, ¿pero por qué no te siento feliz? —Carmichael se burló llevándose la mano al pecho.

—Lo estoy, pero, está muy raro. No hables tanto que estás perdidamente enamorada de Hemmings y eres tan gallina que no puedes admitirlo —golpe bajo, no esperaba que alguien pudiese decirle eso en voz alta—. Claire uno, Katsiaryna cero —añadió guiñando un ojo en señal de victoria.

—No te pases de lista, sabes que eso no es cierto, ¿por qué un chico y una chica no pueden ser amigos sin que se vea mal? —soltó de sopetón tejiendo una trenza al costado de la cabeza, tanto estrés le había provocado una gran oleada de calor—. Eso es enfermizo.

—Pueden serlo amiga mía, pero las miradas y los pequeños detalles mutuos entre ustedes, revelan lo que no dicen por bobos. Llámame loca si quieres, pero sé que algún día serán una bonita pareja; y cuando eso suceda, me pido ser la dama de honor de la boda.

Kats solo le sacó la lengua y retornaron por el pasillo siendo irradiadas por las luces lavanda del atardecer que se filtraban a través del gran cristal de la ventana.

—Definitivamente estás loca —la miró de reojo queriendo fusilarla.

—¿Quieres ir a Costa Luna a beber algo? Yo invito, tengo que contarte mis ideas del baile, la obra y… —propuso Garfield para calmar un poco a su inquieta amiga, la veía tensa y el accidente se le sumaba al estrés escolar.

—¿Cuándo te he dicho que no?

Mientas se alejaban, un hombre musculoso vestido de negro estudiaba cada paso de las chicas que se perdían en el umbral de la puerta; sonrió malicioso dejando ver su mirada teñida por los rayos naranja.

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