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Capítulo 2

El maldito me había sonreído de nuevo.

Aunque no eran verdaderas sonrisas, no me gustó que lo hiciera y ahora lo había hecho dos veces. Nunca, ni una sola vez le había dado una sonrisa a mi madre y me había sonreía a mí. Antes de que lo pensará correctamente, mi mano voló a su mejilla. El impacto de la cachetada resonó con fuerza en mis oídos. Pero no estaba arrepentida de lo que había hecho. Su maldita sonrisa se quitó de golpe.

Bien.

Estaba pensando en alejarme de él y correr, pero su agarre en mi brazo impidió que tuviera la oportunidad de hacer. Me observó con odio en sus ojos y se acercó hasta tener su cuerpo prácticamente encima del mío. Lo que vi en su mirada me hizo entender de que había sido un error llevarme por la ira.

No supe que tan cerca estaba de mí, hasta que sentí su cuerpo tocando el mío. Lentamente, para mi incredulidad su mana tomó mi cuello. Sin embargo, no fue eso lo que hizo que mi corazón se acelerará de golpe, fue que durante el trayecto Santana tocó mi cuerpo. No supe si fue accidental, pero lo miré con los ojos completamente abiertos.

Santana se acercó y reaccioné, di un paso atrás asustada, pero el auto terminó siendo la barrera que me impidiera alejarme completamente de él.

Desvié mi rostro cuando su cabeza se inclinó.

—Te arrepentirás de lo que hiciste—espeto Santana a centímetros de mi cara.

Me soltó del cuello y de un empujón por parte de él, caí dentro del auto. Jadeé tanto por sus palabras como de su acción sorpresiva. Aun en shock por lo que había hecho segundos anteriores, tuve que meter rápidamente mis piernas cuando me di cuenta de que Santana estaba por cerrar de golpe la puerta del auto.

En el interior, observé que mis manos se encontraban temblando y las convertí en puños. No, me negaba a tener miedo de él. Solté una respiración profunda para tranquilizarme. Cuando Santana entró en el auto, mi corazón ahora se encontraba estable. Su ira se mostraba en su rostro, pero no tanto como en sus manos. Parecía prácticamente blancas por lo mucho que apretaba el volante.

—El que esté bajo tu mando no te da derecho a que me hablas así—expuse con renovada furia—, no eres ni mi padre para hacerlo.

No habló, su atención estaba en el camino. Pasó el tiempo y se podía sentir la tensión asfixiante en ese lugar pequeño. Un semáforo rojo nos detuvo de continuar, y fue cuando Santana decidió hablar.

—Sé que no soy tu padre, Marie—la forma en que dijo aquello, me hizo verlo con el ceño fruncido y me di cuenta de que estaba mirándome—, eso lo sé muy bien. Pero ahora, tu educación depende de mí. Tu vida me pertenece.

—N-no te pertenezco.

Sonrió.

Era una sonrisa cruel. Dejé de mirarlo cuando él lo hizo. Mi vista bajó pensativa cuando dijo aquello. ¿A qué se refería con que mi vida le pertenecía? ¿Era por qué era mi único tutor o por otra cosa...? ¿Qué otra razón habría para decirme aquello? O tal vez..., se refería a que vivía en su casa y prácticamente ahora me mantenía con su dinero.

No, me negaba a ese pensamiento. No pensaba ser como mi madre. Quería ser diferente a ella. Si conseguir un trabajo impedía que Santana sintiera como que le pertenecía, pues que así sea. No tenía miedo trabajar.

Mi expresión se endureció cuando llegamos a la fachada de la casa. Santana salió rápidamente del auto y empezó a dirigirse a mi puerta. Sabía que la batalla estaba por comenzar cuando lo vi abrir la puerta en un tirón.

No tuve oportunidad de nada, Santana tomó mi brazo y me hizo salir con rudeza.

Me quejé del dolor. Pero Santana pareció disfrutar eso porque apretó con más fuerza. «Era un maldito sádico», pensé mientras sentía que volvía a enderezarme sobre mis propios pies. Observé sus ojos, su mirada parecía enloquecida. Parecía que el camino no hubiera amainado su ira, al contrario, era como si la hubiera incrementado.

Su rostro se acercó al mío.

—Te dije que no sería como tu madre, Marie, ahora sabrás las consecuencias de tu falta de respeto—espetó con frialdad mientras me acercaba a un tirón a su cuerpo. Intenté que mis manos quedaran rígidas a mis lados. No deseaba tocarlo. Sus ojos me miraron con tanto odio que me hizo preocuparme por mi seguridad.

—¿Q-que piensas hacer?

La maldita sonrisa apareció de nuevo en su rostro.

—Lo que mereces.

De un tirón, volvió a llevarme a rastrar como en la escuela.

Temblé por lo que haría.

—Perdón, perdón, ¿está bien? —empecé a decir asustada—, no volveré a levantarte la mano.

—Es demasiado tarde. Lo que voy hacerte, te lo has ganado a pulso.

El tono en que dijo eso, me hizo mirarlo con el ceño fruncido. «¿Qué había querido decir con eso exactamente? ¿Qué pensaba hacerme?», pensé con miedo y desesperación. Antes de que pudiera pensar realmente sobre esas preguntas, abrió la puerta de la casa.

Esperé ver a Marina, la mujer que hacía el aseo, pero no vino recibirnos. Todo el lugar parecía silencioso y oscuro. «¿O era por mi miedo que me hacía ver cosas que no eran?», pensé con el frío colándose en mis huesos por el temor que sentía. En el momento que caminamos por el recibidor y en dirección hacia las escaleras, me prometí no volver a retar a Santana. No sabía de lo que era capaz de hacer, pero no pensaba tentar mi suerte de ahora en adelante.

Antes de que subiéramos el primer escalón de las escaleras, escuché una risa femenina y eso detuvo en seco a Santana.

Lo miré asustada. Pero él no estaba mirándome.

—¿En serio eso te pasó, niña? —preguntó la voz inconfundible de Maggie. «¡La madre de Santana!», pensé con alivio. La seguridad de que no podía hacerme nada estando Maggie en la casa, me hizo reír.

Santana lo supo enseguida. Me observó con odio.

—No grites—ordenó Santana con voz helada, pero ya era demasiado tarde, lo miré a los ojos y con una sonrisa igual a la que me había dado hace unos minutos, grité con todas mis fuerzas:

—¡¿Maggie?! ¡¿Eres tú?!

Los ojos de Santana estaban perforándome con fuerza. Sin embargo, al escuchar los pasos de su madre, tuvo que soltarme a regañadientes. Con una expresión de puro deseo de venganza, Santana se alejó completamente de mí.

Lo miré fijamente y con una sonrisa más divertida por ver su impotencia, me di la vuelta. La sincronización fue perfecta. Pues en ese momento, apareció una anciana en un cuerpo pequeño. Pero con una fuerza que dejaba quieto a un hombre. Detrás de ella, se encontraba Marina.

—Mi niña, ven acá y déjame verte—pidió la cansada voz de Maggie.

Obedecí y me acerqué a ella. No tanto por fastidiar a Santana, sino porque realmente apreciaba a Maggie. Mi madre siempre había dicho que se alegraba de las visitas de su suegra. Pues era la única razón del porque Santana y yo nunca discutíamos en presencia de Maggie. La respetábamos demasiado para hacer eso.

Además, tendía a regañar mucho cuando no se hacían las cosas como ella quería.

—Hola, Maggie—saludé antes de abrazarla y a cambio recibí un golpe en la cabeza con su bastón de madera.

Gemí del dolor.

—Qué tú madre no esté con nosotros, no significa que tienes el derecho que faltarme al respeto, señorita. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Soy tu abuela.

Con una mueca por el golpe, tallé mi cabeza adolorida.

—Lo lamento—me miró duramente, y termine de decir—: Abuela.

Con un asentimiento seco, hizo una señal para que me acercará y la abrazará. Con un dolor en mi cabeza, lo hice.

—¿Has estado comiendo, niña? —preguntó cuándo nos alejábamos—, te ves muy delgada. Debes de comer más. ¿Acaso no te dan de comer aquí?

Miró a su hijo con reprimenda.

—¿Por qué me miras así? —preguntó el hombre detrás de mí, y cuando giré mi rostro, observé que estaba justo detrás de mí. Los ojos de Santana me miraron—, la he estado cuidando bien.

Me quedé callada.

—¿Te ha estado haciendo algo, niña? Habla, ya llegó tu abuela. Puedes hacerlo con confianza. Aun con estos viejos huesos, puedo darle su merecido a este chamaco del demonio.

Me reí por primera vez en días. La forma en que Maggie hablaba de Santana lo reducía a nada. Miré de nuevo a Maggie.

—No, todo ha estado bien.

Maggie me miró por un momento y después vio a su hijo. Frunció el ceño, pero después de varios segundos en silencio, sonrió. Aunque no era una sonrisa real, parecía... ¿tensa?

Me miró y me enderecé.

—Muy bien, niña, enséñame donde dormiré.

—¿Perdón? —soltó Santana con voz sombría—, ¿piensas quedarte?

Maggie miró a su hijo.

—Sí, ¿hay un problema en que lo haga? —la frialdad de la voz de Maggie era imposible de ignorar. Bien. Pude sentir la mirada de Santana en mí, pero yo simplemente bajé mi rostro ocultando una sonrisa.

—No, mamá, no hay ningún problema.

Alcé la mirada al escuchar ese tono extraño y observé que me miraba con ira.

—Muy bien, entonces—asintió Maggie mientras lo miraba, después, alzó la voz—: ¡Marina, trae mis cosas!

Santana hizo una mueca por el grito, pero por lo demás, no dijo nada.

Cuando Maggie se alejó unos pasos, Santana se acercó su rostro al mío.

—Una vez que ella se vaya, tú y yo, terminaremos lo que tenemos pendiente.

Iba a decir algo, pero Maggie gritó:

—¡¿Por qué te quedas atrás, Marie?! ¡Ven acá, jovencita!

No entendía que significaba la mirada que Santana me estaba dando, pero cuando Maggie volvió a llamarme, tuve que dar la media vuelta sin entender nada.

Aun así, pude sentir la mirada de Santana sobre mí.

Giré mi rostro mientras me detenía de golpe y observé esa mirada de nuevo.

Sus palabras resonaron en mi mente de nuevo:

"Sé que no soy tu padre, Marie, eso lo sé muy bien. Pero ahora, tu educación depende de mí. Tu vida me pertenece"

«Te equivocas, Santana, yo no te pertenezco», pensé mientras miraba esos ojos penetrantes y prometiéndome al mismo tiempo conseguir un trabajo.

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