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Ajuste

II

Después de tratar de concienciarme de que no tenía nada que temer, me acerqué al enorme armario de mi dormitorio. Pese a haberme criado en una familia rica me gustaban más las cosas sencillas y odiaba el color rosa. Era demasiado pomposo y pijo para mi gusto. Sin duda alguna prefería los colores oscuros, el color plata y algún que otro tono de violeta. Sin embargo, por mi cabello negro tenía que usar a menudo prendas de ese color que a mí me parecía tan horrible.

Tomé unos pantalones negros ajustados, una camiseta gris ajustada por arriba y que se ensanchaba por la parte inferior y unos zapatos del mismo color con un tacón considerable.

—Los tacones proporcionan elegancia y distinción al andar —decía mi madre—. Una dama siempre ha de ir bien arreglada a cualquier sitio. Incluso si quieres ir a un vertedero tienes que ir con estilo.

Lo último siempre lo decía para darle un toque de humor, pero también sabía que era cierto. Así que me dirigí al baño propio que tenía en mi habitación y me maquillé de forma sutil. Tampoco se trataba de parecer un payaso como algunas por la calle.

Estaba nerviosa e impaciente, pero intentaba no dejarlo traslucir. Me senté en la cama y revisé en mi portátil algunas transacciones importantes. Cuando volví a mirar el reloj, Ian estaba a punto de llegar. Dejé el ordenador, me eché perfume, tomé mi bolso y bajé las escaleras hasta el salón donde se encontraban mis padres viendo algún programa de televisión.

—Me voy con Ian a dar una vuelta —les avisé mientras me ponía la chaqueta negra—. No llegaré muy tarde.

«O eso creo», pensé.

—Ten cuidado y llama a Henry si tienes algún problema, ¿de acuerdo? —se preocupó mi padre.

—Sí, papá.

Henry era mi guardaespaldas, el matón que me seguía a todas partes cuando ni mi prometido ni mi padre estaban conmigo. Ellos insistían en que no necesitaban protección, pero que podían llegar a ellos a través de mí o de mi madre. ¿Quiénes? Competidores, trabajadores enfadados... Es decir, enemigos. De modo que las dos estábamos vigiladas las veinticuatro horas del día.

Nerviosa, salí al porche y bajé los pequeños escalones que me separaban de la calzada. El coche negro de Ian no tardó en aparecer, tan puntual como siempre. No pude evitar pensar que siempre se detenía unos minutos para saludar a sus futuros suegros, pero aquella vez no fue así, lo cual empeoraba la situación.

Me senté en el asiento del copiloto y mi prometido puso el coche en marcha.

—¿De qué quieres hablar? —le pregunté sin poder contenerme.

—Aquí no —dijo con voz ronca.

Sus ojos no se desviaban ni un solo instante de la carretera y sus manos aferraban fuertemente el volante. Su mandíbula estaba terriblemente apretada y su respiración, que trataba de ser pausada y tranquila, no lo era en absoluto. Sabía que estaba enfadado, frustrado... pero desconocía la razón. Así que procuré estar quieta y en silencio para no empeorar las cosas.

A los pocos minutos detuvo el coche frente a uno de nuestros restaurantes favoritos. Era el mismo en el que me había pedido matrimonio para acallar rumores sobre un matrimonio concertado, pues esto era extremadamente inusual en pleno siglo XXI.

Bajamos del automóvil y entramos en el elegante restaurante. Al parecer, Ian ya había reservado una mesa para los dos, de modo que nos condujeron hasta ella. Casi me da un vuelco el corazón al reconocer la misma mesa en la que él me había pedido ser su esposa.

«Sí que debe de ser grave.»

Ian me retiró la silla, me senté y él me imitó. Se notaba que estaba nervioso, pero su frustración no menguaba. Al final suspiró y me miró a los ojos.

—Esto no es fácil y quiero que tengas claro que no estoy de acuerdo con esta decisión —me aseguró.

—Me estás asustando, Ian —le dije con el ceño levemente fruncido—. ¿Qué ocurre?

Ian inspiró profundamente. Le pidió a la camarera dos copas de vino y el plato principal que íbamos a tomar y después se atrevió a hablar por fin.

—Lo siento, pero me veo obligado a romper nuestro enlace. Mis padres hablarán con los tuyos esta noche, pero no quería que te enterases por ellos. Quería decírtelo yo en persona.

—¿Qué?

No entendía nada. ¿No íbamos a casarnos? ¿Ya no estábamos prometidos? ¿Por qué? ¿Qué había cambiado? Por desgracia, la sorpresa fue demasiado grande para formular esas preguntas en voz alta, de modo que simplemente me quedé allí quieta, mirándolo a los ojos. Mi mundo acababa de desmoronarse. Ya tenía toda mi vida planeada junto a él y… todo se había quedado en sueños tontos. Le tenía mucho cariño a Ian y enterarme de que nuestro compromiso quedaba anulado me había afectado más de lo que yo había supuesto. La cuestión era: ¿por qué?

—Sabes que te quiero y que deseaba casarme contigo con todas mis fuerzas, pero… mis padres han cambiado de idea. Lo siento mucho, Nicole, de verdad… Ojalá pudiera hacer algo, ojalá…

Estaba muy mal y yo lo sabía. Intenté relajarme y sonreír, pero acabé con una extraña mueca en mis labios.

—Pero…. Tus padres querían… ¿Ellos no quieren unir nuestras familias? ¿Qué ha cambiado, Ian? —le pregunté.

Elevé la vista hasta sus enormes ojos castaños claros. Un mechón de su cabello se coló entre sus ojos y no pude resistirme a apartarlo con suavidad. Él cerró los ojos cuando mis dedos rozaron su frente. Era un muchacho muy joven, a punto de cumplir los veinte años de edad. Sin embargo, a pesar de su belleza natural, no me atraía en lo más mínimo. Sin saber por qué, mi mente viajó en el tiempo al momento en el que me había encontrado con aquellos ojos azules tan exóticos y atrapantes. Sacudí la cabeza. Lo mejor sería olvidarlo y no tener más contacto con aquel hombre.

—En realidad, la unión de nuestras familias aún es posible, Nicole. Mis padres quieren hacerle una oferta a los tuyos.

Yo lo miré entre sorprendida y expectante y lo animé con la mirada a que continuase.

—Para nuestros padres será lo mismo, ya que conseguirán lo que quieren. No sé cómo te lo tomarás tú, aunque creo que sigues empeñada en contentar a tus padres.

—En la medida de lo posible, lo haré. Ellos solo quieren lo mejor para mí, Ian. Por eso me prometieron contigo. Eres un gran hombre.

Aquellas palabras lo trastornaron profundamente. Apretó los puños y desvió la mirada. Quise agarrarlo con fuerza y abrazarlo, pero me contuve. No era el mejor momento para hacer eso.

—Mis padres han decidido casarte con mi hermano.

Podría jurar que en aquel momento mi corazón se paró. Me quedé paralizada, muda… No podía haber escuchado lo que creía haber oído. Era imposible.

—Tu hermano… Pero, Ian, no lo veo desde hace años —repliqué—. La última vez fue cuando cumplí cinco años y jamás se acercaba a mí. Nunca.

—No le gustaba socializar con hu...mujeres.

Me dio la impresión de que iba a decir otra palabra, pero lo dejé pasar. En ese momento tenía otras preocupaciones en mente.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que ha pasado, Ian? —le pregunté.

—Simplemente mis padres han cambiado de opinión a última hora —desvió sus ojos de los míos—. Pero eso da igual, seguirá siendo lo mismo.

—No, nada será lo mismo —musité—. Todo ha cambiado, Ian. Me había hecho a la idea de… Tendremos que anularlo todo. Quizás pueda hablar con tus padres y convencerlos. Debe de haber una razón para todo esto. Ellos nunca actuarían así. Es un cambio muy brusco, Ian. Es un asunto serio. Estamos hablando de mi futuro, de mi vida. No podemos cambiar años de planificación en una noche.

—Me sorprendes —esbozó una pequeña sonrisa—. Creí que no te importaría. Mi hermano es un buen hombre, Nicole. Estarías bien con él. Al fin y al cabo, de eso se trata, ¿no? De tu seguridad. Él puede darte todo lo que necesitas, todo lo que tus padres desean para ti.

—No estoy diciendo que tu hermano sea malo, Ian, simplemente digo que… que no eres tú. No me malinterpretes. Te conozco desde la infancia, hemos estado juntos desde pequeños. ¿Cómo puede tu hermano ganar en eso? Tú me conoces mejor que nadie.

—Oír todo esto hace que me sienta mejor, Nicole, pero no cambiará nada. Al menos sé que realmente querías casarte conmigo por algo más que por obligación familiar.

Nos quedamos unos minutos en silencio. El camarero trajo el vino y le dijo a Ian que en unos minutos tendríamos la comida en la mesa. Las náuseas no tardaron en aparecer. Tenía el estómago revuelto por la noticia. Pero tenía que sobreponerme y seguir intentando entender aquello.

—¿Cuándo veré a tu hermano? ¿Han decidido tus padres cuánto tiempo quieren esperar para la boda? Supongo que nos darán un par de años o tres para conocernos mejor y dejar que nos vean en sociedad, pero…

La risa seca de Ian me interrumpió. Confundida, fruncí el ceño y esperé a que sus ojos se encontraran con los míos para mostrarle mi extrañeza. Él me miró fijamente.

—No habrá nada de eso, Nicole. Te casarás con él este fin de semana. La boda no se pospondrá. Es más, no creo que veas a mi hermano hasta ese mismo día. Estará fuera por negocios y no volverá hasta entonces.

—¡Eso es inadmisible! —exclamé consternada.

—Por mucho que lo sea, eso no hará que las cosas cambien —se encogió de hombros—. Nuestros padres no pueden permitirse perder todo el dinero invertido en la celebración, de modo que solo cambiarán mi nombre por el suyo, como si hubiera sido un error de papeleo.

—¡Pero no es así! Todo el mundo nos ha visto juntos, Ian. Incluso aquí, en este mismo restaurante, en esta misma mesa, me pediste matrimonio delante de un montón de gente. ¡Eso no puede cambiarse! No es un papel que se pueda manipular. Esto es una locura…

—Me encantaría poder hacer algo, Nicole, pero lo cierto es que no puedo. No sé qué más decir… Lo siento. Sé que estarás bien y sabes que siempre podrás contar conmigo.

Ian se levantó de la mesa justo cuando la camarera caminaba hacia nosotros. Él pagó la comida que había pedido y las dos copas, aunque ninguno de los dos íbamos a probar nada. Acto seguido me dedicó una triste sonrisa y se ofreció a llevarme a casa, pero yo le aseguré que no hacía falta y que llamaría a Henry. Él asintió y salió del restaurante.

—¿Se encuentra bien, señorita Wild? —me preguntó la joven camarera.

—Perfectamente —respondí con la cabeza alta—. Lamento las molestias.

—No se preocupe, señorita —me dedicó una hermosa sonrisa—. ¿Ha traído coche? ¿Quiere que llame a alguien?

—No. Estoy bien, gracias.

Cogí mi chaqueta y me puse en pie. Ya había oscurecido, pero no quería llamar a Henry. Me apetecía caminar un poco y respirar aire puro. Bueno, lo más puro posible teniendo en cuenta que me encontraba en una ciudad terriblemente contaminada.

Me acomodé el cabello y empecé a caminar, consciente de que a los pocos minutos tendría que llamar a mi guardaespaldas. Era imposible que llegara a casa caminando y con aquel frío, puesto que la mansión Wild se encontraba a las afueras. Pero quería disfrutar de unos momentos a solas.

Sin embargo, mi soledad no duró mucho. Un coche descapotable gris fue frenando hasta detenerse a mi lado, pero yo lo ignoré. El claxon sonando fue lo único que me incitó a girarme y encontrarme con aquellos deseados ojos azules.

—¿Qué hace aquí? —le pregunté.

—Podría preguntarle lo mismo —sonrió—. ¿Necesita que la lleve?

—No, prefiero caminar.

—Genial —quitó la llave del coche y salió fuera—. Entonces voy con usted.

—No hace falta, de verdad...

—Insisto —me dedicó una media sonrisa.

Aquella sonrisa fue mi perdición. Asentí y juntos empezamos a pasear por la acera, mirando escaparates en silencio.

—La noto apenada —comentó él al cabo de un rato—. ¿Puedo preguntar qué le pasa?

—Son cosas personales —zanjé el tema—. No quiero hablar de eso. Solo quiero...

—...escapar —amplió su sonrisa—. Está bien, no hablaremos de nada de eso. ¿De qué quiere hablar, entonces?

—¿Está casado, señor...? —fruncí el ceño—. Vaya, creo que acabo de olvidar su apellido.

—Raider, pero llámeme Eiden, por favor —sonrió—. El trato de usted hace que me sienta viejo.

—¿Cuántos años tiene? Si no es indiscreción...

—Veintidós —respondió él—. Y ya le he dicho que me llame por mi nombre y deje de tratarme de usted. ¿Quiere que parezca un anciano a su lado?

No pude aguantar y solté una carcajada.

—Entonces usted también deberá llamarme por mi nombre —decidí—. Sería injusto que la vieja fuera yo.

—De acuerdo, Nicolette —sonrió—. ¿Quieres que te lleve a casa?

—No, mejor llamaré a Henry. Mis padres se volverían locos si vuelvo con un desconocido a casa.

—¿Henry? —sus ojos parecieron oscurecerse—. ¿Quién es?

—Mi guardaespaldas —suspiré—. Odio tenerlos.

—Pero los necesitas —sonrió—. Esperaré hasta que él llegue.

Asentí, cogí el móvil y llamé. No tardó mucho en aparecer en el todo terreno negro que tanto le gustaba conducir.

—Ha sido un placer, Eiden —me despedí.

—Igualmente, Nicolette.

Le dediqué una última sonrisa antes de subir al coche. Después suspiré y apoyé la cabeza contra el frío cristal tintado de la ventana. Necesitaba llegar a casa cuanto antes.

Salí del coche cuando éste aún no había parado del todo, dejando a un sorprendido Henry dentro de él. Corrí hacia la puerta dela mansión, abrí la puerta y me dirigí hacia el salón, donde encontré a mis padres.

—Cariño —mis padres parecían inquietos.

—¿Se han ido ya?

Se miraron entre ellos.

—La familia Powell ha venido a hablar con nosotros —mi madre clavó sus ojos en los míos—. Nos han dicho que Ian quería hablar contigo y explicártelo en persona… ¿Cómo estás?

—Cansada y confusa. ¿Qué pensáis vosotros de todo esto?

—Queremos que sigas adelante —dijo mi padre—. La cuestión es que estés bien, Nicole. Sabemos que con el hermano de Ian te irá genial. Pero la decisión es tuya, cariño. ¿Qué opinas?

—Quiero casarme con Ian —me dejé caer en el sofá—. Lo conozco desde siempre y me resulta mucho más fácil… ¿No hay forma de convencer a su familia?

—Me temo que no —mi madre sonrió con tristeza.

—¿Y si me caso de todas maneras? Nadie puede impedírnoslo, ¿verdad? Ian aún me quiere y…

—Ian ya ha tomado una decisión, Nicole —me interrumpió mi padre—. No va a casarse contigo, por mucho que lo desee. Ha aceptado la decisión de sus padres.

No tenía otra opción. Ian no se casaría conmigo, por mucho que me quisiera. La familia era más importante que los caprichos del corazón y eso era algo que desde muy pequeños nos habían inculcado. La elección era sencilla: o me casaba con su hermano o no.

—Solo prueba, Nicole —casi le suplicaba su madre—. Inténtalo. Si no congeniáis, siempre se puede pedir el divorcio. Pero nosotros estaríamos más tranquilos si…

Mis padres estaban expectantes. Querían saber cuál sería mi decisión final. No era fácil. Mi vida entera cambiaría. Pero quizás sí que estaba dispuesta a intentarlo.

—Creo que será mejor que me vaya a descansar. Ha sido un día duro.

Y con esa simple frase, mis padres supieron que lo intentaría, lo haría por ellos. Me despedí de ellos y subí a mi habitación, donde me coloqué un pijama de color marrón oscuro y me tumbé en la cama. Tenía muchas preguntas sobre mi nuevo prometido, pero no las formularía en voz alta.

—Si él no quiere saber de mí, yo no quiero saber de él —sentencié antes de quedarme dormida.

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