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CAPÍTULO 3. POV Rámses. HÁBLAME CLARO Y SIN RODEOS. (3era Parte)

—¿Terminaste de fisgonear?—me preguntó cruzando otra vez sus brazos y haciendo que su camiseta se apretase contra su generoso busto. ¿Por qué no lo exhibía? Muchas chicas quisieran tener esa talla de brasier, yo quiero poseer su talla de brasier...

Alcé mis hombros, no queriendo abrir la boca y que se me escapara alguna de las tantas cosas que pasaban por mi mente en ese momento, me lancé sobre su cama, olvidando cualquier delicadeza. Utilicé mis brazos como almohada mientras contemplaba las estrellas fluorescentes que estaban pegadas en el techo de su habitación. Desde donde me encontraba el olor de su perfume, impregnado en las sabanas, me aturdía agradablemente.

El timbre sonó y casi corrió escaleras abajo. Respiré profundo para que su olor se me quedase grabado en el cerebro. Me sentí un tanto psicópata haciéndolo, pero desde que la había visto a principios de semana no había logrado sacármela de la cabeza y esperaba que sobrecargando mis circuitos de ella, pudiese superar esa "curiosidad" que sentía constantemente por Amelia.

Me levanté cuando escuché la voz de mi hermano y bajé las escaleras con deliberada lentitud. Ya que Gabriel me acribillaría a preguntas, por lo menos le daría material para mantenerlo intrigado hasta que pudiese hacerlo. Le guiñé un ojo a Amelia cuando pasé por su lado y sus mejillas se mancharon de un perfecto color rosa.

Tengo que hacerla ruborizar más a menudo.

La noche cayó y aunque terminamos de estudiar permanecíamos en casa de Amelia. Desde hace más de una hora comenzó a intentar localizar a su mamá, sin ningún tipo de éxito. Su nerviosismo era contagioso, caminaba de un lado al otro de la casa, llamando a todos los números que recordó e insistiendo de forma irracional con el número de su mamá a pesar de que el aparato estaba apagado. Más de una vez profirió alguna maldición cuando la contestadora volvía a atender su llamada.

Pacita se ofreció a quedarse con ella, pero Amelia declinó su oferta, animándonos a marcharnos antes de que fuese más tarde. Pero ni loco me iría de esta casa y la dejaría en ese estado.

— Je vais rester avec elle, ce qui conduit à la maison Pacita- Me quedaré con ella, tú lleva a casa a Pacita — le pedí a Gabriel, lanzándole las llaves del auto sin esperar a que me respondiese.

—¿Qué dijo?—preguntó—.

— ¿Estás seguro?—consultó mi hermano, ya no lucía la misma sonrisa ladina que me dedicó cuando salió a comprar helado, estaba más que claro que mi actitud lo llevaba confundido—.

—¿Me piensan decir que es lo que están diciendo?—exigió Amelia, otra vez cruzando sus brazos. ¿Acaso no sabía lo bien que se le veían los pechos cuando lo hacía?... ¿O si lo sabía?

—Yo llevaré a Pacita a su casa y Rámses se quedará contigo—explicó Gabriel.

—Eso no es necesario—estaba incómoda, visiblemente apenada, lo que solo significaba una cosa, estaba a punto de pedirme que me fuese de su casa también y eso, no pensaba hacerlo.

— Je ne demandais pas s'il pouvait- No pregunté si podía — respondí en francés, sabiendo que la haría molestar.

Ella hace que me comportase como un niño de kínder.

—Si me vas a hablar, hazlo en un idioma que entienda—estaba molesta e incluso así me pareció linda.

—Dije, que no te estaba preguntando si podía— clavé mis ojos en los suyos, no me ganaría esta discusión, no permitiría que me intimidara, porque no estaba dispuesto a irme de su lado.

Cuando no dijo nada miré a mi hermano sintiéndome victorioso, pero la pequeña victoria que sentí se esfumó en cuanto vi su sonrisa, me había estado estudiando todo este tiempo, dilucidando lo que pensaba de Amelia, y creo que acababa de generarle una gran sospecha al respecto.

Cuando se marcharon, el silencio se hizo una vez más entre nosotros, pero no quería que fuese así: —Asumiré que no es normal que tu mamá se desaparezca de esta forma—afirmé y ella se sobresaltó, sus nervios estaban a flor de piel.

—Lo que no es normal es que tenga el teléfono apagado. Ella... no ha estado bien de un tiempo para acá. Siempre ha sido distraída, pero ahora su estado despistada es permanente—me explicó. Era la primera vez que me dirigía tantas palabras solamente a mí.

—¿Y qué cambió?— pregunté con miedo de que la asustara mi curiosidad y volviese a cerrarse a mí.

—Mi padrastro la engañó—respondió.

Permanecí callado, esperando que continuara su explicación y así lo hizo. Cuando comenzó a llorar tuve que apretar manos a mi costado, porque mi primer impulso fue apretarla con fuerza en mis brazos, borrar cualquier rastro de tristeza de su rostro, y moler a golpes al desgraciado que fuese capaz de hacerla sufrir.

Cuando dejó de hablar y pude estar seguro de que no me abalanzaría sobre ella asfixiándola para apresarla entre mis brazos, me levanté del sofá y la tomé de la mano haciendo que caminase detrás de mí hasta su cuarto.

Su mano cálida, pequeña, delicada y suave me enviaba corriente de energía por todo mi cuerpo. Deseaba estar haciendo este mismo recorrido, pero no para dar con su mamá, sino para llevarla hasta la cama y besar cada parte de ella.

Mi hermano y yo no éramos ningunos santos, lo sabíamos muy bien, mi papá también, nuestros padrinos también. Por eso, cuando tuvimos la inteligencia suficiente (pero no la edad) comenzamos a escaparnos de la casa buscando un poco de "aventura", sobre todo después de la muerte de mamá. Pero siempre mi papá nos conseguía con una impresionante exactitud.

Eventualmente descubrimos que su sexto sentido de padre, era en realidad un programa de rastreo de celular, que triangulaba nuestra ubicación. Después de esa revelación, se nos hizo más sencillo mantenernos ocultos cuando no queríamos que nos descubrieran.

Le pedí que se sentara en la cama y tomé su laptop para tener acceso al programa. Lo descargué desde mi correo y en pocos minutos, con los datos que le pedí que me diera, logré dar con un listado de las últimas direcciones donde estuvo su mamá. Tomé la silla de su escritorio y se la ofrecí para que se sentara.

Algo tenía que sacar de esto, no podía ser por nada. Por eso me coloqué todo lo cerca de ella que pude, respirando ese aroma florar que no sabía identificar y que me amenazaba con volverme estúpido. Mi corazón no se aceleraba como siempre las personas dicen, el mío se saltaba varios latidos y estuve muy seguro de que tendría que decirle a Hayden que me hiciera una revisión cardiológica, no podía ser normal que mi corazón bombeara de forma tan irregular.

—Hijo de pe...—exclamó y me causó diversión semejante obscenidad en su boca, esa tan dulce y provocativa que....

¡Concéntrate Rámses!

Ella colgó la llamada que le estuvo haciendo a su padrastro, con quien su mamá se encontraba, luciendo devastada en tantos niveles que no supe que hacer ni decir. Parecía una pequeña flor que comenzaba a marchitarse, allí, frente a mis ojos, sin que pudiese hacer nada para evitarlo.

Balbuceé alguna palabras sueltas que no tuvieron sentido alguno, sobre todo porque no debería estar hablando, debería estar es abrazándola, pero cuando cubrió su rostro con sus manos y comenzó a llorar no pude evitarlo por un segundo más.

Me acerqué a ella y la estreché en mis brazos, tenía miedo de espantarla, porque no quería soltarla, sin embargo ella apoyó su cabeza en mi pecho, y por fin sentí mi corazón bombear con regularidad, acelerado, pero regular. Acaricié su cabello, esa trenza que se había hecho en la mañana tenía varios mechones sueltos, que solo la hacían lucir más adorable, tanto como no querer mover ni un solo cabello de su lugar. La escuché sollozar con fuerza, rompiéndose por dentro sin que pudiese hacer nada, hasta que finalmente se calmó.

Sus ojos estaban enrojecidos y no era normal que aun así me parecieran bellos, pero lo eran. No era bueno en estos momentos, jamás lo había sido, ese era Gabriel que estas situaciones se le daban de forma tan empática, yo era una mierda. Así que no abrí la boca, solo la miré a los ojos buscando que ella misma me dijese lo que quería que hiciera, pero solo me dio un pequeño y muy falso "estoy bien", pero no le quise decir que no sabía mentir, no era el momento.

***

Debo decir que estoy un poco triste. Cuando quedó claro que me quedaría aquí la noche, para evitar de que no estuviese llorando sola, esperaba quedarme en su cuarto, cualquier otra chica lo hubiese hecho, y sin embargo estoy en el mueble de su casa. La puerta de su habitación quedó abierta, por lo menos si comenzaba a llorar a media noche tendría la excusa perfecta para ir a abrazarla otra vez.

Mi amigo es el que está muy decepcionado, diría que hasta molesto, porque está despierto desde que Amelia se colocó sus pijamas y me dio las buenas noches, lo que me dejó verla una vez más en esas míseras prendas de tela y por culpa del idiota de mi hermano, (porque fue él quien me dio la idea), cuando ella comenzó a subir las escaleras tuve que ladear mi cabeza para ver un poco más de esa fantástica vista trasera y maldición...

Amelia está jugando sucio, aunque no creo que supiese lo que provocaba en mí...

—Bien, organiza el día de playa—le tecleé a Gabriel con mi entrepierna palpitando con fuerza ante la sola idea de ver a Amelia con menos ropa de la que ya la había visto.

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