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Cuatro

Era como estar encerrada en el cuarto rojo del dolor de aquel libro famoso. Cassie sentía que le faltaba el aire mientras estaba allí sentada en el asiento del copiloto del carro de Jonas. Su respiración era lenta, casi imperceptible. Intentaba no hacer más ruido del necesario y llamar su atención.

«Como si eso fuese posible», pensó airada.

Ese hombre llevaba un perfume cautivante, la había envuelto en una burbuja de sonrojos y miradas furtivas.

—Ya que el trayecto será de mínimo veinte minutos, puedes contarme un poco de tu vida —opinó él después de un rato.

—Prefiero no hacerlo. —No iba a ceder al embrujo de Jonas.

—Sé que no. Sé que prefieres limitarte a respirar hasta que lleguemos a tu casa. —Bufó sin reparos.

—Aun fuera de la oficina sigo siendo tu superiora…

—No, querida, fuera de la oficina solo eres una mujer atractiva, altanera e irritante a la cual le estoy haciendo el favor de llevar a su casa en una noche bastante oscura y solitaria.

«Puntos para el equipo Jonas».

Cassie respiró fuerte y se dijo que nada podía salir mal por contar una milésima parte de su vida.

—Soy nacida y criada aquí en MeadVille —comenzó—. Jamás he salido por gusto. Las vacaciones nunca entran en mis planes. Si viajo a alguna parte, es solo por cuestiones de trabajo.

—Amante a la familia entonces. —Asintió como si entendiera a la perfección su falta de entusiasmo por conocer el mundo y desplegar las alas.

Cassie se sentía en confianza de repente. Por alguna razón que su cerebro no lograba entender, estar allí con ese hombre que apenas había visto dos días en su vida le hacía sentir cómoda. La hacía sentir como en una novela romántica y bobalicona.

—Mis padres murieron hace varios años ya —continuó—. Dobla a la derecha —le indicó al entrar en el vecindario. Le quedaban pocos minutos de trayecto y ni se había percatado—. Así que por más amante a la familia que parezca ser, no tengo una a la cual aferrarme.

—Lamento escuchar eso. —Quitó una mano del guía y la colocó sobre la suya, apretándola un poco. Al instante, la soltó y volvió a prestar toda la atención al camino.

—No soy una flor, Jonas. —Los sorprendió a ambos con su comentario—. Vivo aquí desde siempre. Me encanta MeadVille, es más tranquilo que muchos otros lugares del país. Aquí conservo las memorias de mis padres. No por esto soy débil, no por estar sola significa que no sea fuerte.

Él movió la cabeza y sonrió antes de mirarla una fracción de segundo.

—En ningún momento se me ocurrió pensar que lo fueras. Para mí luces de mil maneras, menos débil.

Cassie lo escrutó; no sabía qué pensar de sus palabras. ¿Serían con doble sentido? ¿A qué se refería?

—Es aquí.

Jonas se estacionó en su parqueo.

Ella se bajó del vehículo con su cartera y sus zapatos. No se molestó en colocarse los tacones y se dejó apoderar por el frío.

—¿No te molesta el suelo frío en los pies? —inquirió al bordear el vehículo y ver sus pies descalzos.

Sus ojos estaban brillantes y luminosos. El marrón avellanado la embrujaba. Ella se perdió en su mirada por largo rato.

—Cassie. —Su nombre en los labios de Jonas parecía una promesa silenciosa de placer absoluto.

Y una vuelta a la realidad.

Ella se alejó y él pudo notarlo en sus ojos marrones. Se metió las manos en los bolsillos para disimular su incomodidad y no besarla allí mismo.

Podría perder su trabajo por besarla, aunque una parte de él deseara hacerlo, perderlo todo, perderse en ella hasta que juntos alcanzaran la liberación.

—Jonas. —Esta vez fue ella quien dijo su nombre.

Ya se había acercado a la entrada de su casa.

El porche no estaba iluminado, aunque desde dentro se escapaba una luz ligera que traspasaba la cortina que cubría la ventana.

Él se acercó y se atrevió a besarla en la mejilla con rapidez, sin darle tiempo a su mente de advertirle de su error ni a Cassie de procesar lo que iba a suceder.

—Que tengas una buena noche, Cassie Blake.

Sonriente, se giró hacia su vehículo, pero algo lo detuvo.

Cassie lo había agarrado del brazo con fuerza.

—Si vas a besarme, hazlo para que no sueñe con otro más que contigo. —Se acercó hasta que sus cuerpos se tocaron.

Sin pensarlo, su boca se apoderó de la de ella.

Era intenso su sabor. Devoró sus labios sin pedir permiso. No lo necesitaba. Ella abrió una puerta al infierno.

Ahora ambos debían atenerse a las consecuencias.

Cassie, por su lado, no aguantaba más el deseo de sentir los labios de Jonas sobre los suyos. Su boca era una promesa silenciosa del más grande placer y su cuerpo expiraba sensualidad. Ella sabía que él podía otorgarle el placer más grande que había experimentado hasta la ocasión. Esa seguridad al hablar y al sonreír era como si hubiese vivido tanto que ya lo conocía todo.

Disfrutó cada segundo que duró el beso, cerró sus ojos y se rindió al gusto que le dejó la danza de sus lenguas. Jonas la agarró de la cintura y la apretó más contra él. Ella lo empujó un poco hasta que él era quien estaba de espaldas a la pared.

Cuando sus bocas se separaron, sus respiraciones aceleradas eran la prueba viva de lo que sucedió.

Cassie abrió los ojos y notó que él aún tenía los suyos cerrados; su ceño estaba fruncido.

Le colocó una mano en el pecho y cerró los ojos antes de decir:

—Que tengas buenas noches.

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