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CAPÍTULO 5. POV Rámses. DE TODO (2da parte)

Estaba nadando en agua fría y sin embargo sentí una corriente helada recorrer cada parte de mi cuerpo, mi corazón martillaba tan fuerte que me aturdía su ruido. Las brazadas que daba tratando de llegar todo lo rápido que podía no las sentía suficiente. Pataleé con toda mi fuerza hasta que los músculos me dolieron, y ni así fui lo suficientemente rápido; cuando la vi hundirse en el agua, mi alma se escapó de mi cuerpo.

Tomé una bocanada de aire y me sumergí en su búsqueda; a través de la vista borrosa del agua la vi botar su última bocana de aire, cuando presa del pánico abrió su boca quizás pidiendo ayuda. Tomé sus caderas y nos impulsé hacia arriba, rompiendo la superficie del agua.

Ella respiró y mi alma volvió al cuerpo.

La giré para revisarla, como si necesitase confirmar que estaba con vida y no me había abandonado. Sus ojos café y verde, estaban enrojecidos y aún desbordaban miedo. No pensaba soltarla, así que esperaba que no escogiese este momento para contradecirme

—Móntame—le dije en un momento en que mi subconsciente decidió traicionarme.

—¿Qué?—se exaltó y no pude evitar carcajearme de mi mismo y por su puesto de su expresión

—Te llevaré hasta la orilla. Súbete a mi espalda—le expliqué riéndome, eso era lo que quise decir al principio.

—¿No era mejor decir eso que ... que te montara?—Esta chica quería matarme de un infarto, ¿Cómo me decía eso en un susurro mientras enredaba sus piernas en mi cintura y sujetaba mi cuello?. Mi amigo se despertó y no lo pude culpar.

—¿Y perderme la diversión de sonrojarte? ¡Qué va!.

Esperaba que de aquí a que llegara a la orilla mi erección desapareciera, así que me tomé mi tiempo, después de todo, estaba entre sus piernas, así que debería disfrutar el pequeño paseo.

La llevé hasta la orilla y en cuanto se sentó me arrodillé frente a ella y sin pedirle permiso, porque me importaba poco si me lo daba o no, comencé a masajearle el musculo acalambrado. Mi hermano y yo hacíamos suficiente ejercicio para saber muy bien como calmar el dolor que estaba sintiendo.

El problema con esto es que estaba más que consciente de que mis manos masajeaban su pierna, su suave piel con olor a coco por el protector solar idiotizaban mi razonamiento. Yo quería aliviar su dolor, pero esta se estaba convirtiendo en una tortura, porque quería tirarla sobre la arena y tocar mucho más que su pantorrilla.

Para mi suerte, ella prosiguió la conversación de mis tatuajes y eso me permitió desviar mis pensamientos.

—Creo que ya es suficiente ya solo la estas manoseando—Gabriel podía ser un grano en el culo cuando quería, y definitivamente en este momento lo que más quería era molestarme.

Lo ignoré y seguí manoseándola, porque ciertamente era lo que hacía, desde hace rato que pude haber parado el masaje, pero si ella no se quejaba, yo no era quien para hacerlo.

—Tengo el de las costillas—le expliqué y mostré—. El de la pantorrilla y otro más que está en un lugar... íntimo que si quieres...

—No hace falta—respondió ruborizada, pero la dulzura de voz se perdió junto con la de Gabriel, que dijo exactamente lo mismo.

No quería que el día terminara, pero en cuanto lo hiciera Gabriel y yo tendríamos una conversación muy seria.

Primero fuimos a casa de Marypaz, haciendo tiempo de que Amelia descansara un poco más, se había quedado dormida en el trayecto. La miraba descansar a través del espejo retrovisor, sin que ya no me importase cuantas veces Gabriel me descubrió haciéndolo. Pero cuando llegamos a su casa seguía profundamente dormida y me negué a despertarla.

Me bajé del auto, tomé su bolso y abrí la puerta con mucho cuidado de que no se cayese. Tenía el sueño bastante pesado, porque no sintió cuando le solté el cinturón de seguridad, ni tampoco cuando la tomé como una muñeca de trapo en mis brazos.

Gabriel me abrió la puerta de su casa y regresó al auto. Subí las escaleras con ella en mis brazos, mientras su tibio aliento me daba escalofríos en mi cuello, la escuché murmurar algo en sueños "am...es" y me fue suficiente para desear que fuese mi nombre; y entonces ella se acurrucó en mis brazos, enterró su cara en mi cuello y enredó sus brazos en mi nuca, en su inconsciencia también jugueteó con mi cabello. Sonreí como un idiota

Su cuarto lucía idéntico a la última vez que estuve acá, la acosté con cuidado en la cama, ni siquiera encendí la luz para no despertarla. Lucía tan adorable mientras dormía que abusé dándole un beso en su mejilla, acariciándola con el dorso de mi mano, con especial cuidado de no interrumpir su sueño.

Pero ¿quién iba a saber que Amelia era sonámbula?.

—¿Ya llegamos?—murmuró con sus ojos cerrados

—Si, estás en tu cuarto—le expliqué sonriendo.

Ella se levantó de la cama y se comenzó a quitar la ropa, quedando una vez más en traje de baño frente a mí.

—¿Qué haces?

—Me pondré la pijama, no puedo dormir así—me explicó como si fuese obvio

—¿Necesitas ayuda?—pregunté solo por un impulso pícaro que me salía muy espontáneo con ella y deseando que aceptara.

Escuché su risita en la oscuridad del cuarto: —No es necesario.

—¿Estás segura?—me costaba verla con la poca luz que se filtraba desde la calle a través de su ventana, pero alcancé a ver su sonrisa

—Yo puedo solita—respondió.

La vi tomar las tiras de su traje de baño para soltar el nudo que lo mantenía en su sitio. Sus ojos seguían cerrados, lo que solo aumentaba la locura de lo que estaba haciendo. Tenía que irme de allí porque ella no estaba en sus cabales y estaba muy seguro de que no quería darme el show que estaba por hacer.

—Me iré entonc....—pero no pude terminar la frase, porque Amelia se despojó con gran rapidez de su traje de baño y me dejó petrificado en el medio de su habitación, sin moverme, sin respirar, solo viviendo por ese momento donde todo su cuerpo estaba a la merced de mi miraba lujuriosa

La poca luz del cuarto reflejaba sus curvas, haciéndolas lucir tan suaves como estaba muy seguro que se sentían y me moría por sentir su piel en mis manos, en mi boca, en mi propia piel.

Su tez resplandecía allí donde los pequeños rayos la tocaban y me permitían admirar lo que en definitiva tenía que ser prohibido, porque su belleza era tal que debía ser penada.

Mis ojos se desesperaban por adaptarse a la oscuridad, para poder verla mejor.

La vi lanzar el traje de baño en el cesto de la ropa sucia, sin atinarle, después de todo seguía dormida. Luego se agachó para colocarse su ropa interior y se deslizó una camiseta con tirantes, que cubrió la silueta desnuda de sus senos de mi mirada. Finalmente se colocó un pantalón largo de pijamas y se subió a la cama donde se acurrucó, olvidándose de mi existencia por completo, sin importarle si mi corazón después de aquella tórrida escena seguía latiendo.

Irónicamente, ella llevaba un pijama de las chicas súper poderosas, mientras yo deseaba tener algún súper poder especial que me permitiera seguir viéndola en la oscuridad.

Salí de su cuarto tambaleándome, mi corazón bombeaba con fuerza, mi respiración era irregular, me sentí desorbitado y tuve que agarrarme a las paredes cuando mis piernas se volvieron de gelatina y mi entrepierna se endureció entorpeciendo mis pasos, apretándose con tanta fuerza a mi pantalón que resultaba doloroso.

Gabriel me esperaba sentado de copiloto, escuchando música y revisando su teléfono.

—Conduit- Conduce—le dije mientras abrí la puerta trasera y me acosté sobre el asiento.

Estaba físicamente atolondrado, aturdido, embobado. Me faltaban palabras para describir el colapso nervioso que estaba sintiendo, uno que nunca había experimentado.

—¿Estás bien?—su voz sonó angustiada. Me acosté boca arriba y tapé mi rostro con el brazo.

La camioneta se puso en movimiento y Gabriel apagó la música antes de insistir en su pregunta.

—No—fue lo único que atiné a responder.

—¿Pasó algo con Amelia?—estaba siendo precavido en sus preguntas, no había rastro de burla o interés mal sano en su cuestionario, Gabriel se encontraba genuinamente preocupado por mí.

¿Tan mal me veo?

—Nada—ni de coña le diría lo que pasó ni lo que vi, eso era solamente mío.

Él guardó silencio por un momento, aunque sabía que moría por seguir preguntándome.

Mi corazón comenzaba a regularizar sus pulsaciones, mi respiración ahora era acompasada, y mi erección, aunque no desaparecía del todo, por lo menos ya no era tan dolorosa. Pero no era la erección lo que me perturbaba, era el dolor en mi pecho, donde ese órgano vital palpitaba con fuerza, como nunca antes lo hizo.

Ella me daba arritmia cardíaca. Me paraba el corazón y me lo aceleraba al mismo tiempo.

Poco a poco volví a tener control de mi cuerpo, el cortocircuito que Amelia me causó comenzaba a pasar, o por lo menos eso esperaba.

Gabriel siempre fue una persona muy perspicaz, sabía hacer las preguntas correctas en el momento indicado, era empático y muy sensible a los sentimientos de las personas, por eso sabía que estudiar para abogado era ideal para él, porque arrasaría en la carrera

—¿Qué te pasa con Amelia?—preguntó finalmente cuando bajamos del auto.

Su pregunta, en sí, no me extrañó, era la misma que siempre me hacía cuando me veía interesado en alguna chica, y mi respuesta siempre era la misma «nada», porque con ninguna persona antes me pasó algo, siempre era nada, por eso mi respuesta me sorprendió a mi mismo...

—De todo, con Amelia me pasa de todo.

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