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Capítulo 5. NADA, ES MEJOR QUE COMIDA DE AVES. (parte 1)

—¿Así que Rámses lo noqueó?—preguntó Pacita cuando terminé de contarle mi día anterior. Había omitido muchos detalles, como lo de mi padrastro y que continuaba detrás de la mujer con quién engañó a mi mamá, o lo de la mamá de los chicos.

—No lo noqueó, pero sí logró lanzarlo al piso. Déjame decirte algo Marypaz Flores, no es la primera vez que Rámses pelea, lo hubieses visto, la forma como posicionó sus pies, sus brazos, los golpes que lanzó...

—Y menos mal que no lo ví, porque esas cosas me ponen con los nervios de punta. Pero bueno, no fuiste la única con una tarde divertida el día de ayer. Después de que Gabriel supo que tenía que regresarse solo a la casa y en taxi, me invitó a comer.

—¡Qué bien!—exclamé genuinamente feliz por ella. Pacita reía y sus mejillas se sonrojaron.

—No fue la gran cosa, pero dijo que podíamos llamarlo una cita. "Nuestra primera cita". ¿Puedes creerlo?.

Y claro que podía hacerlo. Pacita era una chica muy linda aunque insegura de sí misma, pero un día descubriría lo bella que era y el mundo debería temer. La emoción que la embargaba era contagiosa, incluso lograba disimular los celos que siempre yacían en mí, sin dejarlos hacer acto de presencia.

—Me invitó a una cita en San Valentín— dijo de pronto. Alcé mi mirada del almuerzo. Su voz dubitativa me llamó la atención.—¿Crees que podrías ayudarme ese día a prepararme?—.

—Pacita, claro que lo haré, eres mi mejor amiga y es una cita importante.

—¿No será raro por tu... ya sabes... tus sentimientos por Gabriel?

Descarté su preocupación con un gesto de mi mano, como sí esos sentimientos hubiesen desaparecidos o no importasen, cuando en realidad la sola mención de San Valentín había arrugado mi corazón, porque yo estaría sola, mientras el chico que me continuaba arrancando suspiros salía con mi mejor amiga.

Decidí pasar la semana concentrada en mis descuidados estudios tratando de sacar de mi cabeza a Gabriel y la cita que tenía con mi amiga en San Valentín, por suerte este año caía domingo, así que no tendría que echar sal en mi herida, viendo a otras parejas empalagosas; me bastaría con mantenerme encerrada en mi casa, viendo algún maratón de películas, tratando de no pensar en que en ese momento Gabriel estaría con Pacita.

***

A penas sonó el despertador me levanté de la cama, estaba despierta desde temprano solo contemplando el techo de la habitación, sin más nada que hacer que esperar que avanzaran los eternos minutos. Me bañé, me arreglé y bajé a tomar el desayuno.

Apagué la cafetera que mi mamá había dejado una vez más encendida y puse en remojo la pobre jarra para que se despegara el café quemado. Abrí la nevera buscando un poco de queso y mantequilla para hacerme un sanduche, pero la bolsa vacía de pan sobre la encimera, me recordó que no tendría buena suerte. Opté por un cereal nutritivo, que consistía en un tazón lleno de granola, una fresa dudosa picada en minúsculos trozos y lo último del cartón de leche que no alcanzaba a mojar las hojuelas. Suspiré frustrada y resignada mientras me sentaba a comer.

El responsable de hacer las compras había sido mi padrastro, cuando él vivía con nosotros no faltaba nunca nada. Odié tener algún pensamiento positivo hacía él, así que me concentré en sacarlo de mi cabeza y de mi corazón. Mi teléfono vibró a las pocas cucharadas con un mensaje de número desconocido.

* Bom Dia Beleza —Buenos días bella—. Ya estamos aquí*

—No puede ser—dije en voz alta, atragantándome un poco con el cereal seco. El timbre sonó para acentuar mi horror. Me acerqué hasta la puerta y justo cuando iba a girar el pomo esta se abrió casi golpeándome en la cara.

—Beleza—Bella—, deberían acostumbrarse a cerrar la puerta con llave, nunca se sabe qué clase de loco intentará meterse—Gabriel entró con su característico paso seguro, dándome un pequeño beso en la mejilla que me hizo ruborizar.

—Quizás tu deberías tocar antes de entrar—repliqué tratando de esconder mi rubor

—Lo hice— respondió guiñándome un ojo—¿Estás lista?

Lo miré confundida. No entendía que hacía aquí ni mucho menos porque me hablaba como si yo tuviese que saber a lo que se refería. No era una persona muy mañanera, me costaba que mi cerebro procesase la información con la misma rapidez que en el resto del día, sobre todo si no tomaba café ni tenía un desayuno decente.

—Asumiré por tu cara que mi olvidadizo hermano no te dijo que pasaríamos a buscarte—negué con lentitud—. Está bien beleza, no es tu culpa que él no sepa cómo... Hablar. Si ya estas lista, podemos irnos— me apremió—.

Asentí con rapidez y corrí a la cocina a buscar mi bolso, Gabriel siguió mis pasos impregnando toda la sala con su perfume. Tomé el bolso y metí los últimos cuadernos que había dejado en la encimera la noche anterior y me giré con rapidez para estrellarme en su pecho. Me sujetó con fuerza mientras me daba una amplia sonrisa, estaba tan cerca de él, que sentí su tibio y mentolado aliento.

—Puedes terminar de comer sí quieres... —ofreció señalando el intento frustrado de mi desayuno.

—En realidad no quiero, no sabe tan bien como se ve—respondí zafándome de su agarre, sus manos se habían sentido tan cálidas en mí, que mis alarmas de culpa se propagaron con rapidez por todo mi cuerpo.

Gabriel miró el plato y frunció el ceño pero haciendo uso de su educación no se atrevió a decir nada.

—¿Pourquoi est—il si long?— ¿Por qué tardan tanto?— preguntó Rámses entrando en la cocina, con su ceño fruncido.

¿Es que nadie puede tocar la puerta en esta casa y esperar a que yo abra?

Lo miré ceñuda, otra vez hablaba en francés. El giró los ojos y me tradujo lo que había dicho con una mueca condescendiente y nada educada.

—Terminaba de desayunar irmão, tranquilo—respondió Gabriel pasando al lado de Rámses mientras salía de la cocina.

—¿Eso?—Rámses señaló con evidente asco y desaprobación mi plato de cereal—. ¿Y que eres, un canario?. No entiendo porque desayunas alpiste.

—¡No es alpiste!—me defendí, mientras salía por la puerta y lo apremiaba a que me siguiera—. Mi mamá olvidó hacer las compras. Era eso o no comer nada.

—Nada es mejor que comida de aves.

Rodé los ojos una vez más. Sus múltiples facetas a veces me resultaban agotadoras, sobre todo cuando no tenía una buena taza de café para despertar a mi cerebro. Subí a la camioneta y me sentí un poco incomoda al repentino sentimiento de familiaridad que sentí. Según me explicó Gabriel, mi casa se encontraba en la ruta desde su casa hasta el instituto así que podrían pasarme buscando todas las mañanas sin ningún problema, y también traerme en las tardes cuando quisiera, una idea que de forma esquiva evitaron decirme a quien se le había ocurrido, pero en cualquier caso les agradecí a ambos. Mis sentimientos se encontraron en una batalla épica. Por una parte estaba feliz por la sola idea de compartir con Gabriel un poco más todos los días, ver a primera hora de la mañana su cálida sonrisa y sentir sus dulces besos en mi mejilla; pero por otra parte maldije, porque así no podría sacármelo de la cabeza nunca.

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