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Camino desesperadamente por mi habitación en busca de conjuntos para un mes en una isla del caribe.
Pero necesito que no delaten mi acomodado estatus económico.
Perchas y más perchas de ropa se mueven entre mis dedos, buscando cosas adecuadas para despistar a mi acompañante. Consiguiendo casi ninguna.
Tengo que perder la costumbre de comprar marcas. Pienso y me regaño mentalmente, aceptando que la ropa es algo demasiado básico como para darle tanta importancia; pero no en este caso.
En este caso mi atuendo puede delatar los ceros en los cuentas.
Me iba en dos horas para el caribe. Específicamente a Cuba. País pródigo en manifestaciones artísticas y creadores de renombre universal.
Estaríamos un mes entero allí, en la mayor isla del caribe, fingiendo ser ambos, lo que ninguno era.
Con bondades naturales disponibles para arroparnos, junto a un clima cálido y un mar ideal; pero ni él ni yo íbamos de excursión, más bien íbamos de incógnito en los planes del otro.
Mi nuevo jefe, el billonario Rodrigo Arias, me había contratado descaradamente para ser su asistente personal, asumiendo que obtendría de mí, información sobre la empresa de la que en realidad era dueña, mientras el creía que había sido allí, una simple secretaria. Solo que él no sabía, que la supuesta asistente era su próxima socia, si todo salía bien.
Decidí tomarme unos minutos para organizar mis ideas, y tomando mi tasa de café, salí al balcón de la terraza de mi penthouse viendo como la ciudad de Madrid cobraba vida matutina debajo de la visión periférica que enviaba imágenes citadinas a mi caótica mente.
Apoyé mis brazos en el muro de granito y colocando la tasa a mi lado, volví a vagar por los pensamientos que me tenían tan aturdida en estos días.
Aquel hombre moreno, de ojos negros intensos, barba elegante de no más de los dos días que se veía que se permitía, y que me la estaba jugando.
El muy cabrón había contratado a mi antigua asistente, todo supuestamente claro está, para sacarle información sobre mi empresa antes de fusionarse y así, conociendo mis puntos débiles, obtener ventaja del negocio.
Yo... rubia, ojos verdes, cuerpo divino que me trabajaba bastante y mente privilegiada, había decidido que mi proyecto, que sería pionero en la industria, no lo fusionaría con la empresa de un tío, que iba con segundas intenciones y no de frente.
Era buenísimo en su trabajo, sí, podía reconocerlo; pero yo también lo era en el mío y no podía dejar que un idiota que se creía listo me vacilara.
Cuando supe que estaba buscando una asistente personal, que hubiese trabajado conmigo, tracé mi plan.
Me haría pasar por su perfecta chica de los recados y con el currículum que le preparé de verdades a medias, no pudo negarse, sobre todo, porque había puesto que me llamaba Lucy Stuart.
No era del todo incierto, debe especificar... Mi nombre completo es Lucía Figueroa Stuart. Mi madre era británica, pero mi padre español, así que en realidad solo había jugado un poco con mi nombre y evidentemente, él no lo había tenido tan en cuenta, pues me contrató enseguida, a través de su verdera asistente personal, que a juzgar por la mala cara y trato con que me atendió, no le había sentado bien saber que el bombón de su jefe no la llevaría a Cuba, y en su lugar lo haría yo...
“ La nueva”
Me sonreí mirando los taxis aglomerarse en el semáforo, pensando en lo equivocada que estaba la muy tonta y lo mucho que disfrutaría ver su cara el día que supiera que yo también sería su jefa en el futuro, si llego a confiar del todo en Rodrigo durante este mes.
— Traigo refuerzos — el sonido de la voz de Blanca, mi asistente personal... la verdadera, se coló estrepitosamente por mis tímpanos y me obligó a entrar a mi habitación nuevamente, para encontrarla soltando dos maletas en el medio de mi suelo de mármol negro pulido — me siento como en la novela el príncipe y el mendigo, pero versión femenina.
Sonreí, caminando hasta ella y besando sus dos mejillas. Éramos amigas también, pero era una excelente asistente.
— ¿ Me explicas? — le pregunté señalando las maletas y sentándome sobre una de ellas, cruzando mi pierna de manera elegante.
— Como imaginé esto — señaló mi cama llena de ropa y mis zapatos por todo el suelo de mi vestidor — te traje dos maletas llenas de mis mejores trapos — abrió los brazos sonriente y encogiendo los hombros — no son de las mejores marcas como tu ropa, pero tienen buena calidad y por suerte, tenemos las mismas medidas, solo que zapatos si, tienes que exponerte a usar los tuyos. Si se da cuenta, le dices que robas a ancianitos que salen del bingo para comprarte las mejores marcas del mercado. Puedes alegar trastorno fetichista patológico.
No pude reprimir una carcajada grosera para mi estilo refinado. Casi me caigo de la maleta, de las convulsiones que daba mi cuerpo con la escandalosa risa que me había producido su ironía mañanera.
— Eres única.
— Lo sé — me sacó la lengua de manera infantil — pero me gustaría que me lo dijeras más veces.
Me pasé el resto de la siguiente hora, haciendo las maletas con las cosas de Blanca.
Decidí que mejor llevar pocos zapatos y comprar allá cosas del país, así disimulaba mi sobrada economía, y pasaba como la típica chica que ama los zapatos y no puede evitar comprarse todos los que puede pagar con los ahorros de un sueldo básico.
Tampoco es que él fuera a estar pendiente de mi calzado pero no podía arriesgarme. Soy una perfeccionista por naturaleza.
Durante mi ausencia, Blanca se encargará de todo mi trabajo y mantendremos una estrecha comunicación nocturna para estar al corriente de mi negocio.
Una pequeña, pero en ascenso empresa de creación de programas para las mejoras de funcionamiento rápido y eficaz para las grandes empresas. Acababa de diseñar una aplicación pionera en ese sentido, y el listo de Rodrigo además de comprar mi aplicación, quería que fusionaramos las empresas para mantener mis habilidades como uso privativo para él.
No podía negar que me convenía, era un gran empresario y todos sus millones se volverían nuestros, a partir de los por cientos en la fusión, pero aún así quería ver desde dentro, si era transparente e íntegro como decían. No iba a asociarme con ningún delincuente, que terminara arrastrandome a la cárcel, si alguna vez sucedía algo.
Avanzaba por el aeropuerto, apresurada y ataviada en un vestido sin mangas, de algodón color crema a la altura del final de mis muslos, que combinaba con mis botas de cuero Louis Vuitton, que esperaba no se hicieran notar las fabulosas.
Esquivaba personas en todo el maldito sitio, cosa que no solía pasarme porque viajaba en vuelos privados, pero debía fingir.
Tirando de mis dos maletas, con el pelo rubio cenizo rozando el final de mi cintura, suelto y rebelde y las gafas de sol, que gracias a dios llevaba, lo ví.
La protección que colgaba de mis orejas y entrecejo, me aislaba de su fija mirada por mi cuerpo, evitando que sus ojos colisionaran con los míos.
Estaba allí, en la puerta de embarque esperando por mí, rodeado de tres hombres y a pesar de no saber quién era yo, definitivamente para mí no era lo mismo. Sabía perfectamente quién era él. Pero verlo en persona, supuso un desnivel hormonal brutal en mi hipófisis.
Tenía un traje negro, con los puños por la mitad de sus brazos, dejando ver la blanca camisa enroscada bajo ellos también. Sin corbata y con los tres primeros botones de su camisa abiertos, dejando que su pecho revelara algunos vellos varoniles que me excitaban solo de pensar que pudiera tirar de ellos con mis dedos resbalando por su piel.
¡Joder!
¿Que demonios estaba pensando?