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Capítulo 5 Pesadilla.

Felipe camino por las calles de piedra, odiando una vez más el clima tan cambiante de aquel lugar, aun no se acostumbraba a salir con un paraguas cada día, y es que, así como en un segundo el cielo estaba despejado solo segundos después la lluvia caía, como en este momento, apresuró sus pasos y toco sin demora la puerta del hogar de Ming, o el que Felipe creía que era su hogar.

— Creí decirte que siempre lleves un paraguas. — fue lo primero que Ming dijo y Felipe bufo molesto.

— Ming, deja de comportarte como mi padre y dame mejor algo para secarme o me enfermare, odio el clima de este lugar… — Felipe siguió quejándose, sin percatarse de la forma en que su profesor lo veía.

— Ten y sígueme. — ordeno con voz acerada y Felipe lo vio sorprendido.

— ¿A dónde?

— A cambiarte antes de que te enfermes. — sin ser consciente del peligro Felipe lo siguió, y es que, para el joven Zabet, desconfiar de quien te quiere o a quien quieres no era lógico, se supone que quienes te quieren no te dañan, eso pensaba Felipe.

Ming no perdió tiempo y comenzó a desvestirlo, ágil y rápido como solo él podía ser, pero bajo su aparente preocupación se escondía otra cosa, una tenebrosa e incluso diabólica razón, Felipe se dejó hacer, como cada vez que Ming estaba a su lado, el joven se replanteaba la decisión que había tomado, ahora que Ming besaba sus labios con suavidad, y acariciaba su torso, como con suaves movimientos secaba su espalda, o la delicadeza con la que retiraba su pantalón y ropa interior, Felipe se preguntaba una vez más si no estaba siendo egoísta, ¿realmente era correcto alejar a Ming solo por ser un poco controlador? Ahora no estaba, muy convencido de ello. Talvez como todo en su vida estaba tomando una decisión egoísta y es que así se sentía Felipe, cada vez que sus hermanos o padres se abrían a él, buscando tratar de descubrir el secreto del rubio, este los alejaba con alguna broma pesada, en este momento Felipe se preguntaba si en verdad quería alejar a su profesor por no ser compatibles o por temor de amarlo, en estos 19 años Felipe se había acostumbrado a estar solo y aun así acompañado, su mente era un verdadero caos y los besos de Ming no ayudaban, hasta que sintió el frio del metal en sus muñecas, solo entonces se dio cuenta que estaba esposado a la cama.

— ¿Qué haces? — pregunto con media sonrisa que borro al ver el rostro sin emociones de Ming.

— ¿Quién es el hombre que estuvo contigo ayer y hoy? — pregunto mientras se sentaba a horcadas sobre Felipe.

— ¿Por qué me vigilas Ming? — un chasquido sonó y el rubio dejo de hablar y aun cuando sintió el golpe en su mejilla no pudo decir nada, estaba en shock.

— Shun, ¿cuántas veces te lo debo explicar? Me debes llamar Shun. — el frio en la voz de su profesor era acompañado por una la mirada de hielo.

— ¡Y una mierda, maldito loco! ¿Quién te crees que eres para golpearme? — Felipe solo recibió otra bofetada como respuesta, pero esta vez movió con furia sus manos para tratar de liberarse, ¿lo habían golpeado a lo largo de su vida? Por supuesto, él podía ser delgado y fácilmente podía pasta por una de sus hermanas, pero los niños dorados estaban preparados para la lucha, entrenaba a diario y en más de una ocasión se vio envuelto en las peleas de Stefano, pero, aun así, jamás se había sentido tan indefenso como se sentía en ese momento, nunca alguien que él quería lo había golpeado adrede.

— Me creo lo que soy, el dueño de casi toda país X, soy Han Shun Ming, líder del clan dragón rojo y tu… eres una de mis joyas y yo no comparto mis cosas. — Felipe se congelo por casi un minuto, ¿sabía quiénes eran los dragones rojos? si lo sabía, Arkady el primo de Neizan hacia negocios con ellos, ¿quería tener algo que ver con ellos? no, claro que no.

— Quiero irme. — dijo con la esperanza de que Ming lo dejaría ir, algo que le quedo claro no sucedería gracias a la sonrisa siniestra que el oriental tenía en sus labios.

— Hoy comprenderás que tu harás lo que yo quiera y cuando yo quiera, eres mi hermosa joya, exótica, distinta, pero eso no te da ningún privilegio, ¿comprendes? — pregunto ahora jalando el rubio y un poco largo cabello de Felipe, provocando aún más el enojo del menor.

— Déjame, ¡ahora! tú no sabes quién soy… — trato de persuadirlo, pero la risa de Ming lo silencio.

— Eres Felipe Zabet, eres el cuñado de Neri, no querrás que comience una guerra con los rusos por ti ¿verdad? Porque si ese fuera el caso, el primero en morir seria tu sobrino.

Felipe grito, lloro e incluso rogo, pero nadie lo escucho, en las tierras del dragón rojo Han Shun Ming controlaba todo, incluso quien oía, quien veía y quien hablaba.

El día siguiente, las personas parecían no ver a Felipe, era como si el joven que caminaba cubierto de sangre no existiera, ni siquiera la policía se detuvo a preguntar qué era lo que le sucedía, tardo más tiempo del normal en regresar a su hogar, cada paso que daba el dolor se incrementaba, sus piernas cedieron en más de una oportunidad, enviándolo al frio de las aceras, donde todos lo veía con lastima, solo una niña hizo el intento de ayudarlo a ponerse en pie, pero la mano de su madre y el miedo en su voz fueron suficiente para hacerla desistir.

— Es el nuevo juguete del señor Ming, déjalo. No lo toques.

Felipe se dejó caer de trasero lo que le causo aún más dolor, un pinchazo que lo dejo sin aire, podía sentir la sangre entre sus piernas, aun así, pudo ver como todos lo veían, aunque luego de unos minutos descubrió que no era a él al que observaban, eran los hombres de la acera de enfrente, los había visto, en reiteradas ocasiones, incluso creyó que lo estaban siguiendo, ahora sabía que no se equivocaba, ¿Cómo era posible que pasara por alto el tatuaje de dragón que se veía en la mano de uno y el cuello del otro? Fácil, porque nuca creyó que en un lugar tan alejado de su hogar debía cuidarse la espalda, porque en su mente de 19 años recién cumplidos, aun había lugar para la inocencia, en ese momento lo pensó, él era inocente, un iluso, un idiota, un soñador, tanto como lo fue Dulce, ¿Cómo pudo creer que, si no se metía con nadie, nadie se metería con él?

Haciendo acopio de la poca fuerza que le quedaba se levantó una vez más, debía llegar a su hogar antes que los custodios de los Bach se hicieran presentes, ya una vez hace 7 años atrás había sido testigo de una guerra, como esos hombres irrumpieron en su hogar, con el desespero que Neri Neizan, el esposo de su hermana mayor, lo había tomado en brazos cubriéndolo casi al completo, cuidando su vida, aun si le costaba la suya propia, y lo había colocado en una camioneta junto con sus hermanos, aun así lo vio, la muerte llego a su hogar, y aunque muchos resultaron heridos solo dos personas murieron ese día, Dulce y Tiago, que en ese entonces tendrían su misma edad, ellos murieron antes de los 20, ¿quería que la historia se repitiera? Claro que no, no podría llevar a su familia a un infierno de ese calibre, menos poner en riesgo a Lukyan, ese niño que aún no nacía, y que era todo para Zafiro, su hermana había sufrido mucho, y en el momento que ingreso en su departamento y fue a la ducha, la conversación que había tenido con Lucero se repitió en su mente.

— A Zafiro la violaron, tres malditos… ayudé a Neri vengarla, aun así, no hice bien mi trabajo, y sus padres buscaron venganza, no estaban solos, el cartel de Cuervo también los ayudo, ellos querían a Tiago, los otros querían a los Zabet—Ángel…fue mi culpa que mis amigos murieran.

Felipe recordaba el dolor en la mirada verdeazulada de Lucero, él comprendía que ella no tenía la culpa de nada, pero también entendía que esa mujer, que era su cuñada, era la princesa, la heredera de los Bach y algún día asumiría su lugar, no antes de cumplir su promesa, acabar con todos y cada uno del cartel del Cuervo, sin importar el tiempo que le llevara, aun luego de 7 años continuaba cazándolos, pero ¿Cuál era el precio para pagar? Victoria había sido secuestrada, era como si una cosa se conectará con otra, como si la muerte de Dulce y Tiago siguiera pesando sobre ellos y no solo con el dolor de su pérdida.

Felipe comprendió que si decía lo que sucedió una nueva guerra se desataría, pero, aun así, él era Felipe Zabet, no caería bajo las órdenes de nadie, aunque le costará la vida, eso si podía jurar, su vida.

— Púdrete, Ming, jamás será tuyo, primero me tendrás que matar.

Se lo juro viéndose al espejo, su rostro estaba casi desfigurado, sus muñecas estaban en carne viva por lo mucho que lucho para liberarse, mientras Ming lo violo, y no conforme con ello, lleno su estrecho orificio con una variedad inverosímil de juguetes sexuales, sonriendo cada vez que él gritaba, sabía que debería ver un médico, casi no podía caminar y mucho menos sentarse, pero solo se dejó caer en la cama, cubriéndose con las mantas, como cuando era niño y los truenos lo asustaban, peor aún, como cuando tenía 13 años y recordaba los disparos que esos hombres hicieron en contra de su hogar, desde esa noche Felipe se sumergió en una pesadilla que parecía ser eterna.

Dos semanas fueron necesarias para que pudiera recuperarse, por lo menos de las heridas de su rostro, dos semanas en la que no abrió su puerta, y solo dijo que tenía una gripe demasiado fuerte y contagiosa, tanto como para ordenar a los custodios que solo permanezcan en su entrada, no se arriesgaría a enviarlos al hotel donde se hospedaban los hombres, sabía que si Ming quería irrumpiría en su hogar para atacarlo, también contaba con que no supiera que eran hombres de los Bach, ya lo había amenazado esa noche de pesadilla, con atacar a Neri y eso que eran aliados, o por lo menos hacían negocios juntos, Felipe se preguntó ¿qué pasaría si el dragón rojo fuera enemigo de la familia Bach? Quizás Ming lo tomara de rehén, para obligar a Kimberly Bach, actual cabeza de la familia y madre de Lucero, a hacer algo que no beneficiaria a nadie solo al oriental.

— ¿Se encuentra Bien señor? — la pregunta del custodio lo trajo al presente, su maldito presente.

— Sí, solo… me caí en la ducha y creo que lastime mi cintura. — respondió, aunque le gustaría decirle que era su trasero el que dolía y como el infierno al caminar, no había dado ninguna explicación en la universidad por su ausencia, era la primera vez en dos semanas que saldría de su departamento y solo era para tomar un poco de aire, algo que desestimo en el momento que vio fuera del edificio a hombres de Ming.

— Regresemos. — dijo al tiempo que se detenía en la puerta del lugar.

— ¿Esta seguro? Debería tomar un poco de sol, esta pálido…

— Estoy bien, regresemos.

Y así paso el tiempo, un mes, al fin podía moverse con normalidad, aunque las pesadillas lo mantenían despierto hasta tarde, Jerry, uno de los custodios con el que mejor se llevaba y el único que soportaba las constantes bromas del joven, que como si fuerana una especia de escudo había vuelto a usar, era quien se quedaba con él la mayor parte del tiempo, era su compañía de charlas, o compañero de juegos en línea, aunque era un hombre mayor, trataba al joven Felipe, como lo llamaba, como si fuese su hijo.

— En verdad, te llevarías muy bien con mi Zack, aunque tiene 22 años, es igual a ti, un bromista y despreocupado muchacho. — Felipe veía como Jerry hablaba con cariño de su hijo, y se preguntaba si Amir lucia igual cuando hablaba de ellos.

— Lo extraña. — afirmo aquello y Jerry solo sonrió, aunque luego de unos segundos agrego.

— Debo acostumbrarme, al fin de cuentas se ira, probará vivir solo, sé que le ira bien, trabaja en una compañía de modas, el pago es bueno y se propuso mudarse a Malba, pero aún no lo puede conseguir un contrato, ya sabes es una sección del barrio de Whitestone, una de las comunidades más ricas y exclusivas de Queens. Las mansiones, aunque son pequeñas deben seguir ciertos lineamientos y las familias que quieren mudarse al área deben solicitar un permiso a la asociación de vecinos. Algo que Zack aun no consigue, no les hace gracia que tres jóvenes sin relación familiar se muden allí.

— ¿Tres?

— Zack y sus amigos, Tom y Reicher. — Felipe dejo de prestar atención al juego de carreras y ocupo sus pensamientos en lo que Jerry le había contado, seria genial mudarse con un grupo de personas que según Jerry eran muy parecidos a él.

— Te gane, no lo puedo creer. — dijo con euforia el mayor y Felipe comenzó a reír, incluso mientras caminaba a la puerta que había sido tocada segundos antes, el joven Zabet no borraba su sonrisa.

— ¿Sí? — dijo al abrir y se arrepintió de inmediato, la mirada fría de Ming lo congelo, y solo cuando Jerry aparecía a su lado se atrevió a pestañar.

— ¿Quién es joven? — pregunto Jerry adquiriendo su estado de custodio.

— Hola, mi nombre es Han Shun Ming, soy uno de los profesores de Felipe, quería saber porque ha estado faltando a clases, tus compañeros y profesores nos preocupamos por ti, pero veo que estas bien. — Felipe podía ver como la mirada de Ming se oscurecía con cada palabra que no era más que un reproche.

— El joven ha estado enfermo, incluso estuvo dos semanas en cama. — se apresuró a explicar el mayor como si realmente fuera su padre.

— ¿Y usted es? — Felipe descubrió que no podía hablar, al ver a Ming solo podía sentir el dolor en su cuerpo, que parecía recordar cada atrocidad que le hizo.

— Soy Jerry, custodio personal de Felipe Zabet.

— ¿Custodio? ¿Tu familia cree que algo puede pasarte aquí? — Jerry al fin noto la palidez de Felipe, algo no estaba bien y el mayor lo sabía.

— ¿Qué materia dijo que imparte?

— No lo dije, espero verte el lunes Felipe… aunque pensándolo mejor… pasare por ti, ya sabes, me queda de camino. — mentía Felipe lo sabía, su casa no quedaba de camino, por lo que eso solo era una amenaza, Ming se lo había dejado claro, era suyo, su joya exótica.

— Felipe, soy tu custodio, pero también tu amigo, puedes confiar en mi muchacho.

Solo en ese momento Felipe se dio cuenta que sus mejillas estaban empapadas, estaba llorando y del mismo miedo no lo había notado, Jerry se movió rápido, sacando su arma de la funda y viendo por la ventana, pero Ming solo salió, a paso lento, sin levantar sospecha alguna.

El teléfono de Felipe sonó y al verlo leyó MAMÁ, solo entonces pudo respirar con normalidad, y sus lágrimas dejaron de caer, él tenía a sus padres, él tenía hermanos, él tenía familia, no estaba solo, quizás podía ponerle fin a su pesadilla.

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