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Capítulo 3

Tres días pasaron y el ambiente se había sentido más sofocante conforme pasaba el tiempo.

Al segundo día, Maggie me había ordenado regresar a clases. Que una jovencita como yo, no debería de despreciar mi vida de esa manera. Santana, aun con sus órdenes impuestas, había tenido que callar. Sin embargo, las miradas furiosas que recibía de él, eran otra historia. Creí que iba a salir algo en mi contra, pero no hizo nada. O tal vez había sido por la presencia de Maggie lo que lo mantuvo quieto. La razón que fuera, fue lo suficiente poderoso para mantenerlo a raya.

Por eso, cuando al día siguiente estuve lista para ir al colegio, no me extraño verlo esperándome en el recibidor. Su mirada era recriminatoria.

Sin dejar de verlo, pasé por su lado. O lo intenté.

—¿A dónde vas?

Giré mi rostro para verlo.

—Al colegio, ¿Dónde más?

—¿Quién dijo que irías sola? —la insinuación de que iba a llevarme como una niña pequeña, me enervó.

—No iré contigo.

—Lo harás o no vas. Bastante tengo ya en permitir que vayas—tomó mi brazo. ¿Qué problema tenía este imbécil de siempre estar sujetándome como si tuviera cinco años?

Estaba por quitar su agarre de mi brazo, pero Maggie había aparecido de repente y nos miró con el ceño fruncido.

—¿Qué están haciendo? —preguntó—, no es hora de conversar. Váyanse.

La miré desesperada.

—Abuela, no puedo irme con él—dije intentando hacerla entender, pero Maggie, fue autoritaria.

—¿Acaso deseas seguir aquí? Haz lo que se te dice, niña.

—Vamos—ordenó nuevamente Santana mientras era llevada a la puerta. Jalé mi brazo hacía atrás, pero no hizo un amago de soltarme.

—Suéltame—murmuré a unos pasos de distancia de Maggie.

—No—dijo con frialdad—, ahora continúa caminando.

No seguí discutiendo. Solo caminé. Era lo mejor.

Me cansaba estar discutiendo con Santana.

El transcurso de camino a la escuela, fue silencioso. No hubo alguna advertencia por lo que había pasado hace tres días, ninguna insinuación de mi futuro castigo. No hubo nada.

Fue extraño, pero tampoco me queje.

Al llegar al colegio, simplemente espero que salieran del auto. Lo hice y tan pronto salí del coche, Santana aceleró como si no soportará estar más en mi presencia.

Imbécil.

Los días pasaron y la rutina se repitió. Santana me trajo al colegio, me llevó devuelta a casa, y en todo ese tiempo no me habló y yo claramente no hizo un esfuerzo de hacer lo mismo. Continué con mi vida. Lo mejor que pudiera ahora que no tenía a mi madre. En el colegio fue más de lo mismo que en la ocasión anterior, algunos me miraron, pero con un escándalo de una chica del último año, mi situación había dejado atrás.

No hablaron más de mí.

A pesar de la falta de murmuraciones, aun me sentía sola. La pesadez de todo parecía querer abrumarme, pero intenté que mi mente se ocupará con la búsqueda de trabajo. Pues sabía que, con eso, podía irme de la casa de Santana. No importaba que la llegada de Maggie me ofreciera un poco de espacio y aire fresco de Santana. La incertidumbre de mi futuro, me tenía siempre pensando.

Concluí que lo mejor era ir poco a poco.

El primer escalón en subir era conseguir un trabajo. Busque en línea, pero nada se podía encontrar. Con todo y mis fracasos, no me di por vencida. Continué intentando. Un día, en el estacionamiento y a la espera de Santana, Manuel había dicho que su familia buscaba personal en el restaurante pequeño que tenían. No sabía si el padre de Manuel me había contemplado por consejo de mi mejor amigo, pero acepté la oferta.

Con entusiasmo, había abrazado a Manuel.

De esa manera fue como me encontró Santana. Sin embargo, antes de que empezará a regañarme, Manuel se colocó enfrente de mí y había soltado con una seriedad inesperada:

—Señor Santana, ¿puedo hablar con usted?

Santana no lo miró, continuó mirándome furioso. Como si yo tuviera la culpa de que Manuel deseará hablar con él.

—Habla—ordenó Santana.

—En privado—pidió Manuel.

Miré de golpe a mi mejor amigo, pero éste no me miraba a mí.

—Sígueme—ordenó.

Con incredulidad, observé como mi mejor amigo y ese idiota se alejaban de mí. Lo que sea que estuviera diciendo Manuel, parecía que no le agradaba a Santana, pues cada vez se veía más furioso. No entendía que podía ser eso que lo estuviera enervando tanto, pero era algo grave. Supe que tenía razón cuando observé a Santana tomar la camisa de Manuel y lo acercó a su rostro.

Santana dijo algo y Manuel se quedó mirando rígido con los puños apretados. Momentos después, Santana liberó a mi mejor amigo. Su cuerpo se giró en mi dirección y Santana me observó con una emoción desconocida para mí.

Tragué saliva.

Santana caminó directamente hacía a mí, y cuando llegó hasta donde estaba, tomó mi brazo con fuerza.

—Es la última vez que hablas con ese chico—ordenó.

—¿Qué? ¿Por qué?

Se detuvo y aun con el agarré en mi brazo, respondió mirándome con ira:

—Porque desea bajarte las bragas y no pienso permitir que mi hijastra sea sometida a eso. Como si fuera una vil mujerzuela.

Su crudeza me hizo jadear.

—E-estás mintiendo—espete con enojo—Manuel no es así.

Se rio burlón.

­—Entonces estás más ciega de lo que piensas, niña.

Continuó caminando y giré mi rostro para observar a Manuel. Su semblante era duro, pero sonrió cuando observó que lo miraba. Sabía que intentaba tranquilizarme, pero no pudo hacerlo en está ocasión.

¿Por qué Santana pensaría eso de él? ¿Qué le había dicho Manuel?

—Entra—ordenó Santana.

Dejé de mirar a mi amigo, y entré al coche.

Antes de que Santana acelerará, observé a Manuel despedirse de mí.

Ahora en la cena, después de horas de escuchar el comentario crudo de santana, seguía sin saber que decirle sobre trabajar con los padres de Manuel. Era obvio la aversión que sentía Santana por mi mejor amigo. Sabía que eso solo lo iba a ser más difícil.

Maldita sea.

—Deja de jugar con tu cena, niña—ordenó Maggie.

Levanté la vista y observé que tanto Maggie como su hijo estaban mirándome.

—Lo lamento, estaba pensando en cosas.

—Buenas, espero—comentó Maggie.

Asentí.

—Sí, claro—dije, y sentí la mirada de Santana sobre mí, y cuando levanté la vista del plato, observé que tenía razón. Desvió la vista enseguida. Fruncí el ceño. «Era ahora o nunca», pensé con decisión. Tomé aliento y solté lentamente—, pero me gustaría decirles algo. Mejor dicho, informarles algo.

—¿Qué cosa? —preguntó Santana. Aunque por su tono, parecía que no le importaba que iba a decir, si no era algo de su agrado, entonces pensaba ignorarlo.

Idiota.

—Los padres de Manuel me ofrecieron un trabajo y...—empecé a decir, pero Santana como si estuviera pidiendo permiso, dijo con rotundidad:

—No.

Lo miré furiosa.

Continué:

—Y pienso ir a partir de mañana, después del colegio—observé que Santana se empezaba a levantar de su asiento y miré a Maggie pidiendo su ayuda—, es por eso que no llegaré temprano. Quería avisarte para que no te preocuparás.

—Entiendo, niña.

—No—espeto Santana mientras caminaba hasta llegar a mí—, he dicho que no verás a ese chico y se hará lo que yo digo.

Lo miré enojada.

—Ese chico como tú le dices, es mi mejor amigo. El cual, por cierto, siempre ha estado en mi vida. Mucho antes de que tu llegarás a la vida de mi madre. Así que...—me callé cuando fui levantada de golpe.

—Si nos disculpas, madre, tengo que hablar con Marie urgentemente.

—¡No, no es así! —dije rápidamente, pero aun cuando Maggie hubiera intentado decir algo, Santana ya me estaba sacando del comedor, para después llevarme a su despacho.

La posibilidad de quedarme a solas con él, me hizo querer correr.

Antes de que pensará en hacerlo o incluso gritar, Santana abrió la puerta de su despacho y me ingresó a la fuerza en el interior de la habitación. Por la fuerza usada, tropecé con mis propios pies. Sin embargo, no tuve tiempo de pensar en enderezarme, cuando sentí a Santana colocarme en una de las sillas que estaban enfrente de su escritorio de caoba.

Gemí de dolor por el impacto de la caída. Antes de salir de la silla, observé a Santana colocar sus manos en los brazos de la silla y casi inclinarse sobre mi rostro.

Con los ojos abiertos, observé la cercanía de Santana.

—Dime algo, Marie—empezó a decir a centímetros de mi rostro—, ¿crees que puedas decidir qué hacer en mi casa?

Respiré agitada y respondí.

—Solo quiero conseguir un trabajo, nada más. Cualquier padre, se pondría orgulloso por eso.

—No soy tu padre—sonrió con dureza, y tan rápida como llegó esa sonrisa, también se fue. Se inclinó más cerca. Hice mi cabeza hacía atrás. Continuó diciendo—: No, no quieres conseguir trabajo, solo quieres pasar más tiempo con él. —espeto a centímetros de mi rostro—. Quieres cogerte a ese imbécil. Quieres ofrecerte como una puta para que te abandone a la primera oportunidad que tenga, ¿no es así?

Sus palabras me enervaron.

—No—dije furiosa—, usted está equivocado. No deseo eso, ni tampoco Manuel, yo simplemente deseo trabajar. Deseo conseguir dinero para librarme de ti. Eso es todo, Roland.

Escuchar su nombre, lo impactó. Pude verlo.

—Vuelve a repetirlo.

Fruncí el ceño.

—¿Q-qué cosa? —pregunté confundida—, ¿Sobre buscar trabajo?

—No—espeto—, repite mi nombre.

Tragué saliva mientras observaba sus ojos.

—Roland...—murmuré en voz baja.

Algo se rompió en Santana, lo observé claramente en sus ojos, y se inclinó sobre mí.

Jadeé por su proximidad.

¡¿Qué pensaba hacer?!

Antes de que lo alejará o algo...

—¡Señor...! —habló Marina detrás de la puerta, eso hizo que Santana se alejará de golpe de mí—, ¡Un hombre lo busca!

Antes de que contestará, Santana me miró.

—Haz lo que desees hacer con ese imbécil de Prieto, solo mantente alejada de mí.

¿Qué? ¿Alejarme de él?

Sin entender que había pasado o porque de ese comentario estúpido, Santana salió de su despacho.

A solas, pensé:

¿Qué acaba de pasar?

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