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Capítulo 18 - Regalo de cumpleaños - mduno

Le ofrecí la tarjeta débito a la cajera quien la recibió y Verónica se la quitó de las manos para entregarme de nuevo.

—No —estaba roja.

—Míralo como un adelanto al trabajo que harás de traductora. —Aceptó a regañadientes. Me acerqué a su oído—. Es dinero lícito de mis negocios legales.

—Gracias.

Le sonreí como un tonto. Un vendedor nos ayudó con las compras y las dejamos en la parte trasera de la camioneta. Me sentía incómodo con la situación, no quería apartarla, me agradaba tenerla cerca.

» Lo llamaré, D’Artagnan. —arrugué mi frente.

—¿Por qué ese nombre?

Era evidente, pero quería escucharlo, Simón ingresó al auto, él fue el último en hacerlo y rompió la conversación de miradas entre los dos, debo abonarle a ella que era la primera persona en hacer que me suden las manos. Cebolla se ha mantenido al margen, como si no existiera, pero no deja de mirar por el retrovisor.

—¿Te viste la película? —realicé un leve gesto—. Vives con una máscara. —vaya audacia la de la niña—. ¿Me equivoco? —no contesté.

—¿A dónde señor? —Cebolla ladeó el rostro, ese es otro que se percató de todo.

—A la casa de Verónica. Rata…

—Simón —corrigió ella.

—Lo apodamos por cariño Rata. —respondí desafiándola—. Además, a él no le incomoda, es más, no le agrada si lo llamas por su propio nombre.

—¡Es un apodo despectivo! —argumentó.

—Pues, entonces lo llamaré Ratita y a Cebolla, cebollita —dicho esto, los integrantes del carro soltamos la risa.

—Espero me considere una de sus amigas, porque jamás lo llamaré de ese modo. —comentó, y él sonrió—. ¿Tampoco me dirán el nombre de Cebolla? —El nombrado negó.

—Me acostumbraré a ello, señorita —comentó Simón.

—¡Y dale con señorita! —contestó.

—Llámeme Rata.

Respondido sonriendo. Sin embargo, ella le torció los ojos y metió su rostro en la bola de pelos. Se sintió bien saber que le gustó ese simple detalle.

—¿Cuánto me pagarás por los cuatro días traduciendo las conversaciones?

—Dieciséis millones, ¿te parece bien? —casi se le salen los ojos, luego reaccionó a tiempo para no abrir la boca.

—¡Estás loco! De verdad es que no tienes proporción del dinero y no lo hagas por impresionar…

—Señorita, la tarifa que nosotros les pagamos a nuestros traductores es de tres millones el día sin alojamiento, nosotros vamos a pagar todos sus gastos, yo fui quien le dio la tarifa a don Roland.

Gracias, viejo por la intervención, yo jamás me he entendido con los pagos. Ella se quedó callada mirándolo y se sonrojó. A pesar de que tiene carácter era muy penosa.

—Es muy alta. —susurró.

—Eso es lo que pagó, te tratamos igual. —asintió y suspiró ante mi comentario.

—Bien. Nada más debes pagarme quince millones, Simón descuenta el valor pagado por Roland, por ser un adelantado.

—Así lo haré.

Se me fue el tiempo volando, en menos de nada el auto se detenía frente a su casa.

—Nos vemos mañana. —abrió la puerta, luego se giró y me besó en la mejilla—. D’Artagnan es el mejor regalo que recibiré en el día de hoy. Gracias. —quedé como un tarúpido apretando la mandíbula—. Disculpa, se me olvidó que no te gustan los besos.

¿Qué no me gusta? ¿Cómo lo supo? Se bajó. Simón ya había bajado las compras, Raúl en esta ocasión lo vi con un morado en su rostro, la recibió de abrazo, la cargó y voló con ella en brazos.

—¡Feliz cumpleaños, corazón de mi vida! —¿Feliz cumpleaños?— Debo taparte los ojos, pero… ¡Mira qué perrito más lindo!

Le cubrió los ojos y se la llevó, alcancé a escuchar el reclamo de Verónica.

—Gracias, ¿te pusiste a regar la noticia a mi compañero y que vinieran a la casa en la noche?, sabes…

—Fue idea de Lorena, yo la acolité.

Por eso la amiga putita estaba nerviosa. Raúl salió de nuevo y ayudó a Rata a entrar lo que había comprado. Por eso ese tipo le dijo que hoy se verían, y la abrazó… Con razón dijo lo de D’Artagnan y de ser el mejor regalo que tendría hoy. ¡A la mierda! Un perro no era un buen regalo. Rata se sentó en el puesto de copiloto.

—Patrón… —Cebolla quería saber cuál era el destino ahora.

—Llévame al concesionario de Manolo.

Los dos giraron la cabeza y con una mirada comprendieron. Uno alzó una ceja y el otro expresó su opinión.

—¿No se le pasará la mano? —Rata ahora parecía ejercer el papel de la conciencia—. Sí, le llega con un carro…

Hizo una mueca mientras Cebolla encendía la camioneta, arrancamos. Un perro no es un regalo de cumpleaños.

—Tú se lo entregarás, es muy capaz de tirarme las llaves si me presento, en cambio, a ti te aprecia mucho. —Esa última frase salió con más ironía de la que esperaba.

—¿Celoso Patrón? —Cebolla soltó la carcajada por el comentario de su jefe.

—Ni celoso ni una mierda. Quiero darle un detalle y cerciórate de ponerle nuestros juguetes.

—Además ¿eso?, un carro… ¡Un Mercedes! ¿Eso si es un regalo?

Miré fijo a mi amigo con cara de revolver. Afirmó y cerró el pico hasta que compramos el auto. Cerré el trato con Manolo, Rata quedó encargado de entregar el auto mientras yo regresé a casa con Cebolla.

Simón se quedó esperando hasta hacerle los ajustes al carro de Verónica. El segundo al mando era Cebolla, después de Rata, este cabrón sería el candidato perfecto para remplazarlo si faltara.

Sé que lo ha entrenado bien y le enseña muchos de sus trucos, además nadie le gana detrás de un volante. Al bajar del auto, Galaxia corrió a mi recibimiento con el resto de sus cachorritos. No saldré de ellos, dos son blanco con negro y el otro era blanco, el único blanco con gris fue el que le regalé a Verónica. Hoy siete de noviembre era su cumpleaños.

—¿Don Roland ya quiere cenar?

Dejé de consentir a mis perros, me lavé las manos antes de dirigirme a la mesa, nuestra vieja sirvió. Terminé en par patadas, luego me levanté para ir al despacho.

—Inés.

—Ya le tengo su maleta lista.

—Gracias. —Le di un beso en la mejilla, se sorprendió para luego sonreír, jamás lo había hecho—. Por eso te aprecio.

Sonó el timbre, ¿se le quedaron las llaves a Rata? Continué caminando en dirección al despacho.

—¡Señorita Verónica! —Me tensioné al escuchar quién era.

—Hola Inés, qué alegría verte.

—¿Cómo sigue de sus heridas? —caminé hacia la puerta.

—Bastante bien, de casualidad… —El ama de llaves se retiró sonriente al verme llegar.

—Verónica. —Al verme su sonrisa se esfumó.

—¡Lo bueno que haces con las manos, te lo tiras con los pies!

Me tiró las llaves y chocaron en mi pecho, se dio vuelta, cuando reaccioné la seguí. Simón me atajó.

—Patrón, déjela. Está histérica la señorita.

—¡A mierda! ¡Un regalo no se tira de esa forma!

Me sentí humillado, ¿quién se cree?, por primera vez doy un obsequio y me lo tira en la cara. Rata alzó las manos apartándose a un lado.

—¡Verónica!

La tomé del brazo, y por esquivarme resbaló con la gravilla, como pude la cogí evitando que cayera, quedé con ella en brazos, con el cuerpo inclinado, ¿cómo terminamos así? Y por un segundo la ira se evaporó. Su cabello olía a flores, igual que su perfume, su aliento… me embriagó, me dieron unas enormes ganas de besarla.

» Te tengo —dije.

—¿Por qué vuelves y lo haces?

No quería soltarla, necesitaba mantenerla en mis brazos. Otra situación incómoda me gustó tenerla así. Fue ella quien se alejó.

—¿Y ahora qué fue lo que hice?

Alcé las manos en señal de rendición. Con ella jamás sé qué hacer, ni que decir, ni cómo actuar.

—¡Siempre me tratas como a una de tus mujerzuelas! —crucé mis brazos sonriendo. Desde hace mucho sabía que no era una puta—. Con el cachorro era suficiente y es el mejor regalo, ¿por qué me envías un carro? Y aparte de esos, ¡es carísimo!

Siempre piensa como hablar, lo hace muy bien, a pesar de encontrarse roja por la ira, se controlaba. Se parece a mí, exploto y me llevo al mismo diablo por delante.

—Es tu cumpleaños. —enojada se veía más bonita, quería abrazarla—. Y porque quise regalártelo, jamás pensé en comprarte ni nada de lo que debes estar imaginando, yo solo quería…

Me detuve. ¿Qué le diré?, qué quería demostrarles a los tipitos con quien debe estar celebrando en su fiesta, ¿qué conmigo no podrían nunca? Que era una especie de marcación de territorio masculino o una guerra de testosterona. ¿Qué pretendo demostrarme? No la he visto con ningún hombre diferente a amigos. ¿Por qué actuó como paranoico? O ¿estaré inseguro? ¿Todo lo controlo y no puedo con una niña de veintiún años?

—¡No es eso lo que das a entender! —me sacó de mis pensamientos—. No te aceptaré nada, Roland. Gracias.

—Déjame llevarte Verónica —me ofrecí.

—Se dice, discúlpame, una vez más metí la pata, no lo volveré hacer. No te has disculpado.

La miré con frialdad, algo que notó. Negué, esa idiotez jamás la haré. Soy Roland Sandoval, di media vuelta, sé quedó inmóvil porque no escuché el crujir de la gravilla y la dejé sola. Debe aprender que yo jamás pido disculpa. Tomo lo que se me antoje.

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