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Tenía una gafas de sol negras, que bajó con descaro, haciendo un gesto estudiado para visualizarme con frescura de arriba a abajo y sonrió ladino el muy perverso.
Retomé la marcha que había detenido por la intensidad de su mirada, y relamió sus labios consiguiendo que me temblaran las piernas aunque continué mi avance.
— Buenas tardes caballeros — pronuncié con la voz firme a pesar del candor del momento. Los otros me devolvieron un educado gesto de sus cabezas, un poco frío pero protocolar y me obligué a fijar mi vista de regreso al morenazo.
Él volvió a poner los espejuelos en su sitio y sacó una de sus manos de los bolsillos de su pantalón, dónde ambas se encontraban refugiadas, alzando un dedo para mí.
— ¿Eres Lucy Stuart?
— Encantada señor Arias — repondí y estiré mi mano con elegancia hacia la suya y él la tomó, acariciándola de manera sutil pero atrevida para ser mi supuesto jefe — es un placer conocerlo y trabajar con usted.
— Estupendo señorita, prefiero no pronunciar mis placeres todavía. ¡Vamos por aquí por favor!
¡Maldito imbécil!
Ya quería matarlo.
Me había dejado en ridículo delante de los otros tres hombres, que tomaron nuestras maletas y avanzaron detrás nuestro.
Finalmente estaba en zona vip. Por fin aislada del bullicio de la otra parte del aeropuerto. Con un refrescante y poderoso aire acondicionado que refrescaba el calor de mi cuerpo.
Cómo había asumido que haríamos dada la clase de mi jefe, tomaríamos un vuelo privado, en uno de sus aviones que estaban habilitando por un imprevisto de última hora.
A paso rápido, tuve que seguirlo hasta la pista. Perdiendo la climatización exquisita de la sala vip.
Verlo delante de mí, avanzando con seguridad, los hombros anchos y cuadrados. El traje perfectamente ajustado a su espléndida espalda, un culo marcado en los pantalones, me hacía perder la vista allí, hasta que casi tropiezo con él, por ir de mongólica mirándole el trasero a mi jefe.
— ¿Está bien señorita? — preguntó él, medio sonriendo el puñetero.
— Maravillosa señor — contesté sacando mi pecho, obteniendo su mirada en ellos.
— Ya lo veo ya, Lucy. Sube...
Su orden y su frasesita con doble sentido me hizo sentir relajada.
Había dejado de turearme y no parecía inmune a mis encantos, cosa que me fascinaba porque yo no lo era a los suyos aunque, trabajaría duro para serlo.
No podía liarme con mi actual jefe y futuro socio si todo iba bien.
Me hizo un gesto para que abordara el avión, y cuando puse un pie en la escalerilla, se colocó a mi lado y puso su palma abierta y caliente sobre el final de mi espalda, haciendo que casi saltara ante su potente toque.
Subíamos uno al lado del otro y me hizo una pregunta que me descolocó completamente...
— ¿ Hay algún otro hombre aparte de mí en tu vida Lucy?
Me detuve en seco, haciendo que los cuatro hombres que subían conmigo imitaran mi gesto porque no tenían otra opción.
— Esa pregunta está fuera de lugar señor — apunté girándome hacia él, que se perdió en la unión de mis labios.
No podía descifrar lo que su expresión proyectaba. Miraba mi boca con deseo y me extrapolaba ese deseo a mí también, que si hubiera podido elegir en aquel momento, me habría encaramado a su cuerpo y lo tendría embistiendo el mío en plena escalerilla de lo mucho que me ponía su actitud descarada y directa, debo decir.
Recorrió mi cintura un poco más, y lo noté acercarse a mí, haciendo que su mano se estirarse hasta la otra parte de ella y con un gesto de su cabeza, indicó a sus hombres que pasaran.
— Repondeme siempre que te haga una pregunta Lucy.
¡Oh dios mío nunca debí venir!
Me fascinaba el tono ronco que había adoptado su voz. Era tan fuerte y dominante que podía sentirme deseosa entre mis piernas por volver a oírlo, pero sobre todo, por sentirlo en mi piel. Tendría que ser maravillosa la sensación de aquel macho potente hablando así sobre mis piernas abiertas en su boca.
¡Joder, joder, joder... Lucía céntrate!
— No hay hombres en mi vida, porque no quiero nada con nadie y eso — me acercó a él tanto, que tuve que poner mis manos en su pecho y, madre del amor hermoso que bien se sentía — también lo incluye a usted. Suélteme...
Esto último lo susurré cuando me pegó todavía más, si es que eso era posible.
Sus ojos conectaban con los míos por encima de las gafas y nuestros alientos se mezclaban demasiado, lo que marcaba una enorme cercanía de los dos.
— ¿Quieres ser mi asistente en este viaje , o mía simplemente?
— Eres muy directo — dije anonadada por su franqueza.
— Te deseo y sé que me deseas también; pero no me acuesto con mis empleadas — pasó su nariz por mis labios con gloss transparente — así que decide ahora si subes como mi acompañante o mi empleada. Me gusta como huele tu boca.
Por mucho que deseara dejar que la probara, no podía olvidar a qué habíamos venido y de seguro no podría dejar que mi socio, entrara en mi vagina, por mucho que lo deseara. Eso pondría en peligro nuestro futuro negocio.
Además del hecho de que asumiera que puede tratarme como a una señorita de compañía.
Su pretensión me molestaba.
— Respete mi espacio personal señor Arias por favor.
Levantó las manos instantáneamente, como si lo hubiese quemado algo de mí.
Supongo que mis palabras secas, duras y directas, que nos devolvieron al trato de usted, fueron las que le quemaron y le respondieron a la vez.
Estiró una mano para indicarme que subiera, asumiendo así, que sería su asistente y no su juguete en este viaje.
Sin embargo cuando subí dos escalones más, lo volví a escuchar hablar con aquella voz que ya me estaba volviendo loca en su segunda ocasión.
— ¿Estás segura de que eso es lo que quieres?
Volví a detenerme. Con la mano aferrada al pasamanos y apretando con fuerza los ojos también, para impedirme saltar sobre él y rodar incluso,escaleras abajo con tal de pegarme a su cuerpo que emanaba poder, promesas de sexo salvaje y mucho erotismo.
Miré hacia atrás por encima de mi hombro y dejando que mis ojos pasearan a su antojo por aquel cuerpo, aquel hombre y aquella escencia masculina arrolladora dije...
— ¡ No!