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5. LINDO JARDIN

—No tía, si no lo reconocí de pronto es porque, además, estaba vestido muy formal y bajó de peso, porque cuando luchaba usaba pantalón de cuero con el que le gritaste algo de ay mi rey, mi güero si tú quieres yo te encuero —le recordó haciendo que Ted abriera tremendos ojos, en tanto sus hijas se doblaban de la risa pues habían visto un vídeo que Josh tomó— y el peinado, creo que lo llevaba recogido.

Miranda se humedeció los labios.

—El Rey tenía tatuajes en los brazos y el pecho. Es algo que yo reconocería, porque la gente no cambia tanto cuando está con ropa.

—Pues si lo que le mirabas no era precisamente la cara, cuesta más trabajo, dudo que... —señaló Ted ganándose una amenaza velada.

Roman no pudo contener el deseo de recorrer una vez más ese cuerpo maravilloso. Era la segunda vez que miraba la grabación. Sabía que no estaba bien haberla visto en un momento tan íntimo, sin embargo, no podía resistir la tentación de admirar ese ángel precioso.

¿De verdad tendría tan mal carácter? Sabía que era divorciada. Pero, ¿quién dejaría ir a una belleza como ella?

—Entonces, ¿te los vas a quedar los meses de vacaciones? —preguntó Ted al ir saliendo los dos de la casa de Miranda.

—¡Adiós papá! —se despidió nuevamente Selena desde la puerta.

—Sí, ya sabes que... —se le acercó para murmurar— son mi debilidad, los quiero mucho.

—¿En salsa o fritos?

—¡Ted! —exclamó Miranda seria, dándole un manazo en el brazo, con un puño cerrado que le dolió al hombre.

—¡Ya lo sé! ¡No eres tan bruja como muchos creen!

—Gracias, qué bueno que me aprecias.

—Le voy a decir a tu hermana que prepare las maletas —bromeó de inmediato con una sonrisa.

—¡Oye acaba de empezar enero! ¡Hablamos de las vacaciones de verano! Aún faltan meses y meses para éso. Ya me los quedé todo diciembre y la mitad del mes. Así que, respira profundo, porque apenas vuelvan a clases te los regreso.

Ted sonrió y rodeó los hombros de la chica para salir con ella a la acera.

—Gracias, Miranda

—Gracias a ti, Teddy —musitó abrazando lo más que pudo al regordete vendedor, con ambos brazos—. Si no fuera por ellos —miró a la casa. Pudo ver a través de la ventana a los chicos y se derritió de amor.

—Lo sé... —susurró la gruesa voz del hombre—. Bueno, ya me voy —se inclinó a besar la mejilla de la joven—. Mi cliente ha sido más que paciente conmigo

—¿Ahí sigue? —inquirió apartándose de su cuñado.

Vio el convertible. El musculoso estaba sentado en el asiento de cuero, con el teléfono móvil en el oído.

—Sí, me dijo que tenía unas llamadas pendientes, que podía tranquilamente ver si mis bebés seguían vivos. Creo que lo asustaste demasiado, pobre hombre.

Miranda se cruzó de brazos.

—¡Hum! Más le vale —declaró firme, aunque con la voz tan dulce que tenía, ésa amenaza resultaba risible, así como su gesto ceñudo.

Ted se retiró y la chica esperó a que subiera a su camioneta para despedirse de él con una mano. Le sonrió con cariño.

Roman pasó, conduciendo tranquilamente ante ella, su rostro se tornó serio e inexpresivo. Mas nunca apartó la vista de él.

—Buenos días —. Roman se detuvo ante la curvilínea mujer.

—Buenos días —Miranda correspondió secamente y le dió la espalda. El chal de deslizó de su cuerpo y cayó al suelo.

—Qué lindo jardín —murmuró Roman cuando la vio agacharse, regalándole la vista de su redondo trasero.

Miranda se paralizó y sus dedos apenas rozaron el tejido.

Se enderezó, aspiró profundo y volvió a agacharse para recoger su prenda. No se iba a meter a la casa sin salvar su honor. Roman se estaba metiendo en problemas al detener su intención de entrar a la casa.

La miró girar sobre los talones para regalarle una mirada peligrosa. Frunció sutilmente el ceño.

—¿Por qué no termina de irse? —inquirió Miranda, apenas podía ocultar en su tono de voz lo molesta que de sentía.

Roman vio a la pequeña deidad contoneando las caderas, echándose el chal sobre un hombro, acercándose al Mercedes.

—Sólo la estoy saludando, amigablemente.

—Claro —sonrió forzada y un escalofrío erizó sus pezones. Roman posó sus ojos en ellos y se sintió perdido. Miranda era sumamente peligrosa, alborotaba su virilidad con saña y sin compasión. Ella pareció ignorar lo que ocurría —. Apenas le di la espalda, hizo ese estúpido comentario sobre mi lindo jardín —dijo ambigua.

Roman sintió que se derretía en el asiento cuando ella puso una mano en la cadera y lo miró desafiante. No habló unos segundos por estar embelesado.

Ella creyó que la había observado con malicia. ¿Y quién no?

—Solo dije que tenía un lindo jardín —insistió esbozando una sonrisa. La mejor que tenía, se dijo.

—Ahórrese explicaciones, conozco a los tipos como usted —declaró altanera, mostrándole a cada segundo que era una obra perfecta de la naturaleza, en miniatura, pero perfecta... a excepción de ese horrible carácter tan irritable.

—Voy a ser su vecino, por si no lo sabe.

—Pues con esos modales y acosándome, no espere que le haga la vida feliz.

—¿Qué? —exclamó Roman.

—¡Ya me oyó! —replicó Miranda, con ojos brillantes.

—¿Está usted drogada o borracha? —preguntó, mirándola fijamente.

La chica abrió la boca sintiéndose ofendida.

—¡Yo hablaba de él buen cuidado que ha tenido con el jardín que compartimos! —le explicó Roman tratando de ocultar el desliz mental que tuvo—. ¡Aunque, no puedo decir lo mismo de su jardín frontal, parece una selva! —se incorporó un poco para ver el césped—. ¡Una espantosa selva! —agregó satisfecho por verla apretar los labios rojos

—¡Óigame usted, patán!

—Ya la escuché señora —se despidió levantando una mano, cortándole la intención de reclamarle.

Aceleró el coche, dejándola en la acera con todo su enojo dibujado en el rostro.

Miranda pataleó y regresó al patio de su casa para comprobar que tuvo razón al criticar su jardín, más eso tan sólo le enfado más.

—¡Ya verás vecinito, lo que te espera!

El letrero de la casa en venta desapareció, así como el nuevo dueño que no parecía interesado en habitar la casa. Habían transcurrido tres semanas desde que discutieron frente a su hogar. Su hermoso y cálido hogar, pensó Miranda. Entró esa noche a las ocho, después de un ajetreado día de trabajo en el spa donde era masajista.

Le dolían los pies, los brazos. Tenía sueño. Bostezó y soltó su bolso sobre la mesita cercana a la entrada. Una copa de vino le caería bien en lo que se llenaba la bañera con agua caliente.

Apenas se sirvió una copa, llegó la segunda de esa noche y se empezó a sentir menos tensa. Se dejó caer en un sillón lleno de almohadas y cerró los ojos. Su estómago gruñó, pero el cansancio era mayor, especialmente en los pies. Amaba los tacones altísimos, son importar cuan incómodos pudieran parecer.

Comenzaba a relajarse, cuando oyó un chirrido que lastimó sus oídos y luego una voz.

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