CAPÍTULO 6
Gianna miró la mano del hombre que estaba presentándose, y luego aquel rostro le hizo clip en su cabeza.
Por supuesto, se trataba de Ángelo Cavalli, el hermano que le seguía al señor Enzo. Conocía perfectamente a esta familia, y el número que los procedía, porque ella había preparado el cumpleaños número 28 de Antonella el año pasado. En ese momento se hizo cargo de todas las invitaciones, y de toda la organización, quedando del detrás de cámaras todo el tiempo en el evento.
Ángelo tenía 30 años, y de igual forma, era un empresario como su hermano. Gran parte de los viñedos de Italia, eran presididos por estos dos, y sus caras siempre eran la representación de tal negocio.
Luego de Ángelo, le seguía Alexia, de 28 años, que era muy distante de Antonella, y por último Carlo, de 25 años, que estudiaba en el exterior. La familia era numerosa, sin duda alguna, pero ninguno se había casado, a excepción de Enzo.
—Me llamo…
—Ella es Gianna… —Enzo se adelantó a cortarla, y ambos lo miraron con un poco de confusión por la interrupción—. Ella es…
—Hermosa… —completó Ángelo con una sonrisa, y luego le dio un beso en el dorso de la palma de Gianna—. ¿Cómo no te conocía?
—¿Por qué deberías? —de nuevo Enzo se entrometió.
—¿Cómo que por qué? No hace falta cuatro dedos de frente para notar que es bella a como dé lugar…
Enzo se rascó la sien, y luego apretó sus ojos.
—Ángelo… de verdad tenemos un asunto privado aquí…
—Vaya… lo siento… pero déjame preguntarte… ¿Ella trabajará con nosotros?
La rojez en el rostro de Gianna le perturbó un poco a Enzo.
—No… ella es la asistente de Antonella…
—Oh… ¡Qué lástima! Y que desperdicio… No puedes estar muy cómoda con… la Anto… —una risa salió de Ángelo de forma cínica, mientras Gianna se giró totalmente conmocionada hacia Enzo, y este negó.
—Buenos días, señor… —El abogado de Enzo llegó, y este se levantó aliviado por su intervención.
—Pasa… y Ángelo… espérame fuera unos minutos, me reuniré contigo prontamente…
—Claro… —dijo con una sonrisa, y luego se giró hacia Gianna—. Un placer, cariño… espero volver a verte…
—Ammm… gracias, señor… —Ángelo le picó el ojo, y salió rápidamente de la oficina, entre tanto el abogado se sentaba al lado de Gianna.
—Señor… tengo preparado los acuerdos… si me da el permiso, los leeré en la presencia de ambos.
Gianna pasó la mirada hacia los papeles que eran como 5 hojas, mientras Enzo asintió, haciendo un ademán al hombre para que continuara.
Entre las cláusulas había unas pasables, como que ellos serían los responsables absolutos de la manutención del niño no nacido y controles regulares. Pero otras muy estrictas como que, desde el momento del nacimiento, ella no tenía derecho a cargarlo, o a tener ningún tipo de apego con el bebé y mucho menos después de eso.
Este bebé sería recibido por el personal médico de inmediato, y puesto en los brazos de los padres biológicos, y ella recibirían una última cuota final, cuando el trato acabara.
Gianna escuchó cantidades de cuotas exorbitantes que ella nunca pidió a Antonella, y en el momento en que iba a intervenir, una llamada interrumpió el momento.
—¿Qué? Voy para allá… —tanto el abogado como ella observaron como Enzo se levantó.
—Tengo un asunto en los viñedos… me es imposible seguir…
—Claro… podemos reunirnos en otro momento… —comentó el abogado, y Gianna también se levantó.
—Deme los papeles… yo me reuniré con ella y luego lo llamaré… —el abogado le pasó la carpeta, que Enzo guardo en sus archivos, y luego rodeó la mesa—. Nos veremos luego… ahora, debo irme… —le anunció todo el tiempo al abogado, y después de dar dos pasos, retrocedió acordándose de Gianna.
—Vamos… te dejaré en el camino.
Ella lo siguió todo el tiempo, y cuando estuvieron dentro del ascensor, ella se atrevió a decir...
—No necesita llevarme… conozco Roma, y puedo llegar a mi trabajo sola…
Enzo no la miró, sino que continuó de pie hasta que llegaron a la planta baja.
—No… yo me haré cargo… —Gianna lo vio salir, pero en ese momento su paciencia llegó al límite.
Que estuviera haciendo este trabajo para ellos, no la convertía en su esclava, y si a cuentas iba, su sacrificio valía mucho más que el dinero que ellos tenían. Debían respetarla, tanto ese hombre como su jefa, debían respetarla.
Caminó detrás de él hasta el auto, y cuando Enzo mantuvo la puerta abierta para ella, Gianna se paró firme delante de él.
—Dije que me iría sola, señor, y lo haré… atienda sus asuntos… —ella se giró para irse, y en el momento la mano de Enzo atrapó su brazo haciéndola volver.
—¿Se siente ofendida? Pues lo lamento, yo la traje, yo la llevo…
Gianna se quitó de su agarre mostrándole su rostro pétreo y no esperó un solo segundo para decir:
—Pero usted no es mi dueño, y si digo que no iré, no voy…
Dando la vuelta, comenzó a caminar en dirección contraria de la vía, mientras los ojos de Enzo se abrieron como platos ante la impresión.
Se quedó quieto por un momento viéndola desaparecer cuando dobló una esquina, y sin poder evitarlo, se metió en el auto para ordenarle a su conductor que continuara a uno de los depósitos de vino, mientras apretaba su mano varias veces, recordando lo tosco que había sido con aquella chica.
«¿Qué le ocurría? ¿Por qué tanta rabia en su contra?» Podía adjudicar su aptitud a la decepción. Llevaba conociendo a Gianna dos años desde lo externo, y siempre la consideró una chica dulce en todos los sentidos.
Era hermosa, sí, aunque estuviera casado, no estaba ciego, su hermano tenía razón en todo, Gianna era la mujer que deslumbraba a cualquier hombre, y no por ser un cuerpo exuberante, sino por su belleza natural y su espontaneidad que difícilmente se encontraba en estos días.
Pero saber que era una ambiciosa y que vendía su cuerpo solo para satisfacer algunos placeres estéticos, de alguna forma había hecho que la viera como la peor mujer de todas.
Y aquí estaba su explicación a tal rabia que lo consumía…