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Capítulo seis.

NARRA GISELLE.

 

«Cálmate, Giselle, respira» Me repito a medida que veo como el coche del novio de mi madre quien me ha traído reduce la velocidad hasta detenerse frente al Instituto Central de Miami.

 

Clavo la mirada en la ventanilla, desde aquí puedo apreciar como los alumnos van llegando en pequeños grupos o solos, unos se reúnen afuera a conversar y otros adentro del plantel saludan animadamente a sus amigos.

 

«Te irá bien, solo… sé positiva» Me convenzo una vez siento que mi nerviosismo aumenta de manera increíble, siento mi garganta seca y mis manos están sudorosas, toda yo lo estoy.

 

— Ten.

 

Escucho decir a Daniel, así que desvío la mirada hacia él y noto que su mano está extendida hacia mí ofreciéndome una hoja la cual está doblada por la mitad.

 

— Es tu horario —agrega.

 

Asiento con la cabeza, y lo tomo.

 

— Tu madre te recogerá —dice, al ver que guardo silencio—. Sino puede, pide un taxi.

 

— Después de clases iré a casa de mi prima, ella me llevara devuelta.

 

Él asiente suavemente.

 

— Vale, entonces adiós —dice—. Sino entras ahora, puede que te dejen fuera de tu primera clase y Georgina te mataría si eso pasa.

 

Ríe, y no puedo evitar reír con él porque tiene razón.

 

— Cierto —abro la puerta del coche—. Adiós.

 

Salgo del coche y escucho como lo pone en marcha cuando me giro y con pasos lentos camino hasta cruzar la entrada del instituto, avanzo sujetando con fuerza la correa de mi mochila mientras veo a todas partes, solo unos pocos notan mi presencia y me miran con cierta curiosidad plasmada en sus rostros lo cual me irrita un poco.

 

¿Es que nunca en sus vidas han visto a gente nueva?

 

Entro a las instalaciones del plantel educativo deseando encontrar a mi prima de una vez por todas, cuando venía en camino me dejó un mensaje diciéndome que estaba esperándome acá, pero simplemente no la veo por ningún sitio.

 

Decido buscar mi salón de clases antes de que suena el timbre, después le enviaría un mensaje a mi prima para decirle que vaya a mi aula.

 

Camino por los pasillos con pasos lentos, todavía nerviosa por ser mi primer día aquí, mientras con la mirada detallo todo a mi alrededor, las personas, los casilleros, las paredes…

 

Hasta que por no mirar al frente como debería piso la trenza suelta de mi zapato sin darme cuenta y me voy de bruces contra el suelo, pero antes de caer empujo a alguien que estaba de espaldas hacia mí, y dicha persona cayó al piso al igual que yo.

 

Las risas a mi alrededor no se hicieron esperar, y mi rostro se volvió rojo por la vergüenza que acabo de pasar al caerme frente a todos en mi primer día.

 

Me pongo de pie rápidamente, balbuceando disculpas sin atreverme a mirar a la cara al chico que cayó al suelo por mi torpeza quien estaba levantándose, pero me vi en la obligación de hacerlo cuando abrió la boca y reconocí al instante aquella voz.

 

— ¿Otra vez tú? —su voz se escuchó irritada, molesta.

 

Abrí la boca en un gesto de sorpresa al mirarlo, esto no puede ser.

 

— ¿Qué haces tú aquí? —pregunto, frunciendo el entrecejo.

 

Su mirada viajo por mi cuerpo, detallándome de una manera lenta deteniéndose más tiempo del necesario en mis piernas, sin importarte que me diera cuenta, haciéndome sentir un tanto incomoda.

 

— Lo mismo que tú, supongo —su mirada se clava en la mía, y es cuando noto que él lleva puesto el uniforme del instituto.

 

— Genial, lo que me faltaba —bufo, cruzándome de brazos—. Venir a encontrarte aquí, capullo.

 

— ¿No te basto con empujarme y tirarme al suelo? —dice, enarcando una ceja—. ¿También me vas a insultar?

 

— Lo hice sin querer —aclaro—. Pero sí.

 

Él chico niega con la cabeza, soltando una leve risa y demonios, si serio se ve hermoso, no se imaginan como se ve riendo…

 

— Descarada.

 

— Imbécil.

 

— Loca.

 

Clavo las uñas en las palmas de mis manos, queriendo sacarle los ojos con mis propias manos.

 

— No voy a perder mi tiempo contigo, así que quítate.

 

Me muevo a un lado y él hace lo mismo, impidiendo que me vaya.

 

— Apártate.

 

— Apártame tú.

 

Ruedo los ojos con fastidio.

 

— Si supieras lo fea que te ves haciendo eso, no lo harías —dice.

 

Esperen, esperen…

 

¿Acaba de llamarme fea?

 

Lo mataré, juro que lo haré.

 

— Porque tu si eres muy precioso, ridículo —digo, sarcástica.

 

— En efecto —sonríe, divertido.

 

— Si no quieres recibir una patada en las pelotas, quítate —le advierto, a lo que él se ríe, cosa que me molestó todavía más—. No estoy jugando, capullo.

 

Abre la boca para decir algo, pero la cierra cuando el timbre empieza a sonar indicando que debemos ir a clases.

 

— Me aparto solo porque quiero, no porque me lo dices tú.

 

Tras decir aquello se hace a un lado y desaparece en dirección contraria a todos los demás quienes corren empujando a todos mientras tratan de llegar a tiempo a sus respectivas clases.

 

— ¡Giselle! —gritan a mis espaldas—. ¡Giselle!

 

Me giro y doy unos cuantos pasos hacia atrás tratando de mantener el equilibrio cuando mi prima se abalanza a abrazarme.

 

— Idiota, ¿por qué no me dijiste que llegaste?

 

Se aparta de mí y agradezco que lo haga porque estaba asfixiándome.

 

— Lo haría cuando estuviera en el salón.

 

— Hablando del salón, vamos o Susana nos dejara por fuera —toma mi mano y me arrastra escaleras arriba—. Estamos juntas en la mayoría de clases, por cierto.

 

Subimos al último piso del plantel educativo, caminamos hasta el final del pasillo y junto con otras personas entramos al salón donde tomamos asiento en los puestos del medio, sitio donde mi prima acostumbra a sentarse desde siempre.

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