Capítulo 5
El silencio duró por varios segundos, hasta que capté lo que dijo.
Fue cuando reaccioné.
—¿Castigo? —pregunte con el ceño fruncido.
Santana entró completamente al comedor y...se tambaleó. «¿Esto es en serio?», pensé con indignación. Me levanté enojada de la silla y me crucé de brazos. No sabía porque coño no podía controlarse a sí mismo, pero me molestaba tener que presenciar la hipocresía de Santana.
¿Acaso no había dicho que él era el epitome del control? Entonces, ¿Por qué no lo demostraba no yéndose a embriagar como cualquier alcohólico?
Fije mis ojos en su estúpido rostro. Él no dijo nada.
Tuve que hacerlo yo.
—Miré—espete—, entiendo que haya amado a mi madre, pero no creo que la solución sea salirse a emborracharse como si fuera una especie de adicto. Creo que ella no le hubiera gustado verlo de esa manera y menos comportarse así con su hija.
Santana se echó a reír. No había humor en esa carcajada, había hilaridad. Casi oscura.
Como con maldad.
—¿Crees que estoy así por tu madre? —preguntó con sorna mientras su mirada retenía la mía como si fuera un imán—, oh no, Marie, no estoy así por ella.
Dio un paso hacía a mí y por inercia retrocedí uno igual. No pude apartar la vista de su rostro. Parecía como si una emoción distinta lo controlará por completo. No era una expresión conocida. A pesar de verlo de esa manera, no me puso nerviosa la escasez de espacio entre nosotros, lo que me puso con el corazón latiendo rápido fue la forma en que me veía.
Era fija y al mismo intensa.
Tragué saliva.
—Bueno, este...—dije rápidamente con un poco de nerviosismo mientras mi vista buscaba una salida del comedor, pero la única salida que había era la que estaba detrás de Santana. Intentando no demostrarle a este imbécil la forma en que me estaba haciendo sentir, decidí continuar—, me iré a mi habitación, estoy cansada. Buenas noches.
Intenté pasar a su lado y al mismo tiempo tomando distancia de su cuerpo, pero cuando estaba cruzando a su lado, su mano tomó mi muñeca de golpe. Con un agarré firme.
Cerré los ojos mientras desviaba la vista. Algo sucedió en mí en ese momento. Mi cuerpo tembló. Incluso mi respiración se hizo rápida como mi corazón. No sabía si era miedo o algo más.
No supe idéntica lo que sentí.
Por alguna extraña razón, ese maldito toque de su mano me hacía querer correr. Fue desconcertante. Porque yo deseaba no sentir miedo, y aunque no lo hacía, me hacía sentir rara.
—Aun no—ordenó Santana tajantemente, y ese tono, me hizo levantar la vista.
No me gustó lo que vi. Había demasiada oscuridad en ese rostro.
—Suélteme—espete mirando sus ojos.
Sonrió con sadismo.
—No, creo que es hora de que tú y yo tengamos una conversación pendiente...—susurró cerca de mi rostro, y aunque detestará admitirlo, su maldito aliento no olía mal. Sí, olía alcohol, pero no olía mal, mal.
—Lo que sea que quiera decirme—respondí con sequedad—, estoy segura que puede esperar para mañana.
Di un tirón a mi mano, pero su agarré se apretó y me acercó más a él.
Al sentir su calor corporal, desvié la vista. Lo sentí inclinarse sobre mí y esa cercanía, me hizo sentir todavía un poco más extraña. No entendía qué con exactitud, pero lo hizo.
—No, estás en mi casa—murmuró cerca de mi oído—, y harás exactamente lo que yo quiera.
Lo miré con el ceño fruncido sin poder creer lo que estaba diciendo.
—¿Lo que usted quiera? —pregunté con incredulidad. De pronto, me dieron ganas de reír, pero no lo hice, continué mirando su rostro ebrio—, miré, estoy en su casa, sí, pero no tiene derecho a decirme eso. No soy ningún objeto que puede decir que hacer o que no hacer con él.
—No, no eres un objeto—aceptó con frialdad—, esos no causan molestias, tú sí.
Fue difícil no responder al insulto.
Di un tirón a mi mano, pero su agarré se apretó más, y me acercó de golpe a él. Mi cuerpo se golpeó a su pecho. Su mano libre tomó mi cadera y mis manos quedaron casi en el aire, no queriendo tocarlo, pero su agarré en mi cadera era tan duro que terminé por colocar mis manos en su cuerpo.
Su calor corporal parecía quemarme.
—Déjeme ir—ordené sin verlo.
—No.
Alce la mirada y sus ojos me observaron con una intensidad oscura.
—Todo lo que tienes ahora, me lo debes a mí—continuó diciendo con una seriedad escalofriante mientras su vista supervisa mi rostro y continuó—, y lo único que recibo de agradecimiento es una cachetada de tu parte. Eres una malagradecida.
Me enfurecí con la recriminación.
—¿Y qué espera que le dé? —pregunté enojada mientras no me alejaba de su cuerpo—, usted estaba actuando como un asno.
Alzó una ceja por el insulto, pero lo ignoré y continué:
—Usted estaba creyendo que puede hacer lo que se le pegué la gana conmigo y no es así.
Su mano subió a mi cuello y pasó su dedo por mi piel.
—¿Estás segura de eso?
Esa forma de agarrarme, me hizo respirar de forma agitada.
—S-si—tartamudeé.
Su mirada me retuvo por varios segundos. Esa caricia empezó a bajar sobre mi cuello y yo empezaba a sentir ciertas cosas en mi cuerpo que no me gustaban. De repente y sin controlarlo, un sonido salió de mi garganta. Santana se quedó rígido al escucharme y me empujó. Con fuerza.
Jadeé por el movimiento abrupto.
—Vete—ordenó.
Lo miré confundida.
—¿Qué? —pregunté un poco aturdida.
—Que te largues—volvió a decir mientras se alejaba. Me quedé anclada al lugar y volvió a decir en un grito enfurecido—, ¡Que te vayas, maldita sea!
Empecé a moverme con rapidez.
Sin entender que pasaba con ese imbécil, salí del comedor casi corriendo. Tan pronto lo hice, escuché cosas rompiéndose en la otra habitación. Me detuve asustada y miré hacia atrás, pero lo único que pude observar fue cosas siendo arrojadas al otro extremo de la habitación y aun enfurecido Santana.
«Está loco», pensé con miedo.
Sentí un escalofrío por mi espalda y empecé a subir por las escaleras con rapidez. No me detuve hasta que no estuve a salvo en mi cuarto. Minutos después, sentí a la puerta en mi espalda y por fin entendí algo que me negaba a aceptar: Santana no amaba a mi madre y era muy posible que nunca lo hubiera hecho.
A solas en la oscuridad de mi habitación, llevé mis manos a mi cuello, intentando quitar el fuego que se sentía en el lugar en donde ese imbécil me había tocado. Sin entender que estaba pasándome o porque me sentía de este modo tan inusual.
Mi cuerpo perdió las fuerzas, y me sentí arrastrar por la puerta de madera y caer al suelo.
Encogí mis piernas y las abracé con temblor en mi cuerpo.
—¿Por qué me tocó así? —murmuré para mí misma.
Observé mi mano y observé que todavía seguía temblando. Cerré mi mano en un puño y apreté con fuerza.
«¿Por qué me siento extraña? ¿Por qué?»