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Capítulo 5. NADA, ES MEJOR QUE COMIDA DE AVES. (parte 3)

Estábamos en nuestra cuarta «¿o era quinta?» tienda, buscando un vestido con el que Pacita se sintiese cómoda y sexy. Y la frase clave aquí es "se sintiese" porque la verdad es que todo le quedaba de maravillas, pero sus inseguridades la llevaban agobiada.

—¿Estás loca verdad? Digo, saldrás con uno de los chicos más populares del instituto que además también es uno de los más guapos, no deberías estar pensando en tu solitaria mejor amiga— le respondí—, aunque si tan culpable te sientes, puedes dejarlo plantado y quedarte conmigo

—¿Qué?—gritó abriendo las cortinas, mi cara divertida le dejó claro que estaba bromeando

—Te ves genial Pacita— exclamé asombrada cuando vi su vestido entallado en color celeste, la empleada de la tienda se unió en mis alabanzas. Y sin embargo, Pacita se miraba con el ceño fruncido ante el espejo, tratando de meter una inexistente barriga o buscando unos invisibles rollitos.

—Basta—la regañé—. Te ves bien y no te digo esto como tu mejor amiga, te lo digo como una chica que tiene que buscar por horas en tienda unos míseros pantalones donde quepan estas piernas y este trasero —dije gesticulando—, como una chica que moriría por tener tu figura así como muchas otras chicas. Dios santo Pacita, tu comes una barbaridad y no lo pareciera, yo engordo con tan solo pensar en las calorías que me comeré. Te ves excelente, no te dejaría salir con Gabriel si no te vieses perfecta.

Ella me miró con sus ojos un tanto llorosos para mi asombro y se giró con rapidez para esconderse de mí. Se miró una vez más en el espejo y dio un breve asentimiento, como si se detuviese a pensarlo más, se negaría a llevarlo.

—¿Y ahora qué hacemos?—pregunté cuando salimos de la tienda con el vestido, los zapatos y unos accesorios adicionales.

—Iremos a alquilar algunas películas y comprar muchas golosinas y toneladas de chocolate para tu día de San Valentín. Yo pago.

—En otras circunstancias me negaría, pero considerando que me dejarás sola, te dejaré lavar tu culpa, y déjame advertirte, no será barato.

Maquillé a Pacita como nos gustaba hacerlo, algo simple y delicado, la ayudé a vestirse y hasta agradecí cuando entendió que quisiera irme antes de que Gabriel llegara por ella. Verlo a él bien vestido y entusiasmado por su cita, era más de lo que podía soportar. Llegué a la casa cargada con las bolsas de golosinas y las películas que habíamos escogido. Mi mamá aún no llegaba a la casa. Los días sábados por lo general, se quedaba hasta tarde, organizando la semana de trabajo, ajustando las cuentas o solo celebrando alguno de sus éxitos con sus empleados.

Rosalía Gatica, le gustaban las flores desde que tenía uso de razón, mis abuelos decían en broma que la habían condenado al bautizarla con nombre de jardín, pero creo que solo acertaron en su destino. Mi mamá tenía una floristería que había comenzado en un pequeñísimo local y que con trabajo arduo fue expandiéndolo hasta tener ahora una de las floristerías más grandes e importantes de la ciudad. Era el único lugar donde mi mamá no era despistada, por el contrario trabajaba con detalle y precisión admirable. Organizaba eventos de todo tipo siempre recibiendo las mejores críticas, incluso era llamada desde otras ciudades para que hiciera los diseños florales. Estaba muy orgullosa de mi mamá, porque era una mujer tenaz, por esa misma razón me dolía verla arrastrarse detrás de Stuart, mi padrastro, cuando él no se merecía ni la suciedad que se desprendiese de los zapatos de mi madre.

Lancé las bolsas sin descuido sobre el sofá de la sala y fui hasta la cocina por una coca—cola, cuando regresé puse la primera película de la noche, un clásico "Apolo 13", amaba a Tom Hanks y a Kevin "Tocineta". Rebusqué en la bolsa de las golosinas por uno de los tantos chocolates que Pacita había comprado. La película comenzó y a pesar de saberme los diálogos seguí con detenimiento la trama. En algún momento después de que el Apolo 13 se entera de que no alunizaría me quedé dormida.

Me desperté quien sabe a qué hora. La película no solo había terminado sino que el televisor estaba apagado y una manta me cubría del frio. Mi mamá por fin había llegado a la casa y la escuché trasteando en la cocina con algunos platos. Me desperecé como gato y tomé mi celular para revisar mis mensajes.

*Dios, estoy tan nerviosa. Acabo de derramar el refresco en el piso del cine. ¡RESCATAME!*—escribió Pacita, hace apenas una hora.

No pude evitar reírme, porque entendía sus nervios. Tecleé con rapidez la respuesta *Ríete y relájate. Disfruta la película y deja de estar escribiéndome durante tu cita*.

Aun con una sonrisa en la boca por la carita molesta que me mandó después de eso entré en la cocina.

—Hola mamá. No te escuché llegar. ¿Qué tal las ventas de la semana?—pregunté tomando una manzana de la encimera. Varias bolsas estaban desparramadas por la cocina, por lo que significaba que por fin había realizado las compras y no seguiría comiendo comida de dudosa fecha de caducidad.

—Mia, pensé que dormías—habló con su tez pálida, levantándose de donde había estado agachada buscando quien sabe que—.

—Está bien, tengo toda la noche programada para películas y chocolate, ¿te apuntas?—pregunté hincando mi diente en la suculenta manzana.

—Yo me apunto—dijo una voz que me produjo escalofríos por toda mi medula espinal. Era un tanto rasposa pero melodiosa en su propia forma. La había escuchado tantas veces arrullándome en las noches de miedo, explicándome una tarea o compartiendo conmigo una noche de películas, que sería imposible que la borrase de mi cabeza. Pero también era la misma voz que me producía un profundo asco.

Stuart entraba en la cocina luciendo recién bañado, tomó a mi mamá por la cintura y le plantó un casto beso en la sien que la hizo sonreír como adolescente y sonrojarse. Miré la escena sintiendo como me enfermaba con cada segundo que pasaba.

—Entonces... ese maratón de películas suena muy bien para celebrar que volvemos a estar juntos, ¿no lo creen?—afirmó mi padrastro, como si nada de lo que había pasado hace unos meses hubiese ocurrido.

Miré a mi mamá como pidiendo una explicación, cuando me dijo que él se mudaría a la casa otra vez, jamás pensé que sería tan rápido. Pensé que tendría más tiempo para hacerme la idea o huir a otro país. Intente contener la bilis en mi boca tanto como mis lágrimas en los ojos.

—¿Qué dice mi pequeña?—insistió guiñándome un ojo

No pude contenerlo más, cuando uso ese sobrenombre que tanto había amado, doblé mi cuerpo de forma involuntaria y la poca manzana que había comido terminó en el piso blanco de la cocina, mezclada con otros apestosos jugos gástricos que me dejaron un sabor acido en la boca.

—Amelia—gritó mi mamá asustada intentando acercarse hasta mí pero la detuve dando un paso hacia atrás.

Di media vuelta y corrí pisos arriba hasta mi habitación. Cerrando con fuerza y pasando cerrojo. Este era el peor San Valentín de la historia, y mira que el año pasado ya había sido una porquería.

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