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Capítulo 5. NADA, ES MEJOR QUE COMIDA DE AVES. (parte 2)

Apenas llegué a clases acompañada de los —al parecer muy codiciados— hermanos O'Pherer todos los ojos se posaron en mí, pero gracias al carisma de Gabriel se desviaban rápidamente de su atención para responder sus saludos e incluso sus sonrisas. Nuevamente mis celos aparecieron cuando un grupo de chicas lo saludaron con besos en las mejillas más lento de lo que puede ser considerado normal, pero la verdad aunque dolorosa era que yo no tenía ningún derecho a sentir celos, quizás Pacita sí, pero yo no. Los adelanté mientras me despedía con la mano, no quería verme atrapada dentro de ese grupo de fanáticas. La mirada de circunstancias que tenía Rámses me causo gracia, estaba tan incómodo de encontrarse allí como lo estuve yo.

No pude llegar hasta el salón cuando Pacita me tomó del brazo, entrelazándolo con el suyo.

—¿Por qué no puedo vivir más cerca?—se quejó. Le había contado por mensajes lo ocurrido en la mañana y su respuesta había sido la misma que ahora.

—¿Qué planes tienen para el sábado y el domingo? — nos interrumpió Ana María entrelazando su brazo con el de Pacita que aún quedaba libre, mientras continuábamos caminando—. Habrá una fiesta en Playa Coral, en la casa de Kariannis, es para todos los solteros y solitarios. ¿Quieren venir?

—Yo no puedo, tengo una cita—respondió con orgullo Marypaz—.

—Wow, miren a Pacita. ¿Y quién es el afortunado? ¿Lo conozco? ¿Es el moreno del piso dos? Porque déjame decirte que ese moreno es muy mujeriego, ve con cuidado con él, pero si es con él, aprovéchalo, porque besa excelente— soltó su brazo y caminando de espaldas continuó hablando con nosotras casi en un susurro—. No como Rafael, el bajito de la clase de química, ese... ese es mío, si algún día supera su timidez por supuesto. Bueno, ya me tengo que ir— dijo alzando la mano para despedirse al tiempo que se giraba—. La fiesta comienza el sábado a las siete de la noche, si necesitan sacar los permisos con sus padres me avisan, los papás de Kariannis los llamarán a todos.

Y así, sin dejarnos ni siquiera responder se fue, la vimos como aplicaba la misma técnica con otro grupo de chicas, que lucían apabulladas por su presencia explosiva. Así era Ana Maria, hiperactiva, acelerada, con exceso de cafeína y bastante amigable. Ella pudo haber sido amiga nuestra si dejase que en algún momento le respondiéramos. Miré a Pacita y nos reímos, estábamos acostumbrada al huracán que ella representaba, después de estudiar juntas por más de tres años. Y sin embargo, Ana María que hablaba con todos, siempre se la pasaba sola.

***

Con esas mañanas donde los hermanos O'Phere pasaban a buscarme, la semana se me hizo eterna. Resultaba una tortura escuchar a Pacita todas las noches suspirar en el teléfono por Gabriel, y que él me diera un abrazo todos los días dejándome su perfume en mi ropa y mis sentidos.

El San Valentín del año pasado había sido toda una historia distinta. Aunque odio admitirlo y me reprenda a mí misma, a veces, solo a veces extrañaba a Daniel y lo que sus letras habían significado para mí. Porque por esas semanas cuando nos escribíamos por teléfono no me sentí tan sola. Después recordaba cómo se había torcido todo y debía controlarme para que las arcadas que sentía no me hicieran correr al baño.

—¿Pensando otra vez en Daniel?—preguntó Pacita revisando con detenimiento unos vestidos en el aparador de la tienda donde estábamos.

A veces mis niveles de paciencia tenían limite y sentía que estar tan temprano en un día sábado, en vez de estar durmiendo, en un centro comercial en vísperas de San Valentín ayudando a mi amiga a escoger con un vestido sexy para su cita con mi enamoramiento, podría ser la gota que derramara el vaso.

—Y no te atrevas a decirme que no es así, porque tienes esa cara verdosa que pones cuando te acuerdas de él. Francamente Mia, dices que soy tu amiga, pero nunca me contaste lo que pasó con él. Entendí que en ese momento no estabas lista, pero han pasado tanto tiempo...

Bajé mi rostro avergonzada. Ella tenía razón en cuestionar nuestra amistad, pero lo que había pasado con Daniel, no podía saberlo nadie, ni siquiera ella: —Yo...—comencé a balbucear

—Está bien Mía. No te presionaré, pero quiero que sepas dos cosas: la primera, que siempre podrás contarme lo que sea, nunca te juzgaré y siempre estaré allí para ti. La segunda, es que me da demasiada curiosidad saber lo que pasó con Daniel. Tú estabas tan enamorada de él y cuando por fin llegó el momento de la verdad solo... se acabó; sin razones, sin motivos. Pasaste días llorando, días que no podías ni salir de la casa o de la cama. Y él era tan perfecto que...

—No era perfecto—la contradije sin poder evitarlo, molesta porque sus palabras eran un reflejo de lo que yo había sentido por él, y odiaba que me hubiese enamorado de Daniel—. Es un imbécil, un idiota, una escoria humana, un adefesio, una aberración que...

—Está bien—dijo tratando de calmarme, mis puños estaban apretados con fuerza a cada lado de mi cuerpo y no me había dado cuenta que había estado gritando—. Ya entendí. Mejor cambiemos el tema, antes de que las personas comiencen a creer que estabas peleando conmigo.

Le di un pequeño asentimiento y después de algunos segundos en silencio donde nos dedicamos a seguir mirando los vestidos, por fin llevábamos en brazos un par para que Pacita se los probara, aunque estaba renuente a hacerlo.

—Me siento un poco culpable por dejarte sola en San Valentín—la voz aterciopelada de Pacita sonaba fuerte a través de las cortinas del probador.

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