3. Capítulo
Sydney Med | Sídney, Australia
Las agujas del reloj colgado sobre un costado de la pared color blanco avanzaban con el paso de las horas, y la mirada de Elizabeth recorría los números romanos enmarcados tras el cristal bastante intranquila. Las manos de la señora de treinta y cinco años se entrelazaban una y otra vez, a leguas se notaba nerviosa pese a que su esposo le repetía que todo estaría bien.
El suceso la tomó por sorpresa dado que esa tarde fue al supermercado a hacer algunas compras; cuando llegó al establecimiento recibió una llamada de parte de Katsiaryna notificándole que su hijo había sufrido un accidente en la playa, y eso bastó para que la lata de guisantes que llevaba en la mano cayera al suelo. Pensar en las consecuencias que esa caída podía ocasionarle le provocaba una angustia terrible, sacudió la cabeza para intentar alejar esa desagradable sensación.
—¿Cuándo tendremos noticias de Luca? —crispada, Liz rompió el silencio poniéndose en pie y apretando los puños.
—Calma, mamá. El doctor nos dijo que estaba bien, pero que tardaría en despertar por la fuerte contusión de la cabeza —recordó el mayor de los Hemmings lo que el doctor explicó minutos antes. Agitaba el vaso de chocolate caliente para remover el azúcar del fondo.
—No me agrada que se interese por el surf ahora, ¡desde que llegó esa muchachita mi hijo no para de meterse en problemas! —exclamó en un susurro desviando la mirada al otro lado de la sala de espera donde Katsiaryna se encontraba recargada sobre el hombro de Nate. Él le acariciaba el cabello para calmarla.
Jack rodó los ojos y le dio un sorbo a la bebida; sabía que su madre tenía razón, pero no quería dársela. Suspiró, hizo un esfuerzo sobrehumano y buscó las palabras para defender a Kats.
—Mamá no seas dura con ella, debes conocerla y entenderla antes de juzgarla. Además, estoy seguro que quién insistió en surfear en Tamarama fue Luca, ella no es tan tonta como aparenta. Jamás dejaría que surfeara ahí —explicó encogiendo los hombros y recostando la espalda de la silla de terciopelo negro.
Elizabeth frunció el entrecejo y volvió a descansar sus ojos en la amiga de su hijo menor quien también la estaba observando con disimulo. Volvió la mirada a la medalla de medialuna.
—Tranquila, Liz. Vayamos por un café y conversemos un rato sobre otro tema, necesitas despejarte un poco —Adrien Hemmings intervino para disminuir el estrés del momento, entendía lo impredecible que llegaba a ser en momentos decisivos. No era la primera vez que pasaba.
De a poco ambos empezaron a alejarse del cúmulo de personas atravesando el piso lustroso de cerámicas blancas con personas dispersas esperando en las sillas.
—Sí, tienes razón. Es una buena idea —accedió y le tomó la mano para que la guiara al cafetín del hospital—. Esa niñita no me convence…
—¡Tonterías! Ya suenas como una psicópata —la regañó rascándose la barba levemente recrecida.
Ella sonrió por cortesía, y sintió el corazón traquetearle en el pecho; el accidente de Luca había traído a la vida sentimientos que consideraba muertos. Heridas del pasado que apenas fueron cubiertas por un fino velo que se estaba deslizando de a poco con el viento.
—¿Recuerdas lo que pasó en Zúric cuándo Luca y Diana eran apenas unos bebés? —la rubia sorbió la nariz tensándose de pies a cabeza, era la primera vez que lograba sacar el tema con naturalidad sin echarse a llorar—. Ha pasado tanto tiempo.
—¿No habíamos acordado suprimir esos desagradables recuerdos de nuestras vidas? —gesticuló el hombre desagradado después de tragar seco por el nudo que empezaba a formársele en la garganta.
Elizabeth en un atisbo de familiaridad con las instalaciones del hospital empezó a recordar los sucesos del nacimiento de su hijo, y el llanto de todos los neonatos en aquella sala de experimentos. Pocos sucesos la estremecían, pero esos recuerdos la entristecían demasiado los ánimos.
—¿Te acuerdas que, a parte de ellos, dos niñas eran inmunes a las pruebas? Eso era y continúa siendo muy escalofriante para mí, quiero decir... ¡Eso nunca fue normal!
La cordura del progenitor de los Hemmings empezaba a desgastarse con el paso de los minutos. Detestaba enormemente recordar el pasado y su poca paciencia estaba llegando a los limites.
—Tengo mucho trabajo en el laboratorio, no estoy para tus dramas sin sentido —expresó enfadado después de exhalar un suspiro—. En lo que tengamos noticias de Luca voy a irme de este nefasto lugar. Siento que estoy perdiendo tiempo valioso.
El hombre llevaba años ejerciendo el cargo de director de materiales químicos en el laboratorio de elaboración de píldoras medicas más importantes de Australia. Pese a que esa profesión era su vida entera, a Elizabeth no le cabía en la cabeza como podía pensar primero en trabajo teniendo a su hijo inconsciente a pocos metros de distancia.
—Se trata de la vida de tu hijo, ¡por el amor de Dios! ¿Qué ocurre contigo? —procuró hacer razonar a su terco cónyuge.
—Esa cosa no es mi hijo, bien sabes que nos quedamos con él por mero capricho tuyo —le reclamó con menosprecio en el tono de voz metiéndose las manos en los bolsillos de su chaqueta—. Pudimos deshacernos de él, al igual que el resto de los padres…
—Adrien…
—¡Basta Elizabeth! ¡No quiero escuchar ni una palabra más de esto! —exclamó imperativamente y giró su cuello de un lado a otro para aliviar el estrés acumulado en la parte cervical de su espalda—. No seas tan irritante con el tema, por favor.
Liz, como todos acostumbraban llamarle de cariño, observó de reojo y se limitó a continuar el camino en silencio con la mirada puesta en la punta de sus zapatos. El silencio se convirtió en su consorte más confiable.
Mientras el matrimonio se alejaba, Katsiaryna levantó la cabeza por instinto y miró a su alrededor en busca de Claire que se ofreció a buscarle una botella de agua para que pudiese tragar con facilidad el comprimido que le ahuyentaría las náuseas, el mareo y el dolor de cabeza.
Horas antes, aun estando en la playa y después de haberse llevado la desagradable sorpresa del estado real en que se encontraba Luca, l cayó desplomada en los brazos de Nate por la baja presión sanguínea que ganó con bastante retardo al permanecer tantos minutos bajo el agua sin recibir oxígeno para desincrustar el elástico. Ella surfeaba, no hacía apnea.
—¿Cómo te sientes Kats? —Campbell hizo una pausa y prosiguió—. Aún estás pálida.
—Todo me da vueltas, ¿dónde está Claire cuándo una la necesita? —se masajeó las sienes y abrió los ojos de a poco para encontrase con la cálida sonrisa de Nathaniel, admitía que eso la tranquilizaba, su mirada estaba puesta en ella—. ¿Por qué me miras con esa cara? Me incomodas.
—Es la única que tengo —Campbell le guiñó el ojo derecho y se puso en pie para salir a dar una vuelta, tomar aire fresco quizás, el olor a hospital le traía desagradables recuerdos—. Solo me doy cuenta que tus ojos dicen más que tus labios.
Nate debía ir a trabajar esa tarde, pero pidió permiso para faltar ya que sentía que no era correcto abandonarla en esa situación tan precaria.
Una enfermera de cabello azabache, ojos cafés, de estatura promedio y facciones delicadas se acercó a Katsiaryna para informarle que Luca había reaccionado al shock que le provocó la fuerte contusión en el cráneo; escuchar esas palabras la tranquilizaron. Luego buscó a Jack con la mirada para darle la noticia, y para su sorpresa, desapareció como si de algún ardid mágico se tratase. Eso le causó extrañeza pues pensó que estaría al pendiente de su hermano.
Pero se equivocó… toda la familia Hemmings-Belissario se dispersó en segundos.
—Dile a tú principito que deje de hacerse el héroe contigo —masculló Nate reflejando un gran tormento en su expresión facial llamando la atención de ella.
¿Suspicacias acaso?
—Te recuerdo que ese “principito” —Kats enmarcó las comillas con sus dedos y enfatizó la palabra para hacer hincapié en ella—, es parte de la banda a la que perteneces en la escuela y, además, es tú amigo. ¿Qué pasa contigo? Estas actuando como un patán.
La actitud de su compañero cambió como tifón en altamar, tan repentino como movimientos sísmicos bajo tierra. Inesperados, impredecibles.