Capítulo 4. Unidos por el dolor
Por Ivana
Mi cabeza era un caos.
No podía ser fuerte, mis sobrinos me necesitaban y también Luis, pero era demasiado para mí.
Si lograba tranquilizarme un poco, iba a poder ayudar.
Ludmila estaba a mi lado, se lo agradecí con el alma.
Siento que alguien se acomoda a mi lado.
Abrazándome, dice.
—Lo lamento mucho.
Era Willy.
—¿Y tu mamá?
Le pregunté sin dejar de llorar.
Se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Falleció hace una hora.
—Lo lamento.
Se quedó unos pocos minutos a mi lado y luego se fue sin despedirse, o sí, no lo sé.
Ludmila seguía sentada a mi lado.
Yo ni podía aclararle nada.
Tenía el dolor más grande de mi vida.
Se fue mi hermana, se fue y dejó a sus dos preciosos y angelicales hijos.
No quiero ni pensar cuánto la van a extrañar, ni en la soledad que van a vivir.
Fué un momento terrible, el peor de mi vida.
A mi dolor se le suma el dolor que siento por no poder hacer nada por que mis sobrinos y mi cuñado estén mejor.
Los días pasaban lentamente, traté de estar con mis sobrinos y mi cuñado lo más posible, gracias a Dios, también estaba la familia de él apoyándolos.
La prima que es psicóloga ayudó mucho a mis adorados sobrinos.
No los dejamos solos en ningún momento.
Pero a pesar del inmenso dolor, la vida seguía, era innegable, los chicos se tenían que acostumbrar a vivir sin su madre, aunque eso parecía una tarea imposible.
No querían salir de su casa, allí se sentía la presencia de mi hermosa Natalia.
Tan dulce como bella.
Dios se la llevó demasiado pronto.
Any me la recordaba tanto, que a veces pensaba que era reencarnación, tiene sus mismos ojos inmensos, color turquesa, el mismo color de caballo, un castaño, muy lacio, su misma naricita.
Era preciosa, perfecta, como lo había sido Naty.
Lito se parecía más a su padre, un poco más grandote y más alto, más rubio y con los ojos azules, hasta la nariz aguileña sacó de su padre.
Eran dos ternuritas.
No sé si se enteraron, amo a mis sobrinos.
Amaba a mi hermana.
Los días pasaron lentamente, pero de pronto, me di cuenta que ya hacía un mes que falleció.
Otra vez un drama, tanto llanto que parecía no acabar nunca.
Por suerte, en el colegio los contuvieron.
Los ayudaron y con todo nuestro acompañamiento parecían estar un poco más tranquilos.
Yo estaba agotada, iba y venía, teníamos mucho trabajo, muchas veces mi sobrina venía a vernos trabajar y hasta nos daba sus opiniones, que eran muy valiosas, era una mirada más juvenil.
Lentamente, aunque nos doliera, parece normal que Naty ya no esté con nosotros.
La extrañábamos con toda nuestra alma, aunque su presencia la sentíamos.
Todos seguimos con nuestras actividades.
Era la parte triste de la vida.
También lo era cuando me reía de algún chiste o disfrutaba de alguna serie de tv, sentía la culpabilidad de saberme viva y ella no.
Creo que es la parte más difícil de un duelo, sonreir y sentirte culpable de hacerlo.
Yo no volví a salir, Ludmila me acompañó muchísimo, no quería dejarme sola, pero a la vez quería ver a Walter.
Le decía que yo iba a estar bien, que salga tranquila.
Mi cuñado también retomó su actividad.
Un día, que los chicos estaban en casa de su abuela, él me llamó, estaba medio tomado, me pidió perdón por haber engañado a mi hermana.
No lo hizo, solo tuvo sexo ocacional con una desconocida.
Entiendo su dolor, debía ser parecido cuando yo disfrutaba de algo y luego me sentía culpable, pero claro lo de él era mucho más profundo.
Le dije que Naty lo perdonaba y que ella mismo le había pedido que tenga una pareja, no ahora, era demasiado pronto, pero si necesita un escape, yo no lo iba a juzgar y Naty, desde el cielo, lo entendería.
Solo esperaba que el día que tenga pareja, sea una buena mujer y quiera a mis sobrinos y respete la memoria de mi hermana.
Por supuesto que tenga en claro que la casa es de los chicos, no le estaba diciendo que se vaya, podía disponer de esa casa para siempre, pero si metía a otra mujer, que ella respetase, sobre todo a mis sobrinos.
Les diera su lugar y les brinde cariño.
A lo mejor pedía demasiado, ya no pedía un gran amor para mí, solo la felicidad de mis dos amores.
Le agradecía a mi cuñado, que a pesar de no estar mi hermana, sigamos teniendo la misma relación, llena de cariño y que me permita tener a mis sobrinos todas las veces que ellos quisieran.
Ya sé que no eran niñitos, y sabían decir claramente lo que querían y sentían.
Siguieron pasando los días, algunos con un dolor insoportable y otros más llevaderos.
Es inevitable, el tiempo pasa.
—Se casa mi hermano.
Dice Ludmila, muy feliz.
—Me alegro, Brisa es una excelente mujer y muy bonita.
—Sí, aparte mi hermano ya tiene 30 años, pero parece más, porque siempre fue un amargado.
—No es así, solo te cuidaba cuando eras chica y al estar yo, todo el tiempo con vos, nos cuidaba a las dos… sí, tenés razón, era insoportable.
Nos reímos con ganas.
Cuando éramos adolescentes siempre estaba atento a todo lo que hacíamos y nos han retado más de una vez, por su culpa, porque siempre nos delataba delante de los padres de mi amiga, pero ya siendo adultos, nos acompañaba y contábamos con él para todo.
Hasta el día de hoy, que era un verdadero amigo para mí.
Contábamos siempre con él, para todo.
—Pensemos que nos vamos a poner para el casamiento.
—Yo no estoy lista como para ir a una fiesta.
Le digo con tristeza.
—Sí señorita, eso no lo permito, él se ofendería y ni te cuento mi cuñada, que se la pasa contando a sus amigas, lo hermosa que sos y todas nuestras travesuras de adolescentes.
—Pero mi hermana…
—Tu hermana espera que seas feliz.
Luego de un rato, con sus palabras me convenció, sé que Naty quería eso.
Comenzamos con los preparativos de nuestros vestidos, faltaban dos meses.
Tratamos de ayudar a Brisa, pero algunas cosas, ella quería que sean una sorpresa.
La entendimos perfectamente.
—Nunca me dijiste que hacía Willy en el hospital ese día.
No hacía falta que diga que día era, las dos lo sabíamos.
—Tenía internada a su mamá, que también falleció ese mismo día.
—Me asombré cuando lo vi y también cómo se acercó a vos.
—Se vé que también necesitaba una cara conocida.
La verdad es que no había vuelto a pensar en él, entre el trabajo, el dolor de mis sobrinos, el de mi cuñado y el mío propio, tenía más que suficiente.
Más un montón de actividades extras que se me sumaron, para estar más cerca de Any y de Lito.
Llegó por fin el gran día para Ariel y Brisa.
Fuimos a la iglesia con unos amigos que en éste momento teníamos en común con su hermano.
Aunque nos llevaba 5 años, cuando crecemos, las edades se acortan, es decir las distancias desaparecen o van desapareciendo las diferencias.
Brisa tenía un año menos que nosotras.
En la iglesia estábamos en primera fila, por ser las más allegadas, yo era como su propia hermana, después de tantos años de ser la mejor amiga de Ludmila.
Por eso no veíamos a quienes iban llegando.
Nos fuimos al salón, sin mirar demasiado quién estaba, decimos ir con el auto de Ludmi, no tenía sentido ir con los dos autos, ninguna de las dos se iba a ir con alguien a un lugar distinto.
Y la que tomaba menos, manejaba a la vuelta, muchas veces hacíamos eso cuando salíamos.
Llegamos al salón, era precioso, las mesas tenían manteles dorados con rombos rojos, cruzados, las sillas estaban ¨vestidas¨ de rojo.
Todo con un gusto exquisito.
En nuestra mesa, estaban Agustín, Ezequiel y Fernando, los mejores amigos de Ariel, también estaba Priscila, pero había dos sillas vacías.
Fernando es nuestro abogado y era bastante amigo nuestro.
—Ya viene el señorito, siempre se hace esperar.
Bromea Agustín.
Están esperando al otro amigo de Ariel.
La verdad, es que si bien teníamos una relación cercana con Ariel, y conocíamos a sus amigos, la relación con ellos era solo cordial, salvo Fernando, que era nuestro abogado, pero como éramos los más jóvenes, nos sentamos todos juntos.
Para mí estaba bien y supongo que para Ludmi también, porque sino, tendría que haberse sentado al lado de sus padres, viendo la diversión de lejos y escuchando sus reproches todo el tiempo.
Porque sí, siempre tenían algo que reprocharle, parecía su deporte favorito.
—Perdón por llegar tarde, había mucho tráfico.
Dijo una voz conocida, que me hizo estremecer hasta el último rincón de mi alma.
Los amigos lo cargaron, porque veníamos todos del mismo lugar.
Cuando me doy vuelta, esos ojos negros, que eran las caricias de mi alma, los siento clavados en mí.
Cuando miro mejor, venía abrazado de una espectacular rubia, era verdaderamente hermosa, ella tenía puesto un vestido negro, que se ajustaba a su perfecto y espectacular cuerpo, era la definición de diosa.
Busqué la mirada de Ludmila, que estaba tan atónita como la mía.
Sin saber porqué sentí punzadas de dolor en mi corazón, que tuve que disimular.
—Hola Luana.
La saluda uno de los chicos, bien, se conocen, debe ser su esposa o al menos su novia, porque para llevarla a un casamiento, tiene que ser alguien importante en su vida.
Evité mirarlos.
Tenía la noche arruinada, sin contar que me sentía cenicienta versión sirvienta, al lado de esa impresionante mujer.
Me dije mil veces que no debería estar allí.