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Cinco

La mañana despertó a Cassie con brusquedad. Su alarma había sonado y ella dormida aún la había apagado. Miró su reloj en el celular; llegaría tarde. Se duchó con rapidez y buscó un juego de chaqueta y pantalón negro que le quedaba a la medida, una camisa rosa de puntos negros y una bufanda fina rosa pálido. Al terminar de arreglarse, se despidió de su sobrino y salió al porche.

Fue ahí que se dio cuenta.

Su carro estaba todavía en el parqueo de la oficina y ella no tenía cómo llegar.

Observó al cielo y buscó iluminación divina. Pintaba que sería una mañana hermosa, al menos para el común de la población. Para ella no sería más que una buena caminata a la parada de autobuses. No llamaría un taxi para que tardara siglos en llegar, parte del problema de vivir en MeadVille y trabajar en las afueras del pueblo.

Sus zapatos negros le sacaban la lengua y eran el recordatorio de que para ella sería un día gris en definitiva.

—¡Hey! —La sorprendió una voz.

—¿Jonas? —Parpadeó un par de veces e intentó asimilar que él estuviese allí frente a su casa a las 7:30 de la mañana.

Sacó una mano y la saludó sin desmontarse.

—¿Necesitas que te lleve? —le inquirió, aunque eran obvias sus intenciones.

Ella no se lo pensó dos veces y se subió de inmediato en el carro negro con asientos de piel. Después de colocarse el cinturón y sonreírle, se enderezó y su cerebro se convirtió en el de la empresaria que estaba acostumbrada a ser.

—¿Qué haces aquí? —Abrazó la cartera junto a su estómago.

—Me imaginé que no tendrías cómo llegar, así que pasé por aquí a ver si me necesitabas.

Él era como un baúl abierto, respondía rápido y sin titubear.

«Todos los asesinos y abusadores tienen buenas respuestas», pensó ella.

—No tenías por qué hacerlo —fue su respuesta, aunque agradeció que hubiese pensado en ella tan temprano.

Desechando ese comentario, postró su vista al frente.

Cassie no pensó en el beso de la noche anterior, no hasta que él volvió a agarrar su mano y apretarla un poco. Parecía gustarle tener ese contacto con ella.

Su corazón se aceleró de inmediato y su boca se resecó al imaginar lo complicada que se tornó la situación.

Jonas Cortes lucía como un caballero romántico salido de una novela de época con su camisa blanca y su pantalón negro. Tenía el pelo oscuro peinado hacia atrás con un brillo típico de un anuncio.

Cassie se sentía con el compromiso de explicar que el beso que compartieron la noche anterior no debía ni podía cambiar el hecho de que ambos eran compañeros de trabajo y que una relación de cualquier tipo podía ser perjudicial para ambos.

—Jonas, sobre lo de anoche…

—No tienes que mencionarlo, sé que fue un impulso. No tienes cara de hacer esa clase de cosas con nadie. —Su comentario simple y tranquilo la dejó boquiabierta.

Ella podía ser impulsiva.

¿Cómo se atrevía a insinuar que era una mujer sosa?

—¿Crees que no puedo ser extrovertida e impulsiva? —Fue más que un gruñido.

—Creo que puedes ser lo que quieras. Eres muy sexual, eso lo noto. No es por ofenderte, más bien sé que no pasará a mayores a menos que te animes. —Apagó el vehículo—. Por mí encantado, estoy más que dispuesto.

Ella no supo qué responder a su insinuación. No debía caer en esa red. Era una telaraña, sabía que quedaría atrapada en el instante en que le colocase un dedo encima.

Se quitó el cinturón y con calma y precisión salió del carro. No sucumbiría a la tentación por más que su corazón se acelerase, por más que su voz interior le gritara hacer algo loco y atrevido por primera vez. Jonas había puesto las cartas sobre la mesa, había expuesto su pensar y le había dejado la puerta abierta a ella. Le dejó la decisión de experimentar algo más.

No lo haría.

No sería capaz de algo así.

Él era su subalterno.

Podían cancelarla de su trabajo. Podía ser denunciada por acoso.

Se arregló la ropa, la sacudió un poco y se acomodó el cabello suelto.

En la desesperación por la hora no se había hecho su típica cola matutina.

—Gracias por traerme, Jonas.

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