Capítulo 4
También he terminado de desayunar cuando Samalisa Ela se une a mí en la cocina sin aliento. La observo divertido mientras muevo una silla de la mesa para que se siente. Mamá nos mira una por una varias veces, como si sospechara que hemos hecho algo.
-¿Qué pasó?- de hecho pregunta ella, invitando a Gin a sentarse. Esta última continúa recuperando el aliento, luego finalmente se sienta entre mamá y yo, con una mirada que no me hace pensar mucho.
-Esta noche Ross trajo--
-¡Gin!- Inmediatamente tapo su boca con mi mano, y luego miro inocentemente a mamá.
Pequeño espía.
-Nada, yo no hice nada- digo de inmediato, tratando de sonar lo más convincente posible. Sé que no, no por ella, pero parece distraída esta mañana, así que algo me dice que estaré bien. Ginebra pero no. La miro, luego libero su boca.
-Escucha, tengo un compromiso, pero vuelvo para el almuerzo. Por cierto, invité a Hans a almorzar aquí con nosotros: mamá se vuelve hacia Samalisa Ela con una dulce sonrisa. -Feliz cumpleaños, amor- la abraza con fuerza y luego le da un beso en la mejilla. Samalisa Ela le sonríe y luego le agradece en voz baja.
Cuando finalmente estamos solos, extrañamente no me asalta con las preguntas que parecía tener para mí antes. De hecho, se queda callada como una piedra y que es como Samalisa Ela pensándolo bien, pero no cuando hay algo que le quiero ocultar y ella lo sabe. Y ahora ella lo sabe.
Menos mal , pienso sin embargo, recordándome lo que Mike se atrevió a insinuar anoche.
Oigo el portazo de la puerta de entrada, señal de que mamá se ha ido de la casa, y ese sonido despierta a Samalisa Ela de sus pensamientos, que de inmediato empieza a mirarme de nuevo, cambiando su expresión ausente por una de confusión. Aprovecho para revisar mi teléfono y así encuentro la manera de escapar de ella.
-Janette pregunta que cojones te paso y porque no contestas sus mensajes- le digo mostrándole el teléfono. -Escucha desde qué púlpito, habla ella, la que desapareció anoche- continúo entonces, echándoselo en cara vía mensaje. No es la primera vez que nos deja en una velada en la que nos acompañó para ir a follar con un desconocido.
-No sé dónde está mi teléfono- Samalisa Ela habla tan bajo que apenas puedo escucharla.
-Dice que lo siente, su abuela se fue de la casa y el hijo del vecino la encontró diez cuadras más adelante- Leí en voz alta el mensaje de Janette para informarle a Gin también, mientras me enderezaba de espaldas.
Su abuela sufre de Alzheimer y aunque sus padres quieren internarla en una clínica especial, Janette sigue diciendo que no hay necesidad porque ella se hará cargo. No se da cuenta de que no puede seguir así mucho más, incluso por mucho que la ame. Tarde o temprano ya no podrá seguirle el ritmo y en el fondo ella lo sabe. No debe ser ella quien se sacrifique, sino esos pendejos.
-¡Estabas borracho anoche! ¿Manejaste en ese estado? ¿Y si te pasara algo?-
Envío el mensaje escribiendo a toda prisa. Janette es siempre la inconsciente de siempre, no hay nada que hacer. ¿Qué le costó advertirnos y pedir ayuda? Entonces me doy cuenta. No es propio de Janette pedir ayuda cuando realmente la necesita.
-Lawrence, no te rompas.-
Pongo los ojos en blanco y guardo el teléfono en mi bolsillo, rindiéndome. Vuelvo a mirar a Samalisa Ela, se está arrancando las cutículas de los dedos de nuevo en silencio. No está aquí, lo sé. Por ahora lo sé cuando sucede. Me humedezco los labios, luego me acerco a ella y me inclino hasta el suelo, de modo que mi cara quede a la altura de la suya. Lo acaricio lentamente y la obligo a mirarme. Suelta sus dedos y abandona ese lugar oscuro que la retiene en su cabeza.
-Ella siempre está aquí contigo- Pongo mi mano sobre su corazón, sus ojos están llenos de lágrimas, pero sé que no las dejará caer.
-Entonces, ¿qué pasó con Mike? ¿Te gusta?- y es cuando pone una de sus sonrisas más hermosas y falsas que siento que mi corazón se derrumba.
Samalisa Ela siempre hace esto. Quiere hablar de los demás, de sus problemas, pero nunca de sí misma. Ella siempre les dice a todos que en mi perfil de Instagram solo muestro lo que quiero que vean los demás, y es verdad, pero eso es exactamente lo que ella hace en la vida real. Solo deja que los demás sepan sobre ella lo que ella quiere que sepan. Hemos sido amigos durante años, pero es como si no la conociera en absoluto.
Dice que está bien, yo sé que no; Le pregunto por qué y de repente la vida de Janette o la mía se vuelve más importante que la de ella. Haría cualquier cosa por no hablar de sus problemas.
-¿Me entiendes?- repito, refiriéndome a lo que le dije justo antes.
Se humedece los labios, -si no han estado juntos en la cama, significa que al menos han hablado, ¿no?-
La abrazo sin decir nada, solo sosteniéndola cerca de mí. Aparentemente eso es lo que ella quiere y no puedo evitar complacerla. No quiero que sea malo. Nunca. Y si pretender que ella está bien en realidad la hace sentir mejor, entonces voy a seguirle el juego como siempre lo he hecho.
-Sí, hablamos, pero luego lo ahuyenté- le digo, alejándome lo suficiente para mirarla a los ojos.
-¿Por qué?- Sí... ¿ Por qué, Ross?
-Nada importante-, claro, solo dijo que según él estoy enamorado de ti, no es gran cosa.
"Oh, vamos, ambos sabemos que querías pasar toda la noche con él, ¿cómo es que eso no sucedió?" Hago todo lo posible por encontrar una excusa plausible.
-Tal vez no te acuerdes, pero anoche estabas vomitando como loca, y sabes que el ambiente no era tan agradable y excitante- Gin se sonroja y baja la mirada, haciéndome sonreír por su ingenuidad. Solo pensar que el idiota de Patt se le insinuó me hace enojar de nuevo.
-Disculpe, lo arreglaré, lo juro- me mira como un pobre cachorro golpeado.
-Estoy segura, pequeña Gin- Me vuelvo a poner de pie. -Ahora desayuna, te espero en mi cuarto para estudiar-.
-¿Hablas en serio?- me pregunta, con una ceja levantada y un tono de voz molesto.
-Nunca había sido tan serio- Le doy la espalda, caminando hacia las escaleras. Subo las escaleras y me encierro en mi habitación y empiezo a sacar libros de filosofía de mi mochila. Yo tampoco tengo ganas, pero realmente tengo que ayudar a Gin a concentrarse o el director Evans también me molestará.
Cuando finalmente terminamos de estudiar, dejo caer un peso muerto sobre el estómago de Gin, mientras ella a su vez se estira en mi cama.
Hicimos un buen trabajo y por suerte ella estuvo atenta todo el tiempo. Claro, tuve que pellizcarla cada dos por tres, pero aun así ella tuvo cuidado.
-Me agotas, Gin Gin- suspiro cerrando los ojos. Con mucho gusto volvería a dormir.
Siento sus dedos acomodarse en mi cabello, comenzando a acariciarlo, y de repente comienzo a relajarme. -Es la aspiradora, no yo.
Sí, la aspiradora. Que perra No acepta que Samalisa Ela haya rechazado a su guapo hijo y se desquita con ella desde el punto de vista escolar. A veces me pregunto qué le pasa. Aparte de una maestra de gran prestigio, es solo una madre entrometida y grosera.
-¿Crees que lograrás no fallar?- le pregunto a Gin, mientras empiezo a acariciarle la pierna.
-Si mi valiente caballero Ross siempre estará a mi lado, eso creo- Sonrío ante sus palabras. Ella es la única que me hace sentir importante, realmente útil.
-¿Viste como se enojó Evans ayer?- Me río recordando sus expresiones de decano exhausto por sus alumnos.
-Me sentí culpable, por lo general ella nunca pierde los estribos- Me río de nuevo pensando en cómo ella se perdió en su cabeza incluso frente a él, lo que lo enojó aún más.
-Creo que es tu calma y tranquilidad lo que hace que la gente pierda los estribos- digo entonces, tratando de dejar de reír. Abro los ojos solo para ver los de Samalisa Ela, que como sospechaba me miran con fastidio.
-¿Qué pasa? Es la verdad- Me encojo de hombros de manera obvia. Gin toma una almohada y me la arroja a la cara, obligándome a levantarme. Tomo uno también y se lo lanzo, pero no sé cómo se las arregla para evitarlo. Así comienza una pelea hasta la última almohada que termina solo cuando mamá entra a la habitación, abre la puerta y grita como dos niños de más o menos cinco años cada uno.
Gin y yo, uno encima del otro, con la intención de tratar de asfixiarnos con los cojines en forma de corazón que ella misma me dio, inmediatamente volteamos a mirarla, paralizándonos el uno al otro al instante.
-Vine a decirte que está listo para comer y que ha llegado Hans, pero si quieres puedes seguir intentando suicidarte- en realidad no está enfadada. Sé que le gusta vernos así, Gin es la hija que siempre quiso tener.
Gin se retira inmediatamente, poniéndose de pie. -Empezó- me indica descaradamente, como un auténtico traidor.
Sonrío falsamente mientras estoy a su lado. -Obviamente. Samalisa Ela es un ángel- le susurro al oído, haciendo que se gire hacia mí. Ella me mira con sus ojos azules mientras un poco de cabello cae despeinado sobre su rostro.
Aparte de un ángel, su belleza es digna de un encantador de demonios .
-¿Qué quieres decir?- me empuja en broma, haciéndome sentar de nuevo en la cama.
Le sonrío para burlarme de ella, luego pellizco su cadera. Una risa clara escapa de sus labios. -Nada, solo que siempre me gustaría verte así-.
Me mira suavemente, luego se sienta en mis piernas, colocando sus brazos detrás de mi cuello.
¿No puedes alejarte de mí también?
-Entonces quedémonos aquí en la habitación- propone, haciéndome fruncir el ceño.
-Gin, Hans está abajo esperándote- le recuerdo, colocando un mechón de cabello rojo detrás de su oreja.
Me siento jodidamente raro. Estoy seguro de que es culpa de Mike.
Quita sus ojos de los míos, -¿o es ese el punto?- le pregunto, tratando de concentrarme. Humedece sus labios ligeramente secos, sin apartar sus ojos de los míos.
-Amo a Hans, es solo que...-