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Apenas son las diez y el lugar ya está lleno de asquerosos cincuentones dispuestos a drogarse y engañar a sus mujeres.
Entro en el salón principal y decido pasarme por el club unos minutos más. Por lo general, enviaría a algunas chicas a uno de los dormitorios, pero esta vez tengo ganas de quedarme y supervisar la noche.
Me dirijo a mi habitación privada, me siento en uno de los sofás rojos, pido una copa de brandy y me relajo en el respaldo.
Observo a las criadas paseando y a las putas siguiendo a los asqueados clientes de mediana edad hacia las habitaciones. Una sonrisa sádica aparece en mi rostro. La mayoría de las chicas que están aquí no lo son por elección propia: algunas son rescates, otras las vende la familia como pago de deudas, otras más por problemas económicos... o simplemente las compran y las tiran a este agujero. Todas tienen una historia y sus problemas...algunas me piden prestamos a cambio de un polvo y otras para poder ser solo camareras. ¿Lo que hago? Me importa una mierda y por qué no, si son bonitas, lo acepto.
Mi padre hizo todo por sí mismo, partiendo de la nada, y yo también tuve que aprender por mi cuenta, ellos podrían volver a poner sus vidas en pie si quisieran.
Mis pensamientos son interrumpidos por gritos que me llevan a girar la cabeza en su dirección.
-¡Suéltame, sucio maníaco!-
-¡Cómo te atreves a dirigirte a mí así, zorra asquerosa!-
Reconozco la voz de la chica y me pongo de pie caminando hacia ellos. No quiero ningún desorden por las noches.
-¿Hay algún problema?- Pregunto con los dientes apretados.
El chico, que todavía tiene sus ojos en el cuerpo de la chica, de repente se pone rígido cuando escucha mi voz.
-No hay problema, Sr. Ivokiv. Pero la hermosa muñeca no quiere hacer su trabajo.-
Me dirijo a la pequeña que está visiblemente temblando, está asustada y se puede ver a kilómetros de distancia.
-Porque este no es su trabajo. Es una simple camarera.– digo, decidiendo seguirle la corriente al recién llegado.
El hombre le suelta la muñeca y, tras un movimiento de cabeza, se aleja.
-¿Estás bien?- Pregunto fría e impersonal.
Él asiente tímidamente y luego levanta la cabeza y choca sus grandes ojos con los míos.
Nadie se atreve a mirarme a los ojos.
-Baja la cabeza niña.- La llevo hacia atrás.
Sigue mirándome con esa mirada tan pura y dulce que amenaza con hacerme caer en picada.
¿Por qué mierda me mira así?
-Eres tonto o solo sordo?- pregunto endureciendo mi voz.
Parece recuperarse y sacude ligeramente la cabeza y luego la baja.
-Yo... jem... disculpe-
La miro por más tiempo del necesario y de mi boca sale una pregunta: -¿Cuántos años tienes?-
-Dieciocho señoras...-
Levanto una ceja, ¿de verdad crees que puedes joderme?
-Me estás poniendo nervioso mocoso.-
Sus mejillas se vuelven aún más rojas y veo que me mira.
-De diecisiete.-
Nos miramos el uno al otro como dos perfectos idiotas. Hay algo extraño en esta chica.
-¿Tú?- luego susurra con esos brillantes y hermosos ojos de gacela.
-Veinticinco- respondo, como si tuviera que hacerlo. Luego me recupero y me doy cuenta de la gilipollez que acabo de hacer.
-¿Qué mierda quieres? Vuelve al trabajo.- le digo todavía un poco aturdida.
Toma la tela del vestido en sus manos y la aprieta nerviosamente.
-Yo... tengo miedo...- susurra con una voz casi inaudible.
-¿Y crees que me importa un carajo algo?- Pregunto con arrogancia.
Mira al suelo y niega con la cabeza.
-Respuesta correcta. De vuelta al trabajo la tarde acaba de empezar.-
La paso pero tan pronto como la paso escucho un pequeño susurro salir de su boca.
-Gabriel...-
Me detengo abruptamente y me giro en su dirección en estado de shock. No tanto por el hecho de que sabe mi nombre, todos aquí saben quién es, sino por el hecho de que se atrevió a hacerlo.
-¿Cómo me llamaste?- Pregunto enojada.
-Yo...yo...disculpe...no fue mi intención.-
No sé qué me impide pegarle porque si hubiera sido una más de mis fregonas ya le habría dado una bofetada a estas alturas. Tal vez el hecho de que sea tan pequeño.
-No te atrevas a llamarme por mi nombre nunca más, ¿entendido?- escupo enojada.
Ella asiente de nuevo y luego mira a su alrededor asustada.
El lugar está cada vez más lleno y las chicas han comenzado a bailar y vender drogas.
Hay clientes por todas partes dispuestos a desembolsar dinero en efectivo y los postes de vuelta ahora están rodeados en anticipación de los bailarines.
Los ojos de la niña están muy abiertos y mira a su alrededor como si quisiera huir.
Pongo los ojos en blanco y me pregunto qué está haciendo alguien como ella en un lugar como este.
-¿Por qué estás aquí, niña? Ni siquiera eres mayor de edad.-
-Te lo agradezco.- susurra melancólica.
Estoy a punto de responderle cuando Andrew llama mi atención.
-Tengo noticias Gabriel.-
-Estaré allí enseguida.- Estoy a punto de llevarte hacia mi brazo derecho cuando mi mirada se posa en ella.
Está mirando un punto específico de la habitación. Sigo su mirada y me encuentro frente a un grupo de hombres que la miran como si fuera una golosina. Puedo ver la espuma desde aquí.
Suspiro y decido hacer algo que nunca imaginé hacer.
-Cristy...- le devuelvo la llamada. Inmediatamente se vuelve hacia mí y sus iris marrones chocan con los míos verde esmeralda.
-Estoy en esos sofás de ahí, te veo, ¿vale? No te pasará nada malo.- No sé por qué lo hizo pero la sonrisa que me regala inmediatamente después me impulsaría a hacerlo de nuevo millones de veces.
-Cristy ve a servir la mesa tres, por favor- dice Serena, la camarera principal.
Es una chica muy dulce y soleada. Solo la conozco desde hace unas pocas horas, pero me di cuenta de que solo puedo confiar en ella aquí. Las chicas son todas perras y hambrientas de dinero. Usan barras de labios vulgares y sonríen con aire de suficiencia al ver la espuma en la boca de los antiguos clientes del club.
-Claro.- Solo respondo y me dirijo hacia el grupo de chicos que esperan para ordenar.
-Buenas noches y bienvenido a Lux ¿Qué quieres?- pregunto tímidamente.
Veo a uno de los chicos mirando mi cuerpo y luego trato de tirar de la tela microscópica que cubre mis caderas lo más abajo posible. Odio hacer este "trabajo", pero el cuidado de mi hermana es caro y esta es la única forma de seguir estudiando.
-Cuatro tiros, cariño. Y por qué no... hasta un poco de compañía se agradece.- dice sonriéndome con picardía.
Apenas reprimo un insulto y me dirijo al mostrador. Preparo los cuatro vasos y le pido a uno de mis compañeros que los traiga a la mesa.
Tengo un miedo constante de que me pueda pasar algo: odio las miradas constantes de los hombres y sobre todo odio cuando afirman poder tocarnos sin ni siquiera tener nuestro consentimiento.
Cojo la botella de vodka del estante y empiezo a preparar un trago. Sintiéndome observado, levanto la cabeza y me encuentro con los dos ojos verdes más hermosos que he visto: Gabriel me está mirando.
Una sonrisa involuntaria se forma en mis labios y nos miramos fijamente durante unos segundos.
Es hermoso. Su cabello oscuro cae en suaves rizos sobre su frente y sus labios carnosos están ligeramente separados. Tiene la capacidad de intimidarte con una sola mirada pero al mismo tiempo, en sus ojos, leo una inexplicable sensación de protección.
Escuché mucho sobre él, lo retratan como una especie de monstruo que va por cualquier cosa, aunque no lo veo. Será que siempre he sido una chica muy ingenua y tímida pero me gustan mucho sus ojos.
¡Cristina, maldita sea! ¡Mira lo que haces!- grita Serena detrás de mí.
Miro hacia abajo y me doy cuenta de que el alcohol se ha desbordado por el borde del vaso y está cayendo sobre el mármol negro.
-Maldita sea, lo siento- respondo, inmediatamente agarrando un trapo para arreglar mi desorden.
-¿En qué estabas pensando?- me pregunta acercándose a mí y comenzando a preparar un Gin limón.
-Yo... a nada. Solo estaba un poco distraído.-
Vuelvo a buscar a Gabriel, pero lo encuentro ocupado hablando con un chico.
Devuelvo mi atención a Serena, que me mira con el ceño fruncido. La veo seguir la dirección en la que estaba mirando, y luego se echa a reír.
-Pobre mi dulce e ingenua Cristy. Estás en la etapa en la que te gusta el gran jefe. No te preocupes cariño, todos hemos estado allí, pero luego aprendes a guardarlo porque a él no le importamos un carajo. Es muy guapo, pero también igual de rudo. Deja de comerlo con los ojos antes de que Estreya te vea.-
Me sonrojo, sintiendo mis mejillas arder.
-No estaba mirando...um...Gabriel-
- ¿Gabriel? ¿Te dijo que lo llamaras así? —pregunta, mirándome sorprendida.
Asiento con la cabeza en negación y la veo contener otra risa.
-¿Quién es Estreya?- Pregunto entonces curiosa.
-Pero como, ¿no lo sabes?-
La miro fijamente, dejando que descubra la respuesta por sí misma.
-Pues verás... es su futura esposa.-
-¿Está comprometido?- Pregunto sin poder ocultar la decepción en mi voz.
Ella me sonríe suavemente y luego aparta un mechón de cabello de mi cara.
-Escúchame con atención Cristy. A Gabriel no le importan las chicas como nosotras y ciertamente no le importa estar en una relación. Estreya es una gran zorra, pero está enamorada de él. No me lo tomes en contra cariño, porque créeme, no sería nada agradable.-
-¿En qué sentido no les interesan las relaciones? Acabas de decir que está comprometido...-
-De toda la charla que te hice, ¿te enfocaste solo en esta parte?-
Me encojo de hombros como un niño travieso y obtengo un resoplido de él en respuesta.
-Él no la ama. Lo veo casi todas las noches con diferentes chicas pero se ve obligado a casarse. No sé si sabes cómo funciona en este mundo pero tiene veinticinco años y tiene que garantizar un heredero del linaje.-
Asentí sin estar convencido y le agradecí con una sonrisa.
-Vuelve al trabajo ya, si nos ven aquí charlando nos despedirán a los dos. Andrew es quizás incluso más gilipollas que el jefe.-
Hasta el final del turno, trato de mantenerme lo más lejos posible de los clientes, preparando bebidas detrás del mostrador. Sé que tarde o temprano yo también tendré que hacer lo que tienen que hacer los demás pero espero que ese momento llegue lo más tarde posible.
-Eh, tú-
Levanto la cabeza y me encuentro frente al chico que estaba hablando con Gabriel antes.
-Dime- respondo con mi timidez habitual.