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5. Capítulo

Coostal Walk | Nueva Gales del Sur

Sídney, Australia

Lo peor había pasado, la rompiente había cesado las olas ahora se estrellaban contra los pedazos de piedra, eran tan cálidas y pacíficas qué podía compararse a casto beso, la risa de un bebé o con una declaración de amor en medio del vaivén del océano de la vida.

Esa tarde Katsiaryna acabó sus deberes escolares muy temprano en la mañana y, por ende, sus padres le dieron permiso de ir a la playa para que pudiese practicar para las competencias venideras. Pero a esas alturas su pasión por el surf estaba haciendo que tuviese muchos conflictos consigo misma y, además, ese deporte estaba creando muchas discrepancias con sus padres; a ese punto, sus papás insistían en que era el momento ecuánime para dejar a un lado las aficiones y dar prioridades a los estudios. En pocos meses el viaje de secundaria llegaría a su fin. La de ojos esmeralda solo se limitaba a dar pequeños suspiros en silencio mientras observaba vasto océano abrirse frente a ella, puesto que pensar en aquella idea la aterraba muchísimo.

¿Qué vendría después?

—¡Kats! —exclamó el moreno de ojos cafés que seguía el camino al lento paso de ella sacándola así de sus propios pensamientos.

—¿Pasa algo? —respondió sumergida en las burbujas de espuma que se deshacían asiduamente sobre las rocas.

Los desgastados y rotos zapatos de Jeremy se deslizaban con dificultad sobre el suelo de madera que se extendía y bordeaba las rocas desde Tamarama y que tenía como destino final Coogee Beach, la playa dónde Carmichael quería surfear esa tarde. Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por caminar sin que se destrozara la suela de la chancla. Sin embargo, en el fondo estaba más preocupado por la lejanía que percibía de su amiga, que por la vergüenza de quedarse descalzo a medio camino.

—Te pasa algo —endosó de golpe—, lo noto en tu mirada y en tu rostro de bulldog escurrido.

—¡Qué sutil, señor delicadeza! —le reprochó acomodándose la tabla de surf bajo brazo derecho mientras volvía su mirada a la majestuosa roca que se imponía frente a ellos a medida que se aproximaban al otro extremo de la playa.

—Perdón —deslizó sus ojos hasta casi llevar sus orbes cafés hasta el párpado interior fastidiado y prosiguió—; es que apenas me has hablado y eso es extraño de ti dado que nunca te callas.

—Lo lamento...

—No sigas, Abigail.

Buscó disculparse una segunda vez esa tarde —la primera ocurrió a tempranas horas cuando le soltó de sopetón que era ridículo el amor que le estaba profesando a Sophie—, puesto que no podía evitar sentirse mal al herir a otros con sus palabras, aunque resultara molesto para otras personas; siempre que pronunciaba algo impulsivo sin pensarlo dos veces, de alguna u otra manera buscaba la manera de enmendar el daño. Si bien en ocasiones el esfuerzo no sirviera de nada.

En otras palabras, así se definía en palabras exactas a Katsiaryna Carmichael, una adolescente en proceso de autodescubrimiento que acostumbraba hacer cortes severos sobre la piel de otras personas como olas rasgando la arena y llevándose las esperanzas al fondo dl mar.

Ella entendía que era una bomba de destrucción sobre el suelo seco, por eso pasaba la mayor parte del tiempo dentro del agua donde sus preocupaciones de eran llevadas de un lado a otro por la brisa en conjunto al salitre marino; deslizarse sobre las olas era lo único que podía conectarla con la verdadera esencia que muchas veces las tormentas le arrebataban.

—¿Sabes? Creo que no deberías disculparte por tonterías como esas, solo es una simple broma —Grayson le dio un leve codazo a la jovencita y le dedicó una tierna sonrisita—. Pero hablo en serio con respecto a lo primero que dije, dime qué te sucede. Cuéntale todo al tío, el especialista en corazones rotos. Futuro bachiller amor.

La castaña parpadeó desconcertada y lo observó a los ojos, odiaba que hubiese alguien que pudiese descifrar su estado de ánimo con tan solo oírla respirar. Él era de los pocos que estaban cuando el momento lo ameritaba; tuvo la desdicha de conocerlo en la enfermería del colegio cuando un pelotazo le impactó dejándola casi inconsciente en medio del gimnasio al atentar contra su vida.

—No tengo el corazón roto, Hardin —se defendió con una forzada sonrisa creíble—, es que el accidente de Luca hizo que mis nervios se pusieran al límite. Y eso no me gusta.

El asiático detestaba con creces que lo llamaran por el segundo nombre debido a que le recordaba a sus días amargos en Filipinas; y, por otro lado, al parecer se lo había puesto porque así nombraban al personaje protagónico del libro favorito de su madre. ¡Ni siquiera a su novia le permitía que lo llamara por ese nombre! Pero a ella se lo permitía sin saber por qué.

—Oh, Nate me contó que casi se muere por tu culpa —expuso con excesivo desgano en el tono de voz—, pero sé que no tuviste nada que ver, aunque le propusieras surfear ese día. Ya sabes… sin remordimientos personales linda.

—Él fue quién me pidió que quería una lección ese día y en mi defensa, le advertí del arrecife, ¡le dije que tuviese cuidado con las rocas! —contraatacó alterándose un poco—. Pero admito no dejo de sentirme culpable por esto —esclareció rascándose la nuca en un intento para mantener la calma.

—¡Tonterías bonita! Quizás se lo merecía por pasar el tiempo pensando en Bonnie porque, quiero decir —se burló Grayson por lo bajo—, es desagradable ver lo baboso que puede llegar a ser Luca cuándo se trata de mujeres. Pobre iluso.

Eso en parte era cierto, Hemmings era un chico indeciso en cuánto al amor y sus sentimientos íntimos. Aún no había tenido un romance estable por motivos que de momento no atañen, era el tipo de chico que era capaz de romper y unir las piezas de un cristal roto con dedicar una sonrisa sincera; quizás en eso radicaba el problema, Luca Hemmings era la utopía viviente de un chico perfecto.

O al menos eso aparentaba a la vista de todos.

—¿De verdad? No lo sé, es uno de los mejores amigos que tengo, y yo no lo llamaría “baboso”. Prefiero referirme a él como un espécimen ingenuo que no posee habilidades propias para coquetear con otras chicas —formuló y argumentó una Kats ausente que fijaba la mirada en los enormes peñascos al final del acantilado, como el camino ya había dejado los cimientos de la sólida roca y se abría en forma de puente colgante.

La madera era sostenida por algunos postes que no proporcionaban ninguna sensación de seguridad. Pero por desidia, observó reacia el declive bajo sus pies y apartó la mirada sintiendo un escalofrío recorrerle el cuello.

Retrocedió con brusquedad. En ese momento la observó de soslayo, percibió —por cómo le sudaban las manos— lo asustada que estaba. Odiaba sentirse impotente al no saber cómo mejorarle la situación.

—No difumines la realidad con eufemismos baratos Katsiaryna, porque, aunque vivas negándolo, ambos sabemos que te gusta —sentenció dándole un codazo tosco en el brazo, y tiñéndosele las mejillas de pedazos de cristales rubíes.

Los ojos de ella seguían clavados en el fondo del risco, y sus piernas hacían un esfuerzo sobrehumano por cruzar el puente para seguir el camino; la mente no parecía responder a sus requerimientos personales. Permanecía estupefacta sin poder avanzar o retroceder, una de las cosas que más detestaba en el mundo eran las alturas y le tenía una fobia insigne.

—Jeremy... Mejor lo dejamos para otro día, es que no quiero... eh —trago seco aún pasmada—, no me siento cómoda...

Recelo, sospecha, desconfianza, escama, suspicacia, temor. Susto, sobresalto, inquietud, intranquilidad, desasosiego, miedo... Sin importar el sinónimo que utilizara para autodefinirse esa la sensación de inestabilidad era cada vez peor.

—Sé que estás asustada —interrumpió su relato después de obsequiarle una sonrisa, pensó en una rápida solución para ayudarla ya que detestaba verla tan vulnerable ante una situación aparentemente estúpida—. Pero vamos no puedes retractarte ahora, ya estamos cerca no seas miedosa. Dame la mano.

Se adelantó unos pasos y se dio la vuelta para extenderle el brazo, el viento le revolvía el cabello con fuerza.

—Pensándolo bien voy a regresar —gesticuló con ademanes incluidos dándose media vuelta para retornar, el hormigueo bajo sus pies se estaba volviendo cada vez más insoportable—, creo que mejor vengo otro día cuando mi madre pueda traerme en auto.

—¡Espera! —imperó desesperado tomándola de la muñeca para evitar que se marchara—. No te vayas tan pronto.

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