Capítulo 4
Llegó el alba y Esther estaba ayudando a su hija a elegir un hermoso vestido, como siempre, y peinando su larga cabellera negra.
- Hija tenemos que hablar de un asunto muy importante ahora.
- Puedes hablar madre.
- Sabes que tu padre y yo nos preocupamos mucho y siempre quisimos tu bien por encima de cualquier otra cosa en este mundo.
- Lo sé, pero deberías pensar más en ti. Porque a pesar de todo me puedo cuidar.
- Crees que puedes, hija, pero no tienes idea de los males de este mundo.
Esther se sentó frente a su hija y sostuvo una de sus manos que se iban poniendo cada vez más frías a medida que avanzaban en este asunto.
– Nuestra decisión puede parecer dura y dura al principio, querida, pero un día lo entenderás (respiró hondo) cuando tengas tus propios hijos.
- ¡No voy a tener hijos! – respondió Guadalupe corrigiendo a su madre.
“Esta noche estarás oficialmente comprometida con Gabriel.
- De ninguna manera mamá, (se levantó irritada) Nunca te desobedecí a ti ya mi padre, pero no admito que los dos interfieran así en mi destino. No quiero casarme con él ni con nadie más. Piensa en lo infelices que seríamos sin amarnos, nuestra convivencia sería un martirio cada día.
- Ya está decidido y acepta que este anillo que te regaló el día de tu cumpleaños es un compromiso.
Guadalupe se arrancó el anillo del dedo y salió corriendo de la casa, ella sabía caminar por esas tierras desde pequeña.
Fue a los establos, montó su caballo y se fue sin ni siquiera guiarlo por el olfato antes... se fue sin rumbo y llorando.
Esa misma mañana Atilio y el abogado hablaban de las tierras de Leonel y los dos montaban a caballo.
– Tu finca es una verdadera obra de arte, un lugar perfecto para construir un hogar y una familia. - Dice Josué encantado con la belleza de esos campos.
- Me halaga tu cumplido, pero el tema te lo pedí por telegrama, ¿lo verificaste?
– Claro, Atilio, este Leonel no tiene ningún título de propiedad a su nombre. Pero si ha vivido en este humilde rancho durante años, podría apelar por posesión en usufructo.
– Sé de qué se trata esta ley, así que a pesar de no tener ni siquiera prueba de que las tierras son suyas, aún puede reclamar la posesión mientras viva en ese lugar. – respondió Atilio pensativo.
- Exactamente eso.
– Quiero esa propiedad y estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por ella, Joshua.
- Sólo si regulariza la propiedad y al vender le entrega la escritura del rancho.
“Quiero que lo defiendas y que él se quede con las tierras…” Atilio sonríe.
- ¿Y después de esto? – Cuestiona el muy curioso abogado.
– ¡Entonces puedo intentar quitárselo en una mesa de juego!
Atilio mirando hacia un lado vio a Guadalupe cabalgando sola, esta vez no se dirigía hacia la ciudad.
- ¡Solo puede ser mi día de suerte! – Atilio suspiró y sonrió, era tan increíble como su cuerpo reaccionaba involuntariamente ante su presencia.
- ¿Que dijiste? – preguntó Josué.
– ¿Te importaría volver sola a la mansión?
El abogado se dio cuenta de que quería seguir a esa hermosa amazona.
– Claro que no, ve tranquila tras tu regalo Atilio.
Sonrió e hizo galopar a su caballo con mayor velocidad, hasta llegar a Guadalupe.
– ¿Qué haces tan solo en mis tierras? – pregunta mirando de arriba abajo, montado en su caballo y aún con lágrimas en los ojos.
- Señor Atilio, lamento haber invadido su propiedad. Calculé mal la distancia y pensé que todavía estaba cerca de casa.
- Reconoció mi voz tan fácilmente, tu caballo es un corcel muy recto. – Dice y en el fondo se refería a ella.
– Su voz es gruesa e imponente y obtuve Rayo de sol de mi padrino cuando cumplí diez años.
– Ciertamente fue un hermoso regalo, pero tan hermoso como siempre, no te ves feliz. Tus ojos están rojos y ¿quién tuvo la osadía de hacerte llorar?
- Lo siento señor, pero no nos conocemos para discutir ciertos asuntos... No quiero ser descortés.
– El cura me conoce bien... sabe que soy confiable y tú también puedes y debes confiar en mí, a veces desahogarse ayuda con el dolor. - Suelta las riendas y se pone delante de su caballo con el suyo.
- Es que mis padres... - No puede contener el dolor y llora.
- ¿Hay algún problema con ellos? Dilo y te juro que haré todo lo posible para ayudarte.
Me van a casar con Gabriel.
– ¿Con ese chico que fue tan agresivo conmigo en la cena? No diría que es un buen candidato para su marido por las impresiones que he tenido. - Atilio se irritó y cambió su tono de voz.
– Gabriel no es agresivo... es un hombre bueno y trabajador. – respondió Guadalupe, a pesar de no amarlo lo suficiente como para casarse, siempre lo amó.
“Hablando así, me parece que aceptarás este destino que se te ha impuesto muy fácilmente.
- Te equivocas, no me voy a casar con él ni con nadie más.
– ¿Y por qué tanta negativa a unirse a alguien? ¿Tiene miedo? - Contuvo la risa, le encantaba jugar con el miedo a las doncellas.
Observó sus pechos mientras el galope del caballo los hacía moverse. Ya podía imaginar la suavidad de ambos y su boca llena de deseo.
– He decidido que quiero entregarme a Dios, ser monja y estoy reuniendo fuerzas para decírselo a él ya mi padre.
– Aún eres joven y ¿por qué no lo piensas antes de tomar una decisión así? ¡Sería una vida de clausura eterna! - Atílio en ese momento comprendió la razón de tanto miedo al sexo opuesto, pero no le permitiría elegir tal destino.
Ya lo he decidido y tendrán que aceptarlo.
Sería un gran desperdicio, una belleza tan grande como la suya, acabar en el claustro de un convento. La miré, perdiéndome en sus labios naturalmente rosados y en sus miradas que, a pesar de parecer perdidas, se encontraron con las mías, dejándome sin palabras.
- Entiendo tu decisión como una confirmación de mis sospechas. - Dice acercándose a su caballo.
– ¿Qué tipo de sospechas?
– Que no amas a este chico.
– Sí, lo hago, pero solo como amigo o hermano. Es un tipo de sentimiento diferente al que uno debe tener para que una pareja comparta una vida, o incluso una cama.
Sonreí, Guadalupe no podía verlo y aunque pudiera, creo que sería difícil contener una reacción tan espontánea.
– ¿Por qué no vamos a la cascada y me cuentas más sobre tu decisión de dar tu vida por ti? - Propone, mirando a los lados asegurándose de que nadie los miraba.
“No sé, no salgo con extraños así. Perdóname, pero todavía no nos conocemos bien. - Retrocedió con el caballo.
– ¿Pensé que confiabas en mí? Es solo un paseo, te prometo que te llevaré de regreso más tarde.
Tomé las riendas de su caballo, haciendo que él siguiera el mío, y caminamos lentamente hacia el río. Estaba sin aliento, estaba asustada y confieso que eso me pareció aún más emocionante.
Escuché el sonido de la cascada, no sabía si podía confiar en ese hombre desconocido. Sin embargo, ese lugar me dio paz y en ese momento realmente la necesitaba, lo sentí jalarme por la cintura, bajándome del caballo y se quedó un rato respirando cerca de mi cara. Pero me alejé y casi tropecé con algo en el suelo.
– ¡Despacio, preciosa, aquí hay una piedra! - Respondió él haciendo todo lo posible para que ese toque en ella durara más.
Me ofreció su brazo y caminamos lentamente por ese lugar que, a juzgar por el tiempo que cabalgué, era remoto.
- Creo que será mejor que regrese. - Dice con miedo y pesar por haber accedido a estar allí a solas con él.
“No te preocupes, entonces te llevaré de vuelta a casa sano y salvo.
- No es bueno que estemos aquí solos y en medio de la nada, por favor llévame ahora. – Dio unos pasos, Atilio la tomó de la mano.
Estábamos en el lugar ideal y lejos de todo, la ocasión perfecta para poseer a esa chica encima de las rocas de esa cascada, pero no… ¡todavía no!
“No quiero que tengas miedo de que estemos aquí solos, así que vayamos a mi casa y tomemos un café conmigo. - El sugirió.
– ¡Sí, pero salgamos de este lugar, por favor!
La ayudé a montar aprovechando los toques que podía darle y seguí a mi caballo hasta la mansión.
“¿Es este el…” preguntó Amelia, muy sorprendida por esa visita.
Hice callar a esa loca de Amelia antes de hablar demasiado y asustar a mi ilustre visitante.
- Nos conocimos en su cena de confirmación, muy bueno verte de nuevo. – dice, tomando la mano de Guadalupe y llevándola al sofá.
– Prepara un café y una merienda especial… – Atilio se sienta a su lado.
- ¿Merienda? pero es casi...
No quería que Guadalupe tuviera noción del tiempo, cuando la encontré ya era tarde y si todo salía bien para mí nos quedaríamos juntos hasta el anochecer.
Estaba preocupada, apenas tocaba su comida y todo el tiempo pedía irse a casa.
– Agradezco su hospitalidad y atención, señor Atilio, pero ya debo irme a casa.
Seguí cambiando de tema para mantenerla conmigo más tiempo.
– ¿Quieres aprender a tocar el piano? - Le propone con una sonrisa y esta vez sincera y sin malicia.
- Yo no podría...
Ella sonrió tímidamente.
- ¿Y porque no? Muchas personas con discapacidad visual pueden hacer muchas cosas cuando practican y se dedican.
Me acerqué a ella y la jalé suavemente del brazo, nos sentamos uno al lado del otro frente al piano. Tomé su pequeña mano y toqué algunas notas con ella, ella sonrió.
– Ya ves, puedes conseguir lo que quieras en esta vida… ¡absolutamente todo!
Toqué una sinfonía melancólica y a la vez romántica, Guadalupe suspiró y sonrió . Llevé su mano nerviosamente fría a mis labios y la besé. Estaba visiblemente avergonzada a pesar de que ese afecto era tan simple.
Amelia nos miraba de lejos y mientras sonreía por mis avances, temí dónde terminarían.
Escuché el sonido de los animales nocturnos, debía ser muy tarde y mi corazón se aceleró al imaginar la angustia que podrían estar sintiendo mis padres porque había salido a cabalgar sola por tanto tiempo.
Podrían pensar que fui atacado por un animal cuando me perdí, y tantas otras cosas aún peores.
– Dios… ya es de noche, mis padres deben estar preocupados porque no he llegado a casa.
Se levantó del banco del piano, desesperada por escapar.
- Lo siento es que cuando estoy contigo pierdo la noción del tiempo, te llevaré a casa. Iremos en tu caballo y luego caminaré a casa. – Atilio propuso ofrecer su brazo para que se fueran.
La ayudé a montar y fui por detrás, rodeándola por la cintura, aprovechando todo el camino para oler su olor de mujer y su calor.
Sentí sus labios tocar la parte de atrás de mi cuello, olí mi cabello. Atilio me quería como mujer y no sabía si eso me asustaba o quería saber hasta dónde llegaría.
Ni bien entramos al rancho vi a sus padres en la puerta de la casa y comencé a portarme un poco mejor, estaban junto al ilusionado novio y su padre.
- Tus padres y tu prometido te están esperando y por la cara no están muy contentos. – Le advirtió a Atilio que se alistara.
Nos acercamos y ese idiota aspirante a esposo la bajó del caballo gritando.
– ¿Qué estuviste haciendo con este hombre todo el día? ¿Y más aún aferrado a tu cuerpo? - Gritó Gabriel tomándola del brazo con fuerza.
- ¡Estamos preocupados hija! - Dice Esther abrazando a su hija.
- ¿Qué le hiciste a ella? – gritó Leonel mirando a los ojos a Atilio.
- ¡Por favor, basta de gritos! Acabamos de hablar y perdimos la noción del tiempo, no pasó nada y ya estoy en casa Atilio, vete en paz y gracias por traerme a salvo. – Lo que menos deseaba era un lío, pero ya lo había provocado y la guerra estaba decretada entre Atilio y Gabriel.
Sonreí y me bajé del caballo y le entregué las riendas a su madre que me miraba con insistencia.
– Fue un placer estar a tu lado Lupe, cuando quieras… mi casa estará abierta para ti. - dijo Atilio con calma y enfureciendo aún más al rival.
Me alejé satisfecho y tratando de disimular mi desenfreno viendo los celos de aquella persona descalificada, no quería apoyar lo que había dicho… que pensaran lo que quisieran.
Escuché pasos rápidos acercándose a mí.
- ¡No estoy bromeando, aléjate de mi prometida o te acabo! – dice Gabriel y los dos quedan frente a frente.
Me acerqué a su rostro y le di mi mensaje solo para que lo escuchara.
“Bueno, trata de sujetar fuerte a tu potra, o pronto me atraparás montándola a través de estos campos.
– ¡Bastardo! - Jadeó Gabriel.
Recibí un golpe de él, si no fuera por su padre para agarrarlo, creo que esa pelea sería muy útil.
No podía defenderme y ser agresivo frente a sus padres, tomé mi sombrero del suelo y me alejé a pesar de que quería romper a ese niño.
Llegué a casa con una pequeña herida en la boca y tiré el sombrero al suelo.
– ¿Qué era ese hijo? – pregunta Amelia, tratando de tocar su rostro.
– Ese bastardo se cree que es el dueño debí haberle partido toda la cara, Guadalupe solo será de otra persona si yo no existo, ¡no antes!
– ¿Y qué hiciste con él?
– Nada, porque ella y sus padres estaban delante de mí, pero quería sacarle los ojos y dárselo a los cerdos.
– ¿Y Guadalupe? - Amelia sabía que Atilio no la dejaría así sin intentar algo.
– La llevé a casa.
- Pero....
Si eso es lo que quieres saber, todavía está de una pieza. Creo que esta es la chica más difícil que he tratado de poseer, pero cuando la tenga, haré que cada segundo de rabia que estoy pasando valga la pena. – Apretó el puño, tener a esta mujer ahora era una cuestión de honor.