Capítulo 4
Quise olvidar por completo ese evento en el despacho.
O lo intenté.
La mayor parte del tiempo, lo logré; o al menos cuando estaba tan ocupada que ni tiempo tenía para pensar en algo. El trabajo en el restaurante de los padres de Manuel era más trabajoso y extenuante de lo que había pensado en un principio, pero mi determinación a no perder la batalla que tenía contra Santana, me hizo siempre dirigirme a mi trabajo. Hubo sus contras, la paga no lo era mucho, pero era algo, al menos eso pensaba con un pensamiento positivo. Así que no me queje, continué trabajando horas sin descanso. Sin embargo, para mi intranquilidad, todavía quedaba ese minúsculo tiempo que tenía por ratos, y en esos momentos de relajación, mi mente siempre buscaba joderme y me hacía recordar la escena con Santana.
Lo cerca que había estado ese maldito de mí y las suposiciones absurdas que pasaban por mi mente. Intenté no cuestionar mucho de eso. Santana era una persona extraña. Siempre lo había sido. Ese comportamiento raro solo era algo más en una lista larga que tenía sobre sus defectos.
Guardé ese evento para mí misma.
No entendía porque, pero la simple posibilidad de contar lo sucedido me hacía sentir ansiosa y nerviosa. Tal vez, porque me negaba aceptar de que había pasado algo más y que yo me negaba aceptar. Lo que sea que fuera, terminé guardando esa reacción de Santana en una parte de mi memoria. Ansiando olvidarla.
Pero su constante presencia hacía que eso fuera imposible.
Esa semana que transcurrió, hice lo que me pidió. Me mantuve lo más alejada de él. Su rutina de llevarme al colegio se acabó abruptamente como comenzó.
Pero otras cosas igual de extrañas, comenzaron a pasar de un momento a otro.
Santana salía en las noches y regresaba en horas muy tardes. O tempranas, como se viera. Pues a veces, no dormía en la casa y solo aparecía para el desayuno. Maggie no dijo nada sobre su comportamiento, tal vez porque era su hijo o porque Santana ya era demasiado grande sobre sí mismo. Sin embargo, a nadie parecía molestarle, pero a mí sí. O sea, apenas había fallecido mi madre y ya empezaba a faltar a casa. ¿Qué tipo de respeto tenía ese hombre a mi madre? Ni siquiera había guardado luto como él mismo me había exigido a mí. Era un maldito hipócrita.
Me enfurecí, pero tampoco dije nada. Callé.
Todo siguió igual. La misma rutina; casa, escuela, trabajo y otra vez, casa. No salía para nada y tampoco deseaba hacerlo. Manuel me invitó al cine para distraerme, pero simplemente no tenía las ganas ni energías para hacerlo.
Con Santana, sus raras salidas continuaron sin falta. Una noche que no podía dormir y que mi mente no dejaba de pensar, lo descubrí llegando en la madrugada.
Lo que vi me sorprendió.
Escondida en las cortinas blancas de mi cuarto, observé que Santana no era tan controlado como decía suponer. El tipo era un borracho. La forma en que se tambaleaba era la prueba de que se encontraba muy bebido. Estaba por juzgarlo y maldecirlo, pero un pensamiento lleno de incredulidad me vino a la mente: «¿Y si sufría por mi madre?».
Fue cuando lo entendí completamente.
Quizás, Santana había salido para deshacerse del dolor, pero no había salido tan bien como supuso. Eso lo sabía por experiencia propia. El dolor de un ser amado era una constante cicatriz que no sanaba, siempre estaba ahí, doliendo.
Mi opinión sobre Santana cambió un poco.
Aunque odiará tener que admitirlo, tal vez, si había amado a mi madre. Sin embargo, por lo tosco que era, parecía ser que no le gustaba mostrarlo a los demás. Dejé de observarlo cuando empezó a dirigirse a la entrada de la casa y fui a mi cama. Con tantas dudas en mi cabeza sobre el misterio que era Santana, mis ojos se fueron cerrando hasta que terminé dormida.
No fue la única vez que llegó en ese estado.
Ocurrieron más veces. Muchas veces más. Prácticamente era todos los días.
Aun así, el tiempo transcurrió con tranquilidad. Todo gracias a Maggie.
Con ella, fue más fácil llevar el dolor de la perdida de mi madre y la soledad. Pues Maggie, parecía siempre estar pendiente de mí e ignorar completamente a Santana. Ninguno de los dos discutió sobre eso último. Lo que conllevo a que hubiera más risas en la casa y eso gracias a la madre de Santana, la ironía no me pasó desapercibida.
Maggie siempre buscaba una manera de hacerme reír.
Se lo agradecí y siempre se lo hice ver.
De ese modo, el tiempo pasó, y sin darme cuenta, un mes completo transcurrió.
No hubo muchos llantos en la oscuridad por una madre. Hubo silencio, pero ya no se sentían claustrofóbicos. Fue el inicio de volver a la...¿normalidad?
Hasta que todo se echó a perder nuevamente.
Estaba ayudando a Maggie con su tejido cuando se calló de repente. El silencio extraño hizo que tanto su hijo, como yo, la viéramos interrogantes.
No tardó en decirnos lo que sucedía.
—Mañana volveré a mi casa—anunció mientras volvía a su tejido—, estoy cansada de no ver a mis petunias y creo que me extrañan. Así que mañana Marina preparará mis maletas y me iré.
La miré en shock.
—¿Qué? ¿Por qué?
Me miró con su rostro arrugado por los años.
—Porque ya es tiempo, niña, no esperarás que siempre viva aquí—volvió a bajar la vista a su trabajo—, además, ahora estás bien. Veo que mi hijo te cuida bien, así que ya no tengo esa preocupación. Ahora puedo volver a casa.
Sentí un nudo en la garganta.
—Pero te necesito—urgí a decir. Miré sus ojos.
—Eso no es cierto, eres una jovencita, no una niña. Puedes continuar—me reprendió con dureza y la miré con dolor por sus palabras. No deseaba sentirme sola. Era una de las pocas personas que había tenido desde la muerte de mi madre—, Además, no necesitas a una anciana para sentirte a salvo. Sé que mi hijo sabrá cuidarte bien. Lo eduqué yo misma. Sé que será un buen padre para ti.
«Pero no lo es, ¿acaso era difícil de entender?», pensé con enojo. Baje la mirada para que no viera la verdad en mis ojos. Por parte de Santana, me di cuenta de que se encontraba callado.
Después de varios segundos, decidió hablar.
—No te irás—ordenó.
Levanté la vista y observé que miraba a su madre. Maggie sin alterarse, ni preocuparse del enojo de su hijo, continuó con su tejido.
—Se te olvida que soy tu madre —devolvió Maggie sin levantar la vista—, las ordenes las doy yo.
Santana no dijo nada más, pero si me observó con frialdad. Alce una ceja.
«¿Por qué me miraba como si fuera mi culpa de que Maggie se fuera?», pensé enojada y al mismo tiempo insultada de su acusación implícita. ¿Acaso no escuchó que extrañaba su hogar?
Idiota.
Nadie volvió hablar. Pero podía observar como Santana se encontraba muy furioso. Esperé un arranque de ira o algo explosivo. Característico de su poca estabilidad emocional. Sin embargo, no hizo nada. Al menos, no durante ese momento.
En la madrugada, pude escuchar su auto encenderse. Al correr a la ventana para observar si realmente se iba, me di cuenta de que era así. Estaba tan ansioso de irse que había acelerado su auto a tope.
Ese fin de semana no llegó a dormir. Tampoco estuvo cuando su madre decidió irse. Fue bueno, porque si no hubiera dicho que tenía tan poco control de mis emociones. Pero no había sido para menos, Maggie había sido una constante después de la muerte de mi madre. Ahora sin ella, realmente iba a estar sola. Porque era evidente para cualquiera que Santana no me quería en su casa.
Las horas pasaron y Santana no volvió.
Estaba cenando cuando escuché la puerta abrirse. No podía ser nada más que él, pero, aun así, me sorprendió cuando lo miré. La hostilidad se veía en todo su rostro.
Me preparé para una pelea.
Me enderece en la silla. Ni siquiera tenía la compañía de Marina para pertenecer fuerte, solo estaba yo y unos cuantos tenedores.
Levanté la vista y me congelé.
Sus ojos quemaban con un sentimiento desconocido. No supe identificarlo con exactitud. Pero lo que sea que sentía, parecía estar rígido por eso. Incluso peor que otras veces.
Un escalofrío recorrió por mi cuerpo.
—Hola, Marie—tronó su voz oscura mientras me miraba fijamente, y continuó—, ¿estás lista para tu castigo?