Capítulo 16 - Manteniendo distancia - mduno
Si lo digo quedo en evidencia.
—A la señorita debe dolerle o pasarle algo. —Le exigí que hablara—. Desde hace un rato no ha dejado de llorar, ¿le dolerá algo?
Su mirada era con la intención de ver mi reacción. Tenemos cámaras en todas partes de la casa menos en los baños.
—Ya le digo a Inés que pase para ver qué le duele.
—Si quieres le digo.
No dejó de analizar mi reacción corporal y asentí. ¿Por qué llorará? Cuando Simón salió me acerqué a la pantalla, retrocedí la filmación y vi como lloraba, tensioné mi mandíbula. ¿Por qué llora de ese modo? Apagué la pantalla, salí del sótano, llegué a la habitación de huéspedes, me quité la ropa y a la cama. La falta de sexo me estaba jodiendo, mañana debo volver a mis andadas. Al diablo con ella.
Di vueltas y vueltas, seguía pensando en Verónica, ¿lloró por mi culpa? Pero… ¡No le he hecho nada! Me senté. El reloj de la mesa de noche indicaba que eran las dos de la mañana. Tengo que verla. Salí en bóxer hasta mi habitación, Verónica dormía debajo del edredón. Me quedé mirándola, era mejor mantenerla lejos de un demonio como yo.
—El ángel entre nosotros dos, no soy yo, sin duda eres tú. —Salí y volví a encerrarme. ¿Qué era lo que sentía por ella?
Pasé por mi recámara, eran las siete de la mañana, toqué y al ver que no respondieron ingresé, la cama estaba arreglada. —arrugué la frente, hoy madrugó mucho—. Bajé las escaleras de dos en dos, en el comedor Inés le servía el desayuno a Simón, a Mojón y Churrusco.
—Buenos días. —Los presentes me miraron… ¿Por qué se ven enojados?— ¿Verónica fue alguna parte? No la vi en la recámara.
Mi vieja bajó su cabeza para luego desaparecer detrás de la puerta de la cocina.
—Se fue, Cebolla la llevó a su casa en compañía de Rasca Culo, usted y yo nos vamos a un viaje, aunque no lo tengo en mi itinerario. No es extraño, ya que, en estos últimos días, todo lo cambia y toca improvisar, me imagino que será lo mismo.
» ¿Debo habituarme a su nuevo estado «normal»? —Se metió una cuchara llena de huevo con salchicha, con la boca llena remató—. Solo dígame si alcanzo a desayunar antes del supuesto viaje.
Su tono era irónico, eso era lo que quería ayer, mantenerla lo más lejos, pero… ¿Por qué vuelvo a sentir la acidez en el estómago? Tensé la mandíbula, me senté; Inés sirvió el desayuno y me obligué a comer en el menor tiempo posible. No había vuelta de hoja, la sacaré de mi cabeza. De soslayo era analizado por todos los presentes, a Rata no logro persuadirlo tan fácil, él piensa que Verónica me gusta, ¡qué idiotez!
Me he obligado a sacar negocios, vueltas, trabajos de donde no los tenía o para ser honesto conmigo mismo, he realizado el trabajo de mis empleados con tal de mantenerme ocupado. Y eso ha sido imposible. Todos los días salía a trotar de madrugada, entrenaba boxeo, karate y alzaba pesas hasta casi el mediodía.
Simón en algo tenía razón. Ella ejercía en mí reacciones nunca sentidas, me he comportado diferente con las otras mujeres, no obstante, con Verónica fui… un completo pendejo. Desde que se fue de la casa no la he llamado, me conformo con tenerla vigilada.
Debe suponer lo peor con mi actitud y debería darme igual. Soy la misma mierda no he cambiado. Pero eso no impide el que sueñe con besarle los senos y penetrarla hasta sacarle el gritar mi nombre y se desmaye de tanto sexo… ¡A la mierda con ella! Necesito erradicar esta vaina.
—¡Simón! —grité desde la biblioteca.
—Patrón. —escuché su voz por el parlante.
—¿Ya está lista la reunión con Los Cárdenas?
—Nos esperan a las diez de la mañana, le manda a decir que le tienen un encargo.
—¿Te cercioraste qué puedo implementar mis juegos?
Rata sabía los juegos con algunos objetos que utilizo con las putas: vendar los ojos, amarrar las manos y los pies, dar fustazos, que se traguen mi esperma, aparte de que debe aguantar los tres orgasmos que exijo por los tres orificios que tienen, deben obedecer siempre.
—¿Nos vamos?
—¡Por supuesto! ¿Siguen resentidos? Y no se te olviden mis instrumentos.
—Debe andarse con cuidado, patrón. Es una reunión para jugar cartas, ya va en camino tres caballos que apostará en el juego.
—¿Cuáles?
Unos de mis negocios legales eran las pesebreras, a futuro quiero comercializar con los espermas de esos ejemplares. Se paga una fortuna por un buen espécimen y mis caballos cada día adquirían fama.
—Pintoso, Rigo y Matraca.
—Son bellos ejemplares, sabes ¿cuáles tienen ellos?
Ingresamos al auto, Cebolla conducía, Rata se sentó en el puesto del copiloto y Negro a mi lado, detrás de nosotros nos seguía el otro carro.
—No Patrón, usted sabe que deben mirarlos primero. También le recuerdo que hoy debemos concretar con la señorita Verónica. El viaje se acerca, ella será nuestra traductora.
Apreté la mandíbula y mi sangre recorrió todo mi cuerpo de manera rápida. Al mismo tiempo se incrementó esas ganas por verla. Bloqueé mis pensamientos ante su recuerdo ya han pasado varios días.
—Perfecto, después de mi faena la buscamos.
Algo por dentro se alegró, saber que veré ese rostro de ángel en cuestión de horas. Bueno, por ahora a demostrar que esta lejanía con las mujeres se había acabado y volvía a ser el mismo de antes.
La vieja se encontraba a mi lado, una atractiva pelirroja pintada. Mi mano en su sexo mientras jugaba las cartas y apostando a Rigo, ya había ganado tres bellos ejemplares y salvado a Matraca. Era nuestra segunda partida. Le decía a la vieja qué carta sacar, porque la otra mano la tenía ocupada dándole placer.
—Ni se te ocurra gritar.
Le susurré al oído a la pelirroja, ella llegaba a su clímax y le prohibí que se viniera, sacaba la mano de vez en cuando para bajar el ritmo de su excitación. Por mi parte tenía varios días sin tocar una vieja, mi verga estaba templada.
» Cárdenas, esta partida también es mía.
—No lo creo, pero entendemos el grado de acaloramiento.
Sonreí, la pelirroja trataba de contenerse, solo que no logró hacerlo y a raíz de las últimas semanas yo andaba necesitado
— ¡Rata! Continúa.
—Por supuesto Patrón.
La tomé de la mano, la llevé a una de las habitaciones. Le arranqué la ropa, me puse el preservativo y la penetré violentamente, la embestí hasta que eyaculé. Le di la vuelta, cambié el preservativo y comencé a penetrarla por atrás sin prepararla, algo inusual en mí. Tomé sus manos, las até a la baranda.
—Deme unos minutos por favor. —jadeaba.
—No viniste a descansar. —Me miró con resignación y algo de temor— ¿Qué palabra de seguridad tienes?
—¿Qué?
—Voy a azotarte y a follarte, dime que palabra tienes.
—Verde. —Qué idiotez, memoricé su palabra por si me excedía.
Las manos agarradas sobre su cabeza mientras yo le frotaba su clítoris, a los pocos minutos cooperó con los movimientos de cadera confirmándome que volvía a excitarse. Tomé un vibrador, lo llené de lubricante y se lo introduje lentamente por su recto mientras la penetraba, sus gritos de lujuria evocaban en mí un éxtasis, seguía embistiéndola cada vez más fuerte, tratando de saciarme.
Sin embargo, fue un acto fallido para mi satisfacción, con estas ganas por dentro y la puta eyaculación no se daba de nuevo. Fue en vano, me perdí por un instante o más bien por un recuerdo que no dejo atrás desde que le vi el seno.
Lo que hago no era lo deseado, la quería a ella y no me saciaré si no era con Verónica. Escuché una voz lejana, alguien decía un color, no lo asocié hasta que el grito retumbo en mi cabeza.
—¡Verde!, ¡verde!
Gritaba la pelirroja llorando. Reaccioné de una, ¡mierda! ¿Cómo perdí el control de esta manera?, me hice a un lado, le saqué el vibrador… la había partido, ¡maldita sea! La desaté y la cargué hasta el baño. La dejé bajo la ducha, nunca había perdido el control.
» Gracias por detenerse.
—Te daré una compensación adicional. —sonrió sin ganas.
—Me alegré cuando fui escogida para ser su acompañante hoy, por la fama a su espalda.
—Lamento decepcionarte. —contesté.
—No. No es decepción don Roland, es solo que me tocó el turno cuando usted piensa en otra. —La miré mientras nos enjabonábamos.
—¿Disculpa?
—Es muy evidente que pensaba en otra mientras cogía conmigo. Es afortunada.
¿Qué responderé ante eso? Desde mi llegada no me he sacado a Verónica de la cabeza, la veré después del mediodía y si soy franco, desde hace una semana deseo tomarla de todas las maneras posibles. Nada más era deseo porque no me la he podido coger, solo era eso.
» Dios, a todo ser humano le tiene su media mitad.
—No creo en esa entidad en primer lugar, y referente a una supuesta «media mitad.» Se ubica a kilómetros, yo diría que aún se encuentra a años luz.
—Por eso lo trae de cabeza. Los opuestos se atraen.
—¿Sabes mucho del tema? —La ayudé a salir del baño, tomó una toalla.
—Estudio psicología. Con lo que gano, pago mi carrera.
Tomé otra para secarme, recogí el bóxer tirado a un lado, la camisa y me senté en el sofá.
» Hasta que lo atraparon don Roland.
—¿Cómo sigues? —pregunté para desviar el tema.
—Tendré cuidado al sentarme, nada más.
—Perfecto, te duplico el valor —terminé de vestirme y salí de la habitación.
Al regresar Simón había perdido a Rigo y a Pintoso. Me quedé en la piscina, la finca no era de mi agrado, era demasiado ostentosa, no marca una tendencia. Miré el reloj, apenas eran las doce del mediodía, quedé de hablarle a las tres de la tarde.
Me puse las gafas, al recostarme en la silla reclinable decidí esperar a que terminaran de darle otra paliza en las cartas a mi jefe de seguridad. Recordé la conversación con la pelirroja… Era mejor no darle vueltas al tema. He intensificado mis entrenamientos con tal de no pensar en ella, trabajado más de diez horas al día, supervisado cada asunto relacionado con la convención.
Involucrado en temas exclusivos de los hombres que trabajan para mí, yo he estado al frente con tal de no pensar y no lo haré ahora. Mi meta era tener diez polvos más, con eso se borrará de mi mente. Me quité las gafas al escuchar las risas de los hermanos Cárdenas.
—¡Sigue de segundón, porque como jugador lo arruinarías!
Me causó gracia el comentario, fui hasta la mesa para decirle a Rata que le pagué el doble de lo pactado a la prostituta.
—¿Qué tal la faena?
—Como todas.
Miré detenidamente a los pirobos Cárdenas, de ahora en adelante la conversación será en arenas movedizas.
