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Tres

Cassie salió de la oficina pasadas las seis de la tarde. Tuvo una reunión de última hora con el presidente de la compañía. Las cosas iban bien; tenían muchos proyectos por delante y sus comisiones ascendían. No podía llegar a pensarse multimillonaria, pero al menos el dinero no le faltaba según sus limitados gastos.

Cassie vivía en una casa propia, de modo que se ahorraba el alquiler y gastos que normalmente tendría alguien de su edad. Sus gustos no pasaban de ser básicos; flores de temporada y remodelaciones menores en decoración de su sala y zapatos. Adoraba los zapatos. Tuvo que construir un closet en la habitación hacía poco más de un año.

—¿Saliendo tarde, jefa? —Su voz la sorprendió. Era la última persona que pensaba que se encontraría en el parqueo.

—Reunión de última hora —le contestó sin girarse.

—¿Se va sola a casa?

—No ves a nadie más aquí, ¿o sí?

—Supuse que alguien vendría a buscarla. No sabía que mi jefa estaba soltera.

—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? —Su ambigüedad era descabellada.

—Nada —respondió mientras se pasaba la mano por el cabello.

—¿Te han dicho que eres irritante? —Lo encaró—. Además de todo, ¿qué haces aquí?

Cassie entendía que no dejó tanto que hacer para el nuevo encargado. Ella se había hecho cargo de la posición desde que Amalia renunció.

—Intento adaptarme lo más rápido posible. —Él fue escueto y ella necesitaba llegar a su casa rápido—. Martes complejo, ¿verdad?

Ella no sabía por qué lo decía, no hasta que se dio cuenta de que se masajeaba el cuello con la mano derecha. Hizo un ademán y emprendió el camino hacia su carro. Una copa de vino y una hamburguesa podían solucionarlo todo. Su sobrino la había llamado preocupado, pues no se retrasaba. Si lo hacía, le escribía al WhatsApp. Los pies le mataban. Necesitaba quitarse ya los tacones y estar cómoda con su pijama. Hacía un poco de frío, pero nada que un buen chocolate caliente pudiera solucionar.

Cassie se metió en el coche y cerró la puerta.

Qué día tuvo.

De manera inconsciente, estuvo atenta todo el día a los movimientos del nuevo empleado. Se comportaba bien, escuchaba cada cosa que ella le decía y sonreía de vez en cuando. Parecía agradable.

Con un rápido movimiento, sacó sus pies de los zapatos negros que traía puestos. Ese día se puso un vestido rojo sangre y se dejó suelto el cabello castaño oscuro. No era dada a dejarlo en ese estado, le gustaba más recogido sin que entorpeciera.

Cansada de divagar con su mente, encendió el motor del carro y este la dejó con las ganas; soltó un ruido extraño. Cassie abrió los ojos de par en par.

Esto no podía ocurrir.

No tenía la menor idea de cómo reparar vehículos.

Lo intentó de nuevo y en esta ocasión se escapó un ligero humo del bonete.

—Hey, parece que necesitas ayuda. —La voz de Jonas la exaltó.

«Es como un sabueso».

Se reclamó por tal pensamiento. No era más que una casualidad. Ni que se le apareciera en otro lugar aparte de sus pesadilla diurnas.

Había dos cosas a las que Cassie le temía, la soledad y la oscuridad. Desde niña intentó lidiar con ambas, pero falló estrepitosamente.

Bajó el cristal, observó la tenebrosa noche y olió el frío que se colaba silencioso en el carro.

—Quizá sea la batería —comentó.

Al menos eso escuchaba que las personas siempre decían. Por eso se compró un carro actual, un Mazda rojo 2015. Fue la apuesta perfecta.

—Ábrela y veremos. —Se colocó delante del bonete.

Ella hizo lo que le pidió y escuchó cómo él movía alambres dentro del carro.

—¿Ya sabes qué es? —Tamborileó los dedos en el guía.

—Tu batería está muerta, no tiene nada de electricidad. —Él se acercó y se inclinó sobre el cristal. Su aliento era fresco—. ¿Tienes alguien en casa que venga a buscarte?

—No necesito a nadie, puedo pagar un taxi —fue su respuesta.

—No me molesta llevarte.

No se amedrentó por la respuesta, en cambio, sonrió amable.

—Quédate tranquilo. Puedes irte.

Se alejó del cristal y asintió justo antes de darse la vuelta.

Cassie no tenía a quién llamar, ni siquiera se sabía números de taxis. Jamás tuvo que usarlos. Siempre que salía iba en carro y en una circunstancia extrema se trasladaba acompañada de su exnovio desde hacía un mes, Jason James. Su relación se terminó por el reciente descubrimiento de la infidelidad de este.

—¿Qué hago? —se cuestionó en voz alta.

Cliqueó en Google y descubrió un número al azar de una compañía de transporte.

—Ahora mismo todas nuestras unidades están ocupadas —le respondió una voz joven detrás del teléfono cuando ella le dio la ubicación.

—Genial —murmuró al colgar.

Se fijó entonces en unas luces que iluminaban casi todo el parqueo de la empresa. No quedaban más que tres vehículos allí, incluido el de ella. Reconocía el de Carol, la ama de llaves. Ella siempre salía tarde. El otro no lo reconocía.

El carro se acercó con lentitud hasta que estuvo frente a ella.

—Solo quiero asegurarme de que vendrán a buscarte. —Era Jonas otra vez.

Calculó sus opciones y se bajó de su carro con la cartera, las llaves en una mano y en la otra los zapatos de tacón.

«Para momentos desesperados se toman medidas desesperadas», intentó darse positivismo, aunque no sabía cómo soportaría estar en un lugar reducido con un hombre tan atractivo como Jonas Cortes.

Respiró dos veces profundo antes de abrir la puerta del copiloto.

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