CAPÍTULO 2
Ya era viernes y Amelia y Eva desbordaban de emociones con mi confirmada presencia en el bar. Estaban de verdad insoportables. Nos encontraríamos todas allí a las ocho en punto.
Me di la segunda ducha del día y me vestí según ellas quisieron, con la ropa que me habían elegido el día anterior. Odiaba usar tacones, me sentía súper torpe. Estilizaba mi figura, eso sí.
Recibí un mensaje de Eva que decía “Asegúrate de usar maquillaje”, al cual contesté “¿Más?”.
“¡Sí!”, fue toda la respuesta que recibí de ella.
No iba a hacerle caso, no pensaba lucir como un payaso. Me gustaba usar maquillaje, pero siempre intentaba darle un look natural, pues veía que muchas chicas se llenaban de productos y sólo lograban verse irreales.
Un último vistazo al espejo: me veía bien. Salí a buscar un taxi y pronto estuve en el bar donde habíamos quedado.
En la puerta, me encontré con Mía, una de las chicas que ya no trabajaba para nuestro periódico, sino que había recibido una oferta mejor y la había tomado. Seguíamos siendo buenas amigas y hablábamos todo el tiempo.
–¡Abi!
–Mía, qué bien te ves –le dije, completamente sincera.
Llevaba unos pantalones ajustados y tacones, y se veía radiante, con una sonrisa de oreja a oreja.
–Me está yendo muy bien, debe ser por eso. Vamos, te contaré todo adentro.
Seguí a Mía y vimos al resto de las chicas sentadas a una mesa. Nos dirigimos allí, para acomodarnos junto a nuestras amigas. Eva, Amelia, Sara, Lena, Olivia, todas nos saludamos.
Y comenzó la charla, hacía tiempo que no nos veíamos, más que nada que no me veían a mí, y me bombardearon a preguntas.
–Estás hermosa así vestida, Abi.
–¿Qué te está pasando que no vienes a vernos?
–Déjame decirte que te ves cansada, no lo disimulas con ese maquillaje, querida, ni siquiera yo con dos niños me veo así de cansada.
–Es que es adicta al trabajo, ya te lo dije.
–Si, puedo probarlo, yo todavía trabajo con ella. ¿Quieres que te envíe fotos, videos? No sale de su oficina.
–Ya te he dicho que hay que conseguirle pareja.
–Si, tienes razón. No le vendrá mal una distracción…
Sé que lo hacían con la mejor intención, pero yo todavía me encontraba ahí y se habían puesto a deliberar qué iban a hacer conmigo.
–¡Oigan! Estoy aquí aún.
Todas callaron y voltearon hacia mí.
–Aprecio mucho su intención, pero estoy bien.
–No amiga. No lo estás –dijo Olivia, tomando mi mano–. Debes relajarte un poco. Vivo en un estrés constante con dos pequeños que requieren de mi atención, pero al final del día duermo profundamente pues me llenan de satisfacción. ¿Puedes decir lo mismo? ¿Hay algo en tu vida que te llene? ¿Que te complete?
–Un hombre no me completará –respondí, algo enojada.
–No, no lo hará –estuvo de acuerdo Olivia–, pero es probable que conocer a alguien te ayude a dejar de esconderte en el trabajo.
Suspiré y consideré sus palabras, pues quizá Olivia se había hecho más sabia con la maternidad.
–Sé que tienen las mejores intenciones, pero no me siento preparada.
–No necesitas dar todo de ti en la primera cita o entregarte al primer hombre que pase –dijo Sara.
–Sabemos que algo te ha pasado y no quieres contarlo, estaremos para cuando quieras abrirte con nosotras. A todas nos ha pasado algo alguna vez –agregó Lena.
–Está bien, les agradezco. Ahora, ¿podemos comenzar la velada? ¿Era necesario centrarla en mí?
–Querida, eres la protagonista, hace tiempo que no venías. Era obvio que nos íbamos a centrar en ti –dijo Eva–. Además, ese tipo que está en la barra bebiendo un trago, que es extremadamente sexy, te está mirando desde que entraste.
Todas empezaron a dar grititos de excitación y miraron al pobre chico que estaba en la barra.
–Mentira –dije yo.
–Claro que sí, nena. Si estás para matar.
–Yo creo que te está mirando –afirmó Amelia.
–Si, Abi. Te mira a ti –dijo Eva.
Olivia me dio un codazo en las costillas.
–¿Qué tal si vas a pedir los tragos? –sugirió.
–¡No! ¿Qué? ¿Estás loca? –espeté.
–¡Vamos! ¡Anímate!
–No es nada serio, Abi. Si no te gusta no tienes por qué llevarlo a la cama –dijo Eva–. Sólo ve a hablar con él.
Me levanté, entre los vítores de mis amigas, y fui a la barra a pedir los tragos. Ya sabía qué bebía cada una así que no necesitaba preguntarles.
Me coloqué en la silla junto al joven que me habían indicado y al instante volteó y me habló. Sentía la mirada de mis amigas clavada en la nuca.
–Hola –dijo él.
Debía admitir que era muy guapo.
–Hola –respondí con timidez, casi inaudible.
De inmediato miré hacia adelante en busca del camarero y le hice señas. Pedí las bebidas para mis amigas y para mí, y el pobre muchacho continuaba mirándome, así que hice un esfuerzo y respiré. Me volteé y lo enfrenté.
–Soy Abigail –dije, estirando mi mano para que la estrechara.
Él sonrió y tomó mi mano.
–Noah.
–Mucho gusto, Noah.
–¿Te gustaría conversar un rato?
En ese momento llegó el camarero con las bebidas y me acobardé.
–En realidad, tengo que llevar esto a mi mesa –le dije–. No quiero hacer esperar a mis amigas.
–Ya veo –fue todo lo que dijo Noah.
Tomé la bandeja y la acerqué a mí, e intenté bajar de la silla.
–Espera, déjame ayudarte.
Creo que iba a ser lo mejor, pues con los tacones que llevaba, aunque me agregaban altura, seguía siendo bastante pequeña y era muy probable que trastabillara y terminara en el suelo bañada de alcohol. Además, usando una falda tan corta, perdería toda mi dignidad en un segundo.
Noah tomó la bandeja y la llevó caballerosamente hacia nuestra mesa. Agradecí y me senté junto a mis amigas, quienes me miraron indignadas.
–¿Qué? –pregunté encogiéndome de hombros.
–¿Qué haces aquí? –me preguntó Amelia, arqueando las cejas.
–¿Paso la noche con mis amigas?
–¿Qué haces aquí, en vez de allí con ese pedazo de bombón? –continuó Amelia, indignada, y rozando la furia.
–¡Lo que daría por estar en tu lugar ahora! –exclamó Eva.
–Entonces te cambio –sugerí.
–Vamos, sabes a lo que me refiero –dijo Eva–. No estás aprovechando la oportunidad que se te presenta, amiga.
De pronto, Eva se levantó de su silla e interceptó al muchacho que estaba volviendo a su lugar en la barra. La observamos mientras cruzaba unas palabras con él. Luego volteó y volvió triunfante a nuestra mesa.
–¿Qué ha pasado? –preguntó Sara.
–Conseguí su número –dijo sentándose.
Todas la miramos, esperando a que continuara, pero estaba claro que se estaba haciendo la misteriosa para crear más suspenso. Le encantaba hacerlo.
–¿Y? –insistió Lena, golpeando su hombro.
Eva sonrió.
–Le expliqué que nuestra hermosa amiga Abi es súper tímida y entró en pánico cuando un joven tan apuesto como él quiso hablar con ella. Entonces le pedí que por favor la disculpara y me diera su número así ella puede contactarse con él luego –concluyó con su flamante sonrisa.
–Excelente –la felicitó Amelia, dándole unas palmaditas en la espalda.
–Y aquí tienes su número, Abi –dijo, tocando los botones en su pantalla con el dedo índice–. De nada, ya te lo he enviado.
Puse los ojos en blanco y me crucé de brazos.
–Supongo que no me queda otra opción, ¿verdad? –dije.
–No.
–Habíamos dicho que sería una salida de amigas –me quejé.
–No fue planeado, lo juro –se defendió Eva.
La fulminé con la mirada. Solía salirse con la suya.
–Dale una oportunidad a ese muchacho, es un bombón –dijo Sara, a mi lado.
–¿Podríamos cambiar de tema? –dije, perdiendo la paciencia.
Notaron que de verdad estaba comenzando a perder los estribos y Olivia relató lo que había sucedido ese día en la tarde con su hijo más pequeño.
Me sumí en mis pensamientos por un momento y dejé de oír. Hacía tiempo que me había cerrado y no dejaba entrar a nadie más. Podía darle una oportunidad a aquel chico, pero nada me aseguraba que las cosas salieran bien. Era un completo extraño.
El resto de la velada transcurrió como un borrón para mí. Comimos, bebimos, participé de la charla, pero estaba en otro lugar. Seguía pensando en la estúpida idea de ese hombre perfecto que había visto en mi sueño y esa era la principal razón, además de otras excusas, por la que no quería enviarle un mensaje a ese tal Noah.
Llegué a casa demasiado cansada. Arrojé los tacones al lado de la cama, junto con el resto de mi ropa y me desplomé. Me quedé dormida en un santiamén.
Mis sueños esa noche fueron difusos, imprecisos, como imágenes que se sucedían unas a otras. Primero estaba en el bar, bebiendo un trago de un vaso alto, con una pajilla, y a mi lado se sentaba Noah. Tomaba mi mano y la besaba. “Preciosa, un gusto conocerla”, decía.
En el fondo, mis amigas me alentaban a irme con él, aunque yo no estaba segura de querer hacerlo, y salíamos de allí, yo tomándolo del brazo. Al cruzar la puerta de salida del bar, nos esperaba una habitación de hotel, con una cama de sábanas de seda rojas, y luces tenues. Yo miraba hacia los lados, buscando la salida, pero no había escapatoria. Sólo había una gran ventana, como esas de las salas de interrogaciones que aparecen en las películas de detectives.
Noah, tomando mi mano, me llevaba hacia la cama y se sentaba en ella. Del otro lado de la ventana se encendía una luz, y podía ver una sombra que se acercaba, y a medida que se acercaba, reconocía el rostro del hombre. Era el hombre de mis sueños. El que había encontrado en mis sueños anteriores.
Noah me pedía que me sentara con él, y yo lo hacía, aunque no quería hacerlo. Yo quería estar del otro lado del vidrio, con él, con el chico que había soñado antes. Noah me besaba el cuello, y se sentía muy bien. Él, horrorizado, miraba desde el otro lado.
Yo quería gritar, quería decirle que lo sentía, que no quería estar con Noah. Noah me desvestía y yo lo desvestía también a él. Hacíamos el amor, todo delante de la vista del hombre que miraba del otro lado de la habitación. En su rostro podía leerse el sufrimiento al verme con otro.
Entonces, Noah me tomaba de la mano. “Vamos, mi amor, ya es hora”, decía. Y yo me levantaba de la cama, miraba hacia abajo y llevaba puesto un vestido de novia.
Cruzaba una puerta, que antes no estaba allí y salíamos al exterior, hacia un día soleado en medio de los árboles. Nuestros amigos nos esperaban, sentados pacientemente.
Todos estaban allí. Incluso el amor de mis sueños. Y yo le decía a Noah en el altar: “Sí, acepto”. Todos aplaudían y vitoreaban el beso que nos dábamos, mientras él continuaba compungido en el fondo, y se retiraba, caminando hacia la soledad, y yo quería correr tras él.
Desperté, creo que gritando “¡no!”, o algo así. Me inundaba una sensación de angustia que no me dejó volver a conciliar el sueño, por más que era de madrugada.
Me levanté de la cama y preparé un exagerado desayuno, para comer tan despacio como fuera posible, mientras leía un libro.
Cuando se hicieron las siete de la mañana recibí un mensaje de Eva. “¿Le has enviado un mensaje? ¿Qué dijo? ¡Cuéntamelo todo!”
“No. Aún no”, fue mi respuesta.
“¿Qué esperas? ¡Pobre hombre!”
“De acuerdo, dame un momento.”
Pensé en qué escribirle. No quería ser descortés, pero quería dejar las cosas en claro desde el comienzo.
“Hola, Noah, soy Abi. ¿Te acuerdas? La chica de anoche”, escribí. Me respondió considerablemente rápido, teniendo en cuenta que anoche habíamos salido (aunque no sé a qué hora se habría ido él del bar).
“Cómo lo olvidaría. La chica vergonzosa. ¿Cómo estás, Abi? ¿Cómo has amanecido?”
¿Era amable? ¿O se hacía el amable para llegar a su objetivo? Sexo. Todos quieren sexo. Te usan y te desechan.
Bueno, no es que nosotras no queramos lo mismo, ¿verdad? Pero bajo mis propios términos, no bajo los de él. No iba a ser así esta vez.
“Mira, no quiero darte una idea equivocada. Por eso te escribo. Mis amigas me insisten en que salga y conozca gente, pero yo estoy bien así.”
“De acuerdo, linda. No quiero presionarte. Sólo quería conocerte porque me pareces una chica bellísima. ¿No me darías una oportunidad?”
Acababa de ser lo más educada posible explicando que no quería tener nada con él, pero de todas formas insistía. Detrás de esa cara bonita y ese cuerpo escultural podía esconderse un psicópata asesino. ¿Y si le decía que sí y me raptaba?
Le escribí un mensaje a Eva. “Eva, escucha. Yo sé que el chico es muy bonito. Pero no tenemos información de él. Ya cumplí con mi parte del trato. Fui anoche al bar, y le escribí el mensaje que dije que iba a escribirle. ¿Qué sucedería si acabara de salir de la cárcel? ¿O si fuese un asesino serial? ¿O si lo dejara entrar a mi casa y me secuestrara?”
Eva sólo escribió como única respuesta “JAJAJAJAJAJA”.
Contemplé la pantalla de mi móvil por unos instantes y de pronto comenzó a vibrar en mis manos. Era una llamada de Eva.
–¿Hola?
–Abi, ¿estás loca?
–¿Qué?
–¡¿Estás chiflada?!
–¿Qué dices?
–¿Por qué eres tan fatalista? Es un pobre muchacho que se fijó en ti. ¿Cuáles son las probabilidades de que sea un asesino?
–Vamos, Eva. Estoy siendo realista.
–No, estás siendo una exagerada. Nadie te pide que lo metas en tu cama en la primera cita. Pueden ir a un lugar neutral. A este paso morirás sola.
–¿Y qué si quiero hacerlo?
–No hay ningún problema, pero ¿quieres hacerlo?
No contesté. No quería hacerlo. Tenía miedo de conocer personas.
–Ya veo –prosiguió Eva ante mi silencio–, entonces, escríbele a ese bombón y dile que lo verás en la tarde, en un café, a plena vista de todo el mundo, donde no será capaz de secuestrarte, violarte y torturarte hasta morir, para descuartizarte, cortarte en pedacitos y enterrarte en un descampado y ser primera plana el mes entrante.
No le contesté de inmediato porque no sabía qué decirle. Sonaba algo enojada. Lo mejor era decirle que sí a todo lo que dijera.
–De acuerdo, Eva. Lo haré.
–Adiós –dijo, y colgó.
Observé mi móvil por unos instantes y respondí el mensaje de Noah: “Bueno, Noah. Te veré hoy en la tarde. Luego te envío la dirección.”
Respondió con una variedad de emojis felices.
Luego de organizarme, salí hacia el trabajo. Y durante lo que duró el viaje en metro intenté mentalizarme en quitar mis ideas “extremistas” de mi cabeza y hacerle caso a Eva. Si salía todo bien, quizá pasara un buen momento con Noah. Si lo volvería a ver o no, dependía de esa primera cita y de las conclusiones finales que sacara luego. Debía darle una oportunidad.
Después de todo, tal vez estaba volviéndome loca con esos sueños extraños que estaba teniendo, y era mi cerebro quien estaba intentando comunicarse conmigo, intentando mandar una señal para que me comportara como una persona normal y dejara de soñar al hombre perfecto. Tal vez, era la forma de mi subconsciente de decirme que viviera la vida y que conociera muchachos y le diera una oportunidad a Noah. Tal vez estaba pasando por demasiado estrés.
Le di vueltas al asunto durante todo el día hasta que se hizo la hora de ver a Noah. Fui al lugar pactado y allí estaba él, esperando.
–¿Llegué tarde? –pregunté.
–No, yo he llegado temprano para esperarte. Tú has llegado a horario. Hola, ¿cómo estás?
–Hola –dije, sentándome frente a él –, bien, ¿y tú?
–Excelente. ¿Qué pedirás? –preguntó, llamando al mesero.
–Sólo un café.
–Vamos, ¿sólo eso? ¿Estás cuidándote?
Me molestó que dijera eso. Primer strike. Creo que lo notó por la expresión de mi rostro, porque se disculpó.
–Perdón, no debí haber dicho eso. No me interesa lo que hagas con tu cuerpo. Si deseas ordenar algo más, yo invito. Si de verdad quieres sólo un café, está bien.
–Está bien, ordenaré algo más. Pero cada uno pagará lo suyo.
–De acuerdo –dijo, haciendo un ademán con ambas manos indicando su conformidad.
El mesero se acercó a donde estábamos.
–Buenas tardes –dijo él–. ¿En qué puedo ayudarlos? ¿Están listos para ordenar?
–Si –contesté la primera–. Yo deseo un capuchino y tres madeleines.
–Bien –dijo el mesero.
–Yo voy a ordenar un chocolate caliente y una porción de cheesecake de frutos rojos.
–Perfecto. Enseguida lo traeré –dijo, comenzando a voltear para marcharse.
–Disculpa –dije, arrepintiéndome de mi elección–. Yo también quiero un cheesecake.
Noah sonrió.
–Bien. ¿Reemplazo las madeleines por un cheesecake de frutos rojos, entonces?
–Si, por favor.
–Enseguida, señorita.
–Muchas gracias.
Con mis amigas solíamos pedir miles de cosas y compartirlas entre todas, pero no iba a comer del plato de Noah. Y cuando mencionó las palabras “cheesecake” y “frutos rojos” se me hizo agua la boca.
Nos trajeron nuestra orden y disfrutamos de una buena charla. Hablamos durante unas dos horas. Era un buen chico, lindo y divertido. Pero no era la gran cosa. Nada de él me llamaba particularmente la atención. No me deslumbraba. No teníamos muchos gustos en común ni nada que nos relacionara.
De inmediato pensé en lo que diría Eva si se enterara de lo que pensaba. Me diría algo así como: “No necesitas tener nada en común para llevarlo a la cama”.
Lo siento, Eva. No voy a llevar a Noah a mi cama.
Mientras pensaba todo eso, interrumpí lo que decía en medio de una frase que no estaba escuchando, para proponerle algo.
–En ese año, yo estaba trabajando…
–Escucha: siento interrumpirte. Siento que esto no funcionará. Pareces un chico agradable, y creo que te llevarías genial con mi amiga Eva. Es muy bonita e inteligente. La conociste anoche. ¿Le darías una oportunidad?