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Dos

—Mel, ya te he dicho que debes bajar la tapa cuando salgas del baño.

Ella estaba cansada de corregir siempre lo mismo. Su sobrino era un adolescente complejo. Esperaba que sus vacaciones no tardaran en terminar.

—Lo siento, tía Cassie —le gritó desde su habitación.

Cada día era la misma rutina. Siempre sucedía lo de la tapa del inodoro antes de irse a trabajar y luego al regresar. También sucedía lo mismo con las papas fritas y las hamburguesas. Se volvió tradicional en su casa.

Su vida era compleja desde que sus padres murieron hacía cinco años. Viviendo sola en su casa de infancia, le agradaba tener compañía al fin. Su único hermano, Matthew, envió a su sobrino con la esperanza de que este dejara un poco las malas compañías que circundaba recientemente.

Matthew estaba preocupado y convencido de que Mel consumía algún tipo de droga, por eso necesitaba alejarlo de todo.

Aunque pasar la mayor parte del tiempo solo no fuese la mejor manera, vivir por tres meses alejado de esos chicos podía ser la solución.

—Tía Cassie, ¿dónde pusiste mi celular?

Cassie lo miró largo y tendido y consideró la posibilidad de mentirle.

—Está en mi habitación. Pensaba tirarlo en la basura para que dejases de usarlo, pero entiendo que arruinaría tus vacaciones —contestó al final sin ocultar ni un ápice sus antiguas intenciones.

—Gracias a Dios que recapacitaste. —La abrazó y salió a toda velocidad a buscar el móvil.

Mel era una copia más desgarbado de su hermano mayor; ojos azules como el agua del mar, cabello oscuro y ondulado, nariz poco redondeada en la punta y cejas extrañas y oscuras. Cassie estuvo embobada por Matthew hasta que cumplió los diez años. Se dio cuenta de que su hermano siempre sería su hermano y el hombre que la cuidaría, pero se percató de que había más peces en el mar, los cuales, según su madre, eran correctos para enamorarse. Era un comentario que hacía mientras estallaba en carcajadas. Cassie entendió, al llegar a la adultez, que en su mayoría las hermanas menores se enamoraban con facilidad de sus hermanos. Ahora esas anécdotas no eran más que hilarantes.

—Mel, me voy ya al trabajo —le exclamó.

Tomó su cartera y se terminó de calzar los zapatos de tacón de aguja. Según su sobrino, esos zapatos eran más sexis que los que usaba su madre.

Recordó cómo había visto a Melissa en distintas ocasiones. Ella siempre estaba vestida con zapatos bajos y jeans. Muy diferente de cómo se vestía Cassie; conjunto de chaqueta y falda entallada por completo a su cuerpo, camisa blanca por lo regular y tacones negros o rojos. Todo dependía de qué clase de clientes o reuniones atendiera ese día. Ella era la encargada de una firma de arquitectos. No era una empresa multinacional, pero sí era la única que había en MeadVille.

Cassie salió de la casa y respiró aire puro. Al menos allí se respiraba tranquilidad.

Había casas en ambos extremos de la suya. Eran enormes y deslumbrantes a nivel arquitectónico. Eran casas convertidas en arte. La suya destacaba por no tener barrotes de dos metros ni puertas de medio millón de dólares.

Aunque MeadVille no era un pueblo gigantesco, sí tenía a muchas personas influyentes y de dinero, las cuales vivían allí o al menos con inmuebles rentados.

La compañía en la que Cassie trabajaba se especializaba en la decoración y creación de un diseño más acorde con el dueño de la vivienda. Muchas fueron derrumbadas y vueltas a levantar sobre un mundo de ideas que ellos como empresa se encargaban de llevar a cabo.

Cassie Blake era la responsable de su departamento completo, llevaba órdenes y pedidos día tras día.

—Buenos días, señorita Blake —la saludó la secretaria cuando la vio entrar.

—Buenos días. —Pasó por el escritorio y retiró el café que la joven siempre le guardaba.

Era una chica aplicada que se había enterado desde temprano cómo le gustaba el trabajo a Cassie Blake.

—Hoy continuamos con la búsqueda de representante de Compras y pedidos —le comunicó la secretaria con la carpeta en la mano.

—¿Ya llegaron los candidatos? —Dejó la cartera en el escritorio y se sentó en su incómoda silla de piel.

—Hay un hombre —balbuceó Persie.

«Qué elocuente está la niña», pensó Cassie.

—¿Un hombre? —Levantó las cejas.

La chica se sonrojó y miró la puerta. Estaba nerviosa, y eso podía notarlo a simple vista. Le aburría y a la vez le entretenía la juventud clásica.

Ella nació vieja e impredecible.

Con veintinueve años manejaba un departamento lleno de hombres maleducados y trabaja con contratistas bravucones y con decoradores obsoletos. Su temple y falta de nerviosismo la habían posicionado como la mejor apuesta para encaminar a la empresa a un mejor futuro.

—Persie, ¿crees que puedas dejar de actuar como una niña embobada y hacer que pase el caballero? —Su pregunta y el tono empleado hizo que la joven se sonrojara aún más.

La joven asintió y casi tropezó con la alfombra que había en el medio de la oficina cuando iba a salir.

Cassie subió los ojos al cielo. Las tonterías que debía soportar.

La puerta se abrió de repente.

Tragó en seco.

El hombre en cuestión era atípico.

El nerviosismo de Persie no la preparó para verlo entrar.

Vestía unos jeans oscuros y una camisa negra de mangas largas. Asimismo, calzaba unos zapatos marrones, los cuales hacían juego con su correa y con sus ojos enormes y avellanados.

—Señorita —saludó acercándose a su escritorio.

Cassie se levantó de inmediato como sprint y le tendió la mano.

—Blake. —Su mano se sintió caliente y fuerte. Era un tipo seguro de sí mismo. El saludo no duró más de dos segundos, pues el hombre parecía no estar embobado como lo estaba ella—. Tome asiento, señor…

—Jonas, Jonas Cortes. —Se sentó frente a ella.

Cassie se obligó a tomar asiento y de paso detener al estúpido latido acelerado de su corazón. Era una sensación extraña para ella, que estaba acostumbrada a siempre llevar el control.

Ese hombre no podía pertenecer a su plantilla de empleados.

«Será mi ruina».

Con ese pensamiento Cassie se recompuso. Ella tenía el poder. Ella tenía el mando. No debía por qué estar nerviosa.

—Le ahorraré el ver mi curriculum. —Jonas se adelantó a los hechos. Cassie lo contempló—. Tengo más que experiencia para ser lo que necesita, pero más que eso tengo el tiempo y la disponibilidad de horarios, así sea de madrugada. Aceptaré cualquier salario, siempre que cubra los gastos generales y deje de fundir mi cuenta de ahorros. Tengo algo que me ate a MeadVille, por consiguiente, no me largaré ante la primera oferta de trabajo.

Cassie lo miró sin parpadear. Era seguro y demasiado confiado.

Al parecer, estaba cansado de ir a entrevistas o en verdad pensaba que podía conseguir el puesto haciéndose un tipo duro.

Cassie sonrió.

—Muy seguro de usted, señor Cortes. —Colocó las manos en el escritorio y se inclinó hacia delante—. Sin embargo, no me convence. ¿Por qué debería darle un trabajo en mi plantilla? Sus palabras, por más llanas que sean y que aparentemente no tienen trasfondo, me hacen creer que no está diciéndome algo.

—Soy completamente transparente. Lo que ve es lo que hay. Solo que no pierdo mi tiempo ni me gusta hacer perder el de los demás.

«Interesante».

—Busco a alguien que sea duro con los contratistas, que trabaje mano a mano conmigo, que no se deje convencer de aceptar pedidos dañados ni tardíos, que sea mis ojos en todas partes. ¿Cree que puede estar por debajo de una mujer?

—Debajo o encima me es indiferente —contestó con una sonrisa que mostraba una dentadura perfecta y luminosa—. He tenido personal a mi cargo y en esta ocasión me toca hacer de subalterno. No vine a esta entrevista pensando que sería nombrado presidente de la empresa.

—Interesante.

«¿Acaso perdí el diccionario completo?».

Cassie no sabía qué pensar, aún procesaba la parte de encima o debajo. Ese hombre era peligroso, muy peligroso. Él sabía que logró pensamientos pecaminosos en ella y aun así sonreía como si no se hubiese dado cuenta.

No podía trabajar con él, pero necesitaba un encargado de compras para ya.

Después de pensarlo y repensarlo, Cassie tomó la decisión.

—Me tomaré el riesgo de contratarlo —se incorporó—, pero al instante en que vea que su comportamiento me daña a mí o a mi trabajo de alguna manera estará fuera de la empresa antes de que pueda subirse el cierre.

El hombre subió las cejas y sonrió.

Había conseguido el trabajo y había provocado un sonrojo en la encargada.

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