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Capítulo 3. La presidencia

Por Javier

El lunes por la mañana se hizo un pequeño acto formal para entregarme la presidencia, yo estaba feliz, aunque sé que me espera mucho trabajo y dejaba un poco, solo un poco, de lado, mi vida de Playboy.

Mi padre estaba emocionado y mi hermano también, Tony siempre fue muy generoso.

Me cedió la presidencia, que pensé que le correspondía a él, por ser mi hermano mayor, pero era verdad que con las importaciones y las fábricas de ropa no le quedaba tiempo.

Y... también estaba ella, con un trajecito de pollera y saco, entallado, muy femenino, color lila, clarito y una camisa de broderie, era blanca y estaba abotonada hasta la altura del pecho, no se le veía nada, absolutamente nada, muy cerrada para una chica de su edad, pero se le adivinaba todo.

La miré de reojo todo el tiempo, pero con disimulo.

Siempre tan correcta, aparentemente, pero conmigo no iba a poder, la iba a investigar, se iba a ir por la puerta de atrás, humillada como la puta que era.

Me felicitó extendiendo su mano, cosa que ignoré y sentí la mirada de mi padre, reprobando mi actitud, también lo ignoré.

Mi hermano se acercó a ella, le dijo algo al oído, algo que no escuché, le dio un beso en la coronilla y la abrazo por los hombros.

¿Cómo es que mi padre permite que otro abrace a su amante? ¿Sabía de ellos? ¿Lo hacían para disimular?

Ya habían salido todos, solo quedamos mi padre y yo.

—Asi como te di la presidencia, te la puedo sacar, todavía estoy vivo y puedo seguir trabajando, dejá de lado tu estupidez.

Sabía que se refería al desplante que le hice a su adorada Camila.

—Por qué mejor no le das la presidencia a ella.

Le respondí con altanería.

—Te juro que lo pensé, pero quiero que seas un hombre, no solo un idiota que va de boliche en boliche, de brazos en brazos, muchas veces borracho, dándole de comer a la prensa amarillista con todos tus escándalos.

Sé que es verdad, me acostaba con actrices, modelos, empresarias y todas pasaban a ser nota en revistas de corazón, la más amarillistas.

Nunca pensé que pudiera darle la presidencia a Camila, me lo debe decir solo para amenazarme, estoy seguro.

—Soy responsable y ella no es más que una…

—¡Cuidado con tus palabras!

Me gritó.

—Sí, como digas.

Salí rápidamente para ir a mí despacho, miré para la oficina de ella, estaba con la puerta abierta y trabajando.

Eso, pensé, voy a controlar todo lo que hace, buscarle los errores, controlarle el horario, debe trabajar menos horas de las que le corresponden y así voy a tener la excusa perfecta para echarla.

—Señorita —digo con sarcasmo, asomándome por la puerta de su oficina— quiero los archivos de los últimos 6 meses del sector de electrodomésticos y de electrónica, de venta.

Con eso empiezo a molestarla.

—¿Lo quiere en forma física o le comparto la aplicación a su computadora?

¡Mierda!, pensé.

—En físico, me lo lleva a mi oficina.

—Ya se lo envío por mi asistente.

—¿No tiene pies, usted?

—¿De verdad quiere tenerme delante suyo?

Bien, ésto va a ser más fácil de lo que pensé, ya empieza a mostrar las uñas esta gatita.

—¿Si tengo dudas, piensa que su asistente me las va a sacar?

— Ya le llevo las carpetas correspondientes.

Dijo, tras un suspiro.

Me fui sonriendo.

Mi plan había comenzado, por suerte mi padre se había ido con mi hermano a la aduana y no volvían.

En 7 minutos, sí, le tomé el tiempo, en mi interior le había dado 10 minutos, antes de llamarle la atención por su inoperancia, entró a mi oficina con 12 carpetas, la puerta estaba abierta y ella no tenía manos disponibles para golpear.

—¿No sabe golpear?

Me miró y con paciencia, sin demostrar enojo por mi falta de empatía me dijo sonriendo y de manera muy educada:

—Lo lamento, para no perder tiempo traje todas las carpetas juntas y no tenía manos libres.

—La próxima vez se anuncia, no le cuesta nada, no sabe si yo estoy ocupado.

Sí, estaba siendo infantil.

—Lo lamento ¿Vemos ahora los documentos, o vuelvo más tarde?

¿Me estaba cargando? Le iba a preguntar sobre cada archivo y la iba a volver loca a preguntas por horas, hasta hacerla llorar.

—Ahora, siéntese ¿O está apurada?

—Permiso —dijo mientras se acomodaba en una silla, frente a mí.

—¿Por dónde quiere empezar? ¿Electrónica o electrodomésticos?

Me da lo mismo, pensé, mientras la miraba y mis ojos fueron a su boca, me moví inquieto, sintiendo que algo me encendía por dentro.

Me enojé más y creo que conmigo mismo.

—Electrónica.

Le contesté desviando la vista.

Abrió una carpeta con los archivos desde hace 6 meses, me asombré, eran impecables, ni yo, siendo contador tenía todo tan detallado, conciso, con los datos necesarios, vi el resto de los meses y luego lo de electrodomésticos, estaban igual, perfectos.

La miré, no sabía qué decirle, si, tendría que felicitarla, llevaba la gerencia en forma perfecta, impecable.

—¿Cuánta gente tiene a cargo? Porque si sobra personal...

De alguna manera la voy a incomodar.

—Una por sector, más tres secretarias generales y mi asistente.

Eran realmente pocas personas y mucho trabajo.

—¿Quién autoriza las horas extras?

Sí, le estoy buscando el pelo al huevo o la quinta pata al gato.

—Las horas extras las estipuló su padre y no son demasiadas, una vez que uno se organiza el trabajo se hace rápido.

—Si va demasiado rápido la lleva a cometer errores.

Nunca me iba a conformar, sé que estoy siendo un hijo de puta y ella tan… ardiente…¡Calmada, calmada para responder!

Y con mucha seguridad en sí misma.

—Las tres secretarias revisan los datos, ya listos, luego mi asistente acomoda todo en cada carpeta, los archiva y yo verifico que no haya errores.

—¿Se cree infalible?

Ya sus ojos se volvieron vidriosos ¿Con ganas de llorar? Sonreí.

—No, señor…. Por eso se revisa y tenemos todo detallado en forma física y con respaldo en la computadora y también en la nube.

¡Mierda! ¡Tiene todo cubierto! Ya te voy a joder aunque sea con el horario, pensé.

—Llévese todo, mañana seguimos con otros sectores y luego con las compras.

—Permiso.

Me dice, seria y educadamente.

Se va y siento cierto vacío, me quedé con ganas de molestarla un poco más.

Me enfrasqué en mi trabajo, de verdad había perdido tiempo con Camila, ella hacía bien el suyo.

Para mi sorpresa mi padre volvió, me preguntó cómo me había ido, charlamos unos minutos y se despidió, vi como entraba a la oficina de Camila, cerró la puerta y luego de 20 minutos (le controlo todo), se van juntos, miré la hora: 21:30.

El último turno estaba hasta las 22 hs., pero ella no había parado desde las 9 am ó antes, porque cuando yo llegué ella ya estaba ahí, bueno, no viaja ¿Qué más quiere?

Bajé listo para irme y veo a la turrita y a mi padre cenando en el restaurante de planta baja, conversando animadamente, riendo de vez en cuando, me enfermé ¡A mí no me invitó a cenar y a ésta sí!

Volví al primer piso, pedí un sándwich y un café, mientras miraba, de lejos, que hacían.

Nada, estaban en público.

Ellos no me veían, yo apenas a ellos, pero adivinaba sus movimientos, al rato se pararon, mi padre la despidió con un beso en la coronilla y se marchó, ni conmigo es tan cariñoso ¿Que querés, agacharte para que te bese la cabeza?, me pregunté.

Soy ridículo, la seguí, me estoy volviendo un acosador, para mi sorpresa, ella volvió a la oficina.

La observé, escondido, mientras que ella trabajaba ajena a mí, cerca de las 12, apagó y cerró todo, puso una alarma en el piso, yo ni me acordaba que existía.

Bajé unos escalones, para que no me vea, ahora sí, se fue a su departamento.

Me voy a levantar temprano, para ver desde que hora trabaja.

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