CAPÍTULO 5. Pov. Rámses. ¡QUE PASO AYER? (tercera parte)
La puerta de mi cuarto estaba abierta y supe que Amelia estaba allí. La idea de ella recogiendo sus cosas para marcharse me hizo sentir terror. No estaba listo para verla partir, no quería que se fuese. No podía...
Entonces comprendí en ese momento que no importase cuan molesto estuviese con él, con ella, con la vida, no importaba lo que hubiese pasado entre ellos... tendría que superarlo. Si ella quería estar con él... tendría que aceptarlo, si ella quisiese seguir a mi lado... tendría que superar lo que pasó, porque no podía perderla.
No estar con ella es más doloroso que tenerla a mi lado recordando todo lo que duele.
Duré unos cuantos minutos, quizás diez o más, tomando fuerzas para entrar. Asustado por lo que tendría que decirle, por lo que ella tendría que contarme, por la decisión que tendríamos que tomar; pero finalmente entré.
Estaba sentada a orillas de nuestra cama, limpiándose las lágrimas cada cierto tiempo. Terminé de abrir la puerta y la asusté sin querer, se levantó apresurada, temerosa, y eso me dolió más si es que era posible que pudiese sentir más dolor en este momento.
Me dolía verla y más pensar que me tuviese miedo. Otra vez el ruido de la cabeza de Marié pegando de la pared me hizo sentir nauseas, así que puse distancia entre Amelia y yo, temeroso de lo que la droga podía causar en mi psiquis.
Me quité la camisa que estaba sucia, llena de tierra y sangre mía y de mi hermano. La arrojé directamente a la basura, no importaba cuanto me gustase. Desabroché el pantalón y casi me lo quito pero no quise incomodar a Amelia, quizás había venido aquí a decirme que descubrió que esos sentimientos que tuvo por Gabriel florecieron, que nunca se fueron.
No podía con esa posibilidad, Amelia dejándome por Gabriel, era más de lo que podía soportar, Amelia dejándome era demasiado doloroso. Entonces recordé los ronquidos de Marié... tenía que saber si Amelia también estaba drogada. Quizás si fue todo producto de la droga... quizás, solo quizás...
Entré al baño y tomé una de las pruebas de droga y se la tendí.
—Orina aquí.
Su cara era de pura confusión.
—Me comencé a sentir... raro en el local, pero creí que era la combinación de las bebidas que tomamos. Amelia, antes me he drogado, pasé por esa fase, así que sé muy bien cómo se siente cuando despiertas con ganas de vomitar y nada en el estómago, mareada pero estable, ligero pero pesado. Anoche me drogaron, quiero confirmar si fuiste drogada también. Tengo mi propia prueba en el baño que marca positivo, no quiero que pienses que elaboré todo esto para no reconocer lo que pasó anoche.
Ella solo asintió, me pareció haber visto un pequeño atisbo de alivio en su rostro, pero con tantas emociones que ambos desbordábamos en ese momento era difícil estar seguro. Entró al baño y salió al poco tiempo.
—Creo que lo hice bien... no sé cuánto orine tenía que caer... no tenía muchas ganas de hacer y apunté bien, yo creo que... bueno me mojé la mano pero no tanto y me la lavé... solo.. que... yo...—suspiró profundo y se calló.
Si la situación no fuese tan bizarra me hubiese reído por su verborrea nerviosa y del exceso de información que acababa de salir de su boca.
—Mi papá siempre tiene pruebas de droga caseras, de cuando solíamos drogarnos—expliqué y ella solo asintió.
Miré mi reloj para contar los minutos, mientras permanecíamos en silencio. Me senté en la silla del escritorio y dejé la cama para ella. Quise en más de una oportunidad mandar todo a la mierda, decirle que lo olvidáramos y besarla hasta que se me quitara el susto del cuerpo, pero no era tan fácil.
Pasaron los cinco minutos y me levanté a ver los resultados. Marcaban positivo y un gran peso desapareció de mis hombros.
Me armé de valor y por fin me decidí a hablar.
—No sé qué pasó. Lo lamento tanto Amelia, lamento todo lo que pasó.
Hice un esfuerzo en no llorar, no quería que me viese llorar, no quería que permaneciera a mi lado por lastima o que me perdonase por compasión.
—¿Qué pasó entre tú y Marié?. ¿Tuvieron sexo?
—¡No!—respondí con rapidez, cierta alegría me embargó al saber que Amelia estaba celosa—. Ella quiso, me dio algunos besos y se desnudó para tentarme, pero no pasó nada más.
Era todo lo que recordaba.
—¿Cómo es eso posible?—espetó molesta—una mujer te besa, se desnuda delante de ti y tu dices que no pasó nada...
—Lo que quiero decir es que debí estar más drogado de lo que pensé porque me senté en el mueble cuando ella comenzó a desnudarse y me quedé dormido. Recuerdo que ella intentaba levantarme, pero llegué hasta a empujarla para que me dejase tranquilo.
—¿Te sentaste porque planeabas... iba a pasar?—estaba dolida, quizás tan rota como yo lo estaba en este momento.
Quizás no todo estuviese perdido entre nosotros.
—No lo sé, yo... estaba drogado. Pero no pasó nada más. No le hice nada, ni la toqué. Estoy seguro.
Ella estaba molesta y su rabia me daba esperanza de que podíamos arreglar las cosas. Así de mierda estaba mi cabeza en estos momentos.
—¿Cómo? ¿Cómo estás seguro? Porque yo no recuerdo una mierda y al parecer tú sí. ¿Por qué?.
—¡No lo sé!—Amelia no recordaba nada, eso era... bueno— pero una vez que recuerdas, deseas no hacerlo. Amelia, la empujé con mucha fuerza, creo que si hubiese insistido más la hubiese golpeado. Fui muy violento, estaba fuera de mí—confesé avergonzado.
Ella permaneció callada sin saber que responder.
—Yo no recuerdo nada, no sé cómo salimos del local, ni cómo llegamos a la casa, o cómo... solo recuerdo abrir los ojos y allí estaba Gabriel. Y después salí corriendo y te encontré a ti con ella desnuda...
Sus palabras salían con dolor de su boca y me lastimaba escuchar su dolor, porque fui yo quien se lo ocasioné.
—Lo lamento, lamento que hayas tenido que ver eso, yo por lo menos no los ví a ustedes.
Las palabras salieron más hirientes de lo que pretendía, pero eran ciertas.
—Yo también lo lamento. Yo jamás hubiese hecho, jamás hubiese... maldición, ni siquiera sé que hice, pero sé que lo último que quiero hacer en la vida es lastimarte, y me duele mucho haberlo hecho.
Mi corazón martillo con fuerza, como si recordase que debía mantenerme vivo y solo con sus palabras consiguió la fuerza para hacerlo.
—¿No recuerdas nada?—pregunté y ella negó.
Si no recordaba nada es posible que aún no esto no acabase, porque cabía la posibilidad de que recordase y que sus sentimientos se viesen confundidos con Gabriel. Torcí el gesto en una mueca de dolor y ella volvió a llorar cubriendo su rostro con ambas manos.
No pude dar un paso en su dirección, no sabía cómo consolarla cuando yo mismo estaba destruido y seguía con cierto temor de que lo que quedase en mi organismo de droga me hicieran perder la razón y le hiciera daño aunque fuese con mis palabras.
Ella logró recomponerse y se me quedó mirando, no tenía ni idea de que decirle aunque me moría por rogarle que no me dejase, que se quedara a mi lado, pero primero quería escuchar que ella no amaba a Gabriel, que no era nadie para ella, que lo que pasó entre ellos significó nada...
Y entonces Gabriel tocó la puerta y entró. Amelia me recriminó con su mirada los nuevos golpes que exhibía Gabriel en el rostro y me dolió que lo notase en él y no lo notase en mí. Mi corazón se volvió a contraer de dolor.
Gabriel me tendió su propia prueba de drogas, con su ceño fruncido, trataba de lucir duro, estaba a la defensiva incluso temeroso de lo que pudiera pasar. Entré al baño odiando tener que dejarlos a solas, pero no había de otra forma. Hice nuevamente una prueba para mí. Me sentí sucio y contaminado al saber que tenía droga en mi organismo, algo estúpido de pensar cando en el pasado yo mismo me encargaba de meterme las sustancias, pero hoy, por lo ocurrido en el pasado, por lo pasado con Marié y por mis ganas de estar al lado de Amelia sin miedo de lastimarla inconscientemente, necesitaba saber que estaba limpio.
Esperé los minutos indicados y las dos pruebas salieron negativas. La indignación que sentía en este momento era propia, no era ocasionada por ninguna droga en mis venas, era rabia pura y simple.
Caminé hasta Gabriel y lo hice retroceder con mi pecho, mi frente unida a la suya, respirando con tanta fuerza que dolían mis pulmones. Mis manos temblaban, picaban con deseo de volver a golpearlo.
—Au moins me dire que vous étiez en état d'ébriété- Por lo menos dime que estabas borracho—siseé y mi hermano tragó seco y asintió repetidamente—. ¡Parler-Habla!
Grité, aunque quería sacarle las palabras con golpes.
—Estava bêbado- Estaba borracho.
—¿Qué?—Amelia no estaba entendiendo nada de nuestra discusión.
Quizás era hora de que la pusiese al día de quien era Gabriel y de lo que era capaz de hacer para vengarse de mí.
—Su resultado fue negativo.