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III

Me desperté a la mañana siguiente con la cabeza despejada. Estaba un poco más relajada, pero seguía teniendo un nudo en el estómago. Todo había sido demasiado repentino. Ya nada parecía igual y el momento clave se acercaba cada vez más rápido. Me daba mucho miedo porque realmente no conocía nada del hombre con el que iba a casarme. Era aterrador y emocionante a partes iguales.

Me levanté de la cama, me duché y me puse un conjunto que consistía en unos pantalones vaqueros ajustados, una blusa celeste y unos tacones negros. Me maquillé un poco, preparé mi bolso y bajé a desayunar.

Mi padre ya se había ido al trabajo y los únicos que estaban allí eran mi madre, Thomas (su guardaespaldas) y Henry.

—¿Estás mejor, cariño? —me preguntó ella.

—Sí, estoy mejor.

Cogí una taza y me serví un poco de café con leche.

—¿Tienes algo que hacer hoy?

—Sí, tengo que pasarme por una de mis empresas. Al parecer había un hombre importante dispuesto a negociar con nosotros. El señor Howkins, ¿lo recuerdas? —mi madre asintió—. Pues parece que ahora se niega a hacerlo, por lo que deberé persuadirlo.

—Ten cuidando, ¿vale?

Pero yo no le presté atención, ya que mi móvil acababa de emitir el sonido típico de un mensaje. Lo desbloqueé y fruncí el ceño al no reconocer el número del remitente.

«No vayas. Yo me ocuparé de todo.»

Las dos únicas personas que podían decirme aquello eran mis padres o mi reciente prometido. Puesto que conocía el número de teléfono de mi padre y mi madre estaba en la cocina conmigo, solo quedaba una opción.

Terminé rápido de beberme el café, me coloqué un abrigo negro y me despedí de mi madre mientras Henry arrancaba el coche gris metalizado que tanto les gustaba a mis padres que yo utilizara. Me abrió la puerta y yo entré en el vehículo. El coche se puso en marcha y yo inspiré profundamente. Un nuevo pitido me alertó de un nuevo mensaje. Era el mismo número desconocido.

«Eres aún más tozuda de lo que me habían advertido, encanto.»

No pude resistirme a responder y con una media sonrisa tecleé rápidamente.

«Es mi empresa y no soy tu encanto.»

Enseguida recibí la respuesta.

«Nuestra, cariño.»

Confirmado: aquel era el hermano de Ian y mi futuro esposo. Sonreí y guardé mi teléfono. No respondí y éste no volvió a sonar.

Quince minutos después llegamos a los laboratorios. Luke salió del edificio y fue en mi busca. Era un chico joven muy entusiasta al que había conTratado hacía unos meses, pero enseguida se había ganado mi confianza.

—Nicole, todo está solucionado —me dijo.

Sus extraños ojos verdes se clavaron en los míos mientras su cabello rubio oscuro se movía suavemente en todas direcciones por el aire.

—¿Cómo? —fruncí el ceño.

—No lo sé —se encogió de hombros—. Howkins llamó hace unos minutos y aceptó la más penosa de las ofertas que le habíamos hecho.

—No lo entiendo. ¿Ha aceptado subvencionarnos a cambio del 12% de los beneficios? ¿Sabiendo que no era rentable?

No era razonable, dado que si aceptaba saldría perdiendo. Le habíamos dado la opción de llevarse un 20% de los beneficios y, por lo que Luke me decía, no había aceptado aquella oferta, sino la otra.

—No es lógico —repliqué—. Tendría que haber aceptado la oferta que más le beneficiaba...

—Lo mejor será que olvidemos el tema y disfrutemos el momento —opinó Luke con una sonrisa.

No quería darle más vueltas al asunto. Sabía que el hermano mayor de Ian estaba detrás de todo y seguramente quisiera presumir.

«Pues no va a salirse con la suya.»

Comprobé que todo estaba en orden y regresé al coche con Henry. Mi móvil volvió a sonar.

«¿Te ha gustado?»

«¿Qué has hecho?», le pregunté.

«Magia, preciosa.»

«¿Podrías dejar de fanfarronear?»

«Bonita blusa, por cierto. Azul cian... Resalta tus virtudes.»

Me quedé con la boca abierta y mi corazón latiendo con fuerza. Él estaba allí, en la empresa, y me había visto pero yo a él no. Era como un juego en el que, por ahora, él me llevaba ventaja.

Llegué a casa temprano. Mi madre estaba nerviosa y no paraba de ir de un lado a otro.

—Dos días —se quejaba—. ¿Cómo se me ha pasado tan rápido la semana? Me va a dar algo. ¡Te casas dentro de dos días!

Habían insistido en que la ceremonia se celebrase en nuestro jardín. Y, como siempre, yo no podría ver nada hasta ese momento. Todo en mi boda era una continua sorpresa, incluso, ironía de la vida, el novio.

El teléfono de casa empezó a sonar y mi madre prácticamente se lanzó a cogerlo. No pude evitar sonreír al verla tan animada. Mi padre llegó en ese preciso momento.

—¿Qué tal, pequeña? —me preguntó al entrar en el salón.

—Todo bien —sonreí.

—¡Han cambiado el vestido! —gritó mi madre.

Mi padre y yo nos miramos, a punto de estallar en carcajadas, pero la aparición de mi madre en la sala nos detuvo.

—No me lo puedo creer —dijo—. Tu prometido hará que nos traigan el nuevo vestido esta tarde. Al parecer quiere darte un regalo para compensarte por todo este lío de matrimonios.

—Parece un buen chico —opinó mi padre—. Hecho y derecho, sí señor.

—Prefería a Ian… Y me gustaba el otro vestido —repliqué.

—Lo sé, Nicole… Pero no podemos hacer otra cosa. Aceptaste. Sería una falta de respeto enorme devolver el vestido, cariño —dijo mi madre.

Y, por supuesto, mi padre estaba de acuerdo con ella. Yo cedí, puesto que no quería que pensaran que no quería casarme con aquel hombre (lo cual era la pura verdad) o que despreciaba sus regalos.

Subí a mi habitación para hablar con Luke por si podía buscar algún tipo de información sobre cómo se había solucionado el problema de la empresa y él me aseguró que haría todo lo que estuviera en sus manos. Satisfecha, volví al comedor donde la mesa ya estaba preparada y la comida servida.

Aguanté todo el entusiasmo de mi madre mientras mi padre y yo nos mirábamos con complicidad. A él tampoco le gustaba demasiado aquella faceta de mi madre, pero la amaba igual. Su matrimonio había sido igual de conveniente que lo sería el mío. Me gustaba verlos felices y cariñosos, esperanzada en que yo podría tener una vida igual de feliz.

Después de comer, volví a subir a mi habitación para echarme un rato. Intenté cerrar los ojos y dormir, pero lo único que conseguí fue dar vueltas y vueltas en la cama. Era consciente de que tenía que hacer las maletas, puesto que después de la boda nos mudaríamos a nuestra nueva casa, pero no tenía ánimos. Seguramente acabaría haciéndola el último día, es decir, al día siguiente por la noche.

El móvil me desveló justo cuando creía que iba a conseguir dormirme.

«Espero que te guste.»

—¡¡Nicolette!! —gritó mi madre desde la planta baja.

Así que era obvio que el vestido de novia acababa de llegar para revolucionar a todos los habitantes de la casa. En realidad, no quería ponerme aquel vestido. Ni siquiera había visto a mi prometido y no quería aceptar sus regalos, pero no me quedaba otra.

Así que con un gran suspiro me levanté de la cama y bajé las escaleras. Encima de la mesa del salón había una bonita caja rectangular de color crema con un elegante lazo en la tapa. Pasé las yemas de los dedos por ella y me dispuse a abrirla, pero mi madre me detuvo.

—Él ya sabe que te quedará bien y me ha pedido expresamente que no abras la caja hasta el sábado —me explicó—. Al parecer, a él también le gusta que te sorprendas.

Hasta un ciego podría ver que mi madre estaba encantada con mi prometido. Y yo estaba feliz porque a ella le gustara tanto mi compromiso con él, pero también debía entenderme a mí. ¡Ni siquiera sabía su nombre!

Aunque de nada servía seguir quejándome o seguir pensando en negativo. Lo mejor sería poner de mi parte y hacer todo lo posible para que funcionara. Había aceptado, como ella gentilmente me había recordado, de modo que aquello se había convertido en un partido de ajedrez, en un tira y afloja… con mi desconocido prometido.

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