Capítulo 4 ... Y LO HICISTE DELANTE DE MÍ (parte 3)
—Entonces...—comenzó a decir Rámses rompiendo el silencio—¿Qué es lo que hace tan horrible que tu mamá lo haya perdonado?
Esquivé su mirada no queriendo responder esa pregunta, pero sentía sus ojos clavados en mí. Con un gran suspiro resignado me volteé.
—No estoy lista para hablar de eso—mi tono fue más cortante de lo que pretendí. Tratando de acabar con la tensión que mis palabras crearon continué—. Este lugar es hermoso, ¿Cómo diste con él? Pensé que tenían poco tiempo en el país.
—Siempre tenemos poco tiempo en los países en los que estamos—por mi mirada de confusión, explicó—. Nuestro papá es diplomático, así que hemos vivido en varios países, en distintas oportunidades. En este estuvimos hace tres años, y fue cuando di con este lugar. Cuando llegamos lo primero que hice fue regresar aquí y me encontré con que no era el único en frecuentarlo.
—¿Tu mamá también es diplomática?—pregunté terminando lo que quedaba de la cerveza.
—Tienes muchas preguntas, pero no respondes las mías—dijo
El silencio volvió a embargarnos, y debo decir que lo disfrutaba. Era lo que había estado necesitando desde temprano.
—Gracias por traerme aquí—susurré y armándome de valor o quizás desinhibiéndome por el alcohol proseguí—. No preguntes como lo sé, pero mi padrastro aún va detrás de la mujer con la que engañó a mi mamá
—¿Y ella lo sabe?
—Si. Se lo he dicho y mostrado pero es como si ella prefiriese no escucharme, como siempre. Tu turno de responder—anuncié—.
—Mi mamá no era diplomática, y la palabra clave aquí es "era". Ella falleció hace poco más de tres años.
—Lo lamento—dije con sinceridad mientras apretaba su brazo—, de haberlo sabido no te hubiese insistido en la pregunta.
—Se llamaba Karen, era francesa, y su nombre significa fleur de lotus
—"Flor de Loto"—susurré antes de que me tradujese.—Es un bello nombre—Él asintió con una pequeña sonrisa—.
Ahora sus tatuajes comenzaban a tomar más sentido, incluida la diminuta letra "K" que había visto dentro de la flor de loto en la brújula, pintada en su espalda.
Cuando el atardecer nos cubrió con sus bellos colores naranjas, rosados y violetas, fue el momento de irnos. Rámses alumbró mi camino con la linterna de su teléfono celular mientras subíamos. La música ahora se escuchaba más fuerte que cuando habíamos bajado y los gritos y la bulla en general se sentían descontrolados. Llegamos hasta el auto y lo rodeé para subirme cuando unas manos grandes y rugosas me tomaron del brazo para voltearme.
—¿Qué tenemos aquí?—dijo un hombre de barba prominente y apestoso a alcohol y sudor—. ¿Qué hace una mojigata como tú por acá? Si buscas acción...
El hombre no terminó su frase morbosa, porque Rámses soltó su agarre de mi brazo y se colocó entre él y yo.
—Lárgate—le siseó
—Cálmate amigo, no sabíamos que estaba acompañada
—No soy tu amigo—dijo cuándo el otro comenzaba a reírse—. Sube al auto—me indicó por encima de su hombro. Hice lo que me pidió.
Con la ventana cerrada los siseos que estos dos se decían no podía escucharlos, sin embargo, el hombre no dejaba de sonreír y tampoco se marchaba. Rámses tenía los puños apretados y el cuerpo tenso. No sé qué le habrá dicho, pero la sonrisa del borracho se borró de su rostro y alzó su brazo en un puño que estrelló contra la mejilla de Rámses. El movimiento meció el auto mientras ahoga un grito. Quise bajarme pero la mano de Rámses lo impidió. Me dio una mirada cargada de advertencia a través de la ventanilla, cuando se volteó y estrelló no solo un golpe sino varios en el borracho. Cuando cayó al piso intenté una vez más abrir la puerta y el volvió a cerrarla con fuerza. Con grandes zancadas rodeó el auto y se sentó detrás del volante arrancando con gran velocidad.
Manejaba con sus manos apretando con fuerza el volante y con mucho menos cuidado que cuando llegamos, haciendo que me zarandeara en mi asiento a pesar de tener puesto el cinturón.
—Para por favor—le pedí, pero me ignoró—. ¡Rámses he dicho que pares!—le grité sorprendiéndolo.
Cuando llegamos a la carretera principal, colocó las luces de emergencia y se frenó a un costado. Lucía alterado, con su respiración fuerte y agitada, su pecho subiendo y bajando con violencia y aun apretando con fuerza el volante. Rebusqué en la guantera del carro algo con lo que sanarle las heridas y conseguí un par de servilletas que me tendrían que ser suficientes. Desabroché mi cinturón y tomé su mano derecha. Me costó que soltase el volante pero insistí hasta que lo hizo. Limpié la sangre que tenía en los nudillos sin que me quedase claro si era la sangre de él o del borracho.
Pedí su otra mano para repetir el procedimiento y luego tomé su barbilla y giré su cara hasta que tuvo frente a mí. Tenía un pequeño hilillo de sangre en la comisura de su boca y me apresuré a quitárselo. Lucía enrojecido y un poco hinchado. Me tomé el tiempo de revisar el resto de su rostro, hasta que nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos me miraban confundido
—Pensé que estabas molesta, que dirías algo como que no te gusta la violencia y que no debía haberle pegado—dijo con una pequeña sonrisa
—Lo estoy—respondí y al ver su mueca de dolor agregué—, pero no contigo, sino con el idiota borracho que arruinó el día. Y me alegro que le hayas pegado, no me gusta la violencia, pero él se ganó su golpe—dije respondiéndole la sonrisa. —Por cierto—agregué para cambiar el tema y siguiendo mi propia línea de pensamientos—¿Tu... me subiste hasta mi cuarto anoche?—pregunté ruborizándome y sin estar del todo segura de querer escuchar la respuesta
—Si, ¿Por qué?
—Oh, está bien, es que bueno, solo recuerdo haberme dormido en el auto y desperté en mi cama, con mis pijamas puestos—solté como quien no quería la cosa
—Y pensaste que había sido yo el que te cambió la ropa
—No, bueno... ehm...—tartamudeé avergonzada
—Porque déjame decirte que pude haber sido más que capaz de hacerlo—me interrumpió—pero tú insististe que lo harías solita... y lo hiciste delante de mí