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8. FANATICA DEL REY

—¿Y en qué spa trabajas? — preguntó Roman con naturalidad.

—¿Spa? —repitió Miranda, descubriendo que no cayó en la confusión.

—Sí, porque si eres masajista, y cara, debe ser uno de esos que hay por Beverly Hills o sus alrededores.

—Así es —contestó tranquila —, aunque éste se encuentra en Bel Air.

—¡Wow, muy exclusivo!

—Muchísimo más de lo que te imaginas, suelen llegar celebridades.

—Con razón no me ha tocado verte.

—¿Acostumbras a ir por masajes? —lo provocó.

—Sí, pero en mi caso tengo mi propia masajista.

Miranda se le quedó viendo. Tenía curiosidad por saber algo.

—Entonces ¿es verdad que eres luchador?

Roman se sorprendió al escucharla.

—¿Quién te dijo tal cosa?

—Mi sobrino te reconoció.

Roman se rió suavemente.

—Con esta cara y este físico ¿qué otra cosa puedo hacer?

Miranda recorrió su aspecto.

—Cualquier cosa que tu desees. Arquitecto ¿por ejemplo?

Su comentario, sus ojos hermosos su voz dulce y enloquecieron a Roman.

—Podría ser ambos —contestó viéndola morderse sutilmente un labio.

Roman resopló y abrió la boca para respirar.

Miranda se ruborizó un poco al estar consciente de lo que había hecho y siguió comiendo.

Roman abrió las cervezas y ambos le dieron un buen trago.

—Me dijo Josh, mi sobrino, que antes luchabas, pero la verdad es que todavía no le creo.

—¿En serio? ¿Y quién te dijo que era?

—Imagínate, dijo que eras mi luchador favorito. Ese al que yo iba a ver cada vez que llegaba a la ciudad y al que le gritaba desde las gradas como loca —. Sonrió y bebió su cerveza un poco más —. ¡Me dijo que tú eras El Rey!

Roman deseó ponerse de pie y quitar la mesa con un golpe para tomarla en brazos y besarla.

—Entonces, te llevarás una gran sorpresa —dijo apoyando la espalda en la silla—, porque tu sobrino no mintió. Aún sigo siendo ese personaje.

Miranda apartó la botella lentamente de sus labios y la dejó sobre la mesa.

—¿Hablas en serio?

—¿Por qué lo dudas?

—Pues... Te veías más viejo.

—Caray, ¿tan pronto dejaste de ser mi fan? No viste cuando tuve el accidente.

—¡No! ¡Yo me alejé de las arenas de lucha libre porque me casé y hace un par de años ni por televisión las veo!

—¿Y por qué no seguiste viéndolas?

—En parte por mi trabajo. Por otro lado, quise estar a la altura de mi ex marido. Ser una chica fina y la lucha libre ante él, era cosa de gente vulgar.

—¿Te casaste con un potentado hombre de negocios?

—Muy rico no, pero sí producía algunas series. Aún produce televisión.

—Y preferiste cambiarme por él.

—Así fue, y todo para que al final me dejara por otra.

La tristeza que atravesó su bello rostro le indicó a Roman que aún no superaba del todo lo sucedido. Eso hería la autoestima de cualquiera.

—Pero ahora El Rey ha vuelto y, además, es mi vecino —dijo repentinamente entusiasmada.

Definitivamente Miranda le fascinaba, pensó deseando ser quien le ayudara a superar su problema de amor propio.

—¿Quieres un refresco?

—Otra cerveza estaría bien.

Roman se incorporó. Tenía que disipar su excitación por ella. Le dio la espalda y de pronto se escuchó un eructo fuerte. Se volvió hacia Miranda quién sonrió encantadora al sentir sus ojos extrañados.

—Ya regreso —dijo él, alejándose y hasta entonces la chica respiro aliviada. Por primera vez se avergonzó de tener en su casa ese trofeo de campeona del eructo. Esa no era una cualidad al tratar de conquistar a un hombre, peor aún si empezaba a convertirse en hábito. Pero todo empezó cuando buscaron integrarse como familia. Había tanta tensión al inicio entre los chicos que después de una comida, Cameron eructó y se puso a llorar por la vergüenza. Miranda, al tratar de consolarla reaccionó igual. Desde entonces, después de cada comida juntos tenían esa ridícula tradición de tía y sobrinos.

—¿Quién es la princesa que te acompaña? —preguntó Mitchel, el hermano menor de Roman, un joven de veintisiete años, de ondulado cabello negro espesa y sonrisa espontánea.

—Es mi vecina.

—Supongo que lo es, pero...

—Sólo eso.

—No mientas, se nota que se miran y se desnudan el uno al otro.

—¡Claro que no!

—Debiste ver sus ojos

libidinosos sobre tu enorme trasero y los que te está echando en este momento. Ese bombón quiero probarte, hermano.

—Miranda no es esa clase de mujer.

—¿Cómo lo sabes?

—Pues... es antisocial, es gruñona y además destrozó la chapa trasera de la puerta que da al jardín.

—¿Ella era la enmascarada? —dijo Mitchell con sorpresa.

—Así es y está captada en cámara, ya la viste. Me detesta.

—¿Es la misma con la que tuviste la discusión el primer día?

—La misma y sospecho que tiene algunos tragos encima porque ha estado muy amigable.

—Hermano, parece que esos tragos solo están delatando lo que en realidad piensa de ti.

—En sus cinco sentidos ella mira a la gente por encima del hombro, eso es lo que he escuchado y ¿no te fijaste que no mira ni saluda a nadie?

—¿A poco se cree inalcanzable?

—No lo sé. Es muy raro todo.

—Insisto en que contigo está muy amigable y no creo que sea por el alcohol.

—Eso quiero creer, porque ahora resulta que es fanática de El Rey.

—Yo que tú no perdía la oportunidad. La flaca está preciosa —se mordió los labios.

Roman sonrió sintiéndose afortunado. ¿En verdad, Miranda se sentía tan atraída? ¿Tanto como para irse a la cama con él? Tenía que averiguarlo.

Roman regresó a su lado y terminaron de cenar. Para entonces Miranda sentía el pesado cansancio sobre los hombros y los ojos se le cerraban. Se llevó una mano al hombro para darse masaje. Él acercó su silla junto a la de ella y despertó súbitamente.

—Déjame hacerlo —ronroneó haciendo que tragara saliva—. Voltéate —dijo haciendo estallar su sexo como un volcán con lava.

No se negó. Se sentó de lado y Roman apartó su cabello con delicadeza.

—Háblame de tu carrera como luchador... —Miranda intentó distraerse, pero apenas sintió sus dedos presionando en los músculos tensos, gimió de placer. ¡Demonios, iba a dejar un charco de agua bajo la silla!

—¿Lo hago bien? —se inclinó sobre su oído para preguntar y la sintió sacudirse.

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