4. HAZME UN HIJO
El trío la miró cabizbajo. Miranda estaba en la sala, sentada en la vieja silla mecedora que fue la favorita de su tía.
—Lo sentimos tanto —dijo Joshua, de pie ante ella.
—De verdad tía, no fue con mala intención —explicó Selena dando un paso en su dirección.
Miranda evitó mirarlos.
—Me han ridiculizado delante de toda la gente —se quejó la chica, que esa mañana había dejado su melena en rizos.
Vestía jeans azules deslavados y una blusa azul sin mangas. Sobre los hombros llevaba un chal tejido que también fue de su tía Gertrude.
—¿Qué podemos hacer para que se te quite el enojo? —preguntó Cameron entrelazando las manos nerviosamente.
—No lo sé... —respondió cortante, fría. Seguía ignorándolos.
—Tía —Josh se arrodilló ante ella. La miró con preocupación y cariño—, ya no queremos verte sola, sufriendo por ese tipo que no te merece.
Miranda hizo una mueca con los labios. Sus palabras lograron conmoverla. Se cruzó de brazos para evitar que el sentimiento de soledad que seguía sintiendo fluyera nuevamente.
Miró a su sobrino.
—No me importa Gustav, ya no...
—¿No? —inquirió Selena —. Entonces ¿por qué desde el divorcio no has vuelto a salir con nadie y si se te acercan pretendientes, los rechazas como si tuvieran la peste?
—Además, siempre andas de malas —se quejó Cameron—. Por eso no te conseguimos un solo pretendiente —comentó intrigándola—. Porque Robert no cuenta.
—Un momento —. Miranda se levantó llena de un renovado sentimiento de dignidad herida —. ¿Cómo es que no consiguieron un galán para mí? ¿Qué quieres decir con eso?
Joshua se incorporó.
—La mayoría de los solteros del vecindario piensa que eres muy hermosa —comentó dibujándole una discreta sonrisa, que halagó su ego femenino. Se acomodó un rizo sobre el hombro para escuchar las siguientes palabras—, pero todos coincidieron en que tu carácter es espantoso y que no ayuda, ni desean tenerte cerca por lo mismo.
El rostro de Miranda se transformó. Sus ojos echaron chispas. Puso las manos en las caderas, con absoluta dignidad.
—¿Qué tiene de malo mi carácter?
Los adolescentes se quedaron callados. Miranda levantó una ceja inquisidora.
—Ya te dijimos —Cameron se atrevió a abrir la boca—, siempre andas de mal humor
—Y con éso de que sales en televisión, dicen que eres una presumida. Que no quieres dirigirles la palabra, mucho menos mirarlos o saludarlos —agregó Selena—. Dicen que te sientes la diva de California, porque simplemente llegas y te encierras y ay de aquel que se atreva a tocar a tu puerta: o es ignorado, o es echado con el aspersor del jardín.
Miranda hizo una mueca. Apoyó el cuerpo en una pierna.
—No es obligación ser agradable, ¿o sí? —inquirió y vio en sus rostros la duda—. Además, ellos... todos esos poco hombres —señaló con el índice tembloroso, extendiendo el brazo muy molesta—, son una bola de idiotas que no tiene ni la menor idea de cómo se trata a una mujer. Todos son unos muertos de hambre que quieren que les pague la cuenta y... y...y ¡son horribles!
La puerta se abrió de pronto y Ted entró con el rostro iluminado, diciendo:
—¡Felicítenme! ¡Por fin vendí la casa de la señora Ronn!
Sus hijos lo escucharon y se alegraron yendo a felicitarlo ruidosamente. Miranda no compartió esa felicidad.
—¿Y a quién se la vendiste? — preguntó ocultando una sospecha, temía la respuesta que iba a recibir.
—Nada más y nada menos que a... ¡Roman Watson! —. Respondió siendo abrazado por sus hijos.
—¿Quién es ese? —siguió tratando de ignorar la idea—. ¿No me vayas a decir que se trata del stripper, del luchador ése que vino contigo?
—¿Luchador? —repitió Ted.
—Si, el forzudo —dijo Miranda asumiendo una pose de fisicoculturista con sus delgados brazos.
—¡Es cierto! —exclamó Joshua sorprendiéndolos con su repentina euforia—. ¡Sabía que lo había visto en algún lado! Pero como su nombre real no me ayudó a identificarlo, ahora que mi tía lo dijo, sé qué es el mismo. Además, no trae barba larga como acostumbra.
—¿De qué hablas, Josh? —preguntó Ted sin comprender la relación entre su gran venta y un luchador.
—¡Roman Watson es luchador! ¡Y ella lo conoce! —apuntó el adolescente con entusiasmo.
—Pues a mí no me parece nada conocido y mira que yo era aficionada a todo éso —comentó Miranda.
—Ay tía —se le acercó risueño—, se te escurría la baba cada vez que el mangazo de artes marciales mixtas —se burló de la chica—, aparecía en televisión y ¿acaso ya olvidaste cuando fuimos a la Sports Arena a verlo y te lastimaste la garganta de tanto que le gritaste: ¡Hazme un hijo!
La chica sonrió nerviosa.
—¡Qué mentiras estás diciendo Joshua!
—Pues decías cosas peores, que por respeto a los miembros de mi género no repetiré, pero pudiste ser procesada por acoso sexual.
Miranda recordó la única vez que hizo algo así de vergonzoso delante de su sobrino llevada por el apasionamiento que sentía por cierto deportista que primero conoció como luchador y después como peleador de artes marciales mixtas. Al menos, algo vergonzoso con contenido sexual, porque recuerdos de ella con los chicos haciendo estupideces había por montones en su álbum mental.
—Yo admiraba al Rey, no a este payaso y ¡te prohíbo que los compares!
—Pues él era el Rey —declaró Josh emocionado—, pero hace dos años perdió la cabellera y dejó de usar ese maquillaje y los pupilentes raros que se ponía ¿te acuerdas? Cuando era luchador.
Miranda lo pensó, luego se llevó una mano al pecho y apretó el chal recordando una vez más aquellos tiempos en que deliraba con aquel enorme ejemplar masculino que la hacía suya en sus más degenerados fantasías sexuales. En algún lugar guardaba todavía un póster de cuerpo entero con el que fue muy feliz en las últimas noches de soledad... que eran ya demasiadas.
Se aclaró la garganta.
—No te creo —dijo sintiendo que se le secaba la boca.
—Se llama Roman Watson —les recordó Ted.
—¿Y sigue luchando? — preguntó Cameron.
—Se tuvo que retirar hace seis meses, por una fuerte lesión que tuvo cuando peleó por el campeonato de la WWA (World Wrestle of América). Cayó de una escalera de tres metros y se lastimó la espalda. Es un milagro que haya vuelto a caminar. Se había vuelto un luchador rudo muy bueno y con su incursión en las artes mixtas fue que su carrera despegó al máximo.
—No te creo, de verdad no te creo —susurró Miranda.
—Su retiro coincidió con tu divorcio.
—Debes estar confundido —insistió Miranda sintiendo un mariposeo en el estómago.