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Capítulo 4. Interrumpidos

By Any

Me fascina incomodar a Agustín, aunque más que incomodarlo, me encanta seducirlo.

No me di cuenta que Carlos me estaba mirando cuando le guiñé un ojo a Agustín.

—¿Esa loca te enseña a manejarte así con los hombres? Le guiñaste un ojo como ella me lo guiñó a mí.

Me dice Carlos de repente.

—Esa loca se llama Ludmila, y estoy segura que cuando te guiñó un ojo, a vos se te cayeron las medias, por no decir otra cosa, y sí, aprendo de Ludmila y de Ivana, que encima son dos diosas y los hombres mueren por ellas.

—Contestás como ella, pero sos una criatura, sos menor de edad.

¿Qué le pasa a éste?

¿Por qué todo el mundo resalta que soy menor de edad?

¡Estoy por cumplir 18 años!

—Por llamarla loca a cada rato, repetís lo mismo que ella, y yo, dentro de poco, cumplo 18 años.

Lo dejé sin palabras.

Agustín se estaba riendo pero me acerqué a él y se puso serió.

No sé porqué conmigo tiene esa actitud tan diferente a la que tiene con los demás.

—Vamos a mi oficina, me explicás lo que quieren tus tíos y después te llevo a tu casa.

—Puedo irme sola.

—Ni loco te vas sola y menos así vestida.

—Pareces un novio celoso.

Dijo Carlos, entrando a otra oficina.

Yo estaba nerviosa, no lo puedo negar.

Lo primero que hice, fue avisarle a Ivana que recién llegaba.

Siento que Agustín me mira como cuándo estábamos en el pelotero.

No sabía que iba a pasar, pero un beso, hoy, me pensaba llevar y no quería que nos interrumpan.

Le di, muy seriecita, los documentos y le conté lo que mis tíos querían hacer.

Mientras pensaba cómo iniciar mi conquista.

—¿Querés tomar algo? No tengo gaseosa.

—¿Por qué me tratás como si fuera una nena?

—No te lo tomes tan a pecho, sos una nena y no tengo gaseosa.

—Si soy una nena…

Le digo con voz seductora, mientras me siento.

—Any, no empieces otra vez.

—Yo tomo café, cerveza, fernet y hasta tequila.

—¿En donde tomás todo eso?

—En las discotecas, cuando voy a bailar ¿También soy chica para ir a bailar?

—¿Así vestida vas a bailar?

Está obsesionado con mi ropa, con cómo me visto.

—¿Así? No, los top son más transparentes y las polleras más cortas.

Se qué más corta una pollera es imposible, pero me encanta provocarlo.

—No, no...podés ir vestida como decís.

—¿Por qué no?

Le pregunto mientras lo miro a los ojos.

—Te pueden hacer algo.

Lo dice serio, ¿De verdad me cree una nena tonta?

—Agustín, ya soy adulta, me hacén lo que yo quiero que me hagan...todavía soy virgen y ya me molesta eso, debo ser la única en la facultad que lo soy.

—No digas tonterías.

—Es verdad y no voy a llegar a los 18 siendo virgen.

—Any, no digas eso.

Lo dijo de mala manera y en voz alta.

Él no quiere hacer nada conmigo porque soy menor, entonces lo voy a hacer sufrir.

—Es lo que voy a hacer.

Se para y se me acerca, yo estaba sentada en un sillón que tiene en su oficina.

La oficina es amplia, tiene dos sillones, aunque no son tan grandes como los de un living, pero son cómodos.

Hay dos bibliotecas y una puerta no tan ancha como la de entrada a su oficina, por lo que supongo que debe ser un baño.

Todo se ve bastante lujoso, creo que más lujosa que la oficina de mi tío y mucho más que las oficinas de Ivana y Ludmila, aunque las de ellas no son tan formales, es eso, sí, las oficinas de las chicas son totalmente informales.

Es que Ludmila tiene un poster de Gustavo Cerati, aunque está enmarcado, pero eso le resta formalidad.

En la oficina de Ivana hay fotos de Catalina por todos lados.

Pensaba todo esto mientras noto que esta vez se acerca él.

Se pone en cuclillas, para estar a mi altura.

—Any, linda, no te podés acostar con cualquiera.

—¿Vos no te acostás con cualquiera?

Estoy enojada, quiero estar con él, que me haga el amor y él no niega que se va por ahí.

—Yo soy hombre.

—Y yo, aunque me veas como una nena, soy una mujer.

—Es distinto, por favor no lo hagas.

—¿Por qué?

Me mira a los ojos, sé que está batallando entre tomarme en sus brazos o hacer lo correcto.

Me mira la boca pero no se mueve.

Hice un movimiento con los brazos para atrás y su mirada fue directamente a mi pecho.

Está cerca el beso, pienso.

—¿No...tenés corpiño?

Me descolocó su pregunta.

Él se paró y se alejó.

¿De qué tiene miedo?

Mierda, me muero por sus besos.

Me paré yo también y me acerqué a él.

—Sí, tengo, pero es finito, de encaje rojo, ¿Lo querés ver? Así me crees.

—Ni se te ocurra mostrarme nada.

Es cortante pero creo que sí lo quiere ver.

—En las reuniones con los chicos, sos el más divertido.

—Somos adultos, es distinto.

Él se había apoyado en su escritorio, había un escritorio y un tablero de dibujo.

—Ya te dije, mañana o pasado, en cuanto encuentre a alguien, dejo de ser virgen, así me ves como una mujer, al menos vas a ser gracioso conmigo también.

—Basta Any, no sigas con eso.

—Es que quiero ser mujer, quiero sentir...lo que me hiciste sentir el otro día.

Le dije en voz baja, cerca de su oído.

—Pendeja, ya basta y no te quiero cerca.

Sé que me lo dice de mala manera, y eso lo hace para que me ofenda y me alejé, ya que me había acercado tanto, que podía sentir su aliento.

—No es gracioso que me trates tan mal y voy a hacerlo con algún compañero de la secundaria, sé que si llamo a alguno, me va a dar bolilla.

—Any, no se te ocurra.

Otra vez me acerqué tanto que nuestros cuerpos se rozaban.

—Any, basta, deja de jugar.

—No juego, llevame a mi casa, por favor, cuando nos veamos la próxima vez, vas a tener a una mujer delante tuyo.

—¡No!

Me dice con voz firme.

Me hace girar y caigo sobre él.

Está conteniendo la respiración.

Me abraza, por fin, y comienza a besarme como un loco, yo siento ese poder que ejerce sobre mí, sobre mi piel y mi cuerpo, se me apura la sangre, me pegué más a él y siento su miembro muy caliente, a mí también me arden las entrañas, le paso mis brazos por su cuello, él profundiza el beso y una mano la mete por debajo de mi camisita, primero me toca por arriba del corpiño, mis pezones están duros, duros como su pene, se me escapa un incontrolable gemido cuando corre el corpiño dejando una teta al aire, corre mi camisa y lleva su boca a mi pecho y con una mano entretiene a mi otra teta, luego cambia a mi otra teta.

Estoy temblando, nadie me había besado el pecho, aunque un par de novios que tuve, pretendieron hacerlo, pero no se lo permití.

Yo bajo una mano y le toco su miembro por encima de los pantalones, Agustín pega un salto suelta como un ronquido o gemido.

Por debajo de mi minifalda, mete su otra mano y como la otra vez, no sé en qué momento lo hace, pero siento sus dedos, tocando mi monte de venus, yo estoy mojada, muchísimo, él mueve sus dedos y fricciona ese lugar, es demasiado placentero lo que estoy sintiendo, me invade de repente un fuego intenso, no puedo acallar mis gemidos, estoy agitada, me mata el deseo, me muevo junto con su mano y estoy desesperada, busco su boca y lo beso como nunca besé a nadie, siento una explosión por dentro que jamás sentí.

Algo muy fuerte, un deseo muy profundo y no puedo manejar mi estremecimiento, no soy dueña de mi cuerpo ni de lo que siento.

Me sigue besando, quiero más, más de lo mismo, más de lo que sentí, pero lo quiero sentir con su pene, quiero que me penetre.

—Haceme tuya.

Le digo, le pido, creo que se lo imploro.

El comienza a desabrocharse los pantalones, sin dejar de besarme.

Los gemidos de ambos no cesaban y yo ni siquiera entiendo por qué no me puedo controlar.

Golpean la puerta.

¡Mierda!

Yo doy un salto y me acomodo rápido la ropa, no sé si Agustín se abrochó los pantalones, pero rápidamente se sentó detrás de su escritorio, los golpes volvieron a sonar.

—Pase.

Dijo con voz grave.

Era el socio, el que se peleó con Ludmila.

Nos mira a los dos, yo estoy coloradísima, en cambio, Agustín está muy serio.

Puede disimular mucho más que yo.

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