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CAPÍTULO 4. POV Rámses. DE TODO (1era parte)

Me costó una eternidad por fin quedarme dormido, fue definitivamente el cansancio el que logró tumbarme, pero cuando escuché unos pasos adentrándose en la cocina de la casa me desperté. Me dolía todo el cuerpo, éste mueble no era igual a mi suave cama, dormí con una pierna guindando hacía el piso, incómodamente enredado entre la cobija. La luz del sol me molestaba la vista, así que usé mi brazo para escudarme de ella.

Escuché unas nuevas pisadas que sabía que le pertenecían a Amelia.

—Rámses—susurró en un muy mal intento por despertarme. Me hice el dormido, quería ver hasta dónde estaba dispuesta a llegar para que abriese mis ojos.

Insistió llamándome, pero no me moví, su aliento mentolado y tibio rozó mi rostro cuando me llamó una vez más y no pude evitar halarla por su brazo y tumbarla sobre mí, mientras la envolvía en un abrazo. Todo su cuerpo estaba en cuestión de segundos pegado al mío, como tanto me atormentó en mis sueños, temí que escuchase el violento martilleo de mi corazón pero entonces la sensatez volvió a mí, recordando que su mamá estaba a pocos pasos de nosotros. Sin poder seguir disimulando desplegué una sonrisa y abrí mis ojos, su mirada café y verde me traspasó con facilidad.

—Bonjour Bombón- Buenos días Bombón—susurré para que su mamá no pudiera escucharme.

—¿Te volviste loco? Mi mamá está en la cocina—me recordó con un leve pánico en su voz y zafándose de mí agarre. Mi cuerpo se sintió repentinamente frio y vacío sin el de ella sobre mí.

—Tomaré nota que no te molestó que te acostara sobre mí, solo que tu mamá pudiese descubrirnos—me incorporé en el sofá y estiré mis adoloridos músculos.

—¿Qué? No...—comenzó a decir cuando la cantarina voz de su mamá anunció el desayuno.

No hubiese podido refutarme lo que le dije ni aunque lo intentase, y menos mal que no lo hizo, porque acababa de dejar una pequeña ventana abierta para que me acercase nuevamente a ella, y planeaba aprovechar cada oportunidad que me diese.

Después de un gran desayuno donde le demostré que mis papás no criaron a un salvaje y que podía ser perfectamente educado y protocolar, su mamá se marchó, con el tiempo justo y necesario para que Gabriel llegase.

Mi hermano tocó el timbre sin haberme dado tiempo de decirle a Amelia sobre los planes de la playa, aunque no dejaría que se negase.

—Está abierto—grité y Amelia se descompuso en horror, alegando que podía ser un sádico, ladrón o violador, como si alguno de ellos tocaría la puerta.

—... no puedo asegurar de que él no sea nada de lo que dijiste

Gabriel entró directo a saludar a Amelia, dándole un beso en la mejilla que no me causó ni un poco de gracia, menos cuando la hizo ruborizar preguntándole si se encontraba bien.

Quiero ser el único que la haga ruborizar.

—...¿Y este imbécile te trató bien?—preguntó Gabriel.

Sabía que quería exponerme, sobre todo porque no tenía tiempo de interrogarme para saber lo que pudo haber pasado entre Amelia y yo.

—Lo que pasa en la habitación se queda allí, pero ya que insistes, la traté muy bien—respondí y sonreí victorioso cuando Amelia se sonrojó a tal punto que hasta se atoró y Gabriel tuvo que darle golpecitos en la espalda para ayudarla aunque ella negaba necesitar ayuda.

—Tranquila, ya reconozco sus chistes—dijo Gabriel fulminándome con la mirada—. Nada bom irmão- Nada bien hermano—me reprendió aunque no entendí por qué, sus juegos solían ser más bochornosos que los míos, quizás le molestaba que comenzaba a usurparlo.

—Ya termina con eso. Ve a prepararte que llegaremos tarde.—le apremió Gabriel

—¿Prepararme para qué?—preguntó mientras la conducía fuera de la cocina.

No quería sus manos cerca de ella, pero no tenía razón alguna para apartarlo de su lado, emití un profundo suspiro tratando de calmar las ganas que tenía de empujarlo lejos de ella y tratando de seguir el hilo de la conversación le expliqué: —Iremos a la playa.

Inteligentemente le sugerí a Gabriel un tonto juego de auto, solo para intentar conocer más a Amelia, y él, como lo predije, mordió el anzuelo. Las canciones que escogió me sorprendieron, escogí las mías pensando que le agradarían, pero las que ella decidió colocar estaban en el playlist de mi ipod. Me sentí un idiota de inmediato, sin contar con que creo que involucioné a tercer grado, pasé a ser un chico de 12 años otra vez tratando de impresionar a una chica.

Por fin llegamos a la playa y después de conseguir un buen lugar me fui a pagar la sombrilla que rentamos. Regresé en el mejor momento definitivamente, porque pude ver, casi en cámara lenta, cuando Amelia se agachó para quitarse su pantalón y como luego alzó sus brazos para quitarse la camisa.

Su figura era más de lo que fui capaz de imaginar, incluso en mis sueños más húmedos, ¡Y vaya que había tenido sueños húmedos con Amelia!. Pero allí estaba delante de mí, con su traje de baño verde, resaltando el color de sus ojos, sus caderas, sus piernas, sus senos, su espectacular trasero.

—¡Wow!— Fue lo único que fui capaz de decirle, una vez más me quedé mudo a su lado, pero mis ojos siguieron recorriendo sus generosa silueta, tratando de grabar cada curva, cada peca, cada perfección de su piel, en mi mente, en mi cerebro, en mi memoria, en mi cornea.

Y antes de que pudiera salir de mi estupefacción Gabriel se la llevó a nadar, dejándome con Pacita, una chica tímida y muy renuente a entablar cualquier tipo de conversación. Aunque poco me importaba, porque yo no podía despegar mi vista de Amelia, mientras apretaba con fuerza mis puños para evitar entrar al agua y apartarla de...

¡¿Qué mierda?!

Gabriel la subió sobre sus hombros y mi cuerpo amenazaba con entrar en combustión espontánea.

Su cabeza está dentro de sus piernas.

No sabía si sentir celos o envidia, aunque en cualquier caso esa debía ser mi posición: yo entre sus muslos y así lo confirmó mi entrepierna tan solo con la imagen que vagamente se formó en mi cabeza.

Los vi jugar con los otros chicos, mientras apretaba con fuerza mi mandíbula, pero cuando el juego se acabó y Gabriel le dio un beso en la parte interna de su muslo, perdí toda la cordura y paciencia de la que estaba haciendo gala. Me levanté y caminé directo hasta ellos. Mis zancadas no me acercaban todo lo rápido que hubiese querido.

Lo mataré, juro que lo mataré. Partiré su boca hasta que le borre el sabor de su piel...

Las olas intentaban hacerme retroceder, pero ni un tsunami lo hubiese logrado. Encaré a Gabriel, tan cerca de su rostro que mi aliento movió su húmedo cabello.

—J'ai vu le baiser- Vi el beso — siseé.

—Bem- Bien.—respondió ampliando su sonrisa, esa que tanto quería partirle. Cuando terminara con él, tendría que usar ortodoncia por el resto de su vida.

Pero era mi hermano, y fue lo único que impidió que lo ahogase en ese momento, aunque no prometía no desquitarme después. En cuanto me giré me di cuenta que Amelia nos había visto con mucha atención, así que recompuse mi muy visible molestia, para disimular.

La invité a nadar mar adentro, mi plan en este momento era simple, le daría miedo la profundidad y terminaría sujetándola pero... la chica sabe nadar para mi lamento.

—¿No tienes calor con esa ropa?—preguntó

—Si tanto quieres verme desnudo, solo debes pedirlo—respondí y me regaló un nuevo sonrojo.

—Bien, quítatela.

Su respuesta me tomó por sorpresa, y si hubiese sido otra no lo hubiese hecho solo por llevarle la contraria, pero cuando se trataba de Amelia me costaba demasiado no complacerla en lo que fuese que pidiese. Algo que era nuevo en mí.

Mis tatuajes no la asustaron, aunque ciertamente despertaron su curiosidad, se acercó tanto a mi espalda que sentí el calor de su cuerpo en mi piel. Reprimí el deseo de voltearme y besarla hasta que el mar se secara, y casi lo hago cuando su nariz rozó mi espalda.

Esta chica me está provocando, no puede ser casualidad las cosas que me hace.

Me sumergí en el agua, quizás un poco de agua fría calmarían mis deseos, mis pensamientos libidinosos y a mi naciente erección. Estar al lado de ella era realmente doloroso para mi entrepierna. Pero no estaba funcionando todo lo que quería, porque no lograba sacar de mi cabeza sus piernas y su trasero, menos ahora que los pude ver por debajo del agua.

Le dije que era hora de regresar y comencé a nadar a la orilla seguro de que me seguiría, pero cuando me giré para buscarla no la vi a mi lado, sino mucho más allá, moviendo sus brazos con frenesí en la superficie del agua.

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