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Capítulo 5 (parte 3)

Pov Amelia.

En otra circunstancia me hubiese apenado, pero me moría por estar a solas con Rámses. Salimos del restaurante sin un rumbo fijo, pero terminé llevándolo al jardín público de Boston, uno de mis lugares preferidos. Caminamos por sus senderos tomados de la mano, disfrutando de nuestra compañía y del silencio.

Nos paramos en las pequeñas estatuas de la mamá pato y sus pequeños patitos siguiéndola. La escultura me producía una mezcla de ternura y melancolía, tristeza y alegría.

—Hay tantos lugares que quiero mostrarte. Siempre que Gabriel y yo salimos de paseo hablamos de llevarte con nosotros cuando estés aquí.

Me seguía preocupando la conversación que tuve con Rámses y su miedo a sentirse suplantado. Quería que estuviese seguro de que no era así y de que Gabriel y yo siempre lo teníamos presente.

—Me podrán llevar en un par de meses. Yo no he tenido tiempo de salir mucho en Atlanta, pero incluso cuando estoy en el metro pienso en las cosas que me gustaría que vieras porque sé que te encantarían. El otro día estaba un tipo haciendo un show de magia y le pidió a alguien del público un libro. Una chica le ofreció el que estaba leyendo y no se bien que planeaba hacer de truco, pero no funcionó y el libro terminó destrozado. Entre todos pusimos dinero para que el pobre mago pudiera reemplazarlo.

Nos reímos con fuerza. Me hubiese gustado estar allí para verlo.

—Nunca me lo contaste—dije al cabo de un rato, habíamos reemprendido nuestra caminata y ahora íbamos rumbo al departamento.

—Nunca tengo todo el tiempo suficiente para decirte todo lo que quiero o… lo que me pasa.

Sus palabras no sonaron acusatorias, por el contrario pareciera que supiese algo más y que esperaba terminar de escucharlo de mí. Pero como cosa rara, no tenía idea de lo que me hablaba.

—Gabriel me contó que no te gusta estar sola en el departamento.

Ese portugués no pudo quedarse callado. Increíble.

—Solo fue al principio, me hacías demasiada falta y todo era nuevo… me daba miedo. No quise preocuparte ya tú tienes demasiado estrés y cansancio encima como para lidiar con mis tontas angustias.

—No quiero que me apartes, Amelia. Quiero que me cuentes lo bueno y lo malo. No estoy molesto, porque yo mismo también he dejado de decirte muchas cosas porque es muy poco el tiempo que tenemos para hablar como para gastarlo hablando de cosas tristes o que nos molestan.

—Lo sé, tienes razón. Lo lamento.

Me puse de puntillas para llegar hasta sus labios y él acunó mi rostro entre sus manos para besarme con suavidad.

—¿Hay algo que debas decirme, que no me hayas dicho antes para no angustiarme?

Eran muchas cosas que evité decirle, la más grave y reciente era el beso que Isaack me había dado anoche, pero me negaba a arruinar nuestro perfecto día.

—A veces tengo pesadillas con Stuart—le confesé—, cuando eso pasa te llamo porque me calma escucharte, pero si es muy tarde o no puedes atenderme, le pido a Gabriel que me acompañe hasta que me vuelvo a dormir.

—Por eso te gusta que nos quedemos dormido con la video llamada andando…

—Si—me sentí tontamente apenada por lo que acababa de confesar, pero sobre todo por lo que no le estaba contando.

Tenía pesadillas con Stuart, en algunas él entraba al departamento, algunas noches hasta mi habitación. Muchas de las pesadillas eran escenas un poco adulteradas del secuestro que vivimos y otra tanda eran representaciones de los miedos que experimenté ese día, como la posibilidad de perder a Rámses o a Gabriel, o volver a ser abusada por él.

Sin embargo, Rámses sí se dio cuenta del principal detalle: todas las noches que hablábamos le pedía que no apagase la llamada, porque todas las noches tenía pesadillas con Stuart. Pero no dijo nada al respecto y lo agradecí.

—¿Y tú tienes algo que no me hayas contado? —pregunté intentando desviar el tema de conversación lejos de mí.

Rámses rebuscó en su memoria por un rato y finalmente habló

—La mayoría de las veces que me ves comiendo en la noche, es la única comida que he ingerido en el día.

—Rámses…

—Es una situación de locos, Bombón. Por lo general comemos cualquier cosa que podamos entre los pequeños descansos: una galleta, un yogurt, un pequeño pan; pero un almuerzo como tal, es difícil y bastante complicado. Cuando Hayden tiene tiempo, nos rapta a mí, a Susana e incluso a Ulises y nos lleva a comer algo más decente, pero no siempre él tiene el tiempo, y no siempre nosotros podemos ausentarnos.

—Lo entiendo, de verdad, pero no deja de preocuparme. ¿Será mucho pedir que te lleves el almuerzo?.

Se rio y me atrajo a él en un pequeño abrazo..

—¿Te quedarías mas tranquila si te digo que comenzaré a llevarme algo para comer por si no puedo almorzar?.

¿Cómo no amarlo? Lo abracé con fuerza agradeciéndole el detalle, de cambiar algo de si, de su rutina, solo por complacerme. A veces las personas dan por sentado los cambios que hace quien nos ama por nosotros, como si fuese una obligación en vez de una demostración de compromiso, pero es algo que debe agradecerse siempre.

.

.

Llegamos finalmente al departamento y estaba vacío.

—¿En dónde están todos?—preguntó Rámses mientras yo iba a la cocina por un poco de agua.

—Ni idea, quizás siguen en el restaurante.

—Porque no quiero que lleguen de improvisto al departamento.

—Y ellos son especialistas en eso, es como un sexto sentido que tienen para interrumpirnos—recordé todas las veces que nos interrumpieron las ganas que nos teníamos.

—Solo necesitamos una hora y media por lo menos. Mejor que sean dos, tengo muchas ganas.

—Vaya—mi vientre se calentó de inmediato—, hay que asegurarnos de que no lleguen entonces. ¡Rámses!.

—Dos horas y media, se acaba de dar cuenta de que hablo contigo.

Entre risas, colgó la llamada y se acercó hasta mí. Intenté rehuirle, de hecho corrí por la habitación hasta el otro extremo.

—Tú y yo hablaremos en este mismo momento sobre tu afán de contarle todo a tu hermano.

—Tenemos solo dos horas, no me dieron la media adicional para contentarte. No perdamos tiempo bombón.

Él avanzó nuevamente hacía mí y yo volví a correr hacia el otro extremo.

—Pues lo hablaremos. Sobre todo porque Gabriel tampoco sabe quedarse callado y luego usa esa información para avergonzarme delante de quién sea.

—Hablaré con él después de eso.

Rámses caminó otra vez hasta mí y volví a correr.

—¿Sabes que lo que estás haciendo solo me excita más?—con su mirada me hizo mirar su entrepierna y pude ver como su erección le apretaba la tela del pantalón.

Tragué grueso, porque mi intención no era excitarlo… ni mucho menos excitarme a mí. La broma se me estaba volteando.

—No quiero que la familia sepa todas nuestras intimidades.

Me moví con lentitud hacia un costado y él imitó mi movimiento.

—Solo estaba asegurándome de que no llegarían de improviso—Rámses se quitó en un solo movimiento su camiseta y dejó a mi vista todos sus músculos tatuados.

Me quedé sin saliva que tragar. ¿Por qué tenía que hacérseme tan irresistible cuando quería tener una postura firme?.

—Con preguntarle a Gabriel donde estaban, era suficiente.

—Pero Gabriel no me atendió—comenzó a desabrocharse su pantalón sin dejar de mirarme.

Mi mirada barrió sus piernas cuando el pantalón cayó en el piso. Ni siquiera ya llevaba puesto los zapatos y los calcetines y no lograba recordar cuando se los quitó.

Me acaloré a punto de derretirme cuando quedó solo en bóxer y su erección saltaba a mi vista.

—Si no hablabas con Gabriel…

—Hablaba con mi papá.

Saltó hasta donde me encontraba y solo por un milagro divino logré esquivarlo.

—¡Rámses!—grité horrorizada y él torció su sonrisa mientras se preparaba para volver a saltar hasta donde yo estaba.

Disfrutaba estar cazándome y no se molestaba en disimularlo.

—Amelia… mi papá sabe las ganas que te tengo sin que se lo diga. Creo que la que no lo sabe eres tú…

Enredó sus manos en la orilla del bóxer y comenzó a bajarlo con lentitud. Me estaba torturando, matándome, provocándome.

Finalmente se agachó para quitárselo y su erección quedó liberada.

Tuve que agarrarme al respaldo de la silla más cerca que tenía para no caerme.

—Ahora ¿dejarás de correr o tengo que seguir fingiendo que no puedo atraparte?.

Me ofendí en varios niveles…

Él vio mi ofensa e incredulidad. Torció su sonrisa una vez más, sus ojos brillaron cuando los achicó. Saltó hasta donde me encontraba sin que tuviese ni siquiera la posibilidad de moverme. Pasé de estar libre, a ser una presa entre sus brazos, con su erección en mi pierna, enterrándose en mi piel.

—Perdóname—susurró contra la piel de mi cuello, haciendo que se erizara.

—¿No has pensado que…

Su lengua ahora lamía mi cuello, sus manos subían mi camiseta y soltaron mi sostén.

—¿Qué?—insistió cuando me quedé callada.

Ya ni me podía acordar de lo que le estaba diciendo... mucho menos cuando sus manos apretaron mis senos.

—¿Cómo lo quieres?—subió mi camisa y la tiró en el piso—¿Suave?¿Lento?¿Rápido?¿Rudo?.

Sus palabras llegaban directamente a mi entrepierna. Mi sistema nervioso estaba colapsando.

Se agachó delante de mí y soltó el botón de mi pantalón y comenzó a tironearlo para abajo.

—¿Quieres que empecemos por debajo?.

Sacó mi pantalón y terminó a un lado de mis pies. Me giró sobre mis talones y mordió uno de mis glúteos.

—¿Por delante o por detrás?.

Cuando se levantó me aprisionó contra la pared, su erección en mi trasero me estaba volviendo más loca de lo que ya estaba.

—¿Aquí? ¿En la cocina?¿El baño?¿La habitación de Gabriel?

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