I
Sola. Aislada del mundo. Perdida. Angustiada. Helada. Aquellas eran solo algunas de las palabras que por aquel entonces describían cómo me sentía. Las paredes de aquella habitación parecían cerrarse cada vez más, haciéndome padecer claustrofobia cuando nunca antes la había tenido. El olor a humedad del lugar entraba por mis fosas nasales y atacaba mis pulmones, provocando que arrugara mi nariz con desagrado. Sin embargo, nada podía hacer.
Llegué incluso a pensar que aquello era normal, que los orfanatos eran así. En realidad, ¿qué sabía yo? Nada. Me había quedado sin familia y aquel era el único lugar donde podía quedarme a vivir. Ya no volvería a ver a mis compañeros de clase, a disfrutar del camino hasta la casa de mi abuela, ni sonreír a los pájaros que me acompañaban hasta ella de vez en cuando. Mi vida estaba cambiando y yo solo tenía que acostumbrarme. Claro que pensar aquello con nueve años me era casi imposible.
La primera noche en aquella habitación fue realmente horrible. No hacía frío, pero yo me sentía helada mientras permanecía inmóvil en aquel colchón que olía a podrido. Acurrucada y pegando mi espalda contra la pared no podía parar de repetirme que debía dormir, que todo sería mejor por la mañana, pero no estaba acostumbrada al silencio inquietante de aquel lugar. Apenas pegué ojo en toda la noche y a la mañana siguiente me desperté muy temprano. La luz del sol se colaba poco a poco por la pequeña ventana, pero no iluminaba mi colchón, sino la otra parte de la estancia, dejándome a mí en la oscuridad.
Se escucharon algunos pasos y yo retrocedí todo lo que pude en aquella improvisada cama en el suelo, abrazándome las rodillas para tranquilizarme y sentirme protegida al mismo tiempo. Una llave pareció introducirse en la cerradura por el otro lado de la puerta y esta se abrió con un escalofriante chirrido, dando paso a dos hombres grandes y fuertes que se situaron a ambos lados de la misma, como si la custodiaran por dentro. Unos segundos después entró otro hombre.
Este era más mayor, aunque tampoco un anciano. Sus ojos eran pequeños y su cabello corto empezaba a canear. Vestía con un traje negro de corbata bastante elegante que cubría su cuerpo más bien relleno. Su boca parecía una mueca dibujada en su rostro por un artista siniestro.
—Puedes probarla —le dijo a alguien que parecía estar detrás de él.
Por su acento, supe que no era español, sino que simplemente había aprendido mi idioma.
Una mujer se aproximó y entró. Era bastante joven, de piel clara, cabello liso y corto por encima de los hombros del color del chocolate y ojos verdes como las aceitunas, aunque con ligeras pinceladas marrones que me maravillaron. Vestía normal, con unos pantalones vaqueros ajustados, una camisa blanca de media manga y unos botines marrones. Se arrodilló delante de mí y con cuidado me tomó el brazo. Yo la dejé hacer y ella me agarró la mano para después sacar una aguja.
—Esto te va a escocer un poco —me advirtió, con un acento diferente al del hombre, pero que indicaba que tampoco era nativa de España.
Y acto seguido me pinchó el dedo rápida y profundamente con la aguja. Solté una pequeña exclamación de dolor y sorpresa, pero luego me quedé quieta mirando cómo una pequeña gota de sangre surgía de mi piel. La mujer no perdió el tiempo y pasó su dedo por la gota para quitarla. Después se llevó el dedo a la boca y lo... ¿saboreó? Sí, fue exactamente lo que hizo.
—Cuando crezca un poco más podría servirnos, pero Jared no llegará hasta dentro de un tiempo —le dijo al hombre.
—¿De cuánto tiempo estamos hablando? —le preguntó este.
—Meses. Tendremos que esperar. No puedo tomar ninguna decisión por él y estoy segura de que querrá probarla él mismo.
—Entonces esperaremos, pero mientras tanto podría ir instruyéndola para mi beneficio, mi empresa —esbozó una sonrisa que no me gustó nada—. Cuando llegue tu jefe, decidiremos quién se la queda.
La mujer asintió y se marchó de la habitación. El hombre se quedó un poco más de tiempo, mirándome de arriba a abajo con demasiado detenimiento y sonriendo para sí.
—Bueno, Lidia, no hay duda de que en unos años me serás muy útil. Ahora eres mía, me perteneces. Llámame Señor.
Y después de decirme aquellas palabras, volvió a mirarme descaradamente, sonrió de nuevo y salió de la habitación. Los dos hombres lo imitaron y la puerta se cerró otra vez, aislándome de todo. Aunque quizás fuera mejor así...
Las lágrimas no tardaron en salir de mis ojos. Echaba de menos mi casa, a mi abuela, a mis amigos... todo aquello que me era conocido. No quería estar sola, no quería pensar... Lloré porque necesitaba liberar toda aquella tristeza que se había adueñado de mí. Nada estaba bien ni volvería a estarlo nunca. ¿Me quedaría allí para siempre?
No sé cuánto tiempo pasó hasta que volví a escuchar el sonido que la puerta hacía justo antes de abrirse. Rápidamente limpié las lágrimas de mi rostro y miré a tiempo de ver entrar a aquella mujer de antes. Llevaba consigo una bandeja con comida que seguramente sería para mí. Al menos me darían de comer.
—Me llamo Ania Rose, pero puedes llamarme solo Ania. Soy la que se encargará de darte lo necesario para tu estancia aquí hasta que decidamos qué hacer contigo. ¿Te gusta la comida? —me preguntó mientras dejaba la bandeja a mi lado.
—No lo sé, pero da igual. Supongo que me la puedo comer igualmente —ni siquiera miré el contenido de la bandeja.
—¿Qué es esto, Ania? —irrumpió otra mujer en la habitación.
Esta era rubia, pero con las raíces de un color más oscuro. Sus ojos eran azules y la piel morena. Se erguía en toda su estatura y llevaba la cabeza bien alta.
—Puede que a Jared le interese y ya sabes cómo tenemos que tratar a las posibles sangre dulce —respondió Ania.
La rubia apretó la mandíbula, miró la bandeja y después a mí. Si las miradas matasen, yo habría muerto aquel día.
—No se le dará otra comida. Se comerá lo que hay en la bandeja, le guste o no. No es una invitada, sino una prisionera, así que va a tener que dejarse de lujos y pijadas y aprender a vivir con poco.
«Si tú supieras...», pensé yo.
—Hablaré con Jared y lo consultaré con él, Liccssie.
—Yo estoy al mando cuando él no está, así que harás lo que yo diga.
—Solo porque seas la puta ocasional de Jared no significa que estés al mando —sonrió Ania—. Sabes que él confía en mí tanto como en ti. O incluso más.
La rubia apretó los puños y se dio la vuelta, airada.
—Hasta que Jared venga, yo me ocuparé de todo —gruñó antes de salir.
—Rubia de bote...—suspiró Ania.
—¿Qué es «rubia de bote»? —le pregunté.
—Que no nació rubia —sonrió—. Se tiñó el cabello para agradar más a Jared. Ahora incluso lleva lentillas azules.
—¿Por eso tenía las raíces del cabello oscuras?
—Ella tiene el cabello castaño —asintió—. Y los ojos marrones. Algo muy común, por lo que no destacaba como ella quería. No poseía una belleza exótica como tanto deseaba, pero era linda.
—¿Quién es Jared?
—Mi jefe.
—¿Y qué quiere de mí? —le seguí preguntando.
—No se me permite hablar de ello —se levantó para marcharse.
—¿Y por qué quiere agradar Liccssie a ese hombre?
Ania sonrió de lado.
—Porque es una puta.
Y dicho esto, salió de mi habitación cerrando la puerta tras de sí. Escuché cómo echaban la llave por el otro lado y me fijé más en la puerta: no tenía ningún picaporte o manija para abrirla desde dentro. Estaba encerrada y ni siquiera sabía por qué. ¿Qué era exactamente ese lugar? ¿Qué era lo que el tal Jared quería de mí? ¿Por qué la rubia parecía odiarme?
Nada tenía ningún sentido. Lo único que sabía a ciencia cierta era que ninguno de los que habían llegado a mi habitación eran españoles, lo cual me daba muy mala espina. Me acurruqué en el colchón y cerré los ojos. No comería, no tenía apetito. Cuando tuviese hambre no tendría más remedio que comer, pero en ese momento no.
Me desperté unas horas después, aunque no sé muy bien cuánto tiempo estuve dormida. La bandeja con la comida seguía en el mismo sitio donde la había dejado y mi estómago gruñó al verla. No había cenado con decencia el día anterior y no había querido desayunar. Estaba hambrienta.
Pero cuando iba a ponerme de pie para coger la bandeja, se escuchó un sonido y la puerta se abrió. Ania apareció por ella, lo que me causó cierto alivio al ver que no era aquel hombre tan desagradable que me hacía estremecer.
—Buenos días —me saludó de manera fría—. He venido a traerte la comida. Me llevaré la bandeja de esta mañana y cuando termines de comer te acompañaré al baño para que te asees un poco.
—Vale —musité.
Y la chica se marchó sin siquiera despedirse. No entendía por qué aquel cambio tan repentino conmigo, pero supuse que era mejor así. No debía cogerle cariño a nadie de allí, ya que ellos no iban a preocuparse por mí. Puede que Ania se comportase de forma amable conmigo antes, pero de ahí a ser mi amiga había un gran paso. No, yo no iba a tener ningún amigo en aquel lugar.
Cogí la bandeja y me comí todo el contenido sin mirar siquiera lo que me estaba llevando a la boca. Era mejor no saberlo. Después me bebí el agua y volví a tumbarme en aquel colchón apestoso hasta que alguien quisiera ir y explicarme algo. Mientras, yo repasaría todo lo que conocía por el momento.
Sabía que estaba en un orfanato, o al menos eso era lo que la gente pensaba. Estaba encerrada en una habitación asquerosa sin poder salir y seguramente me quedaría allí hasta que ese tal Jared apareciera. También sabía que aquel hombre me quería por alguna razón y que la chica rubia que había venido después de Ania me odiaba. ¿Por qué? No lo sabía, pero me causaba mucha curiosidad. También sabía que aquel hombre, el Señor, quería utilizarme para un negocio. ¿Pero qué negocio? Tampoco lo sabía, pero él había dicho que yo era suya. ¿Podía ser eso posible?
Cerré los ojos, pero no podía dormirme. Ya había descansado muchas horas y no sabía qué hacer para matar el tiempo antes de que este me matase a mí. ¿Qué había hecho yo en mi corta vida para merecer todo lo que me había pasado?
Estuve en aquella habitación por lo que me parecieron horas, aunque realmente no podía asegurarlo, hasta que la puerta volvió a abrirse. Me alivió comprobar que se trataba de Ania.
—Vamos, ven conmigo —me dijo.
Me puse de pie y caminé hacia ella. Después me colocó una venda sobre los ojos y la apretó lo suficiente para que no pudiera ver nada.
—Es por precaución —me explicó.
¿Precaución? No entendía por qué, pero tampoco quería preguntarlo.
—Es para evitar que veas algo que no debas o que memorices el camino hacia la salida.
Asentí, indicándole que lo había entendido aunque yo no había preguntado nada. ¿O acaso había dicho en voz alta lo que había pensado?
Ania me obligó a caminar sin decirme hacia dónde nos dirigíamos. Todo estaba muy silencioso, lo que me hizo preguntarme si era la única en aquella situación o si habría más niños encerrados. Unos minutos más tarde, Ania quitó la venda de mis ojos.
Me encontraba en un baño muy sucio y con la mayoría de las bombillas rotas. Estaba en pésimas condiciones, pero tampoco iba a quejarme por ello. Si me dejaban tomar una ducha o asearme un poco, lo agradecía.
—Te doy veinte minutos para que hagas lo que necesites —me dijo con la misma voz neutra—. Te dejaré algunas prendas limpias que puedes utilizar.
—Gracias.
Después salió y cerró la puerta. Suspiré y caminé hacia la ducha. Era cierto que me daba asco entrar en ella, pero me asqueaba más la idea de tener que permanecer sucia. Así que hice de tripas corazón y me desnudé. El agua salió fría y por más que intenté regular su temperatura, no lo conseguí. Supongo que no querrían hacer gastos «innecesarios» y no tendrían agua caliente.
Salí tiritando de la ducha y me envolví en una minúscula toalla llena de manchas y con un tacto áspero. Nada parecía estar bien allí. Me sequé y me coloqué la ropa interior sin querer pensar si era nueva o ya había sido usada por otras personas. Eso sería verdaderamente asqueroso. La ropa que me habían dado eran unos pantalones vaqueros largos algo rotos y una camiseta de color rosa claro de manga larga.
Me coloqué todo y después me calcé los mismos zapatos que había llevado: unas manoletinas negras un poco sucias. Después esperé a que Ania apareciera de nuevo, aunque no tuve que aguardar mucho tiempo. Volvió a vendarme los ojos y me condujo de nuevo hasta mi habitación.
—Te traeré la cena en unos minutos —me dijo.
No sé por qué lo pregunté ni qué era lo que esperaba conseguir con eso, pero las palabras salieron solas de mis labios.
—¿Por qué eres tan fría conmigo ahora?
Ania se giró para mirarme, aunque al parecer no le había sorprendido mi pregunta.
—Porque será mucho más fácil así si resulta que no le sirves a Jared —respondió—. Una mujer, Marina, vendrá en un momento. Ella te inspeccionará y le dirá a tu Señor los resultados o conclusiones que saque sobre ti.
Fruncí el ceño, sin comprender nada de lo que me había dicho. Ania suspiró.
—Ya lo irás entendiendo. Cuando crezcas, tal vez... Lo siento —dijo justo antes de marcharse.
La puerta volvió a cerrarse y yo estaba sola de nuevo. Aquello parecía ser lo único que podía esperar de mi vida: soledad. Solo me quedaba esperar a que los misterios se fueran resolviendo uno a uno. Y ahora había una nueva pregunta: ¿quién era Marina? Por desgracia, no tardaría en averiguarlo.