CAPÍTULO 3
–¡¿Que hiciste qué?! –gritó Eva, el lunes por la mañana, mientras relataba de principio a fin mi cita con Noah.
–Exactamente eso. Luego de decirle que lo nuestro no funcionaría, concerté una cita contigo, esta tarde en el mismo lugar donde nos vimos. Ya tiene tu número.
–Pero me habías dicho que había salido todo bien. Me enviaste un mensaje contándome que todo fue excelente en tu cita –se indignó Eva, mientras Amelia observaba la escena, divertida.
–Si, claro. Todo fue excelente. Comimos cheesecake. Yo bebí un capuchino…
–¡Abigail! ¡Sabes a lo que me refiero!
–Todo fue bien. Es un chico adorable. Es divertido y es lindo. Y para ser así de guapo no es nada tonto. Pero no es para mi y creo que se llevará muy bien contigo.
Eva dio media vuelta y se fue de la cocina. La había vencido en su propio juego. Amelia parecía satisfecha.
–Sabes que le tiene miedo a las relaciones formales, ¿verdad? –dijo.
–Lo sé. Por eso siempre sale con chicos por tan poco tiempo. Pero sigue insistiendo en conseguirme pareja a mí para que seamos felices por siempre. Y no funciona de ese modo.
–De todas formas hay algo que es cierto, Abi. Te cierras demasiado y no nos dejas entrar. Te vuelcas en el trabajo y no te diviertes nunca. Te aislas. Nosotras sólo queremos ayudarte.
–Lo siento.
–No pidas disculpas. Estamos para ti. Cuando lo necesites.
–Gracias. Lo aprecio mucho, Amelia, de verdad.
Eva tuvo su cita esa tarde como habíamos pactado con Noah. Era un chico muy agradable y estaba segura de que ambos se llevarían bien. Sin embargo, al día siguiente cuando nos vimos de nuevo en el trabajo, no recibimos comentarios de parte de Eva. Nos ignoró por completo durante toda la jornada a pesar de que la perseguimos por todos los rincones. Y siguió siendo evasiva también al día siguiente. Estaba claro que se había ofendido conmigo.
Por mi parte, volví a soñarlo. Mi sueño transcurría en el claro de un bosque esta vez. O eso recordé cuando desperté. Era una bonita noche y los búhos ululaban en los árboles.
Caminé hacia donde me llevaron mis pies y lo encontré. Allí estaba él: sentado en el suelo cubierto de hojas secas, contemplando el cielo estrellado. Me detuve a contemplarlo. Por un momento cerró los ojos. Parecía disfrutar de los sonidos de la noche.
Me senté junto a él en el suelo y se volteó a mirarme. Nuestros ojos se encontraron y en mutuo y silencioso entendimiento nos besamos. Peinó mi cabello detrás de mi oreja y todo sucedió demasiado rápido. Nos quitamos la ropa, acarició mi cuerpo y recorrió con sus tibias manos mis muslos. Lo dejé. Me sentía en confianza como no me había sentido nunca. Hicimos el amor allí mismo, en ese colchón de hojas secas en el bosque.
Su cuerpo era perfecto y noté que tenía un tatuaje en una de sus piernas, pero no le presté demasiada atención. Preferí seguir jugando con sus suaves labios.
Cansados, nos echamos de espaldas en el suelo a contemplar las estrellas fugaces que cruzaban el cielo y posé mi rostro sobre su pecho mientras él jugaba con mi cabello.
De pronto, desperté y el hechizo se rompió. Me sentía excitada y cansada. Quería más de él aunque hubiese sido un sueño. A la vez necesitaba una ducha como si todo hubiese sido real.
Pensé en levantarme, pero decidí quedarme un rato más en la cama y mis manos se dirigieron a mi núcleo, para estimularme durante un buen rato. Sólo pensé en él, en su mirada, en su piel, en nuestros cuerpos fundiéndose entre sí…
Cuando estuve lista me levanté para darme una ducha. Mi piel estaba sudorosa y de verdad necesitaba un buen baño.
Mientras el agua recorría mi cuerpo, pensé en que la próxima vez que lo soñara debía preguntarle su nombre. Quizá, si dormía una siesta, podía intentar entrar de nuevo en un sueño y soñarlo… Valía la pena intentarlo. Ese día no tenía que ir a trabajar.
Luego de almorzar intenté dormir una siesta. El problema era que jamás lo había hecho. Di vueltas en la cama, cerré y abrí los ojos, pero el sueño jamás llegó. Suspiré. Pensé en técnicas para agotarme y generar cansancio físico: quizá si iba a correr, me cansaría y me entraría el sueño. Valía la pena intentarlo.
Pero antes de darme cuenta, estaba pensando de nuevo en ese sueño que había tenido y mis manos se dirigían allí abajo y gemía de placer. Una vez más y saldría a correr.
Al terminar, me preparé para salir a correr. Me hizo bien oxigenarme. Escuchando música con mis auriculares, disfrutando del paisaje…
Aunque cuando volví a casa, había surtido el efecto contrario: estaba llena de energía. Terminé dando vuelta el apartamento, limpiando de arriba abajo todo lo que había en él, organizando mis libros, mi ropa, mis archivos del trabajo. Todo había quedado impecable. Una vez que terminé se había hecho la hora de la cena y mientras cocinaba, con música de fondo, pensé en que necesitaba terapia.
A la mañana siguiente, Amelia y yo enfrentamos a Eva en el trabajo apenas cruzó la puerta de entrada.
–Detente ahí –espetó Amelia.
Eva frenó, con una expresión de sorpresa en el rostro.
–Nos dirás que te está pasando –continuó–. Nos estás evitando y no es propio tuyo. Vamos, suéltalo.
Eva resopló, pero luego asintió.
–Si.
Amelia se encogió de hombros.
–¿Si qué?
–Si. Si, nos estamos viendo.
–Lo sabía –dijo Amelia, con una gran sonrisa en el rostro, volteando hacia mi.
–Yo también sabía que te encantaría Noah –le dije a Eva, y la abracé.
–Mujer, dime. ¿Por qué puede ser tan difícil admitir que un hombre puede enamorarte? –le preguntó Amelia.
–No quiero enamorarme, tonta.
–Dale una oportunidad. Si te lastima, se las tendrá que ver con nosotras.
–Tranquila –intervine–. Parece inofensivo. Es divertido. Es del tipo de chico que me gusta tener de amigo.
–No te lo has follado, ¿verdad? –preguntó Eva de pronto, frunciendo el ceño.
–¿Estás loca? –pregunté, aunque de pronto, se me ocurrió tomarle el pelo–. Y si lo he hecho, ¿qué problema habría?
–¡Abigail!
Amelia estaba muerta de risa a mi lado. Comenzamos a caminar hacia el interior de las oficinas y Eva me persiguió para saber la verdad, aunque no le dije nada en un principio. Era evidente que Eva no estaba pensando con claridad, yo nunca hubiera follado al chico en la primera cita.
Durante el almuerzo aclaramos las dudas de Eva sobre Noah y se quedó tranquila. Pudimos observar que estaba complacida con su nueva cita, y nos gustó esa nueva versión de ella.
Dejé que Eva volviera al trabajo y tomé a Amelia del brazo, para retenerla un momento.
–Oye, espera –le dije–. No te vayas aun.
–¿Qué sucede?
–No quería preocupar a Eva, pues se la ve muy alegre.
–Dime.
–Pues, no es nada grave, pero estoy teniendo unos sueños un poco extraños. No estoy descansando bien… Y me preguntaba si sería normal –sólo dije eso, pues lo demás me avergonzaba un poco.
–Ya lo has dicho todo. Lo que tú tienes es agotamiento. Estás extenuada por todo lo que trabajas. Te quedas aquí después de hora, vienes los días que no te corresponden… Deberías, quizá, tomarte esos días de vacaciones que nunca te tomaste.
–¿Y qué haré yo de vacaciones?
–Pues, ¡no lo sé! ¿Qué te parece lo que hace todo el mundo de vacaciones? Pasear, ir de compras, viajar… Lo que quieras, amiga. Es tu tiempo libre. Vamos, piensalo.
Amelia giró sobre sus talones y se fue a su oficina. Yo me quedé pensando en lo que había dicho. No era un momento para tomarse vacaciones. Lo que yo quería en ese momento era ir a casa y soñarlo. Me la había pasado todo el día mirando el reloj, esperando que la jornada terminara para volver a la cama.
Sin embargo, era cierto que me sentía agotada a pesar de que dormía durante siete horas casi sin despertarme. Así que hice una consulta con la terapeuta de la empresa.