Librería
Español
Capítulos
Ajuste

Capítulo 1

Odiaba los lunes.

Sin embargo, nunca había odiado tanto un lunes como éste. Me sentía como en una exhibición. Donde todos parecía murmurar sobre la chica que se le había muerto su madre. La mayoría de los que me rodeaban me decían "lo siento", como si eso fuera hacerme sentir mejor o creer que de verdad lo dicen en serio.

Nadie sabía por lo que estaba pasando. A menos que de verdad lo hayan sentido. Eran unos hipócritas a mi parecer. Antes de la muerte de mi madre no intentaban hablarme, ¿ahora sí?

Lo mejor que podían hacer, era llevar sus malditas condolencias a otro lado.

—Deja de fruncir el ceño—comentó Manuel—, te saldrán arrugas.

Miré al chico que había estado conmigo casi toda mi vida. Prácticamente podía decir que teníamos un lazo irrompible. Había sido siempre mi compañero de aventuras. La voz de la razón. El estable en nuestra relación.

Mi mejor amigo.

—Me enoja la hipocresía—comenté mientras miraba al frente y observé más miradas de compasión. Regresé mi vista a Manuel—, detesto que ahora me hablen cuando antes no lo hacían.

—Lo sé—tomó mi mano y la entrelazo con la suya—, pero no le hagas caso.

Miré nuestras manos unidas. Su confort me ayudaba a no enloquecer realmente. Desde que había llegado a mi casa en el día anterior, Santana no volvió a dirigirme la palabra. Aunque tampoco es que quise que lo hiciera. Me ayudó a no sentirme asfixiada con su presencia. A no estar constantemente en guardia por sus ataques verbales. Aun no entendía del todo la razón, pero siempre buscaba una cosa que le caía mal de mí comportamiento. Una sola vez, me había emborrachado en mi fiesta de cumpleaños número diecisiete y desde entonces siempre que tenía oportunidad insinuaba que era una alcohólica sin remedio. Lo mismo pasó el miércoles pasado. Manuel había estado cumpliendo años y yo había querido estar con él. Sin embargo, mi madre había estado de viaje y había tenido que pedirle permiso a Santana. Su rotundo no, me hizo enojarme mucho. Sabía que, si mi madre hubiera estado con nosotros, me hubiera dado permiso.

En mi furia por esa negativa seca, me había escapado. Una hora después, Santana fue en mi búsqueda a la casa de mi mejor amigo. Me preparé para la batalla, pero para los único que nunca me preparé fue para la cruel noticia que me dio. Me sentía devastada. Simplemente dejé que me guiará el camino. Habían sido días sombríos. Esos días ni siquiera pude presentarme a clases. Santana había llamado al colegio para explicarles todos y ellos entendieron mi ausencia.

También creí que vería a un hombre roto, pero al contrario de eso, parecía igual de siempre. Como si la muerte de mi madre no hubiera alterado su equilibrada vida. Lo odiaba profundamente. No sabía ni cómo iba a poder vivir a solas con él. Mi madre había sido el muro para no matarnos. Sin ella, no creía que estuviéramos a salvo de los arranques de ira del otro.

En la mañana en que me había levantado, había decidido llevar la fiesta en paz. No faltaba mucho para que cumpliera la mayoría de edad. Dos meses y podría ser capaz de liberarme de los grilletes de Santana. Porque, aunque odiará admitirlo, Santana tenía razón. Él era mi único familiar. Mis abuelos al tener solo una hija, me habían dejado sin ninguna otra salida.

—¿Marie? —me llamó Manuel.

Lo miré y observé que estaba muy cerca de mi rostro.

—Lo siento—dije mientras me alejaba­—, estaba pensando.

—Eso veo—comentó suavemente—, ¿deseas ir algún lugar? Aunque sea para distraerte un poco.

Negué con la cabeza.

—No puedo, Santana me advirtió en la mañana que no me anduviera escapando—mentí. En realidad, el bastardo había prohibido que viniera al colegio.

—Es que no nos escaparemos—dijo Manuel con una sonrisa—, iremos después de clases. Eso no sería escaparse, ¿verdad?

Chocó su hombro con el mío.

—No—sonreí un poco—, me gustaría, creo.

Pasó un brazo sobre mi hombro y me acercó a él.

—Entonces está dicho...—me miró sonriente y muy cerca de mi rostro—, nos escaparemos.

—No lo sé—respondí mientras me alejaba de él y me levantaba de la maldita banca en que habíamos estado sentados, y continué diciendo mientras miraba a nuestros alrededores—, Santana se ha convertido en un tirano y ahora cree que debo de seguir sus estúpidas reglas.

—Nunca lo habías llamado Santana­—comentó Manuel. Lo miré y observé que estaba frunciendo el ceño.

—No pienso llamarlo papá—espete—, así que mejor aleja eso de tu mente.

—Puedes llamarlo padrastro, como antes.

Solté un suspiro mientras me cruzaba de brazos. Parpadeé rápidamente cuando sentí la aproximación de lágrimas.

—Llamarlo de esa manera, me hace sentir que todavía tengo viva a mi madre—mordí mi labio el interior de mi mejilla y desvíe la vista para continuar diciendo—, y simplemente no puedo. El día del entierro de mi madre aun me encontraba en shock, pero hoy en la mañana fue horrible. Toda la maldita casa se escuchaba como un silencio absoluto. Lo entendí. Supe que nunca iba a sentir sus brazos nuevamente.

—Marie...—intentó detenerme, pero las palabras ya no podían detenerse. Estaba saliendo a borbotones sin poder contenerlas en mi alma. Mi barbilla tembló.

—¿Sabes que fue lo peor? —sonreí secamente y miré a mi mejor amigo—, que Santana hizo mi desayuno. ¡El desayuno! ¡Pude hacerlo yo misma, pero lo hice él! ¡Como mi mamá! ¡Como mi mamá, Manuel! ¡El maldito se atrevió hacerme el desayuno!

Me tapé el rostro con mis manos. Un sollozo de puro dolor salió de mi boca.

Lo que no quería hacer desde que llegué al colegio, terminó sucediendo en la hora del desayuno. Frente a todos. Lloré con fuerza. Mi dolor fue expuesto sin que yo lo pudiera evitar. Fui la atracción interesante de la mañana. Los maldije a todos.

—Ven conmigo—dijo Manuel al mismo tiempo en que me envolvía en sus brazos—, todo estará bien.

Odié a Manuel en ese momento. Era un mentiroso de mierda. No iba a estar bien. Nada iba a estar bien. Mi madre había muerto. Todo estaba jodidamente mal. Me encontraba sola ahora. ¿Qué iba hacer ahora sin ella?

«¡¿Qué?!», pensé enloquecida de dolor.

(...)

Al parecer, mi recaída había sido tan grave que habían tenido que llamar a Santana.

Le había dicho a Manuel que no permitiera que nadie me viera, pero nada se pudo hacer cuando fuimos descubiertos por un maestro. El señor Fuentes terminó por llevarme a la enfermería y me dejaron ahí con la explicita orden de no moverme hasta que Santana viniera a recogerme.

Una hora después, aún seguía esperando.

—Perdón, Marie—volvió a decir Manuel sentado a mi lado en una de las camas de la enfermería.

Lo miré y apreté tomé su mano con la mía.

—No pasa nada­—dije con intento de sonrisa en mi rostro—, realmente fue mi culpa. Debí de hacerle caso a Santana y no venir al colegio.

—¿Tu padrastro te dijo eso? —preguntó Manuel mientras se acercaba un poco más a mí y me acomodaba el cabello—, ¿tan mal te veías como para que tuvieran que decirte eso?

—Santana dijo que podía tener una escena de falta de control—susurré imitando su postura altanera, y continué—, pero no le hice caso y le dije que deseaba ir a mi vida normal. Pura basura..., no hay forma de que tenga una vida normal ahora.

Manuel me abrazó.

—Tiempo—murmuró Manuel cerca de mi rostro—, eso dice mi madre, todo es cuestión de tiempo.

Giré mi rostro para verlo.

—Supongo que sí.

Manuel tomó mi cuello y juntó nuestras frentes. De la misma manera en que siempre lo hacía cuando todo se sentía caótico y buscaba tranquilizarme.

Cerré los ojos.

Por un instante, visualicé mi antigua vida. Cuando todo estaba bien.

Una puerta se abrió y...

—¿Qué está pasando aquí? —tronó una voz gruesa por toda la enfermería.

Abrí los ojos de golpe.

—Señor Santana, me da gusto que haya llegado por su hija—comentó la enfermera y al observar al hombre que acaba de entrar, me di cuenta que estaba mirándome furioso—, cuando guste, puede llevársela.

—Ven acá, Marie.

El agarré que tenía con Manuel se apretó. Me quejé de dolor. Al instante, Manuel me soltó. Lo miré de vuelta, pero solo observaba a Santana.

—Buenos días, señor Santana.

— Carpio—dijo sin mirarlo, y volvió a decir—, Marie, no volveré a repetirlo.

Suspiré.

—Te dije, un tirano—murmuré por debajo.

Manuel no le causó gracia mi comentario, su atención estaba en Santana. Negué con la cabeza exasperada y me levanté de la cama mientras tomaba mis cosas. La expresión sombría de Santana no cambió. Siguió igual. Aun cuando llegué a su lado.

Tomó mi brazo y se despidió de la enfermera.

Empezó a caminar y yo tuve que seguir el paso. Maldito. Giré mi rostro para despedirme de Manuel, pero ya era demasiado tarde. La puerta se había cerrado detrás de nosotros.

«Imbécil», pensé furiosa mientras me llevaba prácticamente a rastras por los pasillos del colegio. Caminamos por varios metros hasta que me cansé de ser tratada como una niña.

—¿Podrías dejar de arrastrarme? —Me ignoró—, Oye, idiota, me estás lastimando.

Me giró de golpe.

—Tu comportamiento es inaceptable—espeto cerca de mi rostro—, te ordené en la mañana que te quedarás en la casa y ahora me enteró de que estabas en el colegio. Pero eso no es todo, también descubro que perdiste en control enfrente de todo el maldito lugar. ¿Acaso no es suficiente para ti hacer el ridículo de esta manera?

Lo miré enojada e intente zafarme de su agarré. Pero simplemente hice que apretará más fuerte mi brazo y me acercará a él. Sus ojos me miraron con ira. «Era una lástima de que todos estuvieran en sus clases y nadie viera su actitud tan deplorable», pensé mientras ambos nos insultábamos con la mirada.

—Vine porque deseaba normalidad. Me daña estar en la casa sin ella.

Sonrió con crueldad.

—Me importa una mierda cuanto te duela—murmuró a centímetros de mi rostro—, te quedarás en la casa hasta que yo lo diga.

Respiré agitada.

—Eres un...—me detuve y dije en su lugar—, te odio.

—Bien, ahora camina.

Sin soltarme, volvió a llevarme a rastrar por los pasillos del colegio. Ninguno de los dos volvió hablar. Ambos igual de furioso con el otro.

Justo antes de llegar a su auto estacionado, murmuré:

—Disfruta el poder que tienes sobre mí, en unos meses, ten por seguro que no me tratarás así.

—¿Por qué? ¿Piensas irte?

La burla de su voz, me hizo mirarlo.

—Sí, pienso irme muy lejos de tu maldito rostro.

Abrió la puerta del copiloto y me sonrió.

—Lo veremos, pequeña.

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.