Capítulo 4 — El Joven Alekséi
Cheliábinsk, Rusia. 18 de Noviembre, hace 21 años.
La gélida temperatura en las calles de su ciudad natal abrazaban el delgado y desnutrido cuerpo de Alekséi. Teniendo una pequeña vida en sus manos que mantener, el Alfa se encontraba vigilando una tienda de víveres, esperando que esta se quedara sin ningún cliente para poder ejecutar el plan descabellado que se encontraba maquinando con minuciosidad desde hace 4 horas aproximadamente, que fue cuando la descubrió.
Ya había pasado un mes desde que decidió huir del lugar que tan malos recuerdos y traumas había causado en él y en su pequeño hermano. No quiso arriesgarse a que las cosas siguieran empeorando y poner en riesgo la vida del querido y dulce Omega bajo su cuidado, así que optó por la mejor opción que se le ocurrió en ese momento: Escapar.
No estaba seguro de si habían pasado días, semanas o meses desde que se llevó a Fredek con él, aprovechándose de la sombría oscuridad de la madrugada. Los dos deambularon por las calles sin un destino fijo, dejando atrás aquella casa que tan descuidada y maltratada estaba que nadie se atrevería a pensar que estaba habitada.
—Alek, ¿qué haremos ahora? Tengo un poco de hambre — pregunta el menor, entonces con apenas doce años y con gruesas lágrimas deslizándose por sus mejillas.
Alekséi se insultó internamente por no haber tomado más de las escasas reservas de comida que quedaban en aquel agujero del infierno, no sabía cuánto tendrían que estar a la intemperie sin un techo sobre sus cabezas. Debió haber sido más precavido.
—Tranquilo, Fred. Toma — revisando en su bolso saca un sandwich que había preparado con anterioridad y se lo entrega —. Cómelo, debes resistir un poco más, todavía debemos encontrar un lugar para dormir. Está haciendo demasiado frío y no quiero que enfermes — acariciando los pómulos ruborizados por el frío con sus pulgares para retirar delicadamente las lágrimas que goteaban de sus pestañas, le sonríe al menor para tratar de confortarlo.
—Pensé que habías dicho que teníamos que ser cuidadosos con la comida — Fredek susurra, tratando de devolverle el emparedado —. No lo quiero si eso significa que tú no comerás.
A Alekséi se le encoge el corazón ante la preocupación persistente en su tono y maldice otra vez al destino de ambos por tener que soportar la desdicha de su situación actual, sintiéndose con las manos atadas sin una pronta solución al obvio problema en donde se había metido.
—No seas tonto. Anda, come — empuja las manos de Fredek hacia su boca para que le de un mordisco al pan —. Ya yo comí y no tengo hambre. No necesitas preocuparte por eso.
Empiezan a caminar nuevamente, mientras Alekséi sigue preguntándose qué demonios es lo que hará o a dónde irán para por lo menos cerrar los párpados sin temer por la seguridad de su hermano. Dormir en las calles no era una opción, un pequeño Omega como Fred estaría a completa disposición de cualquier depredador y le daba pavor no tener las fuerzas necesarias para poder defenderlo.
No, los callejones no eran una opción. Al final tendría que pedirle ayuda a la única persona a la cual no quería ni debería acudir, pero incluso teniendo que pedirle auxilio sería mejor que permanecer otro día más bajo el calvario al cual estaban vulnerables.
—Fred — murmura luego de un rato de caminata en silencio —. Sé que probablemente no te gustará lo que te diré, así que lo soltaré de una vez — se detiene para observarlo, sonriendo por las migajas del sandwich adheridas a las comisuras de sus labios. Se veía adorable.
—¿Qué pasa, Alek? — cuestiona, alzando su cabeza para encontrarse con los ojos de su hermano.
Alekséi toma una profunda respiración antes de hablar. Si hay alguien a quien le gustará menos la idea de tener que ir a ese sitio, sería al pequeño Omega.
—Debido a lo apretados de dinero que estamos y teniendo en cuenta que no tenemos realmente otro lado a donde ir… Me temo que tendremos que quedarnos con la tía Milenka.
Milenka era la hermana de su padre, él y ella no se llevaban muy bien. Él por ser un sinvergüenza, alcohólico, apostador empedernido y maltratador de sus dos hijos. Ella por ser una estricta fanática religiosa, la cual no dudaba en castigar duramente a ambos menores, aferrándose a la excusa que lo hacía en el nombre de Dios.
Fred le tenía mucho miedo, siempre que se veían forzados a ir trataba de hacer el menor ruido posible y de ser lo más invisible que podía. Alekséi estaba al tanto, por eso cuando notaba que la obstinada mujer dirigía su atención al pequeño, buscaba la manera de meterse en problemas para desviar su furia hacia él.
Odiaba poner al menor en esa encrucijada, pero al ver el último proceder del que se suponía su padre, no vio ninguna otra salida viable. Fredek lo observó, abriendo ampliamente sus ojos, antes de asentir levemente con su cabeza.
—Te prometo que sólo serán unos pocos días, Fred — le prometió con convicción —. Dame un poco de tiempo para conseguir el dinero suficiente para poder tener un lugar, en donde estemos sólo nosotros, ¿si? — acariciando en aquel entonces los castaños mechones de su hermano.
—Está bien, Alek — dijo, luego de analizar su condición por unos pocos segundos —. Si esa es la única opción que tenemos ahora, lo entiendo. Sólo no quiero que te sigas poniendo en peligro. No quiero que pelees más, no quiero verte herido otra vez — le dijo decidido, respirando con dificultad.
El Alfa sentía un nudo del tamaño de un balón de fútbol obstruyendo su garganta. Entendía completamente lo que su hermano sentía y él mismo no quería estar en esa posición tampoco. Moriría antes de exponerlo, de volver a revivir ese averno.
—Te lo prometo, Fred. Nunca más.
Y ahí estaba, casi a medianoche, acechando al encargado del lugar. Recorría los pasillos lentamente, pretendiendo pensar en lo que le gustaría comprar cuando en realidad estaba decidiendo el mejor proceder para asaltar el local alejado de la civilización. Ya tenían un mes nocivo viviendo con su tía y estaba empezando a desesperarse con la mujer.
Buscando dinero de todas las maneras posibles para poder sacar al único que consideraba su verdadera familia de esa maldita casa, venía robando a diestra y siniestra a cualquier inocente que no sospechaba nada hasta que ya era demasiado tarde. Llegaba al anochecer, cuando la luna estaba en lo más alto, teniendo que aguantar los incansables sermones de su tía y velando por su hermano.
Encontró finalmente el momento justo cuando estaba a punto de rendirse debido a un descuido del empleado. Conteniendo el aire para no delatarse, se acerca a él desde atrás, pasa el brazo izquierdo sobre los hombros del hombre y con su mano libre presiona la afilada navaja que tenía en el bolsillo de su camisa sobre su delicada garganta.
—Te aconsejo que no hagas ningún sonido, no estoy de humor para mierda — le susurra al hombre asustado al oído —. Ahora, abrirás la caja registradora y me entregarás todo lo que tienes allí. Sin movimientos bruscos, sin resistirte. Rápido y seguro. Si me entiendes, asiente con la cabeza.
El hombre, no queriendo empujar su suerte, asiente frenéticamente, siendo dócil y obediente. El Alfa le da un leve empujón para que se apresure a hacer lo que le acababa de ordenar, comenzando a extraer fila tras fila de billetes dentro de la caja, todo bajo la aguda mirada de Alekséi, que no cede al seguir prensando el cuchillo sobre su pulso desbocado, para que esté seguro de que no anda con rodeos.
Al cabo de un corto instante, el empleado ha llenado una bolsa de papel con el botín, extendiéndola hacia Magnus con manos temblorosas.
—Bien, ahora déjala en la orilla del mostrador. Si tan siquiera huelo que intentas hacerte el valiente, enterraré profundamente mi navaja en tu garganta y la retorceré para que no dejes de sangrar — con su voz profunda y ronca por la adrenalina corriendo por sus venas.
El hombre aterrorizado hace lo que le pide, y alza las manos a los costados de su cuerpo, dándole a entender que no opondrá resistencia. Justo en ese momento, se ven luces de un auto deteniéndose afuera por los cristales de la tienda.
—¡Mierda! — exclama el Alfa, poniéndose nervioso ante el giro abrupto de los eventos. Sus palmas empiezan a sudar y siente grandes gotas de sudor bajando por su espalda.
«Vamos Alekséi, haz algo rápido», se dice a sí mismo en su mente, tratando desesperadamente de que una solución llegue milagrosamente. Pero no sucede y repentinamente las puertas se abren, un corpulento hombre dando un par de zancadas hacia la luz artificial de las bombillas. Viste un pulido traje negro y tiene una cara de “no me jodas o te arrepentirás” prácticamente tatuada.
Barre veloz el perímetro y al percatarse de la intrincada circunstancia en la que se ve involucrado de imprevisto, sus músculos se ponen rígidos. Inmediatamente lleva su mano al interior de su chaqueta y de allí saca una pistola con la que apunta fijamente al joven Alfa. Este pone al sobresaltado empleado en frente de él, utilizándolo como escudo.
—Te sugiero que pienses bien el próximo movimiento que realizarás, chico — su voz sonaba grave, con un evidente tono de advertencia —. No vaya a ser que te arrepientas después.
Por su olor pudo determinar con eficacia que se trataba de un Alfa. Se recordó que no se dejaría pisotear por nadie nunca más y ese hijo de puta no sería la excepción.
—Escúchame, infeliz. He venido con un propósito y ese es llevarme el dinero de este maldito lugar — ladra entre dientes, desafiándolo con la mirada. Podía percibir los temblores del empleado bajo su fuerte agarre —. Este idiota ya me lo ha dado, así que lo tomaré y me iré. Tú no te interpondrás en mi camino.
El hombre parece imperturbable ante su ultimátum, inerte, sosteniendo el arma en su dirección. Luego una de las comisuras de su boca se inclina levemente hacia arriba.
—Pero miren nada más, una pequeña mierdita insolente. ¿Y con qué exactamente lograrás quitarme de tu camino? ¿Con el cuchillo de juguete que tienes allí? — tratando de perturbarlo, Alekséi se esforzó por no caer en su juego —. Te recomiendo que reconsideres tus opciones, ese dinero no te pertenece. Es propiedad de Yurik Ivanov. Este es su territorio, por lo tanto, si crees que vas a salir vivo de aquí con algo que no es tuyo, te informo que estás muy equivocado.
«¿Yurik Ivanov? ¿Quién carajos es ese tipo?» Fue lo que pensó Alekséi al escuchar los parloteos del hombre. Él había pasado mucho tiempo en los bajos fondos, había captado chismes acerca de muchos mafiosos y traficantes en sus peleas clandestinas (cortesía de su padre), pero nunca antes había oído ese nombre.
—¿Y quién coño es ese tal Yurik Ivanov? — pregunta con rudeza al momento en que la campanilla de la entrada del establecimiento tintinea, indicando el ingreso de alguien más al lugar.
Un sujeto un poco más alto que él, de prominentes hombros, peinado perfectamente estilizado, con un impecable traje gris con corbata azul brillante, zapatos negros lustrados, se detuvo al lado del que sostenía el arma. Se le quedó mirando con una confianza asentada, de esas que sólo los cabrones más malignos tenían, antes de pronunciar palabra.
—Ese soy yo, chico. Y si tienes alguna consideración por conservar tu corazón latiendo, es mejor que cuides lo próximo que vayas a decir antes de volver a abrir la boca.
Y fue justo ahí, en ese trance en particular, que la vida de Alekséi Magnus tomó un curso totalmente inesperado. Llevándolo a recorrer el largo, tortuoso y pecaminoso sendero que lo instaló en la más alta categoría de la ilegalidad y de los crímenes impunes.
Fue justo ahí en donde él y su pequeño hermano terminaron bajo la tutela del que sería el hombre que más se asemejó a la figura paterna que alguna vez soñó con tener.
Fue allí, jodidamente ahí, en donde subió escalón por escalón de aquella montaña categórica de poder, que sin él saberlo o preverlo lo llevaría a conocer, muchos años después, a una de las personas que más amaría en su vida.