CAPÍTULO 6. Pov. Rámses. ¡QUE PASO AYER? (cuarta parte)
Gabriel bajó la mirada avergonzado de mis palabras y fue toda la confirmación que necesité para saber con seguridad de que aunque estaba bebido, tuvo más consciencia de lo que hacía que la misma Amelia. Se aprovechó de ella. Alcé mi brazo hasta atrás y lo estrellé con todas las fuerzas que fui posible en su rostro, mi mano me dolió por el impacto, pero Gabriel se lo merecía y lo sabía, porque ni siquiera se molestó en defenderse esta vez.
Fue Amelia nuevamente la que evitó que lo golpease otra vez, cuando se volvió a interponer en su defensa.
—Y dice que estaba borracho. Mientras tú estabas drogada sin saber lo que hacías, él estaba mucho más consciente que tú de lo que estaba pasando.
Listo, sal ahora de ésta puto portugués aprovechado de la mierda.
— J'étais ivre, j'en ai pris trop. J'ai des traces dans ma mémoire depuis que je suis arrivé dans cette maison - Estaba borracho, tomé demasiado. Tengo borrones en mi memoria desde antes de llegar a esa casa—dijo Gabriel.
Sé que desde pequeños nuestros idiomas natales han sido nuestros escudos protectores, los limites que no violamos, las reglas que no rompemos. Sé que acordamos nunca mentirnos en nuestros idiomas, pero no sé si puedo creerle ahora. Su rostro... eso es otra cosa, su mirada es desesperada y aunque me moleste reconocerlo es sincera. Me debato entre creerle o no, pero es difícil porque el dolor no me deja pensar, las cosas que pasaron entre ellos... ¿Cómo podría estar seguro que todo esto no es una venganza por Andrea?.
Maldito sea el día que me acosté con ella. ¡Mierda! Pero es que ni siquiera lo disfruté por lo menos... Esto es lo que me merezco, pero Dios...
No sé si pueda soportar perder a Amelia, menos por mi hermano... él... él....
Quise volver a pegarle pero Amelia puso su mano en mi pecho y evitó que lo hiciera. Su contacto se sintió frío, mi cuerpo hervía.
—Es suficiente. Explícate por favor, necesito que me digas por qué, por el bien de nuestra amistad, de tu relación con tu hermano, necesito que me digas...
Dijo amistad... a esos pequeños detalles me aferraré pero tampoco le puedo dejar el camino tan fácil a Gabriel. No puedo... no quiero. Ella es mía, me sabe a mierda Andrea, él no tiene derecho y yo no pienso ceder los mios.
—Porque te ama. É isso. Você fez isso porque a ama, certo?- Es eso. Lo hiciste por que la amas, verdad?.
Mi hermano me miró sin poder responderme y no entendía por que no lo hacía o quizás si... porque él sabía que Amelia no le correspondería. Ojala yo pudiese estar tan seguro como él. Puse distancia entre Amelia y yo, necesitaba calmarme pero el martilleo de lo que quedaba de mi corazón no me lo permitía. El aire volvió a faltarme cuando mi mente traicionera volvió a recrear escenas imaginarias donde Amelia gemía con Gabriel, y él con ella. Me senté en la silla y presioné mis globos oculares con fuerza, para que el dolor despejara la imagen de ellos juntos.
La sentí dar unos pasos nervioso hasta mí y temí por lo que me diría. Quizás me anunciaría que se marcharía, que todo estaba echo demasiada mierda para quedarse, que lo que sentía por él la confundía...
—Tengo que ir a hablar con él— mi corazón se volvió cenizas, me va a dejar—. Es tú hermano Rámses, tú sangre, no un extraño que puedes dejar de ver o de hablarle. Necesitamos arreglar esto, déjame ir a hablar con él y regresaré aquí.
Intenté analizar sus palabras, pero solo podía pensar en que iría a consolarlo a él cuando yo la necesitaba a mi lado. Las lágrimas quemaron mi garganta y picaron en mis ojos, desesperadas por salir.
—¿Regresarás a mí?
Si me dice que no... Dios por favor, que no me diga que no, que no se marche, que se quede conmigo.
—Nunca me he ido de ti. Siempre he estado contigo.
Y sin embargo no entendí. ¿Se quedaría conmigo?, habló en pasado y en presente... no en futuro.
Ella salió de la habitación y me permití llorar. ¿Cómo se fue todo a la mierda tan rápido? ¿Cómo dejé que me la quitara? ¿Cómo pudo quitármela?...
Me levanté de la cama sin saber que hacer y caminé hasta el cuarto de mi hermano con la única intención de llevarme de allí a Amelia. Ella y él juntos era algo con lo que no podía en este momento, si ellos querían arreglar sus ... cosas... tendrían que hacerlo en otro momento, en otro lugar... en otra vida.
Escuché las voces contenidas y abrí la puerta con cuidado, mas movido con la curiosidad masoquista de saber de lo que hablaban. Él le contó lo que recordaba y sentí asco y nuevas ganas de matarlo, abrí la puerta y Amelia me miró.
Estaba sentada al lado de él en la cama, con una distancia suficiente para que mi alma no siguiese fraccionadose del dolor, asintió consintiendo que escuchara.
—Yo no me aprovecharía de ti. Me quedé dormido, ya te dije que estaba cansado y desperté contigo sentada encima de mí a horcajadas, ya estabas en ropa interior al igual que yo y seguías riendo y balbuceando cosas, eso es todo lo que recuerdo hasta ahora—terminó mi hermano, sin darse cuenta que yo escuchaba.
—Te quiero porque eres mi amigo, porque eres mi cuñado. Te debo una disculpa porque fueron mis acciones las que te pusieron en esta situación, aunque no estuviese en dominio de mis actos. No quiero que esto te traiga problemas con tu hermano y no quiero que esto afecte la relación que existe entre nosotros... porque soy la novia de tu hermano y quiero que nos llevemos bien.
Me sigue considerando su novio... y él para ella es un amigo, su cuñado. Esas palabras me regresaron un poco de paz al cuerpo y no necesité escuchar más. Me retiré de allí entendiendo que no podía obligar a Amelia a quedarse a mi lado, que tenía que quedarse voluntariamente, y si se estaba quedando en este momento es porque lo quería, no recordaba nada y quizás por eso se quedaba. Quizás... si recordase no lo hiciera, pero... podía vivir con eso, o eso espero, porque no puedo vivir sin ella.
Entré al cuarto y se me hizo enorme sin ella en él, vacío con la posibilidad de que se marchase. Mi cabeza me dolía una barbaridad de tanto pensar. Por lo menos lo que le escuché decir a Gabriel limitó mi desbocada imaginación, ya la tortura no era tan grande, aunque seguía recreando sus manos en el cuerpo de la mujer que amo y seguía doliéndome.
Terminé de desvestirme y me metí bajo la ducha, apoyé mi peso en las manos sobre la baldosa fría, mientras dejaba que la presión del agua se llevase las últimas horas de mi vida.
Era una incongruencia andante, quería estar cerca de ella sin sentir tanta rabia, pero no quería tenerla cerca porque me dolía. No quiero que me deje porque lo ama a él, quiero que permanezca a mi lado, pero que me ame. Mi pensamiento se fraccionó. Una parte me decía que estaba exagerando, que ella no dejaría de amarme de una noche a la otra, que nadie ha dicho nada de terminar, de marcharse; la otra que aparentaba ser una más realista me recordaba que pocas parejas superan estas cosas, que ella ya sentía cosas por Gabriel y que quizás siempre estuvieron allí. Las dos partes comenzaron a discutir entre sí, la razón y el corazón, la logia y la sensatez, el miedo y el amor. Y yo en el medio de todas esas voces deseando que se callaran.
La puerta del baño se abrió y Amelia entró con su paso tímido. Solo entonces una de las voces me recordó que yo también había fallado y que ella estaba allí a mi lado y que eso era muestra de amor, de querer arreglar las cosas. Ante esa lógica ninguna otra voz pudo refutar nada y por fin se callaron.
La vi dudar y rogué que lo hiciera, que entrase a mi lado, y lo hizo. Se desvistió y esperó ante la puerta de la ducha. Nuevamente la voz me dijo que ella también tenía los mismos temores que yo, despues de todo Marié era una ex novia, que me pusiera en su lugar, que yo imaginaba cosas pero ella tenía una imagen de Marié desnuda encima de mí. Ella llevaba sus propios traumas y heridas de la noche y allí estaba delante de mí, desnuda, poniendo de su parte.
Quizás leyó mi mente o interpretó mi silencio pero en cualquier caso entró en la ducha a mi lado. Lo siguiente que sentí fueron sus manos enjabonar mi espalda con delicadeza, con lentitud. Sus caricias me dolían en la piel por los golpes y en el corazón por lo roto que estaba. Pero no me quejé, merecía cada golpe que tenía y cada dolor que experimentaba porque no solo la herí, cosa que me prometí que nunca haría, sino porque golpeé a mi hermano.
Cuando yo me acosté con Andrea él dejó de hablarme, pero nunca me golpeó aunque me lo merecía y sin embargo yo le di con toda la furia que tenía, lo hice temerme. Su cara de miedo al verme en su cuarto nunca lo podré olvidar, él vio en mí lo que yo ví cuando me vi lleno de sangre sin saber de quién era. Con terror, sin reconocer quien era y de lo que era capaz. Así que merecía que me doliese todos los golpes que tenía en el cuerpo porque era mi hermano, el que muchas veces se echó la culpa para protegerme, el que se dedicaba por horas a hacerme reír cuando mamá murió y cuando por fin se rindió de sacarme una sonrisa solo se quedaba a mi lado haciéndome compañía. Era mi hermano, el único a quien podía contarle todo, con el que sabía que aunque estuviésemos molestos siempre podía contar con él.
Y lo golpeé, hasta que me dolieron las manos, hasta que me sangraron los nudillos. Lo asusté a tal punto que lo llevé a defenderse, porque sé que en aquel momento en casa de Cólton su altivez era eso, admitía que se merecía el golpe, pero cuando me le fui encima enfurecido y fuera de mí, temió y tuvo que defenderse.
Y luego estaba Amelia, a quien también herí porque no fue la única que falló y quien me vio perder el control de esa manera. Ella que depositó toda su confianza en mí, que me dejó borrar las heridas de su cuerpo y de su corazón, a quien prometí cuidar y proteger... la lastimé, la herí y traicioné esa confianza. Ella lavaba parte de su culpa mientras me enjabonada, lo sabía, quería demostrarme que se quedaría, que quería arreglar las cosas, y era el momento que yo demostrara lo mismo. Cuando el jabón se quitó de mi piel, me volteé y tomé su gel de baño, ese que tanto me costó conseguir, después de oler todas las fragancias existentes, y tallé su espalda, queriendo quitar de cada poro de su piel la presencia de Gabriel.