Capítulo 3
Miro con nerviosos ojos la puerta de mi oficina. Es la hora del paciente Montelli.
Llevo una semana tratando a ese hombre y cada día me pregunto por qué viene una y otra vez si sabe bien lo qué le pasa... ha estado enamorado antes y no cree en el amor, perdió a su chica muy jóven y ahora asume que todas las parejas que pueda tener, si cruzan el umbral del deseo y empiezan a sentir, le harán daño.
Nunca en toda mi vida he conocido a un tipo más seguro de sí mismo, rozando la arrogancia. Sabe lo que quiere, lo que hace y cada paso que da. No se anda con medias tintas y eso justamente es lo que me lleva a preguntarme: ¿Qué es lo que quiere de mí?
Ya dijo que solo conmigo puede sentir más que deseo de la carne; pero no le creo, en estas sesiones de su terapia he descubierto que es él quien no quiere sentir, no puedo ser causa espontánea de su emoción.
Cada día me trae una flor, me deja un beso en la mano antes de irse y todavía no me ha llevado a su club para decirme las cosas que necesito para mi tesis.
Y ahí está el toque en la puerta. Siempre igual: dos toques secos y sé que es él.
—¡Puede pasar! —me estiro la falda de tubo negra y me pongo de pie.
Cuando la puerta se abre, sus ojos azules me devoran, le veo morderse sus propios labios y entonces comienzan los temblores.
Me pregunto, ¿si alguna vez dejaré de sentirme así cuando le tengo delante. Cuando me mira de esa forma tan arrolladora y muda pero que grita deseo y posesión por todos lados?
—¡Doctora...! —se acerca, me da un Amirili rojo y besa mi mano cuando tomo su flor.
No sé por qué le permito hacer esto, pero lo hago. Lo cierto es que lo hago y nada parece detenerme de seguirlo permitiendo. Hay algo entre nosotros. Es como esa línea pintada sobre la palabra peligro que tanto nos detiene y a la vez nos invita a acercarnos. Creo que somos como dos masoquistas que saben que hay cosas que no pueden hacer pero saborear el deseo por tenerlas es casi una adicción, una asombrosa necesidad. No podemos dejar de acercarnos a ese fuego. Palpar en nuestras yemas esas brasas.
—Está hermosa, como siempre.
Sigo callada. Solo le permito aquello que a mi me reclamo. Tengo una maldita lucha interna conmigo misma y es también ese tipo de batalla que me corrobora todo lo anterior. Me hace sentir que me gusta pelear contra lo que siento por él y encima...perder.
Había decidido dejar de atenderle. No puedo más con él, es demasiado intenso y su poder me supera...no puedo dejar de sentir sumisión cuando le tengo delante y no es algo a lo que aspiro con mis clientes pero entonces...fuí a buscarlo a su consulta. Es médico además de adicto al sexo y verlo en plena faena, con su corbata y su traje sin chaleco, la bata blanca rozando sus rodillas, el nombre bordado debajo del bolsillo encima de su corazón me supieron a demasiada seducción y entré en un túnel sin retorno de deseo inmenso del que él no tiene ni idea pero en cambio yo, no puedo escapar de ahí. Estoy loca por este maldito tío que no puedo tener y tampoco alejar.
—Siéntese, por favor.
Trato de poner tono profesional y mientras asumo que está tomando asiento, me doy la vuelta para poner las flores en el armarito a mi derecha y de repente siento un cosquilleo en mi cuello, unos dedos recorriendo el escote en mi espalda y me detengo cuando murmura sobre mi nuca...
—Sé que fuiste a verme al hospital —pone un beso encima de los pelos cortos de la zona y se me caen los párpados —. ¿ Por qué lo hiciste? —no respondo, soy incapaz de emitir nada más que no sea un gemido al sentir sus dedos bajando el corto cierre de mi ropa y no quiero incitarlo —. ¿ Por qué no te quedaste? Te habría gustado...
—¡Detente, Thiago!
Suplico cuando siento sus manos avanzando hacia la parte delantera de mi cuerpo, cruzando mis franjas dorsales, llegando a mis pechos que duelen de tanto que le desean.
El suyo se pega a mi desde atrás, las flores caen al suelo y sus dientes se clavan en mi hombro, haciendo que todo me de vueltas y me sienta de repente empotrada contra el armario...sin poder escapar.
—Tienes unos pezones que me ponen completamente enfermo cada vez que los veo —sus palabras se acompañan de caricias en ambos dos —. Me muero de ganas de meterlos en mi boca —abro las palmas sobre la superficie delante de mí para hacer palanca, estoy perdida en esos dedos que aprietan mis protuberancias —. Deseo muchísimo abrir tus piernas, meter mi lengua entre tus muslos y luego hundir mi polla en tí, hasta que tus gritos te dejen ronca y me sangre el miembro de tanto hacerte mía.
¡Oh, Dios!¡ No puedo más!
Ahora sí se me escapa un jadeo y su sonrisa se dibuja en mi piel al tiempo que me suelta, me sube el cierre y me deja ahí inclinada como si no me hubiese tocado nunca, ni pronunciado palabra alguna y yo me lo hubiera imaginado todo. Le he dado justo lo que buscaba: mi descontrol.
—¿Dónde me dijo que me sentara, doctora?
Oigo el crujir de mi chez longue pero soy incapaz de darme la vuelta y enfrentarlo, aún. No sé como le permito estas cosas pero me domina, incluso aunque nunca antes me hubiese tocado.
—Te he dicho que no puedes tocarme aquí o se acaba nuestro acuerdo.
Sigo sin darme la vuelta. Necesito recomponer mi propio estado antes de mostrarle mi turbación a él.
—No vuelvas a hurgar en mi vida si no me consultas antes o voy a volver la tuya una completa locura y créeme...sé como volverte mucho más loca que si te hago mía —amenaza y me doy la vuelta anonadada por su advertencia violenta —. Mostrarme lo mucho que me deseas es uno de tus más grandes errores...los adictos somos muy caprichosos, no quieras ser mi juguete rubia...no nos hagas eso.
—¡Fuera de mi consulta...ahora!
Se sonríe y se estira, cruza los pies a la altura de los tobillos y las manos sobre su regazo. Ignora lo que ordeno y en cambio me dice...
—Si me levanto de aquí voy follarte salvajemente.
—Ese no era nuestro acuerdo —siento que empiezo a transpirar. Me pone demasiado nerviosa.
—He roto el acuerdo —reconoce sin abrir sus ojos —, tú también. Ambos prometemos que no volverá a pasar y seguimos desde aquí. ¿De acuerdo...?
Entonces sí, abre los ojos. Se me queda mirando esperando una repuesta que no sé ni como darle y sus malditos ojos azules me destrozan los nervios y las entrañas. Me provocan demasiado y siento una fuerte tentación de pedirle que me haga suya como la bestia que se ve que es en el sexo y desaparezca de mi vida. Quizás ese sea el camino más fácil...en cambio me callo, asiento dando mi consentimiento y me siento frente a él cruzando las piernas para empezar la terapia bajo su absoluto escrutinio.
—¡Háblame de tu infancia y la relación con tu hermano!
Saco mi blog de botas, busco su hoja y me dispongo a empezar a crear más detalles sobre su perfil cuando confiesa...
—Tengo dos hermanos y a uno de los dos lo odio profundamente. Tiene todo lo que siempre he querido y es también, el novio falso de tu mejor amiga —apunto esos detalles sobre Marcos el extraño novio de Cass y sigo prestando atención al importante detalle que suelta —. Un accidente le dejó amnesico a pesar de la cirugía que le practiqué y ahora no sabe la mitad de si mismo, en tanto yo sí conozco sus más turbios secretos.
—Continúa...
No puedo mostrar la verdadera emoción que me produce lo que está confesando porque es incumplir con mi ética médica pero desde luego y como no dudo que ambos sabemos, él cuenta con que le cuente algo de esto a mi amiga. Asumo que para fastidiar a su hermano.
—Una parte de mi sabe, que vas a contarle lo de la amnesia a Cassie y lo estoy disfrutando pero si le dices algo más de lo que te diré, te denuncio y haré de tu vida un infierno.
—¿Por qué eres así conmigo, Thiago?
La pregunta sale de mí, sola...sin que pueda suprimirla teniendo en cuenta que muestra mi vulnerabilidad ante él.
—Porque me seduce el placer que obtengo de tu dominio...y a tí también. Aunque lo niegues.
Aprieto mis muslos porque siento que la humedad entre mis piernas podría escurrir al suelo confirmando que la manera en que me controla, me derrite. Este hombre es mucho más que un adicto al sexo y yo soy mucho menos que una enferma de necesidad por él.
Es como si fuera mi amo y yo su sumisa sin que ninguno de los dos nos lo hayamos siquiera planteado.
—No lo niego, Thiago —acepto rompiendo el protocolo de la terapia —. En absoluto lo hago.
—Tú y solamente tú eres la única mujer capaz de destruirme y sé desde que puse los ojos en tí...que ya me has empezado a romper los esquemas.
Si algo ejerce poder entre los dos y nos controla a ambos, es la incapacidad de mentirnos el uno al otro. Cuando estamos juntos, pase lo que pase...perdemos la batalla ambos porque no podemos ser menos que sinceros entre los dos y ponemos en la hoguera, los sentimientos reales...cualesquiera que estos sean.
—Necesito besarte —se muerde los labios y me pierdo en el gesto.
—Y yo necesito que me toques —confieso buscando alivio entre mis muslos —...; pero ninguna de las dos cosas es posible.
Dos segundos después estoy contra la puerta de mi despacho, su cuerpo sobre el mío y el control de ambos hecho añicos por el suelo...
—Abre las piernas —ordena y obedezco.
Aún no me ha tocado ni con la tela de su ropa y ya siento que me deshago por él.
—Si me tocas todo habrá acabado —le recuerdo.
—...¿Acaso alguna vez ha empezado...?
Y no sé como responder a eso. Guardo silencio, cierro los ojos y espero impacientemente que haga lo que quiera conmigo.
—¡Suss, abre...!