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Capítulo cinco.

NARRA GISELLE.

 

— Demonios —a mis espaldas alguien maldice—. ¿Estás bien?

 

Escucho sus pasos acercarse y se coloca frente a mí, pero solo puedo ver sus zapatos negros ya que mi cara está a centímetros del suelo con mis manos a cada lado las cuales impidieron que me partiera los dientes al caer o que se yo.

 

— ¿Acaso me ves bien, imbécil? —gruño, enojada.

 

— Discúlpame, pero no te había visto —dice el chico—. ¿Necesitas ayuda?

 

¿Qué si necesito ayuda?

 

¡Claro que la necesito!

 

Me incorporo y me siento sobre mi trasero sintiendo el ardor en las palmas de mis manos, una mano se extiende frente a mí y frunzo el entrecejo, mirando la mano antes de subir la mirada y ver al chico frente a mí.

 

Hermoso.

 

No, no.

 

Precioso, sí.

 

El chico es guapísimo, creo que esas palabras no son nada a comparación de la belleza de este hombre. Su blanca piel esta ligeramente bronceada por el sol, su cabello rubio se le pega a la frente debido al sudor, tiene unas espesas, largas y envidiables pestañas. Sus ojos son de un azul brillante, uno que jamás había visto. Su nariz recta, y sus labios gruesos y carnosos te invitan a querer probarlos.

 

Bajo un poco más la mirada y noto que esta sin camiseta ya que la tiene sobre su hombro, así que puedo ver perfectamente su esculpido torso y notar el tatuaje que tiene en su costilla derecha, es una palabra que no logro entender.

 

Vuelvo a mirarlo a los ojos antes de que noté que estuve mirándolo por más de un minuto y pienso algo que no es.

 

— Puedo sola —espeto, seria—. No necesito tu ayuda.

 

Él alza las manos en forma de paz a la vez que me pongo de pie por mí misma y al hacerlo siento dolor en mi rodilla derecha, así que hago una mueca mientras busco con la mirada mi celular el cual no está en ningún lado.

 

Al parecer el chico nota lo que busco, porque me extiende otra vez su mano, pero esta vez tiene mi celular en ella.

 

— No toques mi celular, abusador —se lo quito de las manos y lo guardo en el bolsillo trasero de mi short.

 

Él arruga las cejas, y ladea la cabeza mirándome.

 

— Oye, por lo menos agradece que pude atajarlo antes de que cayera al suelo.

 

Bufo, rodando los ojos.

 

— No seas imbécil tu —digo—. Aparte de que me tiras al suelo, ¿ahora debo darte las gracias por algo que te hubieras ahorrado si vieras por donde caminas?

 

— Creo que los insultos están demás —dice, irritado—. Y ya te pedí disculpa...

 

— ¿Y qué? —arqueo una ceja—. Con tus disculpas no se me quitara el dolor en la rodilla, tarado.

 

Su mirada viaja de mis ojos a mí cuerpo y se detienen en la rodilla que tengo semi doblada por el dolor, y lo veo fruncir los labios un tanto molesto o aparenta estarlo. Sube su mirada de nuevo a mis ojos y abre la boca para decir algo, pero la cierra al no saber que decir, pero unos segundos después…

 

— Bueno, si no te hubieras metido en mi camino...

 

— ¿Acaso estás insinuando que es mi culpa?

 

— En parte, sí la es.

 

— ¿Qué...? ¡Pero si eras tú el que venía corriendo! —le grito, ahora sí enfadada—. ¡Si fuiste tú quien me empujó y me tiró al suelo!

 

— Porque estabas en el medio...

 

— ¡El lugar es suficientemente amplio como para que pasaras sin problemas gilipollas, así que no lo estaba!

 

Él abre la boca para decir algo, pero la cierra en el momento que escuchamos el sonido de mi celular indicándome que alguien me envió un mensaje de texto, así que saco el celular del bolsillo y veo el mensaje de mamá pidiéndome que suba al departamento.

 

— ¿Sabes qué? —dice él—. No seguiré perdiendo mi tiempo con locas como tú.

 

Levanto la vista de golpe hacia él cuando lo escucho llamarme de tal manera, pero solo veo su ancha y definida espalda alejarse de mí así que le gritó lo primero que viene a mí mente.

 

— ¡Loca tú abuela, imbécil!

 

[***]

 

— ¿Por qué estás cojeando?

 

El prometido de mi madre abre su bocotá y me pregunta en cuanto ve que entro al departamento, haciendo que mi madre se gire hacia mí y me examine de manera cautelosa con la mirada.

 

— ¿Qué te paso, cielo?

 

Mi madre me pregunta con un atisbo de preocupación en su voz, a lo que yo fulmino con la mirada a su novio por entrometerse mientras avanzo al sofá con forma de U frente a ellos tratando de poner todo mi peso en mi pie izquierdo al caminar ya que el dolor en mi rodilla derecha no ha cesado, sino que aumento cuando tuve que subir las escaleras hasta el séptimo piso para venir al departamento porque me negaba a compartir el elevador con ese imbécil de ojos lindos.

 

— Nada…

 

— Si caminas así demuestras todo lo contrario —dice Daniel.

 

Mamá asintió con la cabeza de acuerdo con su novio.

 

— Responde —me pide ella.

 

Suelto un suspiro y me dejo caer en el sofá.

 

— Abajo tropecé con un chico…

 

— ¿Con qué chico? —mamá me interrumpe, curiosa.

 

— Apenas llegue hoy, mamá —le recuerdo—. Así que no conozco a nadie.

 

— Tal vez es algún vecino —comenta Daniel.

 

— Seguramente —asiento—. El punto es que me caí y me golpeé la rodilla.

 

— Debe verte un médico —dice mamá.

 

Niego con la cabeza.

 

— No seas testaruda —insiste—. Mañana iremos.

 

— Mientras puedes ponerte hielo —agrega Daniel—. O alguna pomada para la inflamación.

 

— Vale.

 

— ¿Jason dónde está? —mamá cambia el tema.

 

— Se quedo jugando en la cancha.

 

— Era de suponerse —murmura—. Por cierto, el lunes empezarás el instituto.

 

Genial, lo que me faltaba.

 

— Así que mañana saldremos de compras, también pasaremos por tu nuevo colegio.

 

Asiento con la cabeza, y cuando abro la boca para decir algo la puerta del departamento se abre, dejando ver después a un Jason sin camiseta, sudoroso y hablando por el móvil.

 

— Vale preciosa, mañana nos vemos —lo escucho decir, sonriendo antes de colgar.

 

Guarda el celular en el bolsillo trasero de su short y se enfoca en los tres pares de ojos que están mirándolo con curiosidad.

 

— ¿Qué?

 

— ¿Preciosa? —repite mamá, divertida—. Vaya, no llevas dos días en este sitio y tienes nueva conquista.

 

Rueda los ojos y se enfoca en mí, ignorándola.

 

— Louis nos invitó a una fiesta, será en unas semanas.

 

— Si tu irás, bien.

 

Él asiente con la cabeza.

 

— Voy a darme una ducha.

 

Jason se prepara para caminar hacia el pasillo donde está el cuarto de baño, pero la voz de Daniel lo detiene.

 

— Oye, Jason…

 

El antes nombrado se gira hacia él y lo mira con una expresión seria, como siempre.

 

— ¿Qué?

 

— Estuve hablando con un amigo, es el rector de una universidad que queda a dos horas de aquí…

 

— ¿Y…? —enarco una ceja.

— Le hablé sobre ti —dice—. Y quiere conocerte, de ser posible y si quieres, ofrecerte un cupo en la carrera que antes cursabas.

 

La expresión de mi hermano cambia a una de sorpresa, no se esperaba aquello y yo mucho menos.

 

— ¿Hablas en serio, cariño? —pregunta mamá.

 

Daniel asiente.

 

— Si, así que cuando tengas tiempo Jason, podemos hacerle una visita.

 

— Eh, bien —él asiente, aunque no lo diga sé y todos sabemos que está agradecido por eso.

 

El día culmina más rápido de lo pensado, después de comer me quede con Jason en el balcón por un rato platicando de cosas triviales, luego ambos nos fuimos a dormir cuando mamá salió de su habitación y nos encontró todavía despiertos.

 

Al día siguiente junto con mi madre y Daniel fui al hospital para verme la rodilla que seguía doliendo, aunque no como ayer. Y por suerte la cosa solo fue un simple golpe, nada más grave que eso.

 

Cuando salimos del hospital nos dirigimos a mi nuevo instituto, un sitio de tres pisos más grande que mi antiguo colegio, donde mi madre platico con el director de cosas a las que la verdad no le preste atención, solo cuando mencionaron la palabra “uniformes escolares”. Por eso hice una mueca de desagrado, en mi otro instituto por lo menos podía ir con la ropa que quisiese.

 

Y después que me entregaran mi horario nos marchamos, Daniel nos dejó en el centro comercial y se marchó a trabajar ya que comenzaba hoy, así que hice las compras solo con mi madre quien me puso a recorrer todo el lugar buscando las cosas más económicas.

 

Cuando llegue a casa con mi uniforme y mis útiles escolares me dolían los pies horriblemente al igual que la rodilla. Almorcé solo con mi madre, ya que Jason no estaba en el departamento cuando llegamos y después me fui a mi habitación.

 

El resto del viernes paso sin más, igual que el fin de semana que lo único entretenido que hice fue llenarle el cabello y el rostro a mi hermano de kétchup sin querer en una discusión que tuvimos hasta que llegó el no tan esperado lunes…

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