IV
Aquella tarde me la pasé tirada en mi cama sin tener nada que hacer. Todo marchaba bien en los negocios y mi prometido no había vuelto a dar señales de vida. Sin embargo, mi mejor amiga Tiffany Stray tenía planes para aquella noche.
—Tienes que venir —me decía por teléfono—. ¿En quién voy a confiar entonces para que me lleve a casa estando borracha?
Se escuchó un fingido sollozo desde el otro lado del aparato y sonreí. No iba a cambiar nunca aquella chica.
—Sabes que todo se arreglaría con no coger un vaso de alcohol, ¿verdad? —respondí.
—¡Una noche sin alcohol! —sonó ofendida—. ¡De ningún modo, Nicolette Wild! Además, no hemos celebrado tu despedida de soltera. Es injusto que no tengas una.
—¿Quieres que pase mi noche de despedida de soltera cuidando a una borracha? —reí—. Creía que eras mi amiga, Tif.
—Y lo soy, claro que lo soy. ¡Las mejores amigas! Y las mejores amigas hacen cosas juntas como ir de fiesta y emborracharse. Anda, di que sí...
Me mordí el labio al tiempo que sonreía y negaba con la cabeza. Sabía que si Tiffany estaba insistiendo tanto tenía que haber algo detrás.
—¿Quién es esta vez? —suspiré.
—Se llama Tyler y es un bombón —contuvo el chillido de emoción—. Si hubieras visto sus bíceps, esos abdominales tan marcados, sus increíbles ojos miel...
—Está bien, está bien —suspiré—. ¿Dónde has quedado con él?
—En una discoteca que han abierto hace poco. ¡Dicen que está genial!
—Bien, ¿a qué hora?
—Iré a por ti a las nueve, ¿de acuerdo?
—Yo creo que no —suspiré—. A mi padre le da algo si voy sin Henry. Ya sabes que se preocupa mucho por mí.
—Bien, bien. Entonces te pasas tú a recogerme con tu matón profesional, ¿vale? A las nueve en mi casa.
—Sí, Tif.
—¡Gracias, gracias, gracias! Tú sí que eres una amiga.
—Lo soy —reí.
Colgué el teléfono y salté de la cama para mirar mi armario. Tenía mucha ropa para diferentes ocasiones y la verdad es que no sabía qué ponerme. Tampoco es que Tiffany me hubiera dado mucho tiempo para elegir, ya que eran las siete de la tarde.
Un pitido de mi teléfono me hizo salir del armario. Fruncí el ceño al ver que era el número que utilizaba el hermano de Ian.
«No vas a ir».
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, haciéndome estremecer. En ese momento me sentí insegura, como si alguien estuviera allí en mi habitación, mirándome. ¿Cómo lo sabía? ¿Había pinchado mi teléfono? ¿Cómo?
—Esto no tiene gracia —recorrí mi habitación con la mirada para después posarla en la pantalla del teléfono móvil que seguía encendida mostrando el mensaje—. Tiene que ser una broma.
Sacudí la cabeza, tratando de calmarme. Mi primera intención fue avisar a mis padres de inmediato de lo que estaba sucediendo, pero no lo hice. Estaba cansada de dar la imagen de chica refinada y vulnerable, la típica niña de papá que no puede hacer nada sola. Afrontaría mis problemas yo sola… al menos esta vez. Ese hombre podía ser mi prometido, pero no tenía autoridad para decirme lo que podía y no podía hacer. Si creía que se había prometido con una sumisa, se acababa de topar con la horma de su zapato.
Me calmé y seguí en mi ardua tarea de buscar algo que ponerme esa noche y al final lo encontré. Sonreí, satisfecha, y me metí en el baño para ducharme. Me lavé el cabello con mi champú favorito y me eché loción por todo mi cuerpo al salir de la ducha. Me encantaba su aroma y la sensación refrescante que dejaba en mi piel. Me coloqué una toalla en la cabeza y me puse la ropa interior. Después me quité la toalla, estrujando mechones de cabello para eliminar la humedad, y me puse el vestido que había elegido. Era negro con transparencias en el cuello y en casi toda la espalda. Se ajustaba perfectamente a mi cuerpo, resaltando mis buenas curvas. Tenía la piel pálida, lo cual contrastaba demasiado con mi color de cabello y ojos.
Me sequé el pelo y apliqué un poco de espuma para marcar mis rizos. Después me maquillé, resaltando mis ojos y disimulando mis gruesos labios con un tono rosa pastel que le iba muy bien a mi piel. Después me calcé los tacones y preparé mi bolso.
Cuando quise darme cuenta, ya eran las nueve de la noche y aún no había salido de casa. Corrí escaleras abajo mientras le gritaba a Henry que preparase el coche. Me dirigí al salón y les di un beso a mis padres.
—No os preocupéis, no llegaré tarde —les aseguré—. Tiffany quiere que vayamos de fiesta como despedida de soltera.
—Me gusta mucho esa chica, pero está un poco loca —sonrió mi madre—. Espero que os divirtáis.
—Ten mucho cuidado, ¿vale? —me dijo mi padre.
—Lo tendré.
Salí de casa y me monté en la parte de atrás del coche. Le indiqué a Henry que condujese hasta la casa de mi amiga y suspiré cuando noté que nos movíamos. Mi móvil emitió un suave pitido seguido de otro.
Tif: ¿Dónde te has metido? Llegaremos tarde.
Desconocido: Eres más que tozuda.
Ignoré el último mensaje y le dije a Tiffany que estaba llegando. El coche se detuvo y mi amiga entró en él. Llevaba un vestido ajustado negro y corto como el mío, pero el suyo tenía tirantes finos y un escote de corazón. Tenía pinchos dorados como adorno en toda la zona de los pechos. Un colgante lo complementaba con los mismos adornos pero más largos. Su pelo rubio estaba ondulado a la perfección y lo llevaba suelto hasta las costillas. Sus vivaces ojos grises me inspeccionaron detenidamente.
—Me gusta —sonrió—. Te queda bien.
—Sin duda lo que más me gusta de ti son tus labios rojos. ¿No había un color menos llamativo? —reí.
—Quiero que sea lo primero que vea cuando me mire —se encogió de hombros.
Tiffany le dio la dirección de la discoteca a Henry y nos pusimos en marcha. No tardamos mucho en llegar. Sin embargo, al acercarnos divisé una cola enorme que llegaba hasta la esquina de la calle y continuaba hacia abajo. Miré a mi amiga, negándome en rotundo a quedarnos haciendo cola toda la noche. Nos iríamos a otro sitio.
—Tranquila —dijo Tiffany al notar mi reacción—. Tyler me ha dado dos pases y podemos entrar ya. ¡Somos VIPS!
—Qué bien —suspiré.
Mi mejor amiga se acercó al portero moviendo mucho las caderas y le enseñó los pases. Retiró el grueso cordón morado de la puerta y nos permitió pasar. Allí un chico joven nos puso el sello en la mano para que pudiéramos salir y volver a entrar con tranquilidad.
Tiffany se pasó los siguientes quince minutos buscando a su chico mientras yo escaneaba el lugar para cerciorarme de dónde estaban los baños, la salida y la barra. Yendo con Tif había que tener esas tres cosas muy bien localizadas.
—¡Ahí está! —se hizo escuchar por encima de la música.
Después me arrastró hacia la barra donde tres chicos y una chica estaban charlando y riendo. Fruncí el ceño, notando algo extraño en ellos, pero me acerqué igualmente. Y, en realidad, tan cerca de ellos pude saber qué era lo que me había impresionado.
Los tres chicos eran guapísimos, con musculosos cuerpos y rostros que parecían los de ángeles. La chica era rubia, incluso más que Tiffany. Con cintura estrecha, pechos demasiado grandes para mi gusto y muchas curvas que fácilmente podían perder a los hombres. En definitiva: perfecta.
Uno de los chicos miró en nuestra dirección y sonrió. Enseguida Tiffany lo hizo también, como una tonta enamorada, mientras se acercaba. Tenía el cabello castaño y los ojos de color miel, por lo que deduje que él debía de ser Tyler.
—Has podido venir —le dijo por encima de la música.
Sus ojos se posaron en mí y volvió a sonreír.
—¿Quién es tu amiga? —preguntó el que tenía al lado.
—Señorita Wild —murmuró una voz en mi oído.
Me di la vuelta de forma rápida y brusca y me di cuenta de que el chico estaba más cerca de mí de lo que pensé. Tuve que poner mis manos en su pecho para mantener las distancias, cosa que a él no pareció importarle.
—Nicolette Wild —sonrió.
Sus ojos eran claros, casi grises pero no del todo. Era difícil determinar su color. Pero lo más inquietante era que aquel hombre sabía perfectamente quién era yo, lo cual me daba muy mala espina. No era extraño, ya que mi padre era un hombre muy conocido no solo en esa ciudad, pero me daba una muy mala sensación aquella situación y aquel hombre.
—Vamos, no seáis tímidas —dijo el tal Tyler a mis espaldas.
Me giré, dando la espalda al desconocido.
—Estos son Nick, Mathius y Alexa —los presentó el moreno—. Y al que tienes detrás, Nicolette, es Zack.
Tragué saliva y deseé irme de aquel sitio cuanto antes, pero me esperaba una interminable noche por delante.
Nos sentamos con ellos en el piso de arriba, que estaba lleno de sillones y mesas, y al principio todo estuvo bien. Pedimos unos cubatas y nos relajamos un poco. Tiffany estaba con su querido Tyler mientras yo notaba la mirada de Zack puesta en mí. Resultaba bastante incómodo, ya que él no sentía ningún reparo y ni siquiera disimulaba.
—Zack, deja ya a la pobre chica —rió el que parecía ser Nick—. Nicole, no muerde, tranquila. Es que tiene las hormonas alteradas.
—¿No muerdo? —Zack levantó una ceja, divertido.
—Por ahora —sonrió Tyler de lado.
Todos en la mesa parecieron reír ante un chiste que yo no había cogido. Fruncí el ceño, molesta, y sentí la vibración de mi teléfono en aquel preciso instante.
«Sal de ahí y vete a casa, Nicole».
Rodé los ojos y volví a guardar el móvil. Que fuese mi prometido no le daba derecho a decirme ciertas cosas y no pensaba moverme de allí, aunque sólo fuera por llevarle la contraria.
La verdad es que me estaba dando una salida, una excusa para irme de allí. Podría argumentar que era mi padre el que hablaba en esos mensajes o ni siquiera enseñarlos y decir que tenía que irme a casa. Pero no podía dejar a Tiffany allí.
—Me apetece bailar —comentó Mathius, quien estaba con la chica rubia en brazos—. ¿Vamos?
—Sí, yo también tengo ganas —dijo Tif con una mirada lujuriosa hacia su ligue.
—Vamos, pues —sonrió Tyler.
Y antes de que pudiera hacer nada me encontraba estrujada entre la gente bailando con mi amiga, que rápidamente me abandonó para ir con Tyler. Y pasé a estar sola, aunque desgraciadamente no por mucho tiempo.
Zack se acercó a mí y me rodeó la cintura desde atrás, pegándose a mí. Estaba a punto de empujarlo lejos de mí, pero un mensaje en el móvil me detuvo. Conseguí sacar el teléfono a duras penas y mirar la pantalla.
«Aléjate de ese individuo, Nicolette».
Él estaba allí. Podía sentir la ira que emanaba de aquellas palabras y sonreí de forma traviesa. Guardé el móvil y empecé a bailar con Zack, pegándome más a él mientras el joven sonreía con satisfacción. Sus labios besaron mi cuello, haciéndome estremecer. Mi juicio volvió al notar su erección en mi baja espalda, devolviéndome a la realidad. La cruda realidad de que estaba bailando con un tío que no conocía de nada mientras alguien me miraba sin el menor reparo. Estaba siendo observada, ¿pero quién? ¿Era mi futuro marido? ¿Dónde estaba?
Busqué aquellos ojos que me miraban antes de alejarme de Zack. Quería tener un motivo para alejarme de aquel hombre y saber quién tenía su vista clavada en mi persona era la manera más fácil, puesto que hacía tiempo que había perdido de vista a Tiffany.
Y entonces los ojos miel de Tyler aparecieron frente a mí, a pocos metros de distancia. Sonrió y caminó hacia nosotros, pero yo me di la vuelta y empecé a sortear a la gente que me separaba de mi destino: la salida. Después ya me encargaría de hacerle saber a Tiff que había salido.
Sin embargo, unos brazos fuertes me sujetaron por la cintura y me aprisionaron contra el cuerpo de él, de Tyler. Ni siquiera había recorrido la mitad de la pista, lo cual era bastante penoso.
—¿Dónde vas tan deprisa? —me dijo al oído—. ¿Y tu amiguita, Wild?
—Como le hayas hecho algo...
—No —rió—. Se largó con otro tío hace unos minutos. Solo es una pobre zorra rica y mimada.
—Tengo que irme —intenté salir de su agarre, pero no lo conseguí—. Suéltame, Tyler.
—¿Y si no quiero?
Con una de sus manos sujetó mis muñecas a mi espalda mientras con la otra tocaba mi cuerpo. Sus labios se posaron sobre mi cuello, depositando besos húmedos en él que hacían que me dieran arcadas. El chico estaba bueno, había que admitirlo, pero era asqueroso.
—¡Para ya! —le grité.
Pero él me ignoró y fue subiendo mi vestido poco a poco. Cuando estaba segura de que me violaría allí mismo, una voz me salvó.
—¿Es que no la has oído? ¡Largo!
Y acto seguido el hombre sacó una especie de spray y lo roció en la cara de Tyler, quien me soltó al instante con un alarido de dolor. Se cubrió la cara con las manos y empezó a maldecir en voz alta mientras el recién llegado me cogía de un brazo y me arrastraba lejos de allí, hacia la salida.
Salimos y respiré profundamente. Fue entonces cuando me permití observarlo mejor. Tenía el cabello negro, liso y corto. Parecía fuerte, pero advertí que su respiración era pesada. Y cuando se dio la vuelta, yo me perdí en sus tan conocidos ojos azules.
—Eiden... —musité—. Pero, ¿qué haces tú aquí?
—Las preguntas en el coche —dijo—. Vamos, sígueme.
Iba a obedecer, pero me quedé quieta.
—Espera, Henry y Tiffany...
—Ya se han ido —gritó—. Otro hombre los ha sacado por detrás
Corrí un poco para alcanzarlo y decidí no hacer más preguntas hasta llegar al coche, el cual ya no era un descapotable sino uno negro muy elegante. Subimos y arrancó.
—Dime, ¿qué hacías allí? —le pregunté.
—Ian me llamó y me dijo que fuera a recogerte de inmediato —mantenía una expresión neutra mientras lo decía y miraba a la carretera—. Al parecer, su hermano estaba muy cabreado contigo. ¿Qué le has hecho, por cierto?
—Nada —bufé—. Es un terco, un inmaduro y un controlador asqueroso.
—Pensaba que no lo conocías —rió.
Iba a responder, pero en ese momento mi teléfono sonó. Era Ian.
—¿¡Qué demonios hacías, Nicole!?
—Cálmate, ¿quieres? No ha pasado nada...
—¡Porque mi hermano se preocupa por ti! ¡Por eso no ha pasado nada, maldita sea! No te imaginas lo furioso que está.
—Él no tiene derecho a decirme nada, Ian, y me gustaría que lo entendieras. No tiene ningún derecho sobre mí. Aún no.
Se escuchó un suspiro.
—Está bien, te entiendo. Deja que Eiden te lleve a casa y hablaremos mañana, ¿de acuerdo? Te conviene descansar bien. No hagas nada absurdo, por mí. No quiero que te pase nada.
—Gracias por preocuparte, Ian, pero estoy bien.
—Eso se lo tendrás que agradecer a mi hermano.
Su voz sonó extraña al pronunciar aquellas palabras, como si en verdad no quisiera decirlas.
—Hasta mañana, Nicolette —se despidió.
Colgó y yo metí el móvil en el bolso.
—Por lo que parece, te has metido en un buen lío —sonrió Eiden.