9. ENTRA...
—Todo un experto —sonrió volteando a verlo sobre su hombro.
Sus alientos se encontraron y ella entreabrió los labios mientras sus otros labios deseaban sentir esos dedos firmes, presionando y frotando entre su carne mojada.
Los dedos repasaron esa piel deliciosa. Era más suave de lo que había imaginado, se sentía sedosa, frágil y cálida. Se inclinó un poco sobre ella una vez más cuando Miranda dejó de provocarlo con la boca de labios carnosos y rosas que poseía. Era una tentación por donde la mirara.
Descubrió que era el centro de atención, pero no le importaba que lo relacionaran con ella, la mujer más bella del lugar. Pasó un dedo por el centro de su espalda y se detuvo en el borde de la tela. Miranda suspiró profundo. Vió una ligera capa de vello erizado y paró.
Roman sabía que estaba yendo demasiado lejos. Debía contenerse. No iba a permitir que se convirtiera en la comidilla... no por su causa.
Siguieron conversando acerca de su carrera de luchador, de cómo tras el accidente tuvo que descansar para recuperarse de las heridas, aunque ya había hecho algunas apariciones en televisión.
—Y la gente te sigue como no tienes idea.
—No me has visto en las entrevistas ¿cómo lo sabes? —dijo Roman quién solo bebía agua después de aquella primer y última cerveza.
—No, la verdad es que no. Pero leí algo en internet —hace diez minutos, agregó mentalmente.
—En unas semanas, haré una presentación para una obra de caridad, te prometo que te enviaré una invitación. Así que sería bueno que intercambiáramos números telefónicos ¿no crees?
La chica aceptó con una sonrisa.
—Eso quiero ver, porque aún no creo que seas mi luchador favorito —dijo la chica pensando en que dos cervezas y dos copas eran suficiente.
—Ya no soy el mismo que usaba todo ese maquillaje.
—¿Y quién te dijo a ti que yo me fijaba en el maquillaje? — inquirió poniéndose de pie. Echándole un rápido vistazo a su enorme cuerpo tentador.
Roman se estremeció desde la punta de los pies hasta los cabellos y la imitó. ¿Quién podía resistirse a ella?
—Ya te demostraré que lo soy.
—Espero que no esté muy lejano ese día 5le coqueteó dulcemente—. Ahora debo marcharme, estoy agotada y un poquito tomada.
—Te acompaño.
—¡Claro que no! Solo vivo aquí al lado —respondió y recordó que él ya sabía perfectamente ese detalle.
—Insisto, antes que nada, soy un caballero.
Miranda sonrió de nuevo con cansancio.
—Mmm qué lástima —musitó aprovechando que el sonido fuerte de la música no le permitió a Roman escucharla.
Caminaron uno al lado del otro por la acera y sus pasos se volvieron lentos, como los de una tortuga. Ninguno deseaba que el momento terminara.
Entraron en silencio al patio de la chica y recordaron lo ocurrido semanas atrás.
—En realidad no mentí cuando hablé de la belleza del jardín —. Roman decidió continuar con su mentira.
Se detuvieron en la entrada de la casa de Miranda.
—¿Has entrado en él?
Roman pausó una respuesta, viendo entre sombras su rostro.
—¿Entrar a dónde?
—A mí... jardín —susurró sintiendo la tensión sexual que empezaba a causar dolor en ambos cuerpos.
—No, pero me encantaría, aunque con lo torpe que soy, podría lastimarte... alguna flor.
Miranda contuvo el aliento.
—Yo puedo enseñarte... o simplemente decirte...cuidado...
—Entonces, estaré encantado de entrar con todo mi deseo... por conocer tus flores.
—Cuando quieras te lo muestro —dijo Miranda viéndolo acercarse a su cuerpo.
—El jardín —aclaró él con voz ronca.
—Si, creo que con tus manos se volverá más hermoso.
La boca del hombre se posó sobre sus labios con suma delicadeza y su loción derritió las piernas de la chica, quien no dudó en poner sus manos en el torso fuerte. ¿Estaría igual más abajo? Estaba duro como una roca.
¡Aún no, tranquilízate Miranda! Se reprochó y apretó las solapas de su saco atrayéndolo sobre ella. Aunque, ¿a quién mierdas le importaba si creía que era una mujer decente cuando acababan de reencontrarse y ya estaban en esa posición tan caliente?
Roman introdujo la lengua en su boca, cuando percibió una mano femenina al borde de su cintura. Esa era una señal de avanzada.
Miranda se entregó a la seductora caricia con un gemido que escapó de lo más profundo de su ser. Tenía tanto tiempo sin saber lo que se sentía ser una mujer, en brazos de un hombre que le siguiera el ritmo.
Los musculosos brazos la rodearon sin prisa, sabiendo que era suya. Sus pies dejaron de tocar el suelo. Sus pechos se pusieron duros conforme el beso se intensificaba. Miranda gimió de placer una vez más. Levantó sus brazos para rodearle el cuello.
Roman, rodeó con una sola mano su espalda, y con otra sostuvo una pierna para elevarla hasta su cintura como si fuera una muñequita, empujándola sutilmente contra la pared, demostrándole cuánta fuerza había en su vientre y lo que con ello podría recibir.
Miranda cerró los ojos cuando la lengua desvergonzada del tipo subió por su garganta. Sus besos se volvieron salvajes cuando la chica envolvió sus piernas alrededor de la cintura y le permitió que se frotara contra ella, llevando hasta la locura su libido, quien clamaba por sentirlo.
—Miranda —susurró contra su boca y su respiración excitada en el oído fue como el gruñido de un león poderoso que amenazaba con devorarla. La levantó más y hundió su rostro en el pecho femenino, buscando la dulzura de sus pezones erectos sobre la delgada tela.
—Espera —dijo ella soltándose de su cuerpo, consiguiendo un segundo de cordura.
La dejó deslizarse por la montaña de músculos que era su cuerpo, haciéndola consciente de que las piernas le temblaban, aun así, deseaba estar con él. La alta silueta de Roman la cubrió en ese rincón de la casa, e insistió en explorar su cuerpo, pudo bajar blusa y acariciarla con libertad. Miranda vio esas enormes manos posándose sobre sus pezones duros y volvió a cerrar los ojos.
¡Al carajo todo! Por fin estaba con un hombre que trastornaba sus neuronas, sus hormonas y su mundo entero. No iba a dejarlo ir sin pasar por su cama.
Entraron a la casa y en las escaleras, aprovechando que de esa manera podía alcanzar su altura, Roman volvió a apoderarse con los labios de sus pechos. Besaba y lamía, mordía y acariciaba, el cosquilleo de su barba tan solo hacía más intenso el placer, las sensaciones en su cuerpo.