Capítulo 19 - Es mi asistente - mduno
Desde las nueve esperaba en el aeropuerto a que Verónica llegara. Miraba el reloj a cada minuto, ayer no debí tratarla de esa forma… ¡Pero ella debe entender! No soy como las personas que conoce. Soy diferente al resto de los hombres.
—¿Tú crees que venga, Rata?
Y si por mí no… llegó con su amiga, jamás había estado tan desesperado hasta que la vi llegar, era muy linda, no se compara con las viejas que trato. Era sencilla, en esa característica radicaba su increíble belleza. Le sonreí cuando nos vio, sin embargo, no contestó mi saludo. Se limitó a hacer un leve movimiento con la mano, no se acercó, permaneció con Lorena.
—Le dije que se le fue la mano con eso del carro, sabe de ante mano güevón que la regaste, ayer usted se portó como todo un, «don gonorrea» —recriminó Simón.
—¿Ahora la vas a defender? ¿El abogado de las mujeres?
—No Patrón, solo su conciencia, sé está tirando lo único bonito que podría tener en su vida. —Lo miré—. Roland, yo ya amé y es el mejor recuerdo que tengo de mi asquerosa vida. Ella fue «la mujer», mi Sara fue un oasis en el infierno de mi existencia.
Simón hace ocho años había quedado viudo y sin hijo, los perdió en un accidente automovilístico, fue una época muy dolorosa, la muerte de Sara y del pequeño Joaquín nos destrozó a todos en la casa.
—¿En qué asiento viaja?
Pregunté, tenía una hora para aclarar mi cabeza y luego hablarle. Quien era ella para ponerme tan nervioso.
—Al lado suyo.
Quedé desconcertado, llamaron a los de primera clase con destino a Santa Marta, ese era nuestro vuelo.
—Esta me las pagas, Rata. —soltó una carcajada.
—Creo Patrón. —Comentó tomando su mochila—. Que de este viaje le quedaré debiendo muchas. —tomé el morral para luego acercarme a Verónica.
—Debemos ingresar.
Arrugó su frente, miró su tiquete, suspiró y se despidió de su amiga. Caminé a su lado sin decir una sola palabra. Vestía un pantalón corto, sandalias y una blusa de tirantes color verde manzana, las sandalias le hacía juego a la blusa. ¿Ahora reparo esas maricadas?
Esto jodido. Entregamos nuestros pasabordos, mostramos nuestras respectivas cédulas. La sala de espera de primera clase era mucho mejor. Rata se sentó y Verónica se ubicó a su lado, dejándome a mí por fuera, no había espacio para un tercero.
El segundo al mando pidió excusa con la mirada y le hice un gesto de no importaba. Pero la verdad, era que me llevaba el mismo diablo. «Yo, Roland Sandoval, ¿en esta mierda de situación?» ¡Qué! ¿Ahora debo disculparme? Me senté al frente y me puse a mirar temas interesantes en mi celular. Necesitaba tranquilizarme, disimular la neura que tenía. Algún día me las pagarás Verónica.
Y será cuando te tenga desnuda en la cama, gritando mi nombre cientos de veces. De reojo la miraba, hablaba con tranquilidad. Sabía que Rata se sentía incómodo, él no sabía tratarla, al igual que yo. Nos llamaron a abordar el avión, como si nada ingresé, le cedí el puesto de la ventana, Simón se sentó atrás, después de acomodar el morral en el portaequipaje me senté a su lado.
—No debiste comprarme tiquete de primera clase. —comentó, seguía seria.
—Él que se encarga de la logística es Rata, no yo. —contesté.
—Ok don Roland.
¿Don Roland?, así nos trataremos, era mi juego favorito Verónica; la indiferencia.
—No hay problema, señorita.
Tomé una revista, la gente comenzó a subir, ingresaron al avión el ramillete de putas, ella me miraba de vez en cuando, no decía nada. Cerraron las puertas, abrí la revista mientras la azafata daba instrucciones. Verifiqué el cinturón de seguridad y por fin el avión despegó. Cerré los ojos, necesitaba descansar. Pasado unos minutos no aguantó y rompió el silencio.
—Umm… —No dijo nada, abrí mis ojos.
—¿Decías algo? —La miré.
—Nada, es solo que…
—No dormí mucho anoche, y sé que no dormiré en los próximos cuatro días, no me interrumpas a no ser que tengas algo interesante para hablar.
Se mordió el labio inferior, miró por la ventanilla, no volvió hablar. Cuando bajamos sé quedó a un lado hasta que vio a su amiga, caminó hacia ella. Esperé a que se despidiera, pero no fue así, se encaminó a la camioneta de las putas, ¡qué terca y testaruda era esa niñita! Me irrita.
—¡Verónica! —Me acerqué—. Esa es la camioneta de las putas, ven conmigo.
—¿Por qué?, son seres humanos, son mujeres, don Roland. —¿Ahora con qué mierda me va a salir?
—No jodas con eso ahora, por favor, ven conmigo.
Su mirada fue retadora y sonrió, me dio la espalda e ingresó con las putas a la camioneta, vi a Simón que alzaba los brazos al cielo. Ese era una de sus expresiones de los últimos días. Esta vieja va a volverme loco.
» ¡Es que me saca de quicio la!… ¡Niña! —Mi mano derecha contenía las ganas de reírse… donde lo haga lo mato. Se limitó a encogerse de hombros—. Pasará su sofoco y se lo tiene merecido, debe aprender, es un evento peligroso, ¿le cuesta entenderlo?
—¿Usted se disculpó?
A Simón si lo escucha, pero quería la dejaré a que reciba su merecido para que no me joda la vida, y me haga caso, ¡era una inconsciente!—
» ¿Vigilo un poco? — respiré profundo.
—Por ahora déjala, con los golpes aprenderá del mundo diferente en el que se metió.
—¿Seguro Patrón? —negué, no quiero que le pase nada.
—Vigílala un poco.
Subí a la camioneta, mi equipo desde anoche habían llegado, Rata dio la orden y nos dirigimos a uno de los hoteles más lujoso de Santa Marta. Nos registramos, me entregaron las llaves y fui escoltado a la habitación.
Rata ocupó la habitación continua. Tomé una ducha, más para quitarme el mal humor que el calor. Al mediodía en el almuerzo tocaríamos temas superficiales, la reunión fuerte sería mañana, hoy era conocer a las putas, follar, rumbear y desordenarse como quisieran.
Teníamos el hotel a nuestro antojo por el fin de semana. Alojar al personal de guardaespaldas y las prostitutas no fue tarea fácil. A Rata no le gustaba que se le filtrara algún fisgón.
Terminé de arreglarme, salí con destino al restaurante. No sabía nada de Verónica, debe estar pasándola de maravilla. —Me reí al pensar en qué situación la tendrían los socios, no me imagino la cara que debió poner, y lo incómoda al ver como analizamos la carne que escogimos por placer—. Sin embargo, cuando llegué al restaurante, todo fue muy diferente.
—Don Roland debió de poner a esta muñecona para disfrutarla.
Verónica tenía el rostro muy rojo, su amiga delante de ella. Eso sí, me agradó de nuevo. Se le abona a la tal Lorena, la ha protegido muy bien. El escándalo realizado en la finca el día que Verónica se escondió fue grande.
—No es una de nosotras y menos se ofrece por dinero —discutía su amiga.
—¡Cállate puta! —gritó Hugo, el socio español—. Vos sabéis que siempre nos tienen una sorpresa, nos la repartirá para follarla, debe ser fogosa esta tía. —sonreí con disimulo, ahí tienes, por presumida.
—¡Qué no es una de nosotras!
Volvió a gritar Lorena. Yan Lee la jaló, le apretó las tetas y luego el coño sin dejar de reírse, habló en japonés y por la manera de mirar de parte de Verónica me imaginé las vulgaridades que dijo. Me crucé de brazos, ella intentó bajarse de la tarima donde se exhibía la mercancía.
—No, no, no. Vos no te vas tan rápido, zorra.
Hugo le cerró el camino, al lado Jhon observaba el espectáculo. En ese instante se percató de mi presencia y ahí, una vez más, suplicaba mi ayuda, la misma mirada que tenía cuando la encerramos en la finca, la misma antes del intento de violación, ese miedo que trasmite al verse acorralada y que despierta en mí el deseo de protegerla.
—¡Suéltala Hugo!
Me miró y me acerqué sin perderlo de vista hasta que no pudo sostenerla.
—Don Roland, ¿por qué no la mostraste?, le estoy diciendo que le pago un coño de dólares para que me chupe la verga y…
—Lorena te dijo que no se vende.
—¡Joder! Todas las viejas del autobús eran las putas contratadas, ¡y la quiero a ella! —miré a Verónica con cara de «te lo advertí», apretó su mandíbula mientras miraba sus pies, se contiene para no llorar, me dirigí a Hugo.
—Te la pongo de esta manera. —caminé firme sin apartar la vista—. Se presentó una confusión y tomó el auto equivocado, no es una puta, ella es…
—¡Es una puta y la quiero!
Apreté los puños, mi expresión cambió, la ira me invadió, con mi expresión le di a entender de que se callara o lo mataba, lo enfrenté.
—¿Insinúas qué miento? —alcé la frente, Hugo desvió la mirada un poco, aunque no lo suficiente—. ¿Ahora me desafías? —negó—. No te confundas güevón, si no quieres regresar a la madre patria con un tiro en la frente y con la plena seguridad que pelo a todo tu puto cartel y familia. ¡No le vuelvas a ofrecerle un peso! Ella no es esa clase de mujer y no la jodas porque me estarías jodiendo a mí.
—Don Roland, ¿es su mujer?
—Es mi asistente.
Observé a los presentes, Rata y Cebolla se habían acercado a mí, el resto de mi gente se ubicó en lugares estratégicos. Los socios escucharon mi discurso. Le extendí la mano a Verónica y tiré de ella.
La arrastré, no disminuí el paso hasta encontrarnos lo más alejado, nos quedamos cerca de las piscinas. El pulso me temblaba.
» ¡Ahora si entiendes por qué no quería que te fueras con las putas! ¡Acabo de amenazar a un socio por salvarte el pellejo! «Y todo porque te hiciste la chica digna y no hablarme porque no te pedí disculpas por lo de ayer»
Intentó hablar, pero sus lágrimas le ganaron, me desarmó por completo. Me alejé un poco para respirar. ¿Qué hace Verónica conmigo?
—Las tratan… es como ganado, las escogen de la misma manera en que se vendían a los esclavos, todo al mejor postor.
Las lágrimas le salían una tras otras, me acerqué, con mi pulgar se las limpié, otra vez la cosquilla al tocarla.
» Gracias, Roland. —¿Ahora volví a ser Roland? Y el que me llamara por mi nombre me gustó.
