Capítulo 1. (parte 2)
Rámses O’Pherer.
Los ojos me pesan una barbaridad, a duras penas logro concentrarme en las anotaciones de mi libreta, y ya he releído mil veces la misma frase sin que pueda ni siquiera entenderla.
Mi rutina es una putada, empieza estudiando, termina estudiando y en el medio estudio y hago la práctica. Me faltan horas de sueño, horas de descanso, horas de todo. Me volví adicto al café y cualquier cosa que llevase cafeína. Era la única forma de que pudiese rendir lo necesario.
Hayden me dice que el curso es un intensivo avanzado, que las clases de medicina serán menos demandantes porque no tendré que hacer práctica los mismos días que vea clases. A esa idea me aferro, a esa y a que cuando esté en la universidad dormiré al lado de mi chica.
Extrañar a Amelia es la parte más difícil del puto curso porque cuando llego a la casa y solo quiero compartir mi día con ella, debo conformarme con verla por una pantalla y a veces ni eso, porque llego tan tarde que no quiero despertarla y que esté tan cansada como yo al día siguiente.
Lo único bueno de esto es que gracias a Dios Columbia me rechazó, porque no creo que hubiese podido estar separado de Amelia por tanto tiempo, ni tampoco de mi hermano. Si con Amelia hablo poco, con él hablo menos.
Harvard cada vez suena mejor y mejor.
—Hey, te quedaste dormido. Vete a la cama.
Susana me despertó y por más tentadora que fuese la posibilidad de dormir ahora, mañana tenía un examen que no podía fallar. Así que me negué.
Restregué mis ojos y me levanté a la cocina por un poco de agua y ya que estaba allí me humedecí el rostro tratando de espantar el sueño.
—No haces nada quedándote despierto hasta tarde si mañana no podrás estar despierto en el examen.
Susana se recostó sobre la pequeña encimera de la cocina, sus senos se apretaron en el escote.
Los primeros días me incomodaba esa actitud, pero ya la ignoraba con gran facilidad, porque descubrí que era su personalidad, una muy zorra, pero mientras no pretendiese algo conmigo estaríamos bien.
Así que lo estábamos.
Me volteé para buscar algo que comer dentro de la nevera y opté por algunos melocotones en almíbar que me quedaron de ayer. Tome uno con mis dedos y lo llevé hasta mi boca.
El sabor dulce tan familiar me reconfortó. Recuerdo haber visto a mamá comiéndolos directamente de la lata, con sincero placer. Compartía siempre algunos conmigo y guardábamos el secreto de papá, no porque él lo prohibiese, sino porque mi mamá quería tener algo solamente nuestro.
Y la adicción que ambos teníamos fue nuestro secreto a voces, hasta que solo fue mi adicción, la mejor forma de recordarla.
—Ve a acostarte—me repitió.
—No he terminado este objetivo—tercié regresando a la mesa donde los libros seguían esperándome.
—Bien, como quieras. ¿Te hago café?.
—¿Y bien? ¿Qué tal te fue?—me preguntó Susana apenas llegó a la casa.
—¡Excelente!, desde aquel día que me quedé dormido y me despertaste, me ha funcionado muchísimo estudiar en la madrugada. Creo que el café me afecta mejor a esa hora porque amanezco activo.
Susana largó una gran carcajada y cuando se recompuso de su ataque, habló:
—No es el café tonto, te he estado dando unas pastillas para estudiar. Son nuevas y son oxigenantes cerebrales, te ayudan a estar despierto y focalizado.
La rabia que sentí con su confesión me hizo levantarme del sofá donde permanecía recostado, tratando de recuperar las fuerzas.
—¡Maldición Susana!—grité ofuscado, aventando mi bolso al piso—. Odio esas cosas, lo sabes. ¿Por qué mierda no me lo dijiste?. ¿Pero qué coño te pasa?.
Ella paró de reírse, pero su actitud continuaba siendo altiva.
—Oye, has estado demasiado estresado con los estudios. Francamente, deberías agradecerme.
Me encerré en la habitación luego de azotar la puerta con tanta violencia que esperaba haberla roto. No podía creer que ella me hubiese hecho eso, pensé que había quedado muy clara mi posición respecto a las drogas.
Era una idiota definitivamente.
Me sentí inseguro con lo que me dijo que me dio, así que para calmar mi rabia y mis miedos, busqué por internet y varias páginas aparecieron. Era una droga bastante común entre los estudiantes y no decía nada de efectos negativos o secundarios. Eso me dejó un poco más tranquilo.
Imaginarme nuevamente en una dependencia por culpa de su idiotez me molestaba en exceso.
Además constituía un riesgo para mí considerando mi pasado con las drogas, aunque claro yo también era otra persona. Ahora soy más maduro y consciente, no busco ocultar mi dolor ni nada de esas mierdas que me pasaban por la cabeza cuando probé la primera vez, pero no quería tentar mi suerte. La desintoxicación que sufrí realmente me traumó, porque fueron los peores días de mi vida.
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Al día siguiente desperté aun molesto con Susana. No quería ni verla y por esa razón me levanté más temprano y me marché incluso antes de que Hayden, con la excusa de que asistiría al grupo de estudio.
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De todos los chicos con los cuales hice la visita hace unos meses solo coincidí con Ulises. Él fue admitido en la universidad de Boston pero insistió en hacer el curso para poder destacarse más en las clases, tenía una beca que no podía darse el lujo de perder. Así que cuando improvisadamente le dije para que estudiáramos juntos, aceptó de inmediato.
Tomé el transporte público hasta la universidad y una vez allí, mientras llegaba Ulises aproveché de llamar a mi hermano.
—Hola Irmão, ¿Cómo estás?—Gabriel apareció en la pantalla con su cabello enmarañado.
—Bien ¿y tú?.
—Bien, despertándome para hacer el desayuno. Por lo menos ya sé que Amelia debe estar despierta.
—No la he llamado, necesitaba hablar contigo primero.
—¿Todo bien?—ahora lucía un poco más despierto que minutos antes.
—Sí, es solo que… bueno, no caigas en pánico pero…—y entonces le conté todo lo de Susana, cuando terminé él permaneció en silencio pensando un poco.
Y por supuesto que entró en pánico.
—¿Volverás a tomar de esas pastillas?.
Su cara era de preocupación y susto. El pasó por lo mismo que yo. Mucho hablamos al respecto, nuestro miedo a pasar por ese mismo dolor indescriptible de querer algo como el aire que se respira y sentirse morir sin el.
—Por supuesto que no, solo que…
Maldición, no podía mentirle a él, aunque lo intentase.
—Te tentaron, porque de lo contrario no estarías llamándome.
Murmuré un quedo sí. Entonces escuché un líquido derramándose.
—¿Es necesario que orines mientras hablas conmigo?.
—Es necesario que orine, esté o no hablando contigo.
—Me preocupas—dijo por fin lo que estaba pensando, lo vi caminar por el departamento y llegar hasta la cocina.
No conocía el lugar en persona, solo por fotos, videos y algunas llamadas donde me mostraban el lugar. Eso me daba un poco de celos, yo quería estar allá con ellos. Aquí ciertamente no estaba solo, Hayden siempre sacaba tiempo para compartir el poco espacio que yo tenía en mi agenda, pero no era lo mismo, extrañaba a mi hermano y a mi chica.
A mi papá lo veía menos, ya tenía dos semanas fuera del país y la última vez que lo vi fue poco antes de marcharse. Ahora viajaba mucho entre las distintas embajadas, con una agenda más apretada que nunca antes por algunos problemas internos del país que pusieron las cosas tensas con la comunidad Europea. Lo que se traducía en menos Fernando para nosotros y más diplómatico O’Pherer para el mundo.
Una putada en resumidas cuentas.
—No tienes por qué preocuparte por mí—intenté tranquilizarlo, tenía su ceño fruncido, lo cual era muy raro en él—. Preocúpate por Susana porque como siga así Hayden se enterará de muchas cosas. No permitiré que me arrastre otra vez con ella.
Gabriel no respondió, solo asintió quedamente pero su ceño fruncido no desapareció del todo.
—¿Amelia sabe de esto?.
—¿Estás loco? Ella no traga a Susana, si le cuento esto… no quiero darle dolores de cabeza y aún me falta mucho tiempo por acá.
Volvió a asentir y abrió la nevera para sacar algunas cosas para el desayuno. Dejó el teléfono en un sitio donde podía verlo desplazarse por la cocina con tranquilidad.
—Dime que te vestirás antes de que despiertes a Amelia—iba solo con bóxer.
—¿Cómo crees que logro despertarla?—una de sus cejas se alzó con picardía y quise rasurársela.
—Más te vale que te vistas…—advertí y él se rio mientras rodaba los ojos—. ¿Y tú que me cuentas?.
—Bueno, no mucho en realidad. Hoy me reuniré con Isaack para estudiar Lógica Jurídica, tendremos la primera evaluación y no entendí nada en clases. Y mañana sábado tengo una cita con Aurora, una chica que conocí en el gimnasio.
—Esa es nueva. Amelia colapsará con los nombres.
—Estará bien, acordamos que a todas las llamará de “amiguis”—rió y soltó un gran suspiro—. Te extraño Rámses.
—Y yo a ti.
—Cuídate ¿sí?. No me gustó nada ese cuento de Susana, es como la versión femenina y sexy de Cólton.
—Que Amelia no te escuche llamarla sexy…
—Me mataría lo sé…
Poco tiempo después nos despedimos y en un par de minutos más llegó Ulises. Pasamos una hora entera estudiando, repasando los objetivos de la próxima evaluación, pero incluso él notó lo distraído que me encontraba.
No podía dejar de pensar en lo que había hecho Susana.
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—Rámses, no tuviste una buena puntuación en esta prueba, pero entiendo que el curso es difícil y anoche fue especialmente rudo en la emergencia. Sin embargo sabrás que el curso se aprueba con no menos de 9/10, y esta nota puede bajarte el promedio.
—Lo entiendo. ¿Puedo volver a presentarlo?—no era algo usual, pero debía intentarlo.
El profesor dudó, sin embargo sabía que yo era el hijo del Doctor Michia y francamente, nunca me aprovechaba de eso, sino hasta este momento.
—Bien, mañana a primera hora tengo tiempo. Llega a las 7 y te hago otra vez el examen.
Sonreí y estreché su mano.
Mañana tendría entonces dos exámenes por lo que debía comenzar a estudiar desde ya. Me dispuse a salir del hospital, hoy por primera vez terminaría la práctica a la hora correspondiente, pero en ese momento llegaron múltiples heridos por un accidente de tránsito y pidieron el apoyo de todos. No podía negarme.
Es por esa razón es que son las 2 de la mañana y apenas estoy llegando a la casa, sin haber podido estudiar para ninguna de mis evaluaciones.
—Susana…—toqué su puerta y esperé que me indicara que pasase, cuando no escuché nada me atreví a asomarme.
No había nadie en la habitación y en vez de irme, entré. Miré por encima de sus cosas comenzando a preocuparme. No tenía nada de tiempo para poder estudiar y los nervios comenzaban a ganarme. Entonces, desesperado me animé a abrir sus cajones, hasta que lo vi. Un pastillero completo con las oxigenantes.
Dudé mientras las veía. Volví a recordar lo difícil que fue despegarme de las drogas, lo que sufrió mi papá y el mismo Gabriel con su propia dependencia. Quité la mano de las pastillas y cerré el cajón; y con ese mismo impulso salí de la habitación de Susana y me encerré en la mía.
Me di un baño rápido y me dispuse a estudiar, pero los ojos se me cerraban y no podía concentrarme. Releía mil veces el mismo párrafo sin que pudiese entender nada, mucho menos grabármelo. No había taza de café capaz de despertarme y ya había tomado demasiadas, también probé lavarme la cara pero el sueño y mi cansancio eran intenso.
Las letras se me hacían borrosas, me costaba mantenerme despierto y en más de una oportunidad mi cabeza cayó rendida.
Tengo que aprobar estos exámenes. De nada valdrá todo este tiempo acá si no apruebo el curso y logro ingresar en la universidad.
Entonces volví a salir de mi habitación y entré una vez más a la de Susana. Tome una tableta de las muchas pastillas que tenía y sin querer darle más vuelta a la situación me tomé una.